15 junio 1977

Encabezados por Torcuato Fernández Miranda, todos ellos son defensores del aperturismo y el consenso

El Rey Juan Carlos I designa a 41 senadores para que participen en su nombre en los debates constitucionales conforme a lo previsto

Hechos

  • El 15 de junio de 1977, a las pocas horas de que finalizara el recuento de las Elecciones Generales al Congreso de los Diputados y al Senado, el Jefe del Estado, cumpliendo la legislación prevista para aquellas primeras elecciones, designó a 41 senadores más, que se sumarían a los elegidos democráticamente en listas abiertas.

Lecturas

Si durante el franquismo, el dictador Franco se reservaba un número de procuradores ‘por designación directa del Jefe del Estado’. El reglamento aprobado por el Gobierno Suárez para las primeras elecciones democráticas de 1977 para el nuevo Congreso de los Diputados y el nuevo Senado incluía que, en el caso del Senado, se reservaran 41 puestos para que fueran designados por el Jefe del Estado, el Rey Juan Carlos I. De esta manera serían los representantes de la Institución Monárquica en el Senado. El Rey ha querido que estos 41 senadores adicionales, que participaran así en los debates de la nueva Constitución, sean representantes destacados de la sociedad, intelectuales, empresarios mediáticos, banqueros… Encabeza la lista su ex profesor D. Torcuato Fernández Miranda, que acababa de dimitir como presidente de Las Cortes y del Consejo del Reino disueltos (para ser reemplazados por Congreso y Senado).

D. Torcuato Fernández Miranda y D. Manuel de Prado, dos hombres de confianza del Rey entre los senadores por designación real.

LOS 41 SENADORES POR DESIGNACIÓN REAL:

  1. D. Torcuato Fernández Miranda (ex ministro franquista, ex presidente de Las Cortes y del Consejo del Reino)
  2. D. Fernando Abril Martorell (ministro UCD)
  3. D. Luis Angulo Montes
  4. D. Juan de Arespacochaga (ex alcalde de Madrid franquista)
  5. D. Justino de Azcárate (ex ministro de la II República)
  6. Dña. Gloria Begué (magistrada)
  7. D. Jaime Carvajal Urquijo (banquero)
  8. D. Camilo José Cela (escritor)
  9. D. Luis Díez Alegría (militar, ex Jefe del Alto Estado Mayor)
  10. D. Alfonso Escámez (Banquero, presidente del Banco Central)
  11. D. Enrique Fuentes Quintana (economista, probable ministro en el inminente Gobierno UCD)
  12. D. Marcial Gamboa
  13. D. Ignacio García López (último ministro del disuelto Movimiento).
  14. D. Domingo García Sabell.
  15. D. Antonio González González
  16. D. Julio Gutiérrez Rubio
  17. D. Antonio Hernández Gil (nuevo presidente de Las Cortes en sustitución de Fernández Miranda)
  18. Dña. Belén Landaburu
  19. D. Landelino Lavilla Alsina (ministro UCD)
  20. D. Guillermo Luca de Tena (Presidente de Prensa Española, editora de ABC)
  21. D. Julián Marías Aguilera (filósofo, miembro del Consejo de Administración de PRISA, editora de EL PAÍS)
  22. D. Rodolfo Martín Villa (ministro UCD)
  23. D. Luis Olarra (financiero vasco, amenazado por ETA)
  24. D. Carlos Ollero Gómez
  25. D. Marcelino Oreja Aguirre (ministro UCD)
  26. D. José Ortega Spottorno (Presidente de PRISA, editora de EL PAÍS)
  27. D. Alfonso Osorio García (Vicepresidente del Gobierno, UCD)
  28. D. Antonio Pedrol Ríus (Presidente del Colegio de Abogados)
  29. D. Manuel de Prado y Colón de Carvajal (amigo personal e intermediario del Rey)
  30. D. Miguel Primo de Rivera Urquijo (ex procurador franquista)
  31. D. Andrés Ribera Rovira
  32. D. Martín de Riquer
  33. D. Ángel Salas Larrazabal.
  34. D. Luis Sánchez Agesta
  35. D. José Luis Sampedro (filósofo y escritor de izquierdas)
  36. D. Víctor de la Serna Gutiérrez Repide (Presidente de Prensa Castellana, editora de INFORMACIONES).
  37. D. Mauricio Serrahima Bofill
  38. D. Valentín Silva Melero
  39. D. José María Socías Humbert.
  40. D. José Ignacio Uría Epelde
  41. D. Fermín Zelada (Celada) de Andrés Moreno (Presidente de la Editorial Católica, editora de YA).

