29 junio 1986

Octavio Paz e Isabel Allende respaldan a Vargas Llosa

Enfrentamiento entre el escritor izquierdista (exnazi) Günter Grass y el escritor liberal (exizquierdista) Mario Vargas Llosa

Hechos

El 29 de junio de 1986 el diario EL PAÍS publica Tribuna de réplica de D. Mario Vargas Llosa a D. Günter Grass.

27 Junio 1986

Duro ataque de Grass a Vargas Llosa en la clausura del congreso del Pen Club

Hermann Tertsch

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El 49º Congreso del Pen Club Internacional concluyó ayer en Hamburgo con una dura respuesta del escritor alemán occidental Günter Grass al novelista peruano Mario Vargas Llosa, continuando una polémica que estos dos escritores mantienen desde el pasado congreso de escritores, celebrado en Nueva York. «Vargas Llosa sigue propagando mentiras como hace ya desde un tiempo a esta parte», manifestó Günter Grass, respondiendo a un nuevo ataque de Vargas Llosa, ausente del congreso, que acusa al escritor alemán occidental de connivencia con dictaduras de izquierdas en Latinoamérica.

En la conferencia de prensa tras la clausura del congreso, que durante cinco días ha reunido en Hamburgo a 420 escritores de 62 países, el responsable de organización, Gerd Hoffmann, aseguró que Vargas Llosa había sido repetidamente invitado y que se le había pedido encarecidamente que asistiera al congreso de Hamburgo. El escritor peruano accedió en un principio, pero tres días antes de la inauguración comunicó a los organizadores del Pen Club de la República Federal de Alemania (RFA) que no podría asistir por estar enfermo. Vargas Llosa no pudo ser localizado anoche por encontrarse en un avión hacia Europa desde Lima.Günther Grass, uno de los principales animadores de este congreso, en el que defendió el compromiso social y político de los escritores, recordó que «Vargas Llosa todavía no ha sido capaz de disculparse ante Gabriel García Márquez por su tremendo ataque al acusarle en Nueva York a éste de ser un cortesano de Fidel Castro». «También ha asegurado que los intelectuales latinoamericanos de haber una elección entre dictadura y democracia, se pronunciarían por la dictadura». Grass recordó que gran número de escritores latinoamericanos tuvieron que exiliarse de dictaduras en sus países respectivos. «Soy y he sido muchas veces muy crítico con Cuba, pero Vargas Llosa no se quiere dar por enterado».

En un intento por frenar esta polémica, el presidente del Pen Club Internacional, Francis King, lamentó que Vargas Llosa no hubiera acudido y pidió a ambos escritores que pusieran fin a la polémica. «Conviene evitar una escalada, y por eso creo que debiera imponerse un silencio».

Günther Grass, molesto, insistió en que Vargas Llosa debía disculparse ante Gabriel García Márquez, tampoco presente en Hamburgo. El francés Alexander Blokh aseguró que si bien compartía la opinión de Grass de que la frase del discurso de Vargas Llosa en Nueva York era «del todo incorrecta», no debían sacarse frases de su contexto, y se ñaló que el propio autor peruano había reconocido que ésta había sido excesivamente dura. El 49º congreso del Pen Club Internacional concluyó ayer en Hamburgo con un llamamiento al diálogo entre los escritores y un recuerdo a todos los autores presos, exiliados, confinados forzosamente o torturados. Tras cinco días de sesiones, algunas de las cuales no estuvieron exentas de tensión debido a constantes enfreniamientos entre escritores de las dos Alemanias, concluyó el congreso que bajo el lema La historia reflejada en la literatura contemporánea, estuvo dominada por controversias políticas.

