27 mayo 2010

El escritor gallego consideró que en un artículo de Félix de Azúa parodiando los distintos tópicos de cada país al escribir sus novelas aludía de forma despectiva a una de sus obras más célebres

Encontronazo entre Manuel Rivas y Félix de Azúa a cuento de ‘La Lengua de las Mariposas’

Hechos

El 28.05.2010 D. Manuel Rivas mandó una carta al director de EL PAÍS respondiendo al artículo que había publicado al día anterior en su periódico D. Félix de Azua.

27 Mayo 2010

La novela europea o un baile de disfraces

Félix de Azúa

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En la novela española ha de aparecer un comisario que entra en su hogar gritando: "¡Soy un cerdo franquista" o bien un maestro que habla con un niñito adorable y le dice: "Como soy un maestro republicano voy a mostrarte las virtudes de la democracia mediante las mariposas".

Cada país produce su propia atmósfera literaria. Es impensable, aunque las haya, una novela de Italia ahogada por la lluvia y cubierta de espesa tiniebla; sería una grosería. En las novelas italianas ha de sonar un fondo de mandolina, tienen que corretear adolescentes semidesnudos por la playa y el relato ha de culminar con la deshonra de alguna mujer madura que ha cuidado en exceso su virginidad. La Italia gélida, tenebrosa, batida por el maléfico Boreas queda circunscrita a la escuela socialista milanesa y algún desusado triestino.

La agotadora variedad sociogeográfica de Francia, capaz de acoger la penuria bretona, la holgazanería provenzal y la pomposa futilidad parisina, no impone un decorado, pero sí un refinamiento formal inevitable. La novela a la francesa ha de tener un componente estilístico de alto copete, ha de mostrar con toda probidad que el autor es muy inteligente, o por lo menos ingenioso, ya que no hay modo de traducir la palabra esprit. Otra condición sin la cual no puede reclamar respeto es que haya leído a Barthes.

Los ingleses, por el contrario, detestan mostrarse en lo que escriben y seguramente por eso las autobiografías inglesas son las más impúdicas. Tantos años ocultándose tras una prosa sobria, elegante, escéptica, distanciada, llega un momento que provoca un desmelene glorioso. Lo que más teme un escritor inglés es que le confundan con un intelectual francés, raza por la que siente mayor aversión, si cabe, que contra los gritones turistas sureños. En una novela a la inglesa hemos de ir descubriendo muy poco a poco que el personaje que parecía imbécil es, en realidad, el único inteligente, aunque el final del relato nos devolverá a nuestra primitiva consideración.

Hay sin duda una novela rusa con personajes que lloran desolados mientras sus madres tratan de cubrirlos con un mísero gabán de la II Guerra Mundial para que no mueran congelados en medio de la nieve rodeados de botellas de vodka vacías, pero es un género en desuso que va siendo sustituido por la novela de agentes secretos al servicio de cinco países (Estados Unidos, China, Italia, Rusia y Panamá), la de mafiosos georgianos que son, en realidad, los dueños de San Pedro del Vaticano, o la de humoristas aldeanos a quienes Dios se les aparece bajo el aspecto de un reno con chistera. Esto ha hecho casi indistinguibles la novela rusa y la norteamericana, por lo que las dejamos de lado.

La más entera, sin embargo, la más sólida, como no podía ser menos dada su escasa aportación al género, es la novela alemana. En ella hace un frío que congela las arterias y la bruma impide ver más allá de dos mesiguientetros, pero no hay que decirlo. El protagonista vive rodeado de vecinos que parecen gente amable y aburrida, pero a lo largo del relato iremos constatando que uno está reconstruyendo la Baader-Meinhoff, otro llevó el negocio de jabones de Auschwitz y una cuarta ha escrito una tesis doctoral sobre los fundamentos matemáticos de la torta Sacher.

Los modelos europeos se han ido mineralizando en los dos últimos siglos con la humildad del carbono y en estos momentos no hay un solo inglés que escriba novelas inglesas (escribe novelas italianas, como las de Martin Amis), ningún ruso que no esté escribiendo novelas inglesas, los suecos escriben como suizos, etcétera. Todos menos los franceses, los cuales siguen escribiendo novelas francesas.

¿Y los españoles?, se habrá preguntado más de uno. En la novela española mineralizada ha de aparecer un comisario que entra en su hogar gritando: «¡Soy un cerdo franquista y ahora mismo voy a someter a mi mujer a violencia de género!». O bien un maestro de pueblo que habla con un niñito adorable y le dice: «Como soy un maestro republicano voy a mostrarte las virtudes de la democracia y el humanismo mediante el bello ejemplo de las mariposas». Este modelo tiene variantes, el comisario puede ser un empresario neocon del PP que por las noches se disfraza de obispo afro, o bien el maestro es un transexual gaditano que salva a un niñito adorable de la lujuria del párroco. El modelo, es bien sabido, se encuentra en estado catatónico.

Debe remarcarse, sin embargo, que justamente por tener una historia de la novela tan machacona, los escritores españoles se han ido especializando en novela extranjera y en la actualidad producen cada vez mejores ejemplos de literatura foránea, hasta el punto de que se da el efecto contrario y ahora son los escritores ingleses quienes imitan perfectas novelas inglesas escritas por españoles.

