14 diciembre 2001

'Quiero comunicaros la decisión que hemos tomado Eva y yo. Hemos decidido acabar nuestra relación personal. Por razones estrictamente personales y particulares, cada uno seguirá su camino en la vida'

El Príncipe Felipe de Borbón y Eva Sannum comunican oficialmente la ruptura de su relación tras rumores de inminente matrimonio

Hechos

El 14.12.2001 El príncipe Felipe de Borbón informó mediante un comunicado que él y la Sra. Sannum habían decidido romper la relación entre ellos.

Lecturas

La relación sentimental entre el príncipe heredero a la Jefatura del Estado en España, D. Felipe de Borbón y Grecia y la modelo de Noruega Dña. Eva Sannum, pese a no estar confirmada oficialmente, salta a los medios de comunicación en abril de 2001 cuando algunas firmas se posicionan en contra.

El 20 de abril de 2001 D. José Luis de Vilallonga Cabeza de Vaca publica en la Tercera de ABC el artículo ‘Los Deberes de un Príncipe’ desaprobando la relación del príncipe con la Sra. Sannum. Además De Vilallonga insinúa que el Rey D. Juan Carlos I comparte su opinión. [el 3 de mayo de 2001 el Jefe de la Casa del Rey, D. Fernando de Almansa Moreno-Barreda publica una carta al director matizando que la opinión del Sr. Vilallonga le corresponde únicamente a él].

El 29 de abril de 2001 el ABC publica una segunda ‘Tercera’ desaprobando la relación, en esta ocasión firmada por D. Carlos Seco Serrano. La posición de este es respaldada desde el programa ‘Día a Día’ de Telecinco por el tertuliano D. César Vidal Manzanares. La posición del Sr. Seco Serrano le llevará a polemizar con D. Federico Jiménez Losantos desde El Mundo, que discrepa de los argumentos del Sr. Seco Serrano y es enemigo declarado de D. Javier Tusell Gómez, discípulo del Sr. Seco Serrano.

También se posicionarán en contra de la relación del príncipe con la Sra. Sannum otras dos firmas de ABC, D. Jaime Campmany Díez de Revenga y D. Alfonso Ussía Muñoz-Seca, que polemizará con D. Juan Manuel de Prada Blanco, que se posiciona a favor.

El 1 de mayo de 2001 D. Luis María Anson Oliart publica en La Razón un artículo defendiendo que el príncipe se case con quien quiera y criticando los ‘rebuznos de cortesanos excluidos de nuestra Monarquía sin corte’. En líneas similares se manifiesta D. Pedro José Ramírez Codina en El Mundo el día 6.

Los rumores de una relación seria entre el príncipe heredero D. Felipe de Borbón Grecia y la modelo Dña. Eva Sannum se disparará en octubre de 2001 cuando ambos aparecen juntos asistiendo a una una boda real nórdica. Esto lleva la revista Lecturas a publicar en un reportaje el 12 de octubre de 2001 que el matrimonio está decidido y que se celebrará en la primavera de 2002, un reportaje firmado por Dña. Chelo García Cortés.

Finalmente, tras una larga polémica mediática, el 14 de diciembre de 2001 la Casa del Rey emite un comunicado anunciando la ruptura de la relación entre Dña. Eva Sannum y el príncipe D. Felipe de Borbón. La misma nota reconocía, por tanto, que la relación había existido pero que esta ya había finalizado.

Pocos días después el Jefe de la Casa del Rey era destituido especulándose sobre si ambos hechos estaban relacionados.

15 Diciembre 2001

Como el rey Eduardo VIII, pero a la inversa

Jaime Peñafiel

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El día 11 de diciembre de 1936 el rey Eduardo VIII de Inglaterra se dirigía a los británicos, por los micrófonos de la BBC, para anunciarles su dramática decisión de «renunciar al trono por no poderlo compartir con la mujer que amo». 65 años después, su Alteza Real el Príncipe Don Felipe de Borbón y Grecia, heredero de la Corona española, comunicaba ayer al pueblo español, y a título personal su decisión de renunciar a la mujer que ama por no poder compartir con ella el trono de España.