 

16 Junio 1977

Por la cultura y la libertad de expresión

José Ortega Spottorno

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Con mi designación como senador, el Rey me hace un gran honor y me depara una inesperada responsabilidad. He aceptado porque creo mi deber apoyar a la Corona, que está devolviendo España a los españoles, y contribuir a la difícil tarea de lograr una democracia plena y auténtica.Evidentemente no he sido nombrado como político, porque no lo soy, y pienso que ha visto en mí un ejemplo de respeto a la creación intelectual y de defensa de la libertad de expresión, cosas ambas que creo haber mantenido en todas las empresas culturales que he proseguido o que he contribuido a crear. En este sentido, creo que mi labor en el Senado ha de ser, principalmente, defender la libertad de expresión, la libre circulación de las ideas y, en general, atender a cuanto se refiera a la cultura de los españoles.

A lo largo de mi vida he tratado de continuar, en la medida posible, las empresas intelectuales fundadas por mi padre, con el empeño de contribuir a la formación de una España europea, más culta y realmente libre, en la que se superaran los apasionamientos y las incomprensiones que malograron nuestra historia contemporánea.

Este ha sido el único sentido de mi tarea de editor, en las colecciones de libros, en la Revista de Occidente y en la atención al mundo de la información y especialmente de los periódicos. Mi padre no concebía la regeneración de la vida intelectual española sin la diaria aportación de la prensa, y de ahí sus empeños periodísticos y, sobre todo, su participación activa en El Sol.

En otro momento histórico, ante una España muy distinta, creo haber contribuido a poner en marcha, con EL PAIS, un diario diferente de los que dominaron la información en los últimos decenios. Una de las grandes compensaciones de mi vida ha consistido precisamente en ver cómo mi esfuerzo por reunir y coordinar voluntades se ha visto compensado con la realidad diaria del periódico.

El hecho de que estos nombramientos de senadores no sean vitalicios y que en la próxima Constitución puedan incluso desaparecer, me tranquiliza; no tengo que añadir que un puesto otorgado está siempre a disposición de quien lo otorga.

17 Junio 1977

Vida pública como legitimidad

Julián Marías

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Escribo a media tarde del 16 de junio de 1977, antes de que se sepa el resultado final de las elecciones de ayer. Lo que se sabe es: primero, que las ha habido; segundo, el sentido general de la respuesta española a la pregunta de las urnas.Ayer se celebraron elecciones democráticas, libres, pacíficas, por primera vez en 41 años; como recuerdo muy bien las anteriores, aunque mi edad me impidió participar en ellas, puedo decir que no fueron tan pacíficas. Si puede hablarse de «felicidad» hablando de la vida colectiva, diría que ayer fue un día feliz para el pueblo español: se encontró a sí mismo, empezó a moverse libremente, ejerció con alegría un derecho tanto tiempo negado sin razón ni justicia.

La legitimidad del Poder público se empañó en España cuando yo era niño; se recuperó cuando entré en mi adolescencia, con la República -y no sin eclipses y atenuaciones-, se destruyó a los pocos días de terminar mis estudios universitarios, de decir adiós -había de resultar que para siempre- a la Universidad. Durante casi toda mi vida ha faltado la plena justificación para gobernar, no han sido claros -o han faltado enteramente- los títulos para regir el país. Esta situación acaba de terminar. El Rey, que había recibido de su padre, el Conde de Barcelona, la plenitud de sus derechos dinásticos, ha podido tener el refrendo del consenso democrático. Unas Cortes han sido votadas por elección popular, abierta y libre. De ahora en adelante, la contaminación de la vida pública española se ha disipado: los españoles podremos respirar con libertad, y esto quiere decir políticamente con dignidad, ese privilegio de que gozan tan pocos países: haga la cuenta el lector.