Compromiso

Como ya sucedió en el anterior congreso del Pen Club Internacional en Nueva York, las diferentes concepciones del compromiso social, político y ético de la literatura provocaron debates que marginaron otros aspectos.Si en Nueva York la tensión se produjo entre algunos autores norteamericanos y representantes de la literatura europea, en Hamburgo han sido los escritores de las dos Alemanias los polemistas protagonistas de la controversia. La actitud de algunos escritores de Alemania Oriental que elogiaron el sistema comunista en su país provocó una dura réplica de autores occidentales como Günther Grass, Yaak Karsnke y otros que, como Wolf Biermann, tuvieron que emigrar de la República Democrática Alemana (RDA) por motivos políticos.

El escritor ruso exiliado en la RFA Dew Kopelew manifestó ayer que estaba satisfecho con el desarrolo del encuentro de escritores. Según Kopelew el debate habido en el congreso no era más que en apariencia una querella interalemana que en primer lugar afecta a toda Europa, pero por extensión a todo el mundo.

29 Junio 1986

Respuesta a Günther Grass

Mario Vargas Llosa

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Curiosa manera de polemizar la suya, amigo Günther Grass. Cuando la universidad Menéndez y Pelayo lo invitó a que dialogáramos, en Barcelona, sobre nuestras discrepancias, rechazó la invitación. Pero ahora, en el congreso del PEN internacional, en Hamburgo, al que me fue imposible asistir, ha polemizado sin descanso conmigo, un interlocutor fantasma, que no podía responder a sus cargos ni a sus bravatas. Lo hago ahora, por escrito, con la esperanza de que esto ponga punto final a una polémica que comenzó mal y que, por lo demás, no parece haber servido de gran cosa.En la reunión del PEN en Nueva York, en enero, sostuve que el talento literario y la brillantez intelectual no son garantía de lucidez en materias políticas y que, en América Latina, por ejemplo, un número considerable de escritores despreciaban la democracia y, defendían soluciones de corte marxista-leninista para nuestros problemas. Me permití, también, una humorada. Especulé que, si se hiciera una encuesta entré nuestros intelectuales partidarios y adversarios de la democracia, acaso ganarían estos últimos. Cuando usted afirmó que era inaceptable suponer algo así, porque conocía muchos exiliados intelectuales de América Latina que eran sinceros demócratas, le contesté que enhorabuena y que albricias. Le repito ahora que nada me alegraría tanto como que usted tenga razón y que yo esté equivocado. Ojalá hubiera en América Latina una mayoría de intelectuales que haya optado de manera clara a favor del sistema democrático y en contra de las dictaduras, sean éstas de izquierda o de derecha.

Naturalmente que aquella encuesta no se puede realizar y que sólo se puede hablar de ella en términos hipotéticos. Pero mi pesimismo no es gratuito ni me anima en lo que dije el propósito de insultar a mis colegas, como usted, hablando para la galería, ha dicho en Hamburgo. En este tema, el de la realidad política de América Latina, tengo seguramente más experiencia que usted, ya que de nuestros países entiendo que sólo conoce Nicaragua, en una breve visita que, por otra parte, según ha revelado Xavier ArgüelIo en una carta a The New York Review of books, estuvo cuidadosamente planeada por el régimen para que sólo viera y oyera lo que a éste convenía.

A diferencia de lo que ha sucedido en Europa Occidental, donde, desde los años sesenta, numerosos intelectuales progresistas han hecho una profunda crítica del socialismo real y denunciado sus crímenes, en América Latina, con pocas excepciones, nuestros intelectuales siguen practicando la hemiplejía moral que consiste en condenar las iniquidades de las dictaduras militares y los atropellos que permiten a menudo las democracias, y en guardar ominoso silencio cuando quienes cometen los abusos son regímenes socialistas. Al aprobar el Congreso de los Estados Unidos la ayuda de 100 millones de dólares para los contras, me apresuré a protestar por lo que considero la intolerable agresión de un país poderoso contra la soberanía de un pequeño país, y no me cabe duda que esta protesta coincide con la de innumerables escritores desde México hasta la Argentina. ¿Cuántos de ellos estarían también dispuestos a protestar conmigo por la clausura del diario La Prensa, en Managua, medida que pone fin a todo tipo de crítica y de información no oficial en la Nicaragua Sandinista?

