17 enero 2000

Frei ya había ocupado la presidencia en el periodo (1994-1999)

Elecciones Chile 2010 – El candidato de la derecha, Sebastián Piñera, derrota al democristiano Eduardo Frei, de la ‘Concertación’

Hechos

El 17.01.2000 se celebró la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Chile.

Lecturas

El 18 de enero de 2010 la segunda vuelta de las elecciones presidenciales Chile dan el triunfo al candidato de la derecha, Sebastián Piñera, en lo que supone la derrota de La Concertación, la coalición formada por la izquierda y la Democracia Cristiana que lleva en el poder desde la llegada de la democracia en Chile en 1989. Primero con Patricio Alwyn, luego con Eduardo Frei Ruiz-Tagle, después con Ricardo Lagos y, finalmente, con Michelle Bachelet, que ahora cederá el testigo al derechista Piñera.

Estas elecciones presidenciales han sido el tercer intento de Sebastián Piñera por acceder a la presidencia de Chile. Piñera ha derrotado al candidato de La Concertación Eduardo Frei Ruiz-Tagle que ya fue presidente de Chile en el periodo 1994-2000.

pinera_mercurio2010

16 Diciembre 2009

La Concertación vacila

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

Leer
La derrota del centro-izquierda en las presidenciales chilenas se dirime en enero

Un cuasi ganador, un cuasi derrotado y un tercero en discordia, del que se dice que puede dar la victoria a uno u otro en las elecciones presidenciales chilenas, sin que nada fundamental vaya a cambiar en ninguno de los casos. El candidato derechista, Sebastián Piñera, ganó el domingo holgada pero insuficientemente la primera vuelta con un 44% de sufragios, contra el 30% escaso del candidato de la Concertación -centro-izquierda-, el democristiano y ex presidente Eduardo Frei. El disidente socialista -y de la Concertación- Marco Enríquez-Ominami consiguió un 20% de los votos, que en teoría restó a Frei, pero que podrían devolverle la vida en segunda vuelta, si fuera posible sumarlos a los suyos.

A eso se van a dedicar las dos grandes coaliciones de aquí al 17 de enero en que Chile votará definitivamente presidente: a pescar y seducir a los votantes de esa tercera fuerza. Y aunque la aritmética no engañe, esta vez puede que sí lo haga, porque el voto a Ominami rechaza a la vez a Frei y a Piñera, con lo que nadie sabe cuál puede ser su destino.

Lo importante de las elecciones chilenas es que, aunque se trate de la primera derrota de la Concertación desde que llegara al poder en 1990, y esta derrota se ratifique en la segunda vuelta, las cosas no cambiarían por ello demasiado.

Piñera ha asegurado que seguiría con la política económica de la presidenta saliente, la socialista Michelle Bachelet, que deja el poder con tasas de aceptación estratosféricas. Y eso en sí mismo ya dice mucho sobre el votante chileno, que se pirra por una mandataria socialista, pero que vota inicialmente a la derecha para sucederla; y que puede favorecer en la Cámara baja a la coalición de Piñera, sin por ello dejar de sostener una mayoría alternativa en el Senado. Es un votante, el del país más rico y estable de América Latina, que quiere que las caras se aireen un poco después de dos décadas de variaciones sobre el mismo terreno; pero también que lo fundamental, la prosperidad, siga como está.

Ése es el éxito por el que, a los 20 años del restablecimiento de la democracia, tras la dictadura de Pinochet, hay que felicitar a la Concertación. El inicio de una alternancia de gobierno sólo confirmaría hoy lo bien que esa coalición ha hecho las cosas. Algo que está en la base de la invitación formal que acaba de hacer la OCDE para que Chile se incorpore a sus filas a partir del año próximo.

18 Enero 2010

Ahora sí, el fin de la Transición

John Müller

Leer

Sebastián Piñera logró anoche su objetivo: convertirse en presidente de Chile. Lo hizo con una votación muy ajustada de un colegio electoral que padece un déficit de representatividad enorme (casi tres millones de jóvenes no pueden votar al no haber cumplido el trámite formal de inscribirse) y cuyos integrantes son prácticamente los mismos que resolvieron el dilema democracia o dictadura en el plebiscito de 1988 que acabó con la dictadura del general Augusto Pinochet.

Entonces, en octubre de 1988 se inició la transición a la democracia en Chile, un proceso en el que España ha estado profundamente implicada, alentando, entre otras cosas, inversiones multimillonarias. Ahora, después de que cuatro gobiernos democráticos anunciaran el fin de su transición (sin que fuera del todo cierto), parece que el ciclo se ha cerrado con la victoria de Piñera.

The Daily Telegraph lo bautizó como «el Berlusconi chileno» porque Piñera es rico y posee un canal de televisión. Es cierto, Piñera y Berlusconi están habituados a la acción ejecutiva y al ucase más que a la moderación del pacto político. Pero ahí acaban las similitudes.