Esto es lo más importante: que se han celebrado unas elecciones europeas, civilizadas, actuales. Pero han sido las nuestras, las de un pueblo que busca de nuevo, por sí mismo, su camino. El sentIdo general de la votación es inequívoco:, los españoles no quieren ni arrastrar viejas dictaduras, ni ensayar otras frescas y de repuesto. Quieren convivir democráticamente, contar con todos, convivir sin exclusiones, articular la unidad nacional en un amplio sistema de autonomías vivaces. La voluntad de liberalismo es evidente. La preocupación social, igualmente clara. Dije hace muchos años que el liberalismo es la organización social de la libertad. Quizá España no esté muy lejos de pensar algo parecido.

22 Septiembre 1977

Las infiltraciones en el Cuarto Poder

Emilio Romero

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Como profesional de este oficio – y en auge la democracia – registro la infiltración del poder en los periódicos. También están infiltrados los partidos políticos. Cuando la prensa se dispone a ser ‘cuarto poder’ los poderes visibles e invisibles se la disputan. Ahora es cuando la prensa resulta más codiciada. La verdad es que los partidos pueden y deben tener periódicos. En la prensa estará siempre la locuacidad, y en la política o la discreción o la cautela. Lo que está claro es que el poder – como tal poder – no puede tener periódicos. Eso de la ‘prensa institucional’ me lo inventé yo para arrebatársela al Gobierno, porque si se dice que es del Estado allí se diluyen todas las cosas, ya que, al final, el Estado es una forma jurídica de la sociedad, y los que escribimos ‘somos sociedad’. La astucia me sirvió solamente para justificarme; después, el Gobierno o los Gobiernos, me arreaban estopa por todas partes. Pero si hay una prensa que dirige el Gobierno, y la impone una determinada línea ideológica y política, y ese Gobierno cambia un día por otro Gobierno que tiene una línea distinta y opuesta, aquella prensa puede enloquecer a los lectores porque será como una veleta, a merced del viento que la impulse. La prensa del Estado, dirigida por el Gobierno, es ‘contra natura’.

Otra cosa es que un determinado partido político ocupe el poder. Si antes tenía un periódico, n hay ninguna razón para que deje de tenerlo. Lo que sucedería es que antes sería un periódico de la oposición y ahora sería un periódico gubernamental. Es exactamente como el caso de la televisión. Tiene que ser del Estado – en cuanto no haya más de una – y, sin embargo, la maneja el Gobierno. Por ejemplo: ahora se ha prohibido que se hable o que intervenga Felipe González en la pequeña pantalla. Pero a lo que iba era que los tres periódicos de la mañana en Madrid tienen en sus cuadros de mando o de poder diputados o senadores regios. Esto, aunque no se quiera, condiciona lo suyo; y sobre todo en la época actual de transición a la transitoriedad. ¿Transitoriedad? Ah, sí. Yo no creo en otra cosa. Y Goethe y Aranguren, y Owen y Fueyo. Menos Julián Marías, todos. Pero, además, este condicionamiento se ve a la lega. Podría ofrecer casos concretos. Pero no lo hago a no ser que se me ponga contra la pared. Únicamente señalo que se producen querellas con los partidos en las redacciones del os periódicos y que a nivel de propiedad o de dirección se infiltra el poder o el Gobierno.

