13 marzo 1986
El intento de Coalición Popular de Manuel Fraga de pedir la abstención para lograr un triunfo del NO que causara la dimisión de Felipe González fracasó
Referendum sobre la permanencia de España en la OTAN: Éxito de Felipe González que logra que gane el SÍ sin el apoyo de la derecha
Hechos
El SÍ ganó al NO en el referendum consultivo sobre la permanencia de España en la OTAN celebrado en marzo de 1986.
Lecturas
El 12 de marzo de 1986 se celebró el referéndum para la permanencia o no de España en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) con la siguiente pregunta: “¿Considera conveniente para España permanecer en la Alianza Atlántica en los términos acordados por el Gobierno de la Nación?”.
El PSOE hizo campaña a favor del ‘Sí’.
La Plataforma Cívica en defensa del ‘No’ fue encabezada por D. Antonio Gala Velasco y D. Jaime Miralles Álvarez respaldada por el PCE, la Federación Progresista, el PASOC y el PCPE.
A pesar de que Alianza Popular había defendido el ‘Sí’ a la OTAN desde el inicio, sus aliados PDP y PL anunciaron que harían campaña a favor de la abstención para así forzar la dimisión de D. Felipe González si lograban que ganaba el ‘No’, su estrategia obligó a Alianza Popular a hacer campaña también a favor de la abstención para no dividir a Coalición Popular.
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La victoria del “SÍ” fue sorprendente, en tanto cuanto hasta el último momento las encuestas anunciaban la victoria del “NO”. Cuando le pregunté al Sr. Leguina (PSOE) cómo habían lograron aquella victoria, él me respondió que para ellos no suponía ninguna victoria y que si hubieran sabido que en la legislatura siguiente se iba a acabar la Guerra Fría, se lo hubieran ahorrado. Don Pablo Sebastián aún hoy cuestiona aquello: “Yo creo que lo perdió y que al final hicieron trampas, aunque no se ha podido demostrar”. En portadas EL PAÍS coloca la palabra “paz”, algo fundamental. El ABC proclama la victoria de la abstención, que considera “su” victoria. Se amparaba en que 11.550.932 españoles se habían quedado en su casa, frente a los 8.999.134 que habían votado “SÍ” dudoso que todas las abstenciones fueran por aquel medio. El EGIN, anuncia victoria del “NO” en tres comunidades (fueron cuatro pero, claro, para EGIN Navarra no existe). En resumen, todos habían ganado.
Ha bastado la fuerza de ABC y las razones expuestas en un solo periódico, el que edita Prensa Española, para que triunfara la abstención sin campaña de propaganda y a pesar del tiempo espléndido en toda España y la celebración en día laborable. (ABC, 14-3-1986)
13 Marzo 1986
Quién canta victoria
El recuento de votos en el referéndum ha dado una clara victoria alsí. Con ello podría pensarse que termina uno de los episodios más controvertidos y esquizoides de la nueva democracia española. Para nada es eso. Más bien comienza ahora una tarea de reconstrucción del marco político y del escenario en el que nos movemos.Este referéndum ha arrojado algunos datos novedosos y serios sobre la situación española. El primero -el menos sorprendente, pero el más satisfactorio- es la sensatez de un pueblo dispuesto a ir a las urnas y dar muestras permanentes de su capacidad democrática, pronunciándose libre y pacíficamente. El segundo es el oportunismo y la sinrazón de la gran parte de la clase política, del Gobierno a la oposición, que ha culminado en un espectáculo de contradicciones, confusión y hastío que sería injusto que no pagaran sus responsables.
El Gobierno puede sentir la tentación de apuntarse este resultado como una victoria en su haber. No cabe duda de que los sondeos le anunciaban perdedor en la consulta, y de que el esfuerzo desarrollado por Felipe González y su equipo ha sido meritorio. Pero no cabe duda tampoco de que las manipulaciones, presiones, nerviosismo y estupor que los socialistas han desparramado a su alrededor no les permiten presentarse hoy con la cabeza alta, y sí pidiendo perdón, a un país al que han hecho pasar lo que no se merecía. La apreciable diferencia respecto a los votos negativos no habría sido, seguramente, posible sin el esfuerzo de reflexión que se ha exigido a una parte del electorado, que con gran probabilidad ha cambiado el significado de su voto en los últimos días e incluso en las últimas horas.
