28 febrero 1978

Huyó descolgándose por la ventana del hospital clínico de Barcelona

Espectacular fuga del actor y director de teatro Albert Boadella para evitar ser juzgado por presuntas injurias al Ejército español

Hechos

El 27 de febrero de 1978 D. Albert Boadella abandonó por la ventana el Hospital Clínico de Barcelona para eludir el Consejo de Guerra del que tomaba parte como acusado.

Lecturas

D. Albert Boadella, director de Els Joglars, iba a ser juzgado por considerarse que su obra de teatro ‘La Torna’, que recogía el ajusticiamiento del polaco Heinz Chenz en Barcelona podía constituir un delito de injurias el ejército. El fiscal militar del Consejo de Guerra pedía para él cuatro años de prisión.

Cronología del Suceso

El 16 de diciembre de 1977 ingresaba en la cárcel. Modelo de Barcelona Albert Boadella, director del grupo teatral Els Joglars, acusado de injurias al Ejército. El «caso Els Joglars», que posteriormente se iba a convertir en el caso-test «libertad de expresión» en la recién estrenada democracia española, estaba motivado por su última obra, La torna, que hacía referencia al proceso de condena de Heinz Chez, ejecutado en Barcelona el mismo día que lo fue Salvador Puig Antich. La torna venía siendo representada por diversos pueblos y ciudades del país desde el 6 de septiembre anterior, y era el cuarto montaje importante de Els Joglars desde 1972, fecha en que el grupo -creado diez años antes- había alcanzado resonancia nacional e internacional.Inmediatamente después de la detención de Boadella comenzaron a producirse huelgas de solidaridad en los teatros de Barcelona y Madrid y otros actos de apoyo, principalmente en Cataluña; el 31 de diciembre fueron procesados otros cinco miembros del grupo: Miriam de Maeztu, Ferrán Rané, Gabriel Renom, Andreu Solsona y Arnau Vilardebó, quedando todos ellos en libertad provisional en espera de juicio. Fijada la fecha del consejo de guerra para el 28 de febrefo de 1978, y mientras la campaña pro libertad de expresión arreciaba dentro y fuera de España, se produjo, el día 27, la fuga de Boadella del hospital penitenciario de la cárcel Modelo.

BOADELLA ACUSA AL MINISTRO MARTÍN VILLA DE ANTIDEMÓCRATA Y REPRESOR

  Desde su exilio el Sr. Boadella hizo público un comunicado en el que recriminaba su actitud al Ministerio del Interior y al ministro D. Rodolfo Martín Villa por «su política de represión, en contradicción con la imagen de defensor de los derechos humanos» y también contra el capitán general de Cataluña, Francisco Coloma Gallegos, como «responsable del consejo de guerra antidemocrático».

05 Marzo 1978

Els Joglars, en el exilio

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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LA HUIDA de Albert Boadella del hospital penitenciario, seguida de la marcha a Francia de Ferrán Rané, ambos procesados por la jurisdicción militar por presuntas injurias a las Fuerzas Armadas, sitúa este asunto, circunscrito al principio dentro de los límites de un conflicto de competencias, en un terreno minado sobre el que será preciso caminar con la mayor prudencia.En anteriores comentarios editoriales, publicados a raíz del procesamiento de los actores del grupo Els Joglars y del encarcelamiento de su director, indicamos que la principal responsabilidad de este incidente recae sobre el Gobierno y su grupo parlamentario por la tardanza en instrumentar los acuerdos del pacto de la Moncloa que se refieren a la reconsideración de los límites del Código de Justicia Militar en relación con la competencia de la jurisdicción castrense.

El 27 de octubre de 1977 el Gobierno y todos los grupos parlamentarios -con excepción de Alianza Popular- llegaron a un compromiso formal para restringir, en el más breve plazo, las fronteras excesivamente dilatadas de los tribunales militares. El párrafo primero del apartado VII del «Acuerdo sobre el programa de actuación jurídica y política» reconocía la necesidad de «resolver la dualidad de tipificaciones entre el Código Penal Común y el Código de Justicia Militar», de forma tal que este último quedara restringido a los delitos propiamente castrenses. Evidentemente las injurias a las Fuerzas Armadas expresadas por civiles, que es lo que se imputa al grupo Els Joglars, serán conocidas en el inmediato futuro, una vez instrumentado el acuerdo, por los tribunales ordinarios y castigadas, si hubiera lugar, por el Código Penal Común.

Así pues, Albert Boadella y sus compañeros entraron en el campo de la jurisdicción militar por un presunto delito cometido después de la aprobación de un acuerdo político que excluía tal posibilidad y antes de que ese pacto quedara materializado en leyes y fuera formalmente vigente. La misma circunstancia de ese procesamiento, dictado en diciembre de 1977, hubiera debido obligar al Gobierno, por razones tanto morales como políticas, a acelerar la instrumentación legal del acuerdo pertinente de los pactos de la Moncloa.