Quiero ofrecer a título de ejemplo, este caso (Y luego escribiré en las nubes sobre otros). Acaso el que más me duele porque quien lo dirige ha trabajado a mi lado muchos años, es un gran profesional y es hijo de no de los hombres a quienes yo he tenido siempre en la profesión como maestro. Me refiero a Jesús de la Serna, director de INFORMACIONES. Desde fuera le veo haciendo todos los equilibrios brillantes y honestos que se le ocurren en defensa del periódico. Pero no lo consigue. El periódico respira Suárez, y más cosas, por los cuatro costados. Y entonces empiezo a analizar, y me digo: el presidente de la Junta de Fundadores de ese periódico es Víctor de la Serna, hermanos de Jesús y que ha sido nombrado senador regio. Representando al periodismo, no. Porque no lo ejerce hace muchos años. Ha andado por el mundo diplomático exterior y es una autoridad es gastronomía. La propiedad de este periódico tiene cuatro paquetes: el Banesto, Prensa Española, los March y el Central. Pero el Banco Central es quien lo dirige económicamente y financieramente. ¡Caramba, que casualidad! El presidente del Banco Central también ha sido designado senador regio. Con dos senadores, ¿qué puede hacer Jesús de la Serna, mi inolvidable amigo y colaborador con ese periódico, que en los últimos tiempos del viejo Régimen hizo bien la contestación? Naturalmente, el Rey está lejos de todo este asunto; pero el Gobierno tiene que tentar y sober a los senadores regios, o yo me he caído de un guindo. El otro día dijo la cosa atroz de que el Rey respaldaba al Gobierno, con ocasión de su discurso de Venezuela. El Rey, por principio, no respalda a ningún Gobierno en sus avatares políticos. ¿Cómo podría respaldar el Rey el catastrófico balance político y económico del Gobierno?

Luego aparece el YA – periódico oficial desde que tengo uso de razón – con un diputado del partido del Gobierno, que es Luis Apostua, y dos senadores. Uno de ellos, Fermín Celada, es el presidente del periódico, y el otro es su cerebro vitalicio, Sánchez Agesta. José María Gil Robles, el viejo, me dijo una cosa ocurrentísima sobre el YA. La reservo para mis memorias.

Y otro director a quien admiro muy seriamente, porque es la gran revelación de este momento y que empezó igualmente a mi lado, Juan Luis Cebrián, director de EL PAÍS tiene – peligrosamente – otros dos senadores regios. Nada menos que el presidente del periódico, el hijo de Ortega y Gasset; y uno de sus cerebros fulgurantes, Julián Marías, alumno predilecto, igualmente, del filósofo Ortega. Eso no se lo salta un olímpico.

El otro caso es el de ABC. El presidente de la empresa es senador regio, Guillermo Luca de Tena. El consejero-delegado es del partido del Gobierno, y veo entre cortinas, o en el confesionario de don Torcuato, el viejo, a Antonio Fontán, presidente del Senado.

Pero todo esto, además, viene en función de alguna firma que de repente no sé quién es, y que se ha introducido por debajo de la puerta de la notoriedad. Me refiero a Abel Hernández. Es el comentarista de INFORMACIONES. Un día pregunté: “¿Quién es?” Y me dijeron: “Un cura”. ¡Vaya con el cura! Es exactamente igual que los curas de alto nivel: como resulta que tienen la verdad, dicen hoy unas cosas y mañana otras, y se quedan tan tranquilos. A este cura lo tiene agarrado Suárez y le imparte doctrina de Santo Tomás. Estoy seguro. Un día me fastidió leer al cura, y a su compañero el editorialista, cuando dijeron que todo esto era jauja. El Gobierno tenía imaginación, no pasaba nada en la economía, el orden público se correspondía con lo que es exigible en una democracia, el viaje a Europa del presidente había sido triunfal, y hasta el veraneo de Bagur, con yates, unidades navales de protección y todo eso, era lo pertinente al caso; la Constitución sería como una pastoral conciliadora, y las autonomías brillarían en toda España dejando el centralismo de Madrid reducido y ubicado al barrio de Lavapiés. Era el gozo de la Historia. Entonces me refugié en Baltasar Porcel, que había escrito un artículo antológico en DESTINO, y en Josep Meliá, que, aunque es circunvalatorio y psicodélico, ahora parece que ha vuelto a la razón y está muy bien. Bueno, me fui también a Vázquez Montalbán, que es pueñetero, sectario y grandioso – una de mis flaquezas literarias – y a Álvarez Solís, con el que coincido en muchas gentes y caminos. Entonces me quedé tranquilo.