25 febrero 2004

ERC discrepa de las palabras de Xirinacs pero se opone a la condena por considerarla desproporcionada

El sacerdote y exsenador Lluís María Xirinacs Damians, condenado a dos años de cárcel por gritar en un acto público que era ‘amigo de ETA y de su lucha’

Hechos

El 25.03.2004 D. Lluís María Xirinacs fue condenado por apología del terrorismo.

Lecturas

El sacerdote D. Luis María Xirinacs, que renunció a su ministerio para dedicarse a la política, fue uno de los símbolos para el catalanismo independentista por sus movilitaciones contra la dictadura en la etapa final del régimen y logró ser elegido senador en las cortes constituyentes, como uno de los senadores catalanes más votados. Ya como senador había declarado que ‘comprendía’ el terrorismo de ETA.

La sentencia declara probado que el Sr. Xirinacs el 11 de septiembre de 2002 participó en un acto en el Fossar de Les Moreres de Barcelona, convocado por la Comissió 25º aniversari del Fossar y que, ante unas 150 personas, dijo: «Hace 25 años que asesinaron la Asamblea de Cataluña. Es importantísimo; era nuestra ETA». «Yo me siento en este momento con los pies asentados encima de huesos de terroristas, aquella gente defendió por las armas Cataluña y los países catalanes porque también(…) los franceses trataban de terroristas a los argelinos que luchaban por Argelia y Argelia los ha hecho héroes. Nosotros, éstos que están enterrados aquí, son nuestros héroes, y si ellos se empeñan en decir que son terroristas, entonces somos terroristas». «Por si hay policías o fiscales, me declaro amigo de ETA y de Herri Batasuna».

El Sr. Xirinacs no compareció al juicio en ningún momento, por lo que fue juzgado en ausencia y, a pesar de la condena, está no sé ejecutó.

En octubre de 2005 cuando el Sr. Xirinacs acudió a renovarse el DNI en la comisaría de Ciutat Vella, en la calle Nou de la Rambla,  se comprobó la condena  judicial dictada contra él y fue entonces cuando fue detenido y encarcelado por unos meses.

Las palabras por las que fue condenado:

«Gandhi decía que el no violento no puede tratar con neutralidad a las partes de un conflicto violento: el agresor es el enemigo, el agredido es el amigo, aunque sea violento. Yo he intentado toda la vida luchar por la vía no violenta. Sin embargo declaro aquí y lo digo bien alto por si me escucha algún policía o fiscal: me declaro enemigo del Estado español y amigo de ETA y de Batasuna. (…) Y además, con estilos diferentes. ETA, como está en guerra, mata, pero no arranca uñas. Yo he estado en prisión con gente de ETA con las uñas arrancadas. ETA mata pero no tortura. En cambio Lasa y Zabala murieron torturados. ETA, cuando tira una bomba en un lugar que puede herir a gente que no son militares o que no estén relacionados con los opresores avisa. ¿Sabéis lo que cuesta robar la dinamita, pagarla, transportarla, colocarla, y encima cuando tienen todo a punto, avisa que la desactiven? ¿Por qué hace esto? Lo hace porque aún conserva un poco de nobleza del estilo de Ginebra, y la conserva porque los otros no la han maleado más. ¿Por qué lleva la gente de ETA una vida de ratas, de escondidos, de cloacas, perseguidos? No pueden tener novias, no pueden tener hijos, no pueden ir al cine, no pueden tener nada, y si a veces hieren a algún inocente, no es su voluntad». (Sr. Xirinacs, 11-09-2002)

14 Septiembre 2002

Tonto y malo

Alfonso Ussía

Leer

Se las dio de pacifista y los marmolillos lo elevaron a la altura del «Ghandi» catalán. Fue senador independiente en el período constituyente y defendió un paquete de enmiendas que producían carcajadas interminables. Mosén Xirinacs era el senador Lluis M. Xirinacs, y se le trataba como el tontito parlamentario. El preámbulo de su Constitución decía: «Los pueblos soberanos de Andalucía, Aragón, Asturias, Canarias, Euskadi, Galicia, Países Castellanos y Països Catalans, con el propósito de dar un ordenamiento justo y democrático a su vida política conjunta, han acordado la presente Constitución de una Confederación Española». En la Constitución de Xirinacs desaparecían las Fuerzas Armadas, la bandera era la republicana, el idioma español sólo era objeto de atención cultural en «algunos de los Estados confederados» y el Jefe del Estado, un presidente de la República confederal.