El rigorismo de la jurisdicción militar, intrínseco a su propia naturaleza en cuanto que está orientada a la penalización de conductas que infrinjan la disciplina castrense, no hizo posible, en su día, aceptar una interpretación animada por el principio in dubio pro reo y considerar que los pactos de la Moncloa convertían en inaplicable una legislación destinada a ser derogada en pocos meses. Hay que decir, con todo respeto, que ese rigor, aunque comprensible, ha sido desafortunado, independientemente de la gravedad del delito del que se inculpaba a Els Joglars, tema sobre cuyo fondo en absoluto queremos pronunciarnos estando sub judice. También la prisión preventiva de los procesados que se hallaban en libertad provisional, dictada tras la huida del señor Boadella, resulta muy estricta contemplada desde un punto de vista civil y aplicada a personas civiles.

Las consecuencias de todo esto es que se ha creado un conflicto cuya importancia no se debe desmesurar, pero tampoco infravalorar. La democracia española conoce desde hace unos días sus dos primeros y peculiares exiliados políticos por motivos relacionados con la libertad de expresión. No creemos que este hecho sea bueno para nadie. Ni para la imagen de nuestra naciente democracia, ni para el prestigio de unas Fuerzas Armadas sinceramente comprometidas en la tarea de consolidarla y de hacer más transparentes sus relaciones con la sociedad civil.

09 Marzo 1978

Una condena inoportuna

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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LAS PROTESTAS que ha provocado la condena a dos años de cárcel de cuatro componentes del grupo teatral Els Joglars -mientras sigue el proceso en rebeldía contra su director, Albert Boadella, y otro de sus miembros, Ferrán Rané, huidos al extranjero- amenazan con convertirse en una verdadera campaña de opinión contra la naciente democracia española.Este es un affaire que nunca debió producirse en los términos en que ha sucedido, y en el que la estricta aplicación de la ley todavía vigente por parte del Ejército puede servir para poner en tela de juicio algunos de los principios de la libertad de expresión en nuestro país, al tiempo que perturba la imagen pública del propio Gobierno.

Unos días antes de esta sentencia, el Boletín Oficial del Estado publicaba una orden ministerial según la cual se suprimía totalmente la censura previa de los espectáculos teatrales. El apartado VII del acuerdo sobre el programa de acción jurídica y política, del pacto de la Moncloa, dedicado a la modificación del Código de Justicia Militar, reflejaba a finales del año pasado el acuerdo de todas las fuerzas políticas del país para resolver la dualidad de tipificaciones entre el Código Penal ordinario y el de Justicia Militar. Según este acuerdo, las injurias a las Fuerzas Armadas proferidas por un civil no constituirán, en el futuro, un delito militar. Quede bien entendido por eso que no se trata de amparar la impunidad si se comete un delito ni de que no deban los tribunales ejercer su acción contra quienes hacen un mal uso o un abuso de la libertad de expresión, sino de acabar con una situación jurisdiccional arcaica. El tribunal militar que ha juzgado el caso -está dicho hasta la saciedad- se ha limitado a aplicar la ley vigente. Pero esta ley está indudablemente en contradicción con el proyecto político de democracia que la Monarquía ampara y con la letra y el espíritu del pacto de la Moncloa, que debe inspirar la normativa legal en el futuro y que es fruto de la representación popular.

Hubiera sido de desear, por eso, que la autoridad militar se inhibiera en el caso en favor de los tribunales civiles. Pero si no se ha hecho, también cabe señalar la responsabilidad del Gobierno, que no ha abordado a tiempo y debidamente el tema de la unidad jurisdiccional y de la reforma del Código de Justicia Militar. Sea como sea, el capitán general de Cataluña, teniente general Coloma Gallegos, debe ratificar -para que sea firme- esta sentencia. En otras ocasiones, como la de incorporación de objetores de conciencia, algunas autoridades militares, interpretando el espíritu de la situación actual, han concedido una prórroga de incorporación de estos objetores, en tanto en cuanto la Constitución que se está elaborando no haya decidido sobre el tema. Si el tribunal militar que ha juzgado el caso ha aplicado la ley (superada, pero todavía vigente), la autoridad militar correspondiente, que goza de más atribuciones, puede (y a nuestro juicio debe) ejercer una medida de clemencia.

Demasiadas veces, en el pasado reciente, el Gobierno ha hecho recaer sobre las espaldas de las Fuerzas Armadas actuaciones judiciales a las que si estaban obligadas por ley, podían y debían haberse remitido a tribunales ordinarios. En bien del país entero, del Ejército y de la democracia, casos similares no pueden volver a repetirse. La reforma de la justicia militar es, en este sentido, urgente y necesaria.