Si el soberano británico demostró, con aquella decisión, una gran irresponsabilidad, por muy romántica que para muchos pudiera parecer, el Príncipe de Asturias ha dejado bien patente, con este sacrificio, de anteponer su obligación a su devoción, que es un hombre responsable y digno sucesor de su padre y de su abuelo. Puede que la forma elegante de Su Alteza, de comunicar el fin de sus relaciones sentimentales con la modelo Eva Sannum haya extrañado al personal. Incluso a cierta prensa mal informada.Hay que tener presente que las Casas Reales no anuncian nunca noviazgos, sino compromisos matrimoniales con fecha de boda. Mal podía La Zarzuela hacer pública la ruptura de unas relaciones sentimentales no reconocidas oficialmente por Su Majestad el Rey. Esto sólo y exclusivamente le correspondía hacerlo a Don Felipe. Como así ha hecho. Aunque ha querido dejar claro que no ha existido disyuntiva entre el corazón y la razón, entre el querer y el deber, no es difícil pensar, por la responsabilidad que ha demostrado, que ésta se ha impuesto, al fin, por encima de cualquier otro sentimiento. También es de justicia reconocer que «simplemente la relación no ha prosperado». Esta relación tuvo un importante, grave diría yo, punto de inflexión con motivo de la boda del príncipe Haakon de Noruega con la impresentable Mette-Marit. Aquella ocasión supuso la presentación oficiosa y pública de Eva Sannum junto al Príncipe. Hasta entonces sólo se les había visto en reportajes robados, facilitados a la revista Hola Como aquel primero de la pareja ante el Taj Mahal. Luego hubo otro reportaje de la pareja esquiando en Suiza y unas fotografías robadas en el aeropuerto de París. Aquellas primeras fotos de ellos juntos en el Palacio Real de Oslo no pudieron ser más desafortunadas.¡Ay, aquel traje de fiesta, más que de ceremonia, y aquella copa de coñac en la mano de la modelo a la que Pedro J. Ramírez puso su atención¡

Al personal, al pueblo soberano, ¿qué quieren ustedes que les diga? No gustó. Y comenzó una campaña mediática sobre las relaciones del heredero y la modelo. Sonadas fueron algunas Terceras en el ABC (el más polémico, un artículo de José Luis de Vilallonga; más reflexivo el del académico de la Historia, profesor Seco Serrano). Comentados fueron también artículos de EL MUNDO, algunas columnas de Antonio Burgos y de este servidor; amén de encuestas con resultados catastróficos.

El paso de los días, las semanas y los meses, sorprendentemente, fueron jugando en contra de este presunto noviazgo que, a pesar de todo y de todos, parecía continuar. Al menos eso se decía.¡Cuántas personas, incluidos periodistas, presumían haber visto a Eva ya en un restaurante en Madrid, ya jugando al golf, ya en una cacería en Salamanca o en una famosa casa de Puerta de Hierro que más parecía ser el camarote de los hermanos Marx por la cantidad de invitados asistentes a las cenas en honor del Príncipe y Eva Sannum¡ Pero lo más grave de todo esto es que en España se comenzaba a hablar de algo de lo que no se había hablado en 26 años: de la República. Y de los armarios comenzaban a salir no sólo homosexuales sino republicanos. No tiene que sorprender que ante tanto problema esta relación «simplemente no ha prosperado» como ha reconocido el propio Don Felipe cuando ha anunciado que «de mutuo acuerdo y conjuntamente» se ha puesto fin a las relaciones actuales entre ambos. ¿Quién ha ganado?: la Institución.

El día 11 de diciembre de 1936, el rey Eduardo VIII de Inglaterra se dirigía a los británicos, por los micrófonos de la BBC, para anunciarles su dramática decisión de «renunciar al trono por no poderlo compartir con la mujer que amo». 65 años después, su Alteza Real el Príncipe Don Felipe de Borbón y Grecia, heredero de la Corona española, comunicaba ayer al pueblo español, y a título personal, su decisión de renunciar a la mujer que ama por no poder compartir con ella el trono de España.

Si el soberano británico demostró, con aquella decisión, una gran irresponsabilidad, por muy romántica que para muchos pudiera parecer, el Príncipe de Asturias ha dejado bien patente, con este sacrificio de anteponer su obligación a su devoción, que es un hombre responsable y digno sucesor de su padre y de su abuelo. Puede que la forma elegante de Su Alteza de comunicar el fin de sus relaciones sentimentales con la modelo Eva Sannum haya extrañado al personal. Incluso a cierta prensa mal informada.Hay que tener presente que las Casas Reales no anuncian nunca noviazgos, sino compromisos matrimoniales con fecha de boda. Mal podía La Zarzuela hacer pública la ruptura de unas relaciones sentimentales no reconocidas oficialmente por Su Majestad el Rey. Esto sólo y exclusivamente le correspondía hacerlo a Don Felipe. Como así ha hecho. Aunque ha querido dejar claro que no ha existido disyuntiva entre el corazón y la razón, entre el querer y el deber, no es difícil pensar, por la responsabilidad que ha demostrado, que ésta se ha impuesto, al fin, por encima de cualquier otro sentimiento. También es de justicia reconocer que «simplemente la relación no ha prosperado». Esta relación tuvo un importante, grave diría yo, punto de inflexión con motivo de la boda del príncipe Haakon de Noruega con la impresentable Mette-Marit. Aquella ocasión supuso la presentación oficiosa y pública de Eva Sannum junto al Príncipe. Hasta entonces sólo se les había visto en reportajes robados, facilitados a la revista Hola Como aquel primero de la pareja ante el Taj Mahal. Luego hubo otro reportaje de la pareja esquiando en Suiza y unas fotografías robadas en el aeropuerto de París. Aquellas primeras fotos de ellos juntos en el Palacio Real de Oslo no pudieron ser más desafortunadas.¡Ay, aquel traje de fiesta, más que de ceremonia, y aquella copa de coñac en la mano de la modelo en la que Pedro J. Ramírez puso su atención!

Al personal, al pueblo soberano, ¿qué quieren ustedes que les diga? No gustó. Y comenzó una campaña mediática sobre las relaciones del heredero y la modelo. Sonadas fueron algunas Terceras en el ABC (el más polémico, un artículo de José Luis de Vilallonga; más reflexivo el del académico de la Historia profesor Seco Serrano).Comentados fueron también artículos de EL MUNDO, algunas columnas de Antonio Burgos y de este servidor; amén de encuestas con resultados catastróficos.

El paso de los días, las semanas y los meses, sorprendentemente, fueron jugando en contra de este presunto noviazgo que, a pesar de todo y de todos, parecía continuar. Al menos eso se decía.¡Cuántas personas, incluidos periodistas, presumían haber visto a Eva ya en un restaurante en Madrid, ya jugando al golf, ya en una cacería en Salamanca o en una famosa casa de Puerta de Hierro que más parecía ser el camarote de los hermanos Marx por la cantidad de invitados asistentes a las cenas en honor del Príncipe y Eva Sannum! Pero lo más grave de todo esto es que en España se comenzaba a hablar de algo de lo que no se había hablado en 26 años: de la República. Y de los armarios comenzaban a salir no sólo homosexuales sino republicanos. No tiene que sorprender que ante tanto problema esta relación «simplemente no ha prosperado» como ha reconocido el propio Don Felipe cuando ha anunciado que «de mutuo acuerdo y conjuntamente» se ha puesto fin a las relaciones actuales entre ambos. ¿Quién ha ganado? La Institución.

16 Diciembre 2001

Las doce de la noche

Jaime Campmany

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Hace pocos días escribí en la revista «Época» un artículo titulado «El zapato de Cenicienta». Ya desde el título se le declaraba al lector el argumento de aquellos renglones. Estaba claro que iba a tratar de las relaciones entre el Príncipe de Asturias y esa chica noruega llamada Eva Sannum, relaciones de algo más que una amistad lejana, que han durado cuatro años y que nunca alcanzaron carácter oficial. El argumento había alimentado criterios diversos, reflexiones encontradas, artículos periodísticos, choques dialécticos en las tertulias de radio y hasta encuestas parciales de la opinión pública. En algunos casos levantaba controversias, como la que aquí han mantenido con cortesía y buenas maneras Alfonso Ussía y Juan Manuel de Prada, y en otros casos encrespaba pasiones. Por fin, enfrentó con cierto ardor, temor y fragor dos potentes fuerzas: la razón de amor y la razón de Estado.
Escribí entonces: «Todas las señales visibles o adivinables parecen indicar que para la Cenicienta nórdica han sonado las doce de la noche en el reloj de sus sueños… A Eva Sannum se le ha esfumado entre los brazos el príncipe azul y alto, como una ilusión desvanecida». Es triste, y seguramente injusto, que un cuento de amor termine mal, sin el «vivieron felices» del desenlace natural de los cuentos de hadas. Esta vez el zapatito de cristal de Cenicienta se ha roto al bajar apresurada las escaleras de palacio cuando ya parecía que se le ofrecían para subir por ellas alegremente. Eva Sannum, la chica rubia y fragante de la pasarela de la moda, estaba aprendiendo español y el catecismo católico, acariciando la ilusión de ser princesa de Asturias y muy probablemente reina de España. De pronto, el zapato, que es de cristal, se rompe y el sol de la realidad entra por la ventana.
Se ha llegado a decir que la posible boda (ahora, la «imposible» boda) del Príncipe con la modelo podría poner en peligro la continuidad normal de la Monarquía, una continuidad que hasta ahora progresa sin sobresaltos. Parece indudable que el amor del Príncipe no se había inclinado hacia una joven con las condiciones que tradicionalmente se espera que presente una futura reina de España, destinada previsiblemente a ser madre de rey y con la remota y excepcional posibilidad de protagonizar un período de Regencia. Estas circunstancias no sólo debían alarmar a los monárquicos «de toda la vida», sino también a los ciudadanos sensatos que aspiren a vivir sin otras peripecias históricas que las naturales de una democracia todavía joven, y sin traer de nuevo a colación el viejo y desastroso dilema entre la Monarquía y la República. Hasta los más republicanos, teóricos o prácticos, tienen (quizá debiera decir «tenemos») que reconocer la malaventura que en España ha sufrido por dos veces el sistema republicano. Tercer y peligroso fracaso, no, gracias.
La comunicación de Don Felipe de Borbón para hacernos saber su decisión de dar por terminadas las relaciones con Eva Sannum está escrita con elegancia y obsequio hacia la Cenicienta. «De común acuerdo» y «sin presiones». Están bien la elegancia y un poco también la dignidad de la expresión para no rendir ante nadie la voluntad. Pero eso no quita para que los cuidadores de la «razón de Estado» por encima de la «razón de amor» deban reconocer al Príncipe el sacrificio de poner una razón por encima de la otra. Y precisamente después de que la opinión pública más responsable, reflexiva y sensata haya señalado los peligros de una boda con suficientes elementos como para resultar insólita, incalculable y tal vez peligrosa. Los privilegios de un príncipe, como los de un rey, aconsejan en estos casos una renuncia: la renuncia al tirón del corazón o al disfrute de los privilegios. La devoción y la obligación no siempre van unidas.

15 Diciembre 2001

La decisión del príncipe

LA RAZÓN (Director: José Antonio Vera)

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Don Felipe de Borbón, Príncipe de Asturias y heredero de la Corona de España, anunció ayer ‘a título personal’ a los periodistas que siguen habitualmente las actividades del a Casa del Rey, su decisión de poner fin a la relación actual con la joven noruega Eva Sannum. El Príncipe añadió que la decisión había sido adoptada libremente, de mutuo acuerdo y conjuntamente, con libertad y por razones estrictamente personales y particulares.

Don Felipe ha tomado una decisión difícil por cuanto su amistad con Eva Sannum se había consolidado de forma evidente a lo largo de este año, hasta el punto de ocupar amplios espacios en la Prensa y existir serios rumores acerca de un posible anuncio del compromiso matrimonial. Pero, al margen de otras consideraciones, lo que importa es respetar la voluntad de Don Felipe, que ha sopesado la situación y ha optado finalmente por la decisión que ayer comunicó a la opinión pública.

LA RAZÓN siempre ha sostenido que ante esta cuestión había que confiar plenamente en el Príncipe de Asturias, en su sólida formación, en su compromiso con el pueblo español y con la Corona, en su inteligencia y sentido de la responsabilidad. Don Felipe se ha tomado el tiempo necesario y ha optado por la decisión que esitma mejor para España.

17 Diciembre 2001

El príncipe blanco

Eduardo Haro Tecglen

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Un príncipe triste, de cuento sin hada. Pierde su azul: se queda en blanco. Puede ser algo más si su decepción se ha fraguado en la política: una señal -otra- del camino de regreso. La Monarquía apareció simple, sencilla y nueva; sin palacio, ni corte, ni tiro de pichón. Casó a sus infantas con simples, después de haber sido libres. Dejó corretear al hijo único. De pronto, salta el orgullo antiguo, el mito de la sangre azul, la severidad de que el deber obliga a renunciar al amor: la trascendencia: ‘sueña el rey que es rey’, decía el melancólico Calderón. Habían aceptado todos que hubiera una Monarquía fingida, y los personajes hacían su representación, como si el jefe del Gobierno no estuviera asumiendo, insaciable, el papel del jefe de Estado.

Ya le veíamos, a ese villano, en el regreso sobre sus huellas, hacia el paraíso perdido de la autocracia: en las costumbres, en las nuevas represiones, en la Iglesia jerárquica y dura, en el desprecio racista, en la sed insaciable del ungido por los votos. La negación al Príncipe de la Corona del derecho a elegir es otro salto atrás. Cuando España es un jirón del mundo, hecha jirones de sí misma, el anacronismo nos recuerda quiénes fueron y dejaron de serlo por la creencia de que el poder viene de Dios, y de que sólo su semen y sus óvulos transmiten esa celestial sabiduría. Hay más gravedad de lo que parece en el cuento sin hadas: los grandes titulares de los periódicos y su identidad editorial sacan al aire que este asunto desagradable y frío tiene más significado del que parece y que pertenece a una política rígida y soberbia. La de los monárquicos profesionales, la de los consejeros áulicos. El propio dañado pierde algo de su calidad y de su personalidad al tener que decir que no ha habido presiones ni obligaciones, cuando todos las conocemos.

Hay un desprecio a la voluntad, a la democracia auténtica, hacia la chica que gana su vida con su trabajo. Y el ensueño de futuro de que la Monarquía es para siempre. No sé si el personaje vulnerado tendrá que volver a las tradiciones de sus antepasados, a la capa galana del ‘real mozo’ Alfonso XII, embozado para amar fuera de palacio; a los palcos reales donde Alfonso XIII iba depositando en las bellas cómicas semillas de cómicos futuros. Amores de guardia de corps o de generales que eran niños bonitos: la sangre borbónica.

20 Diciembre 2001

El derecho a elegir pareja

Francesc de Carreras

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Las palabras pronunciadas por el príncipe Felipe en su inesperada irrupción en la rueda de prensa ofrecida por el jefe de la Casa del Rey han puesto fin a los rumores de su futuro matrimonio con Eva Sannum, a la vez que confirmaban la relación sentimental que ambos han mantenido a lo largo de los últimos cuatro años. Creo que la noticia no debe ser tratada únicamente desde la perspectiva de la llamada ‘prensa del corazón’ sino que, al ser uno de los protagonistas el sucesor del actual Rey, ofrece una dimensión política evidente, especialmente por las circunstancias que han rodeado el caso.

Al hablar de circunstancias me refiero, como es obvio, a las presiones ejercidas sobre el Príncipe para que pusiera fin a esta relación. No tengo constancia cierta sobre si ha habido presiones de tipo familiar o privado, aunque imagino, como tantos españoles, que no sólo han existido sino que han sido las más concluyentes en la muy digna decisión final que la pareja afectada ha tomado de mutuo acuerdo. Pero, en todo caso, lo que sí consta es que ha habido presiones públicas: desde la prensa, especialmente desde el ABC, se ha publicado algún artículo sobre la novia noruega que ha constituido una clara intromisión en su vida privada, por supuesto escrito desde una mentalidad carca y clasista que si bien es expresión de núcleos conservadores realmente existentes no se corresponde con lo que piensan muchos otros sectores de la sociedad española.

Uno de los aciertos de la actual monarquía es haber prescindido, cuando menos aparentemente, de los monárquicos. En efecto, el Rey no ha creado una Corte. Pues bien, en esta campaña, los monárquicos han reaparecido y se han mostrado como un grupo compacto y agresivo que, a la vista del desenlace final, hacen presumir que pueden estar autorizados, o quizá instigados, por el más alto representante del órgano constitucional que dicen defender. Al ceder ante estas presiones -que es la percepción que muchos tenemos- no sólo se ha debilitado, probablemente, la imagen pública del heredero como persona independiente y madura, sino que de rebote ello ha afectado también a la Corona misma.

No sé si el Rey y su entorno han calibrado bien la situación. Como sucede también en las otras monarquías europeas, la inmensa mayoría de la población española no es monárquica, si entendemos este término en su sentido tradicional. Las monarquías occidentales perviven por sus específicas circunstancias históricas, cada una de ellas ciertamente muy peculiar, pero sus ciudadanos son mayoritariamente republicanos. En nuestro caso, se adoptó la forma monárquica en la Jefatura del Estado por el decisivo papel desempeñado por el Rey en los años de la transición a la democracia. Después se fue consolidando por su firme actitud en defensa del régimen constitucional durante las tensas horas del 23-F, por el estricto cumplimiento de sus deberes jurídicos sin salirse nunca del ámbito que le corresponde por su cargo y, también, por su simpatía y trato campechano. Todo ello ha contribuido a que la familia real en su conjunto disfrute de una indudable popularidad, lo cual se refleja en todas las encuestas de opinión que muestran como la Corona es la institución pública más valorada, muy por encima de gobiernos, diputados, senadores, jueces o partidos políticos.

Ahora bien, todo se puede venir abajo si las condiciones cambian, es decir, si se produce un enfriamiento en las relaciones entre el Rey y la mayoría de la sociedad debido a que -como en los últimos meses- al estar prisionera de los partidarios de las viejas ideas aristocráticas se desvíe de la monarquía que ha funcionado razonablemente bien a lo largo de los últimos 23 años. Una monarquía que, aparte de cumplir estrictamente sus deberes constitucionales, tiene unas costumbres que no desentonan mucho del resto de la sociedad española. Entre ellas, por supuesto, el derecho a escoger pareja con total libertad, no por indicación de sus padres o amigos.

La monarquía es una institución frágil. El jefe del Estado es un órgano constitucional del que se puede prescindir, sobre todo si no desempeña ningún poder, como en el caso de las monarquías parlamentarias. Que el jefe del Estado sea un rey no tiene hoy ninguna justificación racional, a menos que las circunstancias históricas lo hayan aconsejado. La monarquía parlamentaria tiene así, únicamente, una justificación práctica. Pero dejará de estar justificada, y por tanto, de ser legítima, cuando los ciudadanos crean que ha dejado de ser útil.

Por otra parte, la monarquía, en su forma parlamentaria, es compatible con la democracia. Pero si un miembro de la familia real no puede casarse con quien desee por razón del origen social de su pareja quizá resulte que es incompatible con los derechos humanos, en especial con el derecho fundamental a la igualdad y a la no discriminación que nuestra Constitución reconoce. La mayoría de los españoles tienen un origen social parecido al de Eva Sannum: muchos de ellos, a la vista de los hechos, pueden considerar, a partir de ahora, que la familia real es algo distante y ajeno, un coto cerrado anclado en las viejas maneras de los antiguos tiempos. Quizá no es casualidad que en los últimos días se haya oído en el Congreso el grito de ‘¡Viva la República!’

Como tantos españoles, soy un republicano al cual no le importa que tengamos un Rey como el que tenemos. Y me gustaría que la monarquía se conservara tal como está para no reproducir de nuevo la artificial fractura política entre monárquicos y republicanos. Con la manía de tratar de averiguar si nos sentimos españoles, catalanes o vascos, creo que ya tenemos planteados suficientes falsos problemas.