Como solo voy a mencionar amigos íntimos me permito poner algunos ejemplos con la certeza de que no van a apreciar el menor asomo de ironía en mis palabras, sino tan solo reconocimiento y afecto. Así, por comenzar con la novela francesa, ¿acaso algún francés puede mejorar las de Vila Matas o las de Molina Foix? Lo mismo debo decir de Javier Marías y Eduardo Mendoza, cuyas novelas vienen siendo copiadas por los ingleses para desesperación de Paco Umbral, que lo ve todo desde el Cielo e intercambia pareceres con Pérez Galdós. «¡Cómo nos luce el pelo, don Francisco! ¡Aquella prosa suya tan rica en matices y en timbres sonóricos!», dice Galdós. «Pues ya lo ve, don Benito, de esto no sale una Fortunata, ni por decir una Jacinta!», responde Umbral deslizando el pulgar por sobre el grueso volumen de Tu rostro mañana.

La novela italiana debemos reconocer que es ahora un producto que se trabaja exclusivamente en las islas Baleares, con la excepción de la novela triestina tan bien defendida por José Ángel González Sainz, el cual no en vano se ha ido a vivir a aquel apartado puerto del Adriático a jugar a las tabas en un polvoriento café con Claudio Magris, quien no solo le plagia sino que le hace pagar las consumiciones.

Bien, podría seguir, pero todo lo anterior es un engaño. Un Mac Guffin.Una distracción artera destinada a retener la atención del lector con trucos baratos, para llegar a la parte seria del artículo que es un peán del que para mí es ahora el más destacado de los novelistas jóvenes, pero yo me acabo de enterar. Hablo de Patricio Pron, cuyo El comienzo de la primavera es una obra maestra. He utilizado un torpe artificio para ensalzar esta densa y perfecta novela porque no quería mancillar su lectura y creo que lo más resumido sería decir que se trata de una novela alemana en su sentido más noble. Lo cual, en la tradición española, es un hápax.

Si ahora añado que Pron está a la altura del mejor Sebald, del primer Hanke, que se tutea con Bernhard o que ha superado a la Jelinek, no me van a creer, de ahí el tono bufo del artículo, mera cobardía. Y, sin embargo, es cierto. Tan cierto que me ha parecido de justicia afirmarlo en público a la manera del sacamuelas que junta a la clientela para vender jarabe. Un excelente jarabe porque la historia que cuenta Pron es sobrecogedora y forma un tejido muy bien trabado en el que un indagador persigue por media Alemania la huidiza figura de un filósofo discípulo de Heidegger, hasta que la persecución del hombre se convierte en una persecución del concepto y nos deslizamos de la emoción a la reflexión sobre esa frágil sustancia que nos permite creer que somos algo y que los demás pueden llegar a conocerlo. Al final, sin embargo, solo somos una vieja fotografía de la que nadie guarda memoria.

No hay mayor placer que saludar a un joven maestro y decirle «¡Salve! Ahora nos toca aprender de ti». El segundo mayor placer es aprender de los jóvenes.

28 Mayo 2010

Azúa y las mariposas

Manuel Rivas

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Ignoro qué tipo de desesperación cínica puede haber llevado a Félix de Azúa a poner como ejemplo de «novela mineralizada española» mi obra La lengua de las mariposas, en su artículo La novela europea o un baile de disfraces, publicado en EL PAÍS el 27 de mayo.

Para empezar, lamento informarle de que no se trata de una novela, ni siquiera breve, sino de un relato incluido en el libro titulado en castellano ¿Qué me quieres, amor? (1995), que reúne otros 15 cuentos donde no figuran ningún maestro republicano, ningún niño adorable ni las mariposas que tanto parecen incomodarle. Hay incluso uno muy irónico, que me permito recomendarle, titulado La llegada de la sabiduría con el tiempo. Aprovecho para comunicarle que en mi última novela, con excelente acogida en Inglaterra (Books burn badly) y Francia (L’Éclat dans l’Abime), aparecen una ballena, una nube de estorninos, luciérnagas y alguna cocinella septempunctata. Me pongo a su disposición para documentarle sin la molestia de leer y poder escribir de modo tan inflalible («se dice de lo que infla sin miedo a errar», en Elucidario, de Gonzalo Navaza).

31 Mayo 2010

Respuesta a Manuel Rivas

Félix de Azúa

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Aunque estoy en Berlín, me ha llegado noticia de que se ha dado usted por aludido en un artículo mío donde se mencionan mariposas y maestros. Lo siento mucho, no era mi intención. Debo de ser el único español que no ha leído su cuento, pero no tenía ni idea de que tratara sobre mariposas y maestros. De todos modos, comprenda usted que no puede monopolizar el par «mariposas / maestros» del mismo modo que José Antonio lo hizo con «destino / universal».

01 Junio 2010

Réplica a Félix de Azúa

Manuel Rivas

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No entraba en mi horizonte, con sinceridad, polemizar con Félix de Azúa. Pero en lugar de reconocer con estilo una metedura de pata, prefiere seguir confundiendo la ironía con la jactancia. Es evidente que en su artículo de EL PAÍS del 27 de mayo se refirió de modo despectivo a la historia que se narra en La lengua de las mariposas, manipulándola con un objetivo que me sigue resultando incógnito, pues no pretenderá pasar por sátira la bobada. Estaba claro también que hablaba de oídas, pormenor que ahora confirma en su carta, en la que despacha el asunto con una cita a José Antonio. Pedestre modo de escabullirse del embrollo: con una tarascada. Se esperaba más altura del insigne autor de Historia de un idiota contada por él mismo. Adiós, señor Azúa.