05 Octubre 1978

Albert Boadella y el estreno de "M 7 Catalonia"

Antonio de Senillosa

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Aunque el señor Fontán haya dicho que por primera vez en muchos años no hay en España exiliado político alguno. Albert Boadella lo es. Al menos yo le tengo por español y por exiliado político. Y pienso, con Ajuriaguerra, que todo exiliado es un grito.El miércoles día 27 del pasado mes de septiembre asistí al estreno mundial de M 7 Catalonia, que se representó en el teatro municipal de Perpiñán y llega ahora a Madrid. Sin pretender invadir el terreno de la crítica y con la excusa, cierta, de que el acontecimiento se escapa de la órbita teatral e incide en la política, me apresuraré a decir que me gustó mucho, que me pareció un espectáculo de gran categoría, tan bueno como el mejor que pueda representarse en cualquier parte de Europa. Pensé que a den Ramón le hubiera complacido el tono esperpéntico y no hubiera protagonizado el famoso escándalo que provocó en el estreno de una obra de Echegaray. «Es usted muy libre de protestar Por la pieza, pero es inadmisible que insulte de tal manera al autor», le advirtió un señor. «¿Y quién es uzté para hacerme advertencias?», preguntó Valle Inclán. «Soy el hijo del autor», dijo el personaje ofendido. «¿Eztá uzté zeguro?», replicó don Ramón con su ceceo característico y con su no menos característica impertinencia.

M 7 Catalonia irritará a otra gente y por otros motivos: siempre hay inquisiciones, hogueras y patíbulos. Acusarán a Boadella de corrosivo, de cruel, de irreverente, y lo es. No caerán en la cuenta de la ternura que se le escapa y de una difuminada y a ratos perceptible nostalgia que también existe en su obra. En cierta manera, decía Anatole France, quien apuñala la sagrada hostia rinde tributo a la transubstanciación. Y las únicas verdaderas historias de amor se publican en las. páginas de sucesos. Los amores verdaderos son fugitivos, comprometidos, complicados, culpables. Los amores sencillos, cómodos, plácidos, son otra cosa. Es preferible que le pierda a usted la pasión a que pierda usted la pasión, nos susurra al oído Kirkegaard. Mucho de lo que nos oprime, de lo que nos revienta dentro, nuestras alienaciones y nuestras contradicciones, forman ya parte de nosotros mismos para siempre, por mucho que queramos liberarnos de ellas y por muchos exorcismos que intentemos para expulsar a nuestros demonios. Cuando los atacamos nos despellejamos un poco también nosotros mismos.

Hace pocos días leí una divertida noticia que podría gustar a Boadella. En México, ante los constantes atropellos que sufrían las mujeres en los metros, acaban de separar a los dos sexos, que viajarán, de ahora en adelante, en coches distintos. La protesta masculina ante este hecho es una pura delicia: es inadmisible tal medida, pues el pellizco forma parte de la cultura mexicana.

La disección de la cultura catalana que hace Boadella, de seguro que levantará ampollas. Los enanos mentales, los acaparadores de la «cultureta», ofendida su dignidad, protestarán por creer -también ellos-, que se ataca lo inatacable. La suciedad del censor está muchas veces en su cabeza o en su estructura, enferma y esclerosada. Le sucede, a menudo, lo mismo que a aquellas personas que atribuyen al colesterol que padecen a los alimentos que tornar, sin darse cuenta que son ellos quienes convierten en colesterol lo que ingieren.

La acción de M 7 Catalonia transcurre en una futura civilización (?) anglosajona. Dos antropólogas, producto ya de una raza aséptica, estilizada y pragmática, estudian las costumbres y la cultura de un país que está situado en el enclave 7 del mapa, Catalonia, y experimentan con cuatro ancianos supervivientes de aquel lugar del Mediterráneo que tantos amamos con locura. «Qué le voy a hacer si nací en el Mediterráneo», ha cantado Serrat. Y lo suscribo también, pues yo vengo del ciprés, y del olivo, del pinar, del almendro y de la encina. Y me horroriza que los individuos se conviertan en números, que la técnica y las escuchas telefónicas se introduzcan en la vida pr ivada de los hombres atemorizándolos, destruyéndolos. Boadella, otro mediterráneo, nos demuestra, una vez más, ser un autor de una comicidad cáustica irresistible y ser, también, un formidable director de actores. El esfuerzo de todos para conseguir este espectáculo de gran calidad habrá sido enorme. La representación, pese a la dificultad de ensayar fuera de España por la penosa situación penal de Boadella, no tuvo un solo bache ni la más mínima vacilación. El talento es insustituible. Ayudados por un montaje escenográfico acertado y eficaz, los seis actores dieron una exacta y ajustada interpretación, con el acostumbrado dominio de la expresión corporal que ha caracterizado siempre a Els Joglars. Particularmente, me impresionaron los dos «doctores», Anna Bardari y Carmen Períano, hablando siempre con voz impersonal, con el diafragma en la garganta, cosa difícil de conseguir y más durante toda una ininterrumpida representación en la que, como todos los demás actores, están siempre en escena. A mí me pare,ció que lo hacían tan bien no sólo por su aplicación y trabajo, sino, además, porque creían en aquello que hacían. Yo les aplicaría sin vacilar aquella hermosa frase de Danton: «Siempre que me han pagado ha sido por hacer algo que igualmente hubiera hecho sin ser pagado.»