Esta jornada es, en primer lugar, el triunfo de un sistema que ha permitido a los españoles pronunciarse sobre una cuestión capital como la política militar y de defensa de su país. En el comportamiento mayoritario de los ciudadanos ha tenido que sumarse una gran heterogeneidad de factores hasta orientar su decisión, y entre ellos, no han podido pecisar únicamente los que afectaban al contenido de la pregunta. Si bien es verdad que los españoles se han pronunciado sobre la OTAN y la permanencia en ella, no es menos cierto que lo han hecho atendiendo a factores de continuidad política y de garantías para el futuro democrático más que a la cuestión misma de Europa y la política de bloques. Caben pocas dudas de que el voto útil, en una nueva y genuina versión, ha vuelto a funcionar: no se ha querido debilitar la estabilidad de la mayoría parlamentaria y del Gobierno, y se ha pretendido nominar el prestigio de las instituciones de la democracia representativa, ante una opción en realidad inexistente -no cambiaban las condiciones de integración militar en Occidente ganara el sí o ganara el no-, cuando se temía que la derrota del Gobierno fuera rentabilizada por sectores antidemocráticos de este país. Pero frente a este comportamiento popular -que ha exigido no pocos retorcimientos de la conciencia individual y un sentido profundo de las responsabilidades adquiridas por el pueblo en la democracia-, el de los partidos ha seguido con demasiada frecuencia las guías de sus ventajas sectarias y no de los destinos de los ciudadanos. Habiendo abusado hasta el ridículo todos los líderes -conservadores, socialistas y comunistas- del más burdo patrioterismo, en sus apelaciones agotadoras al interés de España y en el resurgimiento verbal del señuelo nacionalista, han recibido hoy una lección memorable. No es preciso hacer ahora un catálogo de actitudes chuscas ni rememorar las muchas y muy diversas tonterías que desde las plataformas del sí y del no, o de la abstención, se han dicho con facundia digna de mejor causa. Escuchando a personajes de la derecha preconizar la abstención ha cundido el escalofrío. Resulta que unos sedicentes demócratas y atlantistas abandonaban las urnas cuando la Alianza Atlántica les solicitaba el sí, y todo por pura, y equivocada, estrategia electoral. Sectores del centro-derecha que se alzaban como esperanza o reserva para este país (Pujol, Roca, Suárez) han renegado de su condición de orientadores de la masa refugiándose en la cómoda indefinición del silencio -siempre ocultadora de la ignorancia o del oportunismo-, justo en los momentos en que su opinión era más requerida. Los pacifistas y antiatlantistas responsables han sido asaltados en su propio terreno por el electoralismo del partido de Gerardo Iglesias y por el de sectores histriónicos de la marginalia política que nos prometían una nueva Guerra de la Independencia, con su Agustina de Aragón y todo, pero esta vez contra los americanos, o una balcanización de la Península Ibérica. Por último, el Gobierno ha utilizado toda clase de recursos a su alcance: ha llevado la manipulación televisiva hasta el límite, ha presionado a los militantes socialistas, ha enfatizado los aspectos carismáticos del liderazgo del presidente, ha implorado, sugerido, amenazado y prometido como nunca, e incluso se le ha visto dispuesto a implantar la censura de Prensa en el día de las votaciones respecto a la publicación de resultados provisionales. Todo ello para ganar una convocatoria destinada a un solo fin: demostrar que era el Gobierno el que tenía razón y los demás quienes estaban en el error. Ya hemos visto las caras de satisfacción de los analistas de presidencia señalando cómo sus sondeos eran los únicos válidos y cómo todo el mundo estaba equivocado salvo ellos. Pero si Felipe González pudiera escrutar hoy el corazón de cientos de miles de votantes, sabría cómo cambiaron su voto negativo o su abstención por el sí con la única esperanza no de reforzar su Gabinete o su persona, ni mucho menos de santificar popularmente la OTAN, sino de ver garantizado para ellos mismos un futuro político estable. No se atrevería entonces el presidente ni siquiera a pensar que él es el vencedor de esta crispada y apasionante batalla verbal en la que los españoles han gastado dinero, energías, amistades y pasiones exactamente para nada: para que nos quedemos como estábamos. Los votantes han encontrado en la elección de su pronunciamiento toda la oscuridad, todas las dificultades imaginables, y prácticamente ningún aporte de razón y debate para su esclarecimiento. Lo que es hoy, con el grado de participación registrado, un sólido triunfo de la sociedad española, es también, a poco que se eche la vista atrás, un fracaso de la comunicación entre representantes y representados. El Gobierno, que eligió defender una postura contraria a la que sostenía apenas tres años antes, contaba de antemano con los costes que iba a reportarle la consulta. La cuestión ahora es saber si ese desgaste no será aún mayor al de sus cálculos. Ni en la campaña de sus líderes significados, ni en las reiteradas y aparatosas intervenciones del presidente, los socialistas han recuperado el grado de credibilidad que ostentaban. No debe engañarles ahora este resultado favorable: han ganado el referéndum contra sus propios errores, y es lícito y justo que la sociedad española pase factura de incompetencia y arrogancia a un partido y a unos dirigentes que dilapidan tan salvaje como alegremente su mayoría absoluta. Al deterioro que conlleva la acción de gobierno, esta campaña ha añadido sobre los dirigentes del PSOE -pese a lo que el resultado del voto pudiera aparentar- un distanciamiento de la conciencia social, patentizada todavía más en el espectáculo mismo del prerreferéndum, en la torpeza de sus discursos públicos -más atentos a otros líderes que a sus propios oyentes- y en el menosprecio que supone haber soslayado una cabal información y un debate sobre la política de bloques a cambio de atronarnos los oídos con algo tan abstracto y discutible, tan difícil de unívoca representación, como es el interés de España. El triunfo del sí contribuye a preservar la normalidad, mantiene el statu quