16 enero 1966
El primer presidente de Nigeria, Nnamdi Azikiwe, es derrocado por un golpe militar que convierte en dictador al general Johnson Aguiyi-Ironsi
Hechos
El 16 de enero de 1966 se produjo un golpe de Estado en Nigeria y un relevo en la Jefatura del Estado.
El Análisis
El 15 de enero de 1966, un golpe militar encabezado por el general Johnson Aguiyi-Ironsi derrocó al primer presidente de Nigeria, Nnamdi Azikiwe, y al primer ministro Abubakar Tafawa Balewa, marcando el fin de la Primera República y el inicio de una dictadura militar. El golpe, liderado por oficiales jóvenes, mayoritariamente igbos, dejó un rastro de sangre: Balewa y otros líderes, como Ahmadu Bello, fueron asesinados, mientras Azikiwe, de viaje en el extranjero, escapó del destino fatal. La independencia pacífica de 1960, que parecía un modelo para África, se desmorona ante las tensiones étnicas, la corrupción y la inestabilidad política. Ironsi, un militar igbo, asume el poder prometiendo erradicar la corrupción y unificar el país, pero su régimen centralista aviva el resentimiento, especialmente en el Norte. Este editorial analiza el gobierno de Azikiwe, las causas de su caída, el perfil de Ironsi como dictador y el papel de los apoyos internacionales en este violento giro.
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El gobierno de Azikiwe, como presidente ceremonial desde la proclamación de la república en 1963, y de Balewa, como primer ministro, fue formalmente democrático, basado en un sistema parlamentario federal. Sin embargo, la democracia estuvo plagada de problemas: elecciones fraudulentas en 1964 y 1965, especialmente en la región Occidental, alimentaron acusaciones de manipulación, mientras la corrupción en la coalición entre el Consejo Nacional de Nigeria y los Camarones (NCNC) de Azikiwe y el Congreso del Pueblo del Norte (NPC) de Balewa erosionó la confianza pública. Las tensiones étnicas entre los igbos del Este, los hausa-fulani del Norte y los yorubas del Oeste, agravadas por el dominio político del Norte, crearon un polvorín. La gota que colmó el vaso fue la crisis de 1965, cuando los disturbios en el Oeste, tras elecciones amañadas, desestabilizaron el país. Los golpistas, liderados por oficiales como Chukwuma Nzeogwu, aprovecharon este caos, justificando su acción como una cruzada contra la corrupción, aunque la percepción de un “golpe igbo” encendió las sospechas de las élites del Norte.
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Ironsi, un general respetado que no participó directamente en el golpe, asumió el poder como jefe del Consejo Militar Supremo, suspendiendo la constitución y disolviendo el sistema federal para imponer un gobierno unitario mediante el Decreto 34. Su dictadura, aunque breve, se caracterizó por un enfoque autoritario y centralista, que buscaba unificar Nigeria pero alienó al Norte, donde los hausa-fulani temían la dominación igbo. Su incapacidad para juzgar a los golpistas y su nombramiento de oficiales igbos en puestos clave avivaron las tensiones étnicas, desencadenando un contragolpe en julio de 1966 que lo derrocaría y asesinaría. No hay evidencia clara de respaldo internacional directo al golpe, pero potencias como Reino Unido y Estados Unidos, preocupadas por la estabilidad de Nigeria como aliada en la Guerra Fría y su riqueza petrolera, mantuvieron una postura ambigua, observando sin intervenir. Países vecinos, como Ghana, bajo Kwame Nkrumah, no influyeron significativamente, ocupados con sus propios problemas. En este enero de 1966, Nigeria no solo pierde su democracia; se sume en un ciclo de violencia y división que amenaza con fracturar la nación que Azikiwe soñó unida.
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JF Lamata