23 octubre 2008

Luis Herrero acusa al editor de LEER de haber sido 'conspiranoico' y este le replica acusándole de pretender ridiculizarle

Enfrentamiento entre los periodistas José Luis Gutiérrez y Luis Herrero-Tejedor a partir de sus actitudes ante la muerte de Antonio Herrero Lima

Hechos

En el número 196 de la revista LEER D. José Luis Gutiérrez dedica su editorial a replicar a D. Luis Herrero-Tejedor.

En vida de Antonio Herrero

Luis Herrero-Tejedor

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José Luis Gutiérrez nos explicó que estaba más claro que el agua que la muerte de Antonio no había sido accidental. Basó sus conjeturas en razonamientos que me sonaron a paranoicos.

“Yo todavía no estoy repuesto” – dijo José Luis Gutiérrez –  He ido a hacer submarinismo muchas veces con Antonio, conozco sus habilidades, le he visto coger pulpos con la mano. Me han explicado de forma atropellada como murió y… ¡No me lo creo! ¡No me lo creo!”.

Ya he contado antes que José Luis Gutiérrez nos dijo en Marbella, a media mañana del día anterior, que estaba convencido de que la muerte de Antonio no había sido fortuita. Pensé que iba a repetirlo en público, pero, si era así, una bocanada de desconsuelo abortó su plan. Después de eso no fue capaz de pronunciar una palabra más durante mucho rato.

Jiménez Losantos en su libro también se hace eco de las suspicacias de José Luis Gutiérrez sobre la muerte de Antonio. No les da pábulo. Ni yo tampoco. No me lo tomé en serio. El Guti sí, mientras se reponía de la llantina.

Censor y maledicente

José Luis Gutiérrez

Octubre 2008

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Algo ocurre en un reciente libro sobre el periodista Antonio Herrero – fallecido ahora diez años – en cuya mesa de trabajo de su programa radiofónico La Mañana colaboré durante muchos años hasta su fallecimiento. La obra está firmada por Luis Herrero para la editorial ‘La Esfera de Los Libros’.

Desde hace muchos años esta persona me obsequia con una persistente hostilidad, en forma de agresiones constantes cuyo origen y explicación s me escapan, salvo que respondan a intereses de terceros. El último capítulo de estos ataques de Herrero contra mí aparece en la citada obra. Que, en lo que a mi persona respecta, es todo un saco de arteras infamias e indecencias que, al margen de la correspondiente respuesta que recibirá en el momento, el lugar y la forma adecuados, adelantaré en este breve comentario para dar puntual réplica a las falsedades, insultos y tentativas ridiculizadoras de este Herrero al escribir sobre ‘el otro’ Herrero.

Iniciativas que simultanea con su acta de eurodiputado del PP – gracias a la abrumadora imbecilidad política de José María Aznar, que le incluyó en las listas del partido al Parlamento Europeo: su respuesta fue un libro tan agresivo como desternillante, del que en su momento también hablaré – que me llevan a la constatación de lo acertado del epígrafe de mi libro ‘Erasmo’. Censores, inquisidores y malidicentes (cuya Segunda Edición acaba de salir a la luz en este año 2008).

Ya en 1995, en cierta ocasión, intentó persuadirle, nada menos, de que ejara ‘caer’ DIARIO16, un periódico ‘que está sobrando. ¿Por qué sigues defendiéndolo?’, me espetó cuando yo vivía los últimos meses como Director del histórico periódico, antes de ser devastado, junto con todo el Grupo16. Y, tras la muerte de Antonio Herrero, que dejó su programa de ‘La Mañana’ como líder de la radio española, en apenas unos meses eliminó a numerosos contertulios y perdió los millones de oyentes que Antonio había logrado llevar a su sintonía.

Y a mí me cesó fulminantemente. Tras 15 año como comentarista con Antonio Herrero, a él le bastaron quince segundos para anunciarme el cese, y ni siquiera lo hizo en persona. Una áspera y fugaz llamada a mi teléfono móvil fue el procedimiento.

Más cosas. En las entradas de su libro – en su momento hablaré de otras obras de este personaje, de sus otros y numerosos damnificados – presenta una imagen sobre mi persona entre atolondrada, llorona y necia. Pone en mi boca palabras que jamás pronuncié, dramatiza, reinterpreta silencios que no existieron, y menos en su disparatada explicación. Su descripción sobre mi reacción a la muerte de Antonio Herrero es tan falsa como siniestra.

Con la incontable cantidad de cadáveres que se han cruzado en mi camino – alguno expiraría en mis propios brazos – y jamás ha caído una lágrima de mis ojos, salvo las que recorrieron mi por otra parte inmóvil rostro en la muerte de mi madre: siempre he detestado esas melodramáticas manifestaciones externas de dolor que este personaje me atribuye, esas expresiones de toda esa gente horrible, como auténticas plañideras grecochipriotas, y más cuando se trata del deceso o la ausencia de un ser querido, de un familiar o un amigo.

No repetiré aquí sus ladinas infamias y ataques. Sólo repetiré una. Me pinta como atrudido propalador de la hipótesis de que Antonio Herrero no murió accidentalmente. Y me insulta, me llama paranoico. No sé como murió Antonio Herrero (ahogado mientras hacía submarinismo). Tan sólo soy depositario de algunos testimonios al respecto. Entre ellos, dos sin duda muy valiosos, el de dos prelados que aportaré en su momento para responder a este personaje, en cuyo libro, en lo que a mí respecta, coinciden por un lado ese doble veneno de maldad de los heraldos de Satán: las conejas de Goebbels («para destruirlos, ridiculízalos») y los procedimientos de Stalin (en la versión light, en este caso, sólo faltaba: paranoico) de encerrar a los disidentes en centros psiquiátricos. Como Solzhentisin.