Porque la magnitud de las desigualdades económicas y de las injusticias sociales lo impacientan, o porque los horrores de las dictaduras militares que hemos sufrido (y que aún sufren países como Chile y Paraguay) lo exasperan, y porque la ineficiencia y la inmoralidad que suelen acompañar a nuestros gobiernos democráticos lo llevan a desesperar de una solución pacífica y gradual para los males del subdesarrollo, el intelectual progresista latinoamericano cree aún en el mito de la revolución marxista-leninista como panacea universal. Esta ilusión le ha impedido oir la denuncia sobre la realidad del Gulag de los disidentes soviéticos y sacar las conclusiones debidas sobre acontecimientos como el fin de la Primavera de Praga, las luchas de Solidaridad o la fuga de los 100.000 cubanos por el puerto de Mariel. Y, lo que es más grave todavía, impide aún a muchos de ellos reconocer que, con todas sus imperfecciones, el sistema democrático es el menos inapto para hacer frente a nuestros problemas, y, en consecuencia, apoyarlo sin medias tintas.

Como dije en Nueva York, el apego o desapego de sus intelectuales hacia la democracia no es un problema académico sino un hecho crucial del que en buena parte depende el futuro de América Latina. Democracia, como socialismo y libertad, es una palabra prostituida por el uso contradictorio y confusionista que se hace de ella. Todo el mundo se proclama democrático: Desde Moammar Gaddafi hasta el ayatola Jomeini, pasando por Kim il Sung y el general Stroessner. Pero para usted y para mí debería ser fácil establecer la línea divisoria entre los genuinos regímenes democráticos y los impostores. Ya que, a pesar de nuestras diferencias, tengo la impresión de que ambos, cuando hablamos de democracia, decimos la misma cosa y nos referimos a aquello que los marxistas-leninistas suelen caricaturizar como democracia formal.

Pues bien, si este sistema de legalidad y libertad, con elecciones, sindicatos independientes, partidos políticos y parlamentos, representativos contara en América Latina con el respaldo decidido de nuestros intelectuales progresistas, él sería menos deficiente y menos frágil de lo que actualmente es. Su fragilidad no resulta, sólo, de nuestros desequilibrios sociales y de la miseria de grandes masas humanas, o de los sabotajes que andan tramando contra él sectores militares y plutocráticos; también, de la hostilidad que merece a quienes en sus escritos y pronunciamientos han contribuido en gran parte a devaluarlo. Ése es básicamente el sentido de mi crítica: que por razones a veces nobles y a veces innobles -el temor a ser satanizado como reaccionario, por ejemplo- muchos intelectuales latinoamericanos han ayudado al colapso de nuestros experimentos democráticos.

Déjeme citarle el caso de mi país, donde el sistema democrático, que recobramos en 1980, cruje y se resquebraja a diario por obra de la violencia política. La organización que ha desatado el terror, Sendero Luminoso, no nació en una comunidad campesina ni en una fábrica, sino en una universidad, y sus fundadores no fueron obreros sino profesores y estudiantes universitarios, que, sin duda, jamás pudieron sospechar que sus insensatas justificaciones de la violencia como «partera de la historia» desembocarían en el baño de sangre que vive hoy el Perú. Los crímenes que se cometen no son, por desgracia, sólo de un lado; también de quienes deberían velar por la legalidad, como ha probado el asesinato de varias decenas de senderistas en las cárceles de Lima, durante un motín, que cometieron miembros de la Guardia Republicana, según ha denunciado el propio presidente de la República. Dentro de un contexto semejante comprenderá usted mejor, tal vez, la vehemencia con que defiendo la opción democrática para América Latina. Ella es la única posibilidad que tenemos de poner fin, o al menos atenuar, la sobrecogedora violencia que los dos extremos ideológicos están dispuestos a aplicar sin el menor escrúpulo, y la mayoría de cuyas víctimas son, siempre, seres, humildes e inocentes que ignoran -y acaso ni siquiera entenderían- las elaboraciones intelectuales de quienes creen que el fin justifica todos los medios, incluido el asesinato ciego de la población civil.

