15 septiembre 1992

La secta maoista sembró de cadáveres el país

El régimen de Fujimori en Perú aplasta a la banda terrorista Sendero Luminoso capturando a su líder Abimael Guzmán

Hechos

El 15 de septiembre de 1992 se hizo pública la detención de Abimael Guzmán.

14 Septiembre 1992

Abimael, el burgués

Álvaro Vargas Llosa

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Ha caído como un burgués: en el barrio mesocrático de Surco, sin pelear y sin grandeza, resignado a la fatalidad, aceptando para sí mismo un mugriento destino entre rejas, él que había jurado liberar de ese mismo destino a la humanidad oprimida, con una facilidad que guarda poca proporción con esa violencia apocalíptica que acabó con la vida de casi treinta mil hombres y, en el país de la pobreza que es el mío, destruyó materia por un monto mayor al de su deuda externa. Eso, sin contar el otro daño, deletéreo para una sociedad desarticulada y divorciada de su Estado, que tiene que ver con la degeneración que ha padecido en los últimos años la vida peruana. Ha empezado, así, la desmitificación de Sendero. Hay que agradecer al cielo que los agentes de la Dincote, que lo tenían cercado desde las cuatro de la tarde y lo aprehendieron a las nueve, no lo mataran: hubieran entregado al mito del camarada Gonzalo un pasaporte a la eternidad. Ahora, mientras ven a su Dios deshacerse como un terrón de azúcar, esos quince o veinte mil lunáticos para quienes el jefe no tenía perfil humano, pues nunca lo habían visto, irán percibiendo, si las autoridades manejan con habilidad el striptease de Abimael Guzmán, cómo van cayendo, una a una, las prendas del mito, y aparece bajo ellas la mierdosa carne humana del personaje. No son los cargos lo que desmitificará a Guzmán. Al contrario: ellos brillarán en la retina de sus huestes como la luna. Lo desmitificarán esos detalles de pequeño burgués de los que está seguramente repleta su vida clandestina desde que en mayo de 1980 pasó a la lucha armada. ¿Es ésta la muerte de Sendero? El maoísmo murió con Mao en la China, tal era la dependencia que tenía la corriente de la dirección de su jefe. El verticalismo de Sendero es impecable. La cabeza mueve las extremidades. Pero hay elementos que sugieren una inercia de bases, capaz de continuar: la organización es eficiente, en un país ineficiente. Las células móviles, inconexas entre sí, bien distribuidas por el país y dotadas de un fanatismo que sólo es concebible en términos metafísicos, más o menos bien armadas y con acceso a unos 60 millones de dólares al año gracias al narcotráfico, son capaces todavía de mucho daño. La penetración de Sendero en los «pueblos jóvenes» de Lima nacidos de la inmigración a la capital, y que es donde ocurre la verdadera vida peruana, da miedo: en San Juan de Lurigancho, por ejemplo, población con más de 350.000 habitantes, han muerto 19 dirigentes de las organizaciones populares en el último año. No comparto la opinión de que la organización militar dependía estrictamente, en el día a día de la lucha, de la cabeza de Guzmán. No está entre los capturados, al parecer, Mezzich, el genio militar de Sendero. Es verdad que no hay una línea de sucesión en vista de que el jefe no está muerto. Eso va a debilitar a Sendero, pero tengo para mí que hay mucho pan que rebanar para proclamar la derrota del enemigo. ¿Y Fujimori? Se perpetuará, mientras dure el efecto benéfico que para su empresa dictatorial tiene esta noticia. Se habla de que Fujimori tenía localizado a Guzmán antes del cinco de abril y que dio el golpe con la complicidad de militares que resistirían las presiones internacionales para restituir la democracia a sabiendas de que tenían al alcance de la mano la todopoderosa justificación. No hace falta decir la sangre que ha corrido desde entonces. No importa: no hay mecanismos de protesta efectivos. Acabado, para el discurso triunfalista, el pretexto de Sendero, otros pretextos surgirán. Y habrá mucha gente dispuesta a tragárselos.

15 Septiembre 1992

El peor fanático

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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LA DETENCIÓN en Lima de Abimael Guzmán, fundador y líder del grupo maoísta Sendero Luminoso, y de su cúpula dirigente, era inevitable. Toda organización terrorista tiende inexorablemente al desmantelamiento: no puede mantener la tensión necesaria de forma indefinida, no puede eludir para siempre la acción policial y judicial en el limitado espacio nacional y acaba por enajenar incluso a los grupos -marginales o no- que la respaldan, La única incógnita es el tiempo que tarda en ser derrotada, es decir, el número de víctimas que deja tras de sí: Sendero Luminoso ha causado más de 27.000 muertos en sus 12 años de acción. Y Guzmán ha sido el peor, el más brutal de los fanáticos, porque, además de provocar sufrimiento, ha contribuido a empeorar la situación de un país ya muy debilitado por la pobreza y la desintegración social.Sendero Luminoso inició su guerra popular en 1980. Se trataba de poner en jaque al Estado peruano, desmantelar su estructura social y económica y erosionar su dominio hasta sitiarle y derrotarle en la capital. Una de las connotaciones mas escandalosas de toda la historia de Sendero es que esta batalla de más de una década no habría sido posible sin el apoyo de capital y recursos externos estrechamente ligados al narcotráfico y con ramificaciones en el Ejército y la Administración.

