23 abril 2021

El candidato no había tenido problemas en debatir con ella en Telemadrid dado que en ese programa sí estaba Díaz Ayuso

Escándalo en el debate entre candidatos a presidir Madrid en la SER ante la negativa de Pablo Iglesias Turrión de sentarse junto a ‘la fascista’ Rocío Monasterio San Martín

Hechos

El 23 de abril de 2021 la Cadena SER emitió un debate entre candidatos a la presidencia de la Asamblea de Madrid.

Lecturas

Al contrario que el debate en Telemadrid entre candidatos a la presidencia de la Comunidad de Madrid, que se celebró con normalidad, el debate en la cadena SER celebrado el 23 de abril de 2021 acabó en espectáculo y escándalo. La principal diferencia es que en el de la SER no participaba la candidata favorita según los sondeos, Dña. Isabel Díaz Ayuso, por lo que los representantes de la izquierda sólo tenían en frente a la candidata de Vox, Dña. Rocío Monasterio San Martín.

D. Pablo Iglesias Turrión, candidato de Unidas Podemos, reprochó a Dña. Rocío Monasterio que no hubiera condenado en los términos que él consideraba adecuados las amenazas de muerte recibidas remitidas a representantes de la izquierda y que el Sr. Iglesias atribuida a sus simpatizantes. La Sra. Monasterio dijo que condenaba todo típo de violencia, pero también puso en duda la veracidad del origen sugerido de esas amenazas), y tras un breve intercambio dialéctico abandonó el debate de la SER lamentando que se hubiera invitado a la Sra. Monasterio a la que consideraba representante del ‘fascismo’ (aunque la formación política Vox está por delante de Unidas Podemos en intención de voto).

Tras unos minutos, también se retiraron del debate los candidatos del PSOE, D. Ángel Gabilondo Pujol y Más Madrid, Dña. Mónica García Gómez. Dado que al no estar la Sra. Díaz Ayuso, no podían apuntarse un tanto frente a esta, optaron por apuntarse al de ‘con el fascismo no se debate’.

La propia ‘moderadora’ del debate, la periodista de la SER Dña. Àngels Barceló, que también mantuvo un encontronazo con la Sra. Monasterio se preguntó tras acabar el debate si había sido correcto invitar a Vox (tercera fuerza parlamentaria de España y cuarta en Madrid), por considerar que había que distinguir entre ‘demócratas’ y ‘fascistas’.

Vox, en cambio, considera que su formación está siendo víctima de una campaña de demonización. Es de destacar que los representantes del PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos no tuvieron problema participar en un debate con la Sra. Monasterio, si en él también estaba la Sra. Díaz Ayuso, en Telemadrid, y sólo han tenido reparos en ausencia de esta.

APOYOS A PABLO IGLESIAS TURRIÓN EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN:

«O se está con los demócratas o se está con los fascistas» (Dña. María José Bueno, en la Cadena SER).

«Vox ha quedado en evidencia. Ya no queda ninguna duda de que Vox es un partido neofascista de ultraderecha».(Dña. Angels Barcelò, moderadora del debate a D. Aimar Bretos, en la Cadena SER).

«Vox es la ultraderecha que crita, pero nosotros somos más, los demócratas somos muchos más que ellos, aunque hagan mucho ruido. Y esto va de democracia». (Dña. Angels Barcelò, a D. Jesús Cintora, en ‘Las Cosas Claras’ de TVE).

«Me gustaría un cordón sanitario en España y que el PP y Ciudadanos nunca pactaran con Vox [y así gobierne el PSOE]» (D. Ignacio Cembrero Vázquez, ‘La Sexta Noche’ de Atresmedia).

«Lo de Rocío Monasterio es intolerable, pedir una condena clara es lo mínimo» «(D. Javier Ruiz en ‘Cuatro al Día’, Mediaset).

«Pablo Iglesias estaba al frente de una maleducada que le faltó al respeto y la insultó. A personas como Rocío Monasterio hay que apartarlos de la política ¿de verdad los queremos aquí?». (Dña. Carmen Ro en ‘Ya es Mediodía’, Mediaset).

«Estas cosas hace que vamos ante quien estamos. Díaz Ayuso no acudió al debate para que no la vieran con Vox y se comporta igual que Batasuna». (Dña. Alicia Gutiérrez de InfoLibre en ‘Todo Es Mentira’, Mediaset).