Me ha censurado usted por haber dicho que, en las sociedades comunistas, el poder ponía al escritor en el dilema trágico de ser un cortesano o un disidente. Admito que la división entre cortesanos y disidentes es esquemática y la retiro. Ella soslaya, en efecto, aquel matiz que representa un buen número de escritores que, haciendo esfuerzos admirables, se las arreglan para, sin romper con el socialismo, mantener una cierta distancia crítica hacia el régimen de su país. Cuando fui presidente del PEN internacional pude comprobar, en efecto, los riesgos que estaban dispuestos a correr muchos escritores polacos, húngaros y de Alemania Oriental para expresar sus opiniones independientes. Sé que ninguno de ellos aceptaría ser llamado disidente y sé que sería injurioso llamarlos cortesanos.

Hecha esta rectificación, vayamos al fondo del asunto. Mi crítica no iba dirigida a los escritores de los países comunistas, sino al sistema del que son víctimas. Porque lo cierto es que los regímenes marxistas-leninistas no permiten la neutralidad ideológica, y para impedirla han establecido unos métodos de censura tan perfectos como ridículos. Es una de las objeciones frontales que cabe hacer a la doctrina que nació para «encarnar» las ideas en la historia. Haber convertido el pensar y el escribir en una actividad tan aséptica y tan insulsa como lo era en las colonias hispanoamericanas en el siglo XVII, cuando nuestros poetas y pensadores, paralizados por el miedo a la Inquisición, tornaron nuestra literatura en un ritual de tópicos o de huecas acrobacias verbales.

Sé muy bien todo lo que hace el comunismo en favor de la literatura. He visto con mis ojos cómo se multiplican las bibliotecas y cómo los libros se abaratan y reeditan en ediciones masivas. Y he visto, sobre todo, cómo en los países comunistas la literatura que llega al gran público no se ha frivolizado como ocurre, por desgracia, en muchos países libres, donde el consumismo tiende a relegar la literatura de creación a auditorios minoritarios, en tanto que lo que lee el gran público suele ser una pseudo literatura conformista y adocenada. Pero ser lúcido a este respecto no debe cerrarnos los ojos sobre la otra evidencia: la más imperfecta democracia concede al escritor una libertad mayor que la sociedad socialista menos rígida (digamos, hoy, Hungría).

El precio que pagan por su independencia frente al poder los escritores de países comunistas, usted lo conoce: Desde la muerte civil que significa ser expulsado de las asociaciones gremiales, que son las que confieren categoría de escritor y todas las ventajas consiguientes a ella, hasta ver cerradas las publicaciones y las

28 Septiembre 1986

Escritores trashumantes

Pedro Sorela

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Vargas Llosa y Günter Grass viajan para dedicarse más a la literatura

El alemán occidental Günter Grass debe de encontrarse estos días en la India, y el peruano Mario Vargas Llosa, en Londres. Los dos han mantenido en los últimos meses un sonoro debate político, y al cabo han hecho declaraciones de hastío y deseo de refugio en la literatura. El colombiano Gabriel García Márquez no va ahora mucho por su país y permanece en México. El novelista es, en Colombia, un personaje requerido hasta tal punto por las servidumbres de la fama que le resulta difícil encontrar el tiempo disciplinado habitual en él para poder escribir. Quizá es coincidencia, pero también un hecho: tres escritores de importancia se alejan, por razones diversas, para reforzar su dedicación a la literatura. Ocurre de cuando en cuando.

Mario Vargas Llosa y Günter Grass ya habían expuesto antes las ideas que les condujeron a un enfrentamiento en el congreso internacional del PEN Club celebrado en enero en Nueva York. En síntesis, Vargas Llosa reiteró su pesimismo sobre el apego a la democracia de numerosos intelectuales de América Latina y lamentó que los intelectuales europeos condenen sólo las dictaduras de un signo. También acusó a Gabriel García Márquez de ser un cortesano de Fidel Castro. Seis meses más tarde, en el artículo Respuesta a Günter Grass (véase EL PAÍS del 29 de junio), reiteró el adjetivo, aunque especificando su admiración por el escritor García Márquez.La Respuesta… de Vargas Llosa estaba motivada no tanto por las declaraciones de Grass, en Nueva York -había defendido el espíritu democrático de muchos intelectuales latinoamericanos- como por las hechas seis meses más tarde, en el siguiente congreso del PEN, en Hamburgo. Günter Grass explicó allí que había criticado en ocasiones a Fidel Castro y pidió que Vargas Llosa se excusara por sus insultos a García Márquez.

Vargas Llosa, ex presidente del PEN Club, no asistió al congreso de Hamburgo por enfermedad. Pero el día de la clausura (26 de junio), el peruano viajó a Londres desde Lima, y al día siguiente declaró a este periódico que pensaba refugiarse en Londres en busca de tranquilidad para terminar su novela El hablador.

Londres es para el escritor, explicó, «a la vez una pequeña aldea donde se puede llevar una vida tranquila, con todo a la mano, y una gran metrópoli». Dijo también que deseaba un tiempo de retiro, pues los meses anteriores se había visto obligado a llevar «una vida muy dispersa», requerido por la actividad política; ésta es para él una obligación moral». «Yo soy un escritor», precisó. En efecto, Vargas Llosa había participado intensamente en la política peruana, hasta el punto de que el presidente Belaúnde Terry le había ofrecido el cargo de primer ministro.

La India tras la decepción

En cuanto a Günter Grass, días antes del congreso de Hamburgo anunció que se marchaba a la India con la intención de pasar un año en Calcuta. Estaba decepcionado por la caída de sus compatriotas en la apatía política, explicó, y por un progresivo recorte de las libertades con el pretexto de la seguridad ciudadana. En las semanas anteriores, Grass había recibido severas críticas por su última novela, La rata, que él atribuyó en parte a un deseo de hacerle pagar su público compromiso con la izquierda del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). En otra ocasión declaró que su viaje a la India tiene que ver, como todo lo que hace, con su trabajo de escritor.La política ha sido de siempre un motor de la historia de la literatura. Parte de la gigantesca obra de Víctor Hugo se debe a que permaneció 20 años en el exilio, de ellos 17 en la isla de Guernesey, en el canal de la Mancha, alérgico a la idea de regresar a la Francia de quien él llamó Napoleón el pequeño.

La celebridad

Es probable que nunca se terminen de averiguar las razones por las cuales Jorge Luis Borges se refugió en Ginebra antes de morir pero en cierta ocasión explicó: «Es la única ciudad donde no me paran por la calle». Algo parecido le ha debido de ocurrir a Gabriel García Márquez, que ahora no cumple con su intención de pasar en su país seis meses al año: le resulta difícil escribir, al ser en Colombia una suerte de celebridad permanente, no sujeta a las leyes de la actualidad.García Márquez regresó a Colombia a vivir de una forma más o menos continuada cuando comenzó a escribir El amor en los tiempos del cólera, su último libro. Salvo La hojarasca, el primero, todos los había escrito en otros lugares, México principalmente. En la última peripecia de sus relaciones con las autoridades colombianas, se había refugiado en México para eludir un interrogatorio militar, bajo la presidencia de Julio César Turbay Ayala, que hubiera indagado sobre supuestas conexiones con el M-19.

Bajo el mandato del presidente que siguió, Belisarío Betancur, Gabriel García Márquez volvió a participar en cierta medida en la política de su país, al apoyar con calor el llamado Proceso de paz, de diálogo con la guerrilla colombiana. El proceso fue frenado brutalmente por el asalto del M-19 al palacio de Justicia, en Bogotá, y desde entonces García Márquez no ha vuelto a aparecer públicamente en Colombia. Amigos suyos colombianos sugirieron que está escribiendo.