29 enero 2002

El programa conducido por Jordi González está logrando plantar batalla a 'Crónicas Marcianas'

El programa ‘Abierto al Anochecer’ de ANTENA 3 TV lleva a Ernesto Neyra y a Lara Rodríguez para que vapuleen a Carmina Ordoñez: «Es adicta a las pastillas y al dinero y se acuesta con menores»

Hechos

Emitido en enero de 2002.

31 Enero 2002

Ha muerto un televisor

Ferrán Monegal

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Para combatir al rey del container de Marte (Sardà, Tele 5)) el pájaro que canta al anochecer (Jordi González, Antena 3 TV) utiliza las mismas armas que aquel al que quiere vencer. O sea, que Jordi no ha leído lo que recomienda el es tratega chino Sun Tzu en su clásico manual del siglo VI a.C. El arte de la guerra: «Al enemigo no se le imita. Se le sorprende». El martes sacó a Ernesto Neyra, el acusado de maltratar a su exesposa. O sea, no sólo imitó el sistema de Sardà cuando saca a Carmina Ordóñez, sino que calcó la sesión que una se mana antes había ocurrido en “Tómbola” con el mismo Neyra de cuerpo presente. La conversación fue perra como pocas, con todo el respeto para las bestias. Desgranó Neyra un rosario de miserias conyugales («Los móviles de Carmen son el dinero, las malas compañías y los celos (…) Yo sabía que se acostaba con Gabi, que era otro (…) Carmen tiene una adicción importan te a las pastillas. Hay que llevarla al médico», etc.) y para acabar de redondear pasaron la llamada de una tal Lara [Lara Rodríguez], exsecretaria de la señora Ordóñez, que aportó el siguiente valor: «Carmen es infiel por naturaleza. Hasta con personas menores de 18 años». Llegados a este punto ocurrió en casa una cosa prodigiosa. Mirando con atención la tele advertimos que caían de ella pedazos de su interior. Un trozo del tubo de Braun, un cacho de altavoz, las mitad del filamento del interruptor, la caja entera del transformador de corriente, y una docena de minirresistencias del circuito impreso se habían desprendido del televisor y se desparramaban por el suelo de nuestro humilde salón. Aquellos restos de la técnica, aparente mente inermes, se arrastraban por el piso. Y huían, desangrándose, del cubil de su propia esencia: el televisor. Ayer llevamos el aparato al taller, y un competente técnico nos certificó su defunción. El electro doméstico había muerto de un ataque de miseria en su interior