Con un sólo voto a favor en cada una de sus enmiendas, Xirinacs no consiguió sacar adelante su proyecto. Pero un sector de la prensa, el más proclive al vetusto rojerío, tenía a Xirinacs como ídolo de la resistencia y del pacifismo inmaculado. Afortunadamente desapareció en las siguientes elecciones y de Xirinacs nada más se supo, porque tampoco era cosa de seguir sus pasos. Los tontos no dejan huella, y Xirinacs se esfumó. Pero ha vuelto.

Su retorno ha sido de tonto, pero no tan bondadoso y pacifista. Ha intervenido en uno de los muchos actos que se celebran con motivo de la «Diada» y ha roto en lo que siempre fue, un resentido, un iluminado, un farsante y un miserable. Se declaró con orgullo «amigo de ETA y de Batasuna», de las que manifestó sentirse siempre «a su lado». Y justificó sus simpatías porque «ETA no tortura, y aunque ponga bombas, siempre avisa, como en Hipercor».

Ignoro la reacción de los secuestrados por la ETA que sobrevivieron a la tortura. Si yo fuera Ortega Lara, o Delclaux, o Iglesias Zamora, o un familiar de Diego Prado, por recordar cuatro casos concretos, ya habría visitado al Juez de Guardia o enviado una carta al Fiscal. E ignoro la reacción de los familiares de los mil asesinados por la ETA mediante disparos en la nuca o bombas avisadas o sin avisar, pero no cejaría hasta ver al canalla de Xirinacs ofreciendo sus explicaciones a la Justicia. E ignoro la reacción de los centenares de heridos y mutilados en atentados con explosivos, avisados o sin avisar, que han resignado sus futuros a la limitación física, el dolor anímico y la humillación ante la barbarie, pero si uno de ellos fuera, no dormiría tranquilo hasta saber que el forajido imbécil, el «Ghandi» catalán, el cabrito del mosén, pagaba ante la Ley una tras una sus cínicas palabras y apologías terroristas. Y si fuera uno de los muchos periodistas, comentaristas y opinantes que defendieron y apoyaron a semejante cretino, abandonaría inmediatamente la actividad profesional para dedicarme a la jardinería, que es oficio de penitente amnistía por el contacto con el prodigio de la naturaleza. Pero no lo harán, porque la mala memoria histórica de los españoles se basa, principalmente, en la mala memoria de los que escriben y hablan, y ellos mismos se escudan en el olvido para no verse en la obligación de avergonzarse en público y pedir las excusas precisas a una sociedad que tuvieron engañada.

No es mi caso con el necio malvado de Xirinacs. Ha sucedido que ignoraba su miseria humana, moral y ética. También he errado y pido perdón. Creía que sólo era tonto, un tonto más, un memo local. No intuí que detrás de esa necedad existiera tanto resentimiento y tan desmesurada vileza.

15 Septiembre 2002

Los Fantasmas

Jaime Campmany

Leer

ECÍAMOS ayer que la pasarela está poblada de fantasmas. No sólo la pasarela. Desde hace unos días, me encuentro rodeado de fantasmas como si viviera en un viejo castillo inglés. Igual que sucede en otros oficios y dignidades, también entre los fantasmas los hay benéficos y letíficos, reconfortantes a veces, y al contrario, fantasmas malignos y agresivos, que vagan eternamente infelices y torpes purgando sus crímenes.

Me visitó la otra noche, al hilo de su aniversario, el fantasma adorable de Marilyn Monroe, que iba arrastrando unas cadenas de oro, las mismas que arrastraba en su vida desgraciada y brillante, esclava de su propia y simbólica belleza. Marilyn traía la sábana plisada con primor, y un soplo intermitente de viento la alzaba, compasivo, hasta las ingles de manzana del paraíso.