22 Diciembre 2001

Miseria de los cortesanos

Josep Ramoneda

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‘DIOS ME LIBRE de los monárquicos, que de los republicanos ya me libro yo’. Puede que esta máxima no se le olvide al príncipe Felipe después de haber estado durante un par de años sometido a la presión de un coro de censores que llevan tiempo arrogándose el papel de depositarios de la moral monárquica, sin que se sepa que nadie les haya encargado esta función. Para la ocasión han contado además con la colaboración voluntaria de responsables políticos de la derecha y del centro, que deben pensar que opinando sobre las querencias sentimentales del Príncipe elevan su estatura de hombres de Estado.

Para el Gobierno de Aznar, sin duda el más intervencionista de la democracia, ni la intimidad del Príncipe debe quedar fuera de su ojo escrutador.

Afortunadamente, la izquierda, tan dada el mimetismo, esta vez ha optado por el silencio y la indiferencia, es decir, por el respeto a las opciones personales del Príncipe, según corresponde al sistema de valores de la sociedad abierta.

En este episodio, los republicanos han sido mucho más respetuosos con el Príncipe que los monárquicos de oficio. Lo cual confirma que hay algo peor que el carácter predemocrático y arcaico de la institución democrática, que es el reaccionarismo de sus guardianes.

El resultado de tanto celo es que el Príncipe ha quedado encadenando a la doctrina de sus censores: cuando anuncie su compromiso matrimonial, sea quien sea la futura reina, todo el mundo dará por supuesto que no ha sido una elección libre, sino sometida a criterios de Estado.

En la sociedad de la libertad de costumbres, la ortodoxia monárquica propone al Príncipe heredero el más ramplón -y antifeminista- modelo de matrimonio: una esposa de conveniencia, y los amores, fuera de casa. ¿No debería, a estas alturas, la Monarquía adoptar sin aspavientos los valores de la sociedad liberal? ¿No merece la mujer -la futura reina- un mejor trato y consideración que la correspondencia con el retrato robot descrito por unos guardianes de las esencias monárquicas que parecen no haberse enterado de que lo único que justifica a la Monarquía en España es su utilidad y adaptación a los tiempos modernos? ¿Tiene sentido que el rey de Suecia tenga una libertad de elección que se le niega al futuro rey de España?

Las razones de utilidad de la Monarquía española cada vez serán menos. Al inicio de la transición, el rey, asumiendo el papel de buen traidor, indispensable en todo proceso de este tipo, sirvió para hacer posible el paso sin grandes traumas de la dictadura franquista a la democracia, aun al precio de que la sombra de algunos poderes del pasado se haya alargado demasiado. Después, su autoridad permitió superar el escollo del rechazo militar a las nuevas instituciones. Y algunos piensan que en el futuro el Rey puede jugar todavía algún papel importante como punto de encuentro de los diversos pueblos de España.

Pero lo cierto es que con el país democráticamente normalizado, el Rey cada vez tenderá a ser menos necesario. Y la Monarquía, si es prescindible, es difícil de defender en tanto que sus valores constituyentes son obviamente opuestos a los valores democráticos. No se olvide que la Monarquía española sigue discriminando a la mujer, otorgando al varón la prelación en el sistema sucesorio.

El día, no muy lejano, en que la Monarquía deje de justificarse por su utilidad, sólo el reconocimiento de los servicios prestados y una cierta sintonía, con los valores de la sociedad puede garantizar a la Monarquía que los partidos de tradición republicana sigan optando por no crear un problema que en la lógica del pragmatismo imperante aparece como innecesario.

Lo más ridículo de este episodio -que remite a una cultura cortesana que parecía que el rey Juan Carlos había erradicado- es el aristocratismo que ha presidido los argumentos: El Príncipe está obligado a hacer un matrimonio que no escandalice al pueblo llano. La Monarquía como fetiche de una sociedad de súbditos. Se les paró el reloj hace tiempo. Este pueblo llano, que algunos creen que sólo sirve para vitorear al Rey a su paso, es hoy, en democracia, el único que puede decidir si quiere que la Monarquía siga o no. Si estos monárquicos tienen vara alta sobre la Corte, habrá que dar por acabadas las vacaciones republicanas.