Desde el golpe de Estado del pasado abril, la situación económica y social que había invocado Fujimor¡ para justificar su acción había empeorado. Ello había reforzado la audacia de Guzmán y sus fanáticos, cuyas provocaciones buscaban precisamente la deslegitimación de las instituciones democráticas. Esa audacia se había manifestado en el desafío directo al poder planteado en la capital, Lima, y en la ampliación del campo de sus víctimas potenciales a todas las personas o colectivos que no se plegasen a sus amenazas; el asesinato de María Elena Moyano, animadora del movimiento vecinal en la periferia de Lima, simboliza esa locura: sólo alguien que odie tan profundamente a sus semejantes como debe de hacerlo ese increíble «Presidente Gonzalo» ahora apresado, puede considerar liberador a un proceso que se fundamenta en miles de crímenes como ése.

16 Septiembre 1992

Señor de horca y cuchilla del Perú

Álvaro Vargas Llosa

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El discurso pronunciado por el señor Fujimori tras la captura de Abimael Guzmán es la mejor radiografía que hubiera podido hacerse del personaje que hoy gobierna el Perú y del tipo de Perú en que se va convirtiendo el país del que es ahora señor de horca y cuchilla. Ese discurso fue una mezcla de exorcismo clerical, circo romano, juicio sumario, vampirismo, cacería feudal y orgía electoral. En un país cuya tradición caudillista se remonta a la figura del inca, pasa por el virrey, se prolonga con el caudillo decimonónico y deriva en el gorilismo de nuestro tiempo, el dictador Fujimori representa la mejor garantía contra los vagos intentos que había en marcha, por lo menos como movimiento de la voluntad de algunos cuantos, de crear en el Perú alguna forma de Estado de Derecho, de sociedad bajo reglas de convivencia y procedimientos de justicia, de relación humana y política civilizada. Aprovechando la euforia comprensible -que compartimos todos los peruanos- por la caída de este delincuente común, Fujimori ha desatado un proceso que anoche cobraba, con el anuncio de un referéndum sobre la pena de muerte contra los detenidos, un cariz farsesco que empieza a aguar la fiesta. Porque en esta ceremonia de morbo político está siendo linchada, junto con el criminal, toda noción de procedimiento judicial. Dictando la sentencia judicial por televisión y luego, olfateando el clima popular, llamando a una consulta nacional, Fujimori hace añicos su propia legislación antidemocrática que acababa de poner en manos de tribunales militares, vía decreto ley 25.475, el procesamiento de Guzmán, en una decisión donde se mezclan la maniobra de perpetuación en el poder y la apoteosis del absolutismo de un individuo. Las elecciones que están en marcha para noviembre, en las que no va a participar ninguno de los partidos políticos de la resistencia democrática, serán las que produzcan la Constitución que santifique el mecanismo de continuidad en el poder y de concentración de poderes en la persona del gobernante. Esto ha ocurrido decenas de veces en la historia peruana, y quizá el precedente más similar sea el de Augusto Leguía, quien tras ganar las elecciones de 1919, tomó el poder, cerró el Parlamento, hizo elegir uno adicto a él y excretó una Constitución que le permitió quedarse hasta 1930, cuando, como suele ocurrir, un golpe. lo puso de patitas en la calle. Con este esquema en mente, Fujimori, perfectamente despreocupado con la presión internacional y las críticas contra la dictadura que ayer llegaban por ejemplo de EEUU, simultáneamente con las felicitaciones por la captura de Guzmán, está jugando para el escenario local: el cautiverio -y, probablemente, el fusilamiento- pueden devolverle transitoriamente el apoyo de esa mitad del país que se le había escapado de las manos desde el 5 de abril, olvidando que desde entonces los atentados fueron más trágicos que nunca antes y que la acción de la Dincote ha sido, no gracias a, sino a pesar del Sistema de Inteligencia que maneja el tenebroso asesor presidencial Vladimir Montesinos. Cuando el país recupere la lucidez, será muy tarde: los mecanismos de la dictadura estarán asentados sobre bases «constitucionales». En este escenario, Sendero no está muerto. Se replegará, como ha hecho siempre después de un retroceso grave, y seguirá penetrando al Perú profundo, cercando la capital y cultivando lo que en el caso de su lucha homicida es el nuevo expediente de la dinamita espectacular contra símbolos de la clase media, de tal forma que los métodos de inteligencia de la Dincote sean, como quería desde el 5 de abril Fujimori, reemplazados por la fiebre anticivil de Montesinos. El corazón de las tinieblas de Conrad se ha trasladado al Perú.