Por sus piernas la conoceréis. Ella estaba elevada en el aire, algo más por encima de mi cama, quizá porque la tentación vive arriba.

El fantasma de Marilyn, os lo aseguro, es un fantasma inquietante y desestabilizador. En cambio, cuando se me aparece el fantasma de Grace Kelly, la noche se serena y viste de hermosura y luz no usada como si sonase la música de Salinas. El fantasma de Grace Kelly es un fantasma de belleza recatada y paciente, un poco provinciano y de señorita pudorosa educada en colegio de monjas. En cambio, luego, cuando ya se le gana un poco de confianza, pone una sonrisa entreverada de picardía y resignada a aquello que Dios ha puesto en las leyes de la naturaleza. Ella sabía que era la única princesa posible del cinema y se casó mansamente con Rainiero.

Y luego llegó el fantasma de Ava Gardner, el ejemplar más bello del reino animal, mineral y vegetal. Más bella que el cisne, y que el cristal de roca, más bella que la rosa y más cachonda que la magnolia, que se abre del todo, blanca y olorosa hasta el mareo y casi la muerte. Hemingway la llevaba a la cama desde la barra del Harry´s Bar de Venecia, no para cubrirla sino para acostarla mientras Baco reía, y Venus se miraba en ella como en un espejo, y Zeus, padre de los dioses, la tomaba para él, unas veces en forma de Luis Miguel Dominguín, o del camarero de la planta del hotel, o del espíritu del vino o en forma de delírium trémens.

Y de pronto, coño, maldita sea, Xirinacs. Este Xirinacs poliédrico, sotanosaurio, rebotado, hereje, que fue senador como el caballo de Calígula, y con todas las erres además de la de su apellido. Era federalista, separatista, republicano, rojo, cabrito y gilipollas. Ha reaparecido en Cataluña, fantasmal, draculiano, jardeliano, habitante de la casa deshabitada y acompañado excepcionalmente de otros fantasmas, como el fantasma equivocado de Sancho III el Mayor, y como ese Carod-Rovira, todos con los etarras.

Y yo, a esperar las próximas visitas de Marylin, de Grace, de Ava. Dios las bendiga.

27 Marzo 2004

La sentencia contra Xirinacs

Pilar Rahola

Leer

Como bien deben saber los que me leen con asiduidad, no comparto ni las simpatías, ni el análisis, ni los amigos que dice tener Lluís Maria Xirinacs. Cuando tuve la oportunidad, siendo diputada, de hacer algún gesto simbólico inequívoco -el pasado jueves me lo recordaba un conocido diputado socialista-, lo hice en el Congreso, sin dudarlo. Acababa de hablar Jon Idígoras sobre derechos humanos en una combativa alocución. Y yo, que le seguía en el uso de la palabra, le recordé que no estaba bien situado para hacer este tipo de denuncias. Ni moral, ni políticamente. Nunca me he confundido de amigos ni de aliados en este punto crucial de la cultura democrática, y soy de los que piensan que un terrorista no es un colega violento, ni una especie de patriota de camino equivocado, sino que es un totalitario. Cuando alguien llega a la conclusión de que sus ideas le permiten matar a otros seres humanos, sus ideas ya no valen nada. El terror mata personas, pero también mata las causas que dice defender, las ideas que dicen avalarlo, las patrias por las que dice luchar. Si alguna cosa está clara en estos tiempos confusos y desconcertantes, es que los principios heredados de la Ilustración son vigentes, más necesarios que nunca y hasta modernos. Especialmente teniendo en cuenta que muchas de las ideologías que nos acongojan caminan velozmente hacia la antimodernidad. No. No creo que podamos jugar con los derechos fundamentales como si fueran una vulgar goma de mascar, y por eso mismo no creo que existan dictadores buenos o malos -en función de las ideologías-, abusos de la libertad ni maldades necesarias. Como es evidente, la estrategia del terror sólo me parece una forma de imposición totalitaria, de corte nihilista -asume la naturalidad de matar- y enemiga de todo principio moral que yo pueda amar.

De manera que, a diferencia de Xirinacs, nunca me he sentido ni amiga de ETA, ni de nadie que avale, justifique o defienda el terrorismo. Allá cada cual con los amigos que se busca. Aun estando en los antípodas de sus gustos fraternales, me parece un escándalo la sentencia de dos años de cárcel que acaban de imponerle. Por diversos motivos, algunos de los cuales tienen que ver con el doble rasero que se gasta la justicia en función de a quién o qué se juzga. «Apología del terrorismo», le ha caído al venerable ex cura, antaño nuestro monumento humano gandhiano, apostado, impertérrito, ante las puertas de la Modelo. No diré que Xirinacs fuera un símbolo histórico, porque ese concepto me apura bastante. Pero, en todo caso, fue un referente sentimental, incluso moral, de una época, y eso, en un país sin memoria ni ganas de tenerla, no es poco. Me dirán que las bondades del pasado no eximen a nadie de los errores del presente. Sin duda. Pero el concepto de apología del terrorismo fue creado, supongo, no para luchar contra los que practican amistades peligrosas, más o menos melodramáticas, sino para quienes animan a matar, crean logística al respecto y defienden públicamente la necesidad de hacerlo. Si Xirinacs dice que es amigo de ETA, fundamentalmente lo que hace es practicar una pública, sonora y notoria apología de la imbecilidad, pero ni ha empuñado una arma, ni ha pedido que la empuñen, ni ha defendido la necesidad de hacerlo. No se trata de un matiz, lo que planteo, sino de un abismo conceptual. ¿Hace apología de la violencia de sexo alguien que dice ser amigo de un maltratador? ¿Y hace apología del asesinato quien se enamora de un asesino en serie? Por lo primero, desde mi punto de vista, la sentencia es un abuso bastante burdo del espíritu por el que fue creado el delito. Si empezamos a sentenciar en función de los amores destructivos que cada cual practica, tendremos espectáculo para rato… Vayan pasando…

Pero hay más cosas; por ejemplo, el doble rasero. El doble rasero de un país que no ha juzgado ni a un solo represor franquista. Un país donde un presidente autonómico firmó, en sus años mozos de amistad generalísima, alguna pequeña sentencia de muerte, y aún está por ahí dando lecciones al respetable. Un país que mató dos veces a sus víctimas, en la guerra y en el olvido, y que aún no ha restituido la memoria de los asesinados por el régimen. Ese país, el mismo donde una fundación que recibe fondos públicos defiende la bondad del «Alzamiento nacional», cuyas consecuencias en miles de muertos todos conocemos. El mismo que deja cabalgar a sus anchas a unos cuantos nazis de nada, juventudes racistas de Sabadell incluidas. Recuerdo que un día, en un antiguo reportaje de Antena 3, un líder de extrema derecha dijo lo siguiente: «Si Cataluña consolida el proceso de independencia, mataremos a sus líderes». Llamé al fiscal de entonces para pedirle algún tipo de acción por apología -ésa sí- de la violencia. Aún estoy esperando… Ese país, ese que siempre ha sido permisivo con según que tipo de extremistas, resulta que considera al pobre Xirinacs un apologista del terrorismo. Pero Fraga, que habló de mandar la Brunete a Euskadi si Ibarretxe avanzaba en su plan, es un servidor de la patria…

Joan Barril hablaba, también, de la libertad de expresión. No lo repito por obvio. Pero me quedo con este último concepto. La sentencia contra Xirinacs es una vergüenza también desde la perspectiva de la libertad. Más allá de sus pésimos gustos fraternales, este hombre no sólo no es un peligro para la democracia, sino que la democracia tiene que garantizar su derecho a estar, a hablar y hasta a equivocarse de amigos. El delincuente es el que comete un delito y Xirinacs no es un delincuente. Xirinacs es sólo, y con todo el derecho, un radical.