Piñera ha logrado llevar a la derecha chilena al poder después de 20 años. Para ello ha tenido que convencer a los electores de que su alianza ya no es una coalición golpista dispuesta a justificar que se mate o torture a la otra mitad del país. Como prueba de la blancura de sus intenciones, Piñera se acercó al Partido Popular español y aunque éste le atendió con cortesía, no pudo obviar el hecho de que el rival de Piñera, el democristaino Eduardo Frei, forma parte de la misma Internacional que el PP. El único que se desmarcó de la ambivalencia popular fue José María Aznar, que apoyó sin ambages al empresario.

Los apoyos de Piñera son muy heterogéneos: hay liberales, conservadores tradicionalistas, miembros de sectas católicas, neoliberales, clases medias y sectores populares. Pero eso, ahora, carece de importancia. Las cosas irán como la seda en su alianza en los próximos meses aunque Piñera apenas tenga una frágil ventaja parlamentaria en la Cámara de Diputados y el Senado. Su desafío, sin embargo, no es menor: debe demostrar que la derecha chilena es capaz de gobernar ciñéndose al orden democrático, cosa que no ha hecho en Chile desde hace 51 años.

Más complicado lo tendrá la Concertación, la coalición que gobernaba con la socialista Michelle Bachelet, que se despide del poder tras 20 años. Un síntoma de su división fue el surgimiento de la candidatura del socialista Marco Enrique Ominami, un tipo joven y fresco que puso en evidencia que la alianza de socialistas y democristianos había caducado por ser incapaz de renovarse.

Anoche, la justificación favorita de los derrotados era que el progreso que la Concertación dio a Chile en 20 años era de tal magnitud que los chilenos han cambiado y sus líderes han sido incapaces de interpretarlos. Un magro consuelo, algo hueco en el fondo, para gente que se olvidó hace ya mucho tiempo del frío que se pasa en la oposición.

19 Enero 2010

Chile 1964-2010

Luis María Anson

Leer

Fui enviado especial del ABC verdadero en las elecciones chilenas de 1964. Eduardo Frei, padre, apoyado por la derecha en pleno, derrotó a Salvador Allende. La democracia chilena no quería el sello de la derecha. Seis años después prefirió apoyar para la investidura al candidato socialista, Allende, que al conservador Alessandri. El tórpido Gobierno de Allende, atizado por Fidel Castro, respaldado por la Unión Soviética, en convivencia profunda con el comunismo chileno, sumió al país en la miseria. El 11 de septiembre de 1973 se produjo el inadmisible golpe de Estado de Pinochet al que varios sectores chilenos llamaron como a médico de urgencia para sanar una situación extrema y se quedó como médico de cabecera. Su dictadura fue atroz. Inauguré yo la sede de la agencia Efe en Santiago y lo hice tomando del brazo a mi amiga Matilde Urrutia, viuda de Pablo Neruda. Cuando afirmé que «a una nación más le vale tener periódicos libres aún sin Gobierno que un Gobierno sin periódicos libres», el general que había enviado la dictadura al acto se retiró airadísimo. He leído, en fin, muchos libros de aquel periodo y hay uno excepcional que sobresale entre todos: Yo, Augusto, de Ernesto Ekaizer. He viajado en 17 ocasiones a Chile y puedo atestiguar la sagacidad y la veracidad del gran escritor.

En 1964, las elecciones chilenas me dieron ocasión de conocer a las dos personas más interesantes que había en Chile: Pablo Neruda, con el que entablé una amistad que duró hasta su muerte; y María Angélica Bulnes, la más bella e inteligente de las mujeres chilenas, por la que mantengo mi devoción y mi admiración. También conocí a Eduardo Frei. Le hice una extensa entrevista en su chalecito de Santiago y me sorprendió su biblioteca llena de libros de la colección Austral y las acotaciones y recuerdos personales de Juan Ramón Jiménez. Frei había vivido en la España de los años 20.

Chile superó la dictadura de Pinochet y regresó a la democracia. Cuba no lo ha conseguido y la pesadilla del tirano Castro sigue zarandeando al pueblo de aquella isla privilegiada que vive desde hace 50 años bajo el totalitarismo comunista y en la miseria.

El péndulo chileno, disparado hacia la izquierda como reacción a las atrocidades de Pinochet, osciló el domingo democráticamente hacia las posiciones de centro derecha, mayoritarias en la sociedad chilena, entre otras cosas porque la izquierda ha gobernado gracias al síndrome de Estocolmo de la democracia-cristiana.

Salvo la pirueta pinochetista, activada por la tentación comunista de la gestión de Allende, Chile ha sido siempre el país más libre, más demócrata, más estable y organizado de Iberoamérica. Dispone de una minoría intelectual de primer orden y no es casualidad que pueda exhibir en letras a dos Premios Nobel, uno de ellos la única mujer en lengua española, Gabriela Mistral, impregnada de lesbianismo por su relación con Doris Dana. El otro, Pablo Neruda, es el mejor poeta de la historia de la Literatura en nuestro idioma, después de San Juan de la Cruz.