Exilio y protesta

Sí. Todo exiliado es un grito, una protesta. Muy a menudo nuestros defectos nos salvan y nuestras virtudes nos pierden. El sentido del honor, la fidelidad, la dignidad, la verdadera lealtad que no es más que la que se tiene consigo mismo han enviado a más de uno al pe lotón de ejecución. En cambio, la mentira, la adulación, la bajeza, la traición, han encaramado a los puestos más altos a personajes mediocres que, sin esas taras, a nada habrían llegado.

No importa. Albert Boadella atravesará el Ponto a nado, como César, llevando en la boca sus papeles. La travesía será larga y difícil si pretende comprobar -como nos pedía hermosamente Cocteau que hiciéramos-, hasta donde se puede llegar demasiado lejos. La libertad es siempre revolucionaria y el arte, subversivo.

La irregular situación de Boadella y Els Joglars, independientes y solitarios, se acabará al aprobarse la Constitución. Sería horrible que el país pensara que la Constitución, el Gobierno o los partidos políticos les han rescatado de las garras militares. Es preciso evitar que alguien crea, equivocadamente, que el Ejército es el enemigo de la libertad de expresión, papel de malo en la película que alguno querrá asignarle. Hay que decir claramente que no es así y algo práctico hay que hacer, pues a las Fuerzas Armadas les ofende y les preocupa otras cosas más importantes. Bien se me alcanza que es difícil, que la ley actual dice, redice, afirma, autoriza, prohibe, ordena, atribuye. Me es igual. Sobran en España leguleyos de tres al cuarto juristas de la estupidez, aburridos tecnócrátas, y faltan, en cambio, gentes creadoras e imaginativas. Gentes para las que pensar no es un peligroso hábito o una funesta manía. Al fin y al cabo, tenía razón el Raisuni, cuando escribía a Fernández Silvestre: «Tú y yo somos la tempestad. Tú eres el viento que sopla más fuerte. Yo soy el mar. Pero el viento pasa y el mar queda donde está.»

Espero también que Madrid comprenderá a Albert Boadella y Els Joglars. Que los comprenderán del todo, quiero decir, no sólo el catalán bastante cerrado de su obra. Intuyo que alguien deberá tener una gran dosis de paciencia para soportar el triunfo, que doy por descontado. Porque estoy seguro de que Boadella no tendrá que parodiar a otro provocador inteligente, Oscar Wilde, quien respondió cuando le preguntaban por el estreno de una de sus mejores obras teatrales que acababa de ser pateada con estrépito y que hoy todo el mundo admira: «La obra fue un éxito; el público, un fracaso.»

El Análisis

Siempre a la contra

JF Lamata

Alguien podría acusar al Sr. Boadella y su grupo de ser incoherente por haber pasado de hacer proclamas contra el Ejército español y la Guardia Civil española para acabar siendo de los catalanes que se atrevía a gritar «¡Viva España!» en los momentos más separatistas.

En realidad el Sr. Boadella podría ser alguien totalmente coherente: le gustaba ir a la contra, le gustaba provocar a las mayorías. Cuando en Catalunya eran pocos los que se atrevían a enfrentarse de manera pública a las fuerzas de orden que hasta poco antes habían sido intrumentos del franquismo, porque estaba mal visto, él lo hacía, aunque eso le valiera persecución y cárcel.

Después pasaría a mofarse de los símbolos nacionalistas catalanes, cuando durante el pujolismo nadie se atrevía a hacer tal cosa, y eso también le valió caer en desgracia y ser declarado ‘non grato’ en muchas zonas catalanas. Y finalmente acabar siendo apestado por todo el catalanismo independentista por alinearse con el españolismo a partir de 2005.

O era un valiente, o era alguien necesitado de estar en la provocación, frente a lo políticamente correcto mayoritario. Pero coherente.

J. F. Lamata