«La gente tiene todo el derecho a utilizar cualquier medio a su alcance para echar a Vox del barrio, la propia existencia de Vox es un atentado contra nuestra vida. Nos quieren en prisión o muertos. En Vallecas, lo tenemos muy claro». (D. Alfonso Fernández ‘Alfon’, TV3).

23 Abril 2022

Frenar el odio

EL PAÍS (Director: Javier Moreno Barber)

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Los demócratas deben aislar el veneno que propagan discursos como el de Vox

a campaña para las elecciones de la Comunidad de Madrid que se celebran el próximo 4 de mayo dio este viernes un inquietante giro que obliga a activar todas las alarmas, ante el riesgo de una grave degradación del marco democrático: la amenaza de la propagación del discurso del odio y de la hostilidad sin razón en el seno de la sociedad española. Las cartas con balas que han recibido el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska; la directora general de la Guardia Civil, María Gámez; y el exvicepresidente del Gobierno y candidato en Madrid por Unidas Podemos, Pablo Iglesias, con su inaceptable amenaza de muerte en la más deleznable tradición terrorista, merecen una condena firme, contundente y urgente de todas las fuerzas políticas del espectro parlamentario. Ni medias tintas ni vaguedades: ante estos gestos no cabe sino el rechazo unánime y explícito. No hay lugar en una democracia para tolerar estas amenazas. A las fuerzas policiales les toca localizar cuanto antes a los responsables de una iniciativa que despierta las peores resonancias de la historia reciente de este país.

Estas cartas sirvieron de prólogo al debate convocado por la Cadena SER, al que asistieron todos los candidatos salvo Isabel Díaz Ayuso, del Partido Popular; y lo que no tenía mayor recorrido que el de un rotundo rechazo por parte de todos los participantes convirtió la cita en una penosa barahúnda cuando la cabeza de cartel de Vox, Rocío Monasterio, banalizó las amenazas llegando incluso a cuestionar su veracidad. Estas contienen términos tan precisos como “tu mujer tus padres y tu estais sentenciados a la pena capital tu tiempo se agota [sic]”, en la de Iglesias, que obligan a un posicionamiento concreto y no a esa genérica condena a la violencia en la que pretendió refugiarse Monasterio al tiempo que invitaba al candidato, con una chulería fuera de lugar, a largarse de allí.

Estas posiciones son directamente inaceptables en cualquier marco democrático. El líder de Podemos optó por abandonar el debate, pese a los intentos por evitarlo de Àngels Barceló, la moderadora, quien hizo un loable esfuerzo por defender hasta el final el rasgo que mejor define a una democracia sólida: abordar los problemas desde la altura de las palabras firmes, claras y sosegadas.

Provocaciones como la bochornosa actuación de Monasterio apelan a una sociedad democrática a buscar el punto exacto de una respuesta que rechace con firmeza y unidad las insidias mientras, a la vez, encapsule el odio y evite darle protagonismo y capacidad de propagación. En este punto, Iglesias optó por levantarse de la mesa. Posteriormente siguieron sus pasos los candidatos del PSOE y de Más Madrid. Todo el episodio, propiciado por Vox, produce un deterioro de un clima ya envenenado, en el que un tuit de la cuenta del PP en Madrid cerró el episodio con un “Iglesias, cierra al salir”. Afortunadamente fue retirado, y los líderes del partido pronunciaron palabras de condena. Ojalá asumieran también que Vox es una formación indigna de tener funciones de gobierno.

Las palabras y los gestos no son gratuitos y los discursos del odio van calando de manera sutil: hasta que un día estallan —el asalto al Parlamento en Washington es un ejemplo reciente— y sus consecuencias son demoledoras. En España el clima político es irrespirable. Nadie tiene más responsabilidad que Vox en este envenenamiento, pero con distintas gradaciones otros han contribuido también a exacerbar las tensiones.