Difícil saber cómo lo hará este líder carismático Sebastián Piñera, que se ha alzado airosamente con el triunfo. Pero si hubiera que apostar, me atrevo a decir, desde el conocimiento y la experiencia de la realidad chilena, que triunfará ampliamente y que al pueblo de aquel querido país le esperan muchos días de libertad y prosperidad.

Luis María Anson

05 Marzo 2010

La hora de Piñera

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

Leer
La reconstrucción de Chile pondrá a prueba la capacidad de gestión del presidente electo

El terremoto y posterior maremoto de la madrugada del sábado pasado interrumpió de manera dramática el sueño de miles chilenos e irrumpió en el proceso de transición entre el Gobierno saliente de Michelle Bachelet y el del liberal-conservador de Sebastián Piñera. Chile aspiraba, de la mano de Sebastián Piñera, a seguir escalando puestos en la economía mundial (ahora ocupa el lugar 45 y la renta per cápita más alta de América Latina). Ése era el proyecto del hombre que ha batido en las urnas a la Concertación, la coalición de izquierdas que ha gobernado en los últimos 20 años, y que dejaba la credibilidad internacional de Chile y las arcas del Estado en la mejor posición para conseguirlo. Ahora, tras la devastación causada por el cataclismo, Sebastián Piñera ha tenido que cambiar su programa de gobierno, que dedicará casi por entero a la reconstrucción del país. Empresario de éxito, tiene fama de buen gestor. Este nuevo empeño pondrá a prueba su capacidad y será crucial para amortiguar el freno que el terremoto va a suponer para el desarrollo económico y social del país.

El temblor de tierra con epicentro en Concepción es una profunda sacudida para Chile. Para empezar, el terremoto y el maremoto pusieron al descubierto debilidades, como el error de la Marina de no prever el maremotolo que inmediatamente admitió, o la precariedad de las comunicaciones. Debilidades que los gobernantes tendrán que reparar. Pero la dimensión de la devastación obligará al nuevo Gobierno a desviar muchos recursos hacia la reconstrucción de infraestructuras. La política social acometida por la Concertación y, muy especialmente, por el Gobierno de Michelle Bachelet, puede ser la primera gran víctima del seísmo en el terreno presupuestario. Piñera no tenía intención de echar por la borda las conquistas sociales y era muy probable que hubiera mantenido una política continuista. Ahora, el país que recibe es otro y las prioridades, distintas.

Su Gobierno tendrá que devolver a Chile la confianza en sí mismo para superar las debilidades ahora detectadas y recuperar a medio plazo el impulso del país, lo que además de gestión le exigirá liderazgo. El éxito de su mandato de cuatro años, improrrogable, puede alumbrar ese nuevo modelo conservador para América Latina por el que optaron los chilenos. Este país marcaría así la deseable alternancia entre dos modelos moderados, alternativos ambos al neocaudillismo populista del continente.

El jueves, la todavía presidenta de la República Michelle Bachelet abandona el cargo con más de un 80% de popularidad. Este duro embate de la naturaleza ha castigado severamente a Chile y es la despedida más amarga que podía esperar una mandataria de su talla. Pero hasta el momento, todos los indicios son positivos. La carrera política de Bachelet no está en cuestión y Chile está dando muestras de ser capaz de salir airosa del desafío.

12 Marzo 2010

Levantar Chile

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

Leer

Sebastián Piñera tiene una hercúlea tarea por delante. El terremoto, los terremotos, van a marcar definitivamente, mucho más que su adscripción ideológica, su etapa al frente del Chile heredado de Michelle Bachelet. El multimillonario candidato vencedor en la segunda vuelta de las presidenciales pensaba hasta hace dos semanas orientar su mandato a combatir la recesión, impulsar un millón de puestos de trabajo y alcanzar un 6% de crecimiento anual. El presidente que ayer tomó posesión austeramente en la ciudad costera de Valparaíso, mientras la tierra volvía a temblar y aterrorizaba a sus compatriotas en la zona central del país, tiene ya como único objetivo intentar poner de nuevo en pie a un Chile maltrecho -sus casas, sus puertos y sus carreteras, su campo y sus fábricas- por la devastadora sucesión de seísmos desde el 27 de febrero. Los chilenos van a necesitar también recomponer la imagen que tienen de sí mismos, como pueblo amante de la legalidad, sacudida también por los episodios de pillaje y vandalismo que han forzado la intervención del Ejército en las calles por primera vez desde que retornara la democracia, en 1990.

Piñera, un empresario conservador cuyo mandato supone el regreso de la derecha a La Moneda tras más de medio siglo, no ha conseguido convencer a sus adversarios de centro-izquierda para que se incorporen a un Gobierno de unidad nacional. Sólo un ministro democristiano, en Defensa, forma parte de un Ejecutivo de marcado perfil empresarial y técnico. Ese Gabinete tiene por delante la misión urgente de atender a dos millones de damnificados y reparar una ingente destrucción material. Reconstruir Chile va a ser lento, difícil y caro. El país merece que la Concertación haga buena su promesa de ejercer una oposición responsable. La pertenencia de unos y otros políticos a un superior proyecto común es lo que Chile más necesita en esta hora.