24 Abril 2022

Debate roto

Santiago González

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En una primera aproximación al pollo que se montó ayer en la SER durante el debate electoral habría que reconocer que si Isabel Díaz Ayuso había sacado a Pablo Iglesias del Gobierno y del Congreso, Rocío Monasterio ayer lo echó del debate. No debería enorgullecerse de la victoria porque Iglesias aprovechó su salida para hacer que lo siguieran el improbable candidato Gabilondo y la de Más Madrid, que es médica y madre, no sé si sabían. Se ungió así como líder al que no habían reconocido sus socios en el momento de bajar a la arena.

Les confesaré que yo fui muy fan de Mitterrand, «una mediocridad intelectual sin ideas originales ni principios morales», dijo Vargas Llosa muy en la línea del retrato que le hizo Jean François Revel en sus memorias. Y recordaba Vargas, tal día como hoy de hace 26 años el atentado del Observatorio, del que salió ileso el 15 de octubre de 1959. Detenido el autor confesó que su mandante era el propio Mitterrand en una operación de imagen. No tengo elementos de juicio para calificar, como Marcos de Quinto, de autoatentado el ataque a la sede de Cartagena, espero que las FSE investiguen la autoría de aquello, y, por supuesto, del envío de balas al ministro Marlasca, a la directora de la GC, Gámez y al candidato Iglesias.

Razones para desconfiar sí tiene la candidata de Vox, porque a Pablo Iglesias es muy difícil recordarle una verdad; ha mentido siempre, incluso sin necesidad, empezando por la payasada de presentarse en taxi al debate. En él recorrió los metros finales del trayecto, menos de 200 y el taxista era, según tuit de Podemos, Cecilio González, el candidato vigésimoquinto de la lista que encabeza Iglesias. Mintió en el debate, falseó los datos al defender que se pague el impuesto sobre el patrimonio «como se hace en otros países de Europa». España es el único país de la UE en que se paga. John Müller reprodujo la lista de los 27 que lo demostraba. Dijo campanudo que Madrid es la tercera comunidad en número de desahucios. Hasta Cintora se lo desmintió; es la decimosegunda. Mintió sobre las residencias que tenía encomendadas sin pisar una sola de ellas, ni en la primera ola, ni en la segunda, ni en la tercera ni en la cuarta; mintió cuando dijo que él daba instrucciones por WhatsApp a la UME y mostró su insoportable sectarismo al acusar a la ministra de Defensa de caer bien a la derecha y a la extrema derecha. Mintió sobre la tarjeta de Dina Bousselham, volvió a mentir al acusar al abogado Calvente de acoso. Mintieron al acusar a Vox de provocar en el mitin de Vallecas, ni una condena para un ataque que dejó 35 heridos.

Él recibió en el Congreso a las familias de los agresores de Alsasua a los dos guardias y sus mujeres. Ione Belarra lo calificó de «una pelea de bar». Esa pobre criatura que nombró portavoz en el Congreso sostuvo que la diputada Rocío de Meer, herida de una pedrada en Sestao lo había simulado con kétchup. El mismo Echeminga acusó de violación a quien había sido víctima de asesinato de la candidata de Podemos a la Alcaldía de Ávila. ¿Yo sí te creo, hermano? Necesitaría mucho más espacio para agotar las mentiras del secretario general y su cuadrilla. La campaña se está encabronando mucho, pero hay un cambio de ciclo. Nadie habría creído hace tres o cuatro años que una portavoz de Vox iba a echar a este tipo de un debate. Otro día hablaremos de ultraderecha y ultraizquierda.

25 Abril 2021

¿Quién puede debatir con Monasterio?

Elvira Lindo

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Son muy astutos en provocarnos, en que quienes los vemos y los escuchamos acabemos también salpicados de su mierda

A nuestras puertas irrumpe una nueva forma de hacer política, para la cual no es necesario ser mínimamente culto, ni respetar las reglas del juego limpio, ni ser educado. Muy al contrario, cuando estos nuevos políticos echan pestes de las élites, no se refieren a la élite económica (a la que ellos pertenecen) sino a las personas cultivadas, a las que respetan las reglas, a las que son educadas. Su discurso anti élites es viejo, se remonta a los años treinta, responde a esa antigua retórica fascista que se dirige al pueblo llano, un discurso que se ha visto renovado en este siglo en Estados Unidos, en Hungría, en Polonia, en los populismos italianos. Por eso erró tanto el tiro Podemos, en los primeros tiempos, cuando arremetió en bloque contra las castas, entre las que incluía a una clase media a la que las sacudidas económicas han obligado a amparar a sus mayores y a los hijos, ya maltratados por dos crisis. Ahora, cuando ellos mismos, aquellos nuevos políticos, han mejorado su nivel económico, estoy convencida de que habrán aprendido una gran lección en sus propias carnes: para defender la igualdad social no hace falta ser pobre. De hecho, el cambio cultural más notable de los años veinte del pasado siglo en España fue el insólito compromiso de la burguesía para sacar al país de su miseria y de su ostracismo cultural. Obligar a los ciudadanos a defender una ideología por el dinero que se tiene en el banco es una estupidez, si es este un dinero ganado honradamente.

En esta nueva fase de nuestra bronca vida política, son muchos los que han allanado el terreno a las estrellas de la extrema derecha, excusando sus desmanes o silenciándolos. Era difícil eludir las triquiñuelas ilegales de Rocío Monasterio para firmar proyectos de arquitectura sin tener el título reglamentario, pero de tanto ignorar esta irregularidad ha acabado desapareciendo del debate; de la misma manera que de tanto machacar con la casa de Pablo Iglesias e Irene Montero se ha legitimado ese argumento en cualquier foro. No importa que uno se pague las cosas con su dinero, la cuestión es que, amigo, el chaletazo, como así lo denominó Ayuso en el primer y único debate al que asistió, no te corresponde. Ese es el estilo. Ataques personales, provocaciones que acaban abroncando a todos los asistentes. Es inevitable no verse ensuciado cuando se comparte mesa con alguien que desprecia, insulta, no calla, miente con descaro. Por supuesto, numerosos opinadores políticos han señalado a Pablo Iglesias como el culpable de que el debate, el que abandonó y los que quedaban, se haya frustrado. Nadie culpa en cambio a Díaz Ayuso de dejar la silla vacía. Y de las groserías de Monasterio muchos disfrutan en silencio, porque se encargó de expulsar al demonio del cuarto (algunos viejos socialistas llaman a ese demonio “anomalía democrática”). El Partido Popular celebró el abandono de Iglesias en un tuit que luego borró. Los tuits que se borran son los que más valor tienen, porque exhiben lo que de verdad se piensa.

Muchos han pavimentado el discurso de Monasterio. Dice Adama Dieng, asesor de la ONU para la prevención del genocidio, que los crímenes de odio están precedidos por discursos de odio. Esto es lo que ha venido estudiando la Fundación por Causa, advirtiendo desde hace años de que España no estaba libre de la legitimación de una ideología xenófoba. Isabel Díaz Ayuso dice no estar de acuerdo con los carteles racistas referidos a los chavales no acompañados (desterremos menas, es ya un insulto), pero advierte de que comparte con ese partido otras muchas cosas. ¿Y qué cosas se pueden compartir con un partido racista? La cuestión en este asunto es si merece la pena debatir con quien siembra el odio. Mi opinión es que no hay conversación posible: son muy astutos en provocarnos, en que quienes los vemos y los escuchamos acabemos también salpicados de su mierda.

25 Abril 2021

Quien con fuego juega..

Fernando Vallespin

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A partir de lo ocurrido en la SER es de esperar una mayor movilización de la izquierda y, de quedar todavía sensatez en el campo de la derecha, resucitar a Ciudadanos

El incidente de la Cadena SER es muy posible que haya cambiado el ritmo y contenido de esta ya larga y opresiva campaña electoral madrileña. Estas elecciones fueron convocadas en el peor momento posible y por pura instrumentalidad para potenciar el liderazgo de Ayuso y ajustar cuentas en el sector de la derecha. En el trasfondo estaba esa obsesión que desde siempre ha sacudido a los partidos, la búsqueda de la hegemonía. El objetivo era que el PP fagocitara a Ciudadanos y, de paso, mostrar al Gobierno central que puede ser desafiado desde los territorios. No, como en Cataluña, porque se predique tener una identidad nacional diferente, sino por oponerle una barrera ideológica. O sea, abundar en la polarización. Y como hay partidos que hacen de ella su único sentido, el campo ha quedado expedito para que así sea, para que estos acaben siendo los protagonistas.

A la vista de las encuestas, Madrid iba a convertirse en la tumba de la nueva política. A Ciudadanos le esperaba la muerte, la absorción de sus votos por el PP. Y Unidas Podemos, a pesar del aterrizaje de Iglesias en la arena de la Comunidad, quedaría en un discreto 8% o 9%, poco resultado después de tanto ruido, y bastante por detrás de Más Madrid. El experimento de la nueva política llegaba a su fin. La derecha se recomponía bajo una clara hegemonía del PP, y la izquierda del PSOE volvería a una especie de IU reconvertida y reforzada, con el horizonte de Yolanda Díaz como líder decisivo para rehacer todo ese espacio. Tanto cambio para volver casi al mismo sitio.

Pero quedaba Vox, ese partido que desde un principio ha gozado del beneplácito condescendiente de su casa madre por tratarse de peperos descarriados, un poco lo que le pasa al independentismo catalán con la CUP. Por lo pronto ha logrado aquello que tanto ansiaba, arrastrar al PP más a su derecha y, en el caso de ganar las elecciones, atarlo firmemente para que así sea. De nuevo el efecto CUP. El resultado puede ser, sin embargo, el inverso al deseado. A partir de lo ocurrido en la SER es de esperar una mayor movilización de la izquierda y, de quedar todavía sensatez en el campo de la derecha, resucitar a Ciudadanos; otros, los más radicales, se verán tentados de volver a votar a Vox. El efecto Ayuso se diluye. Quien con fuego juega acaba quemándose.

Lo que sale a la luz después de tantas idas y venidas es cómo no puede subvertirse el sentido de cada elección. Las de Madrid van de gestión de la Comunidad, no de política nacional. Es casi imposible que no se vean influidas por esta, pero no pueden reducirse a aquello en lo que de hecho se han convertido: batallas en las que poder renovar una y otra vez el enfrentamiento, la ocasión para mantener bien lubricada la agónica lucha de unos contra otros. Puede que en esto consista la esencia de la política, como afirmaba Carl Schmitt, pero también es mucho más. Al menos en una democracia bien entendida. En estas se debate y se acepta al otro como digno y legítimo interlocutor. Sin exclusiones. No es la guerra por otros medios; es la ocasión para intercambiar con civilidad las muchas discrepancias y, eventualmente, llegar al entendimiento. Si está de acuerdo en esto ya sabe a quién votar. Si no, aténgase a las consecuencias.

25 Abril 2021

Las consecuencias de levantarse de la mesa

Sergio del Molino

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A los contrincantes se los puede ignorar cuando no están en los parlamentos. Si tienen escaños, darles la espalda significa ampliar su voz

Yo tampoco habría aguantado que Rocío Monasterio se chotease en mi cara de una amenaza de muerte a mi familia. Yo también me habría levantado, con peores modos y cerrando la puerta, pero de un portazo. O algo peor. Soy sanguíneo y primario ante según qué insolencias, y esa es una de las razones por la que nunca me enfrentaré a una situación como la que vivió Pablo Iglesias en el debate de la SER, pues no tengo el temple que la discusión democrática exige a un político. Por tanto, no me postulo a serlo.

Entiendo el asco y la decisión de levantarse, pero creo que Iglesias también entendía las consecuencias de su acto. En el momento en que abandonase el estudio, se rompería algo en la política española que sería muy difícil restañar. Por un lado, se encona el frentismo y se afila la confrontación, pero también hay efectos puramente electorales. Al marcharse, deja el micrófono libre a Rocío Monasterio y le regala uno de los grandes privilegios de la retórica: el uso de la última palabra.

No responder a la marrullería ultraderechista es legítimo e irreprochable. Abandonar un debate para dejar todo el espacio libre al oponente es, sin embargo, un error. A los contrincantes se los puede ignorar cuando no están en los parlamentos. Si tienen escaños, darles la espalda significa ampliar su voz. Por muy dura, bronca y desagradable que se plantee la discusión, la única manera de que no se beneficien de ella es respirar hondo y rebatir.

No habrá más debates, lo cual sienta un precedente siniestro. Aunque nadie sabe para qué sirven estos foros ni qué impacto real tienen sobre el voto, ahora vamos a descubrir que servían, al menos, para obligar a los candidatos a civilizarse y a aguantar erguidos. Y comprobaremos, por desgracia, que esto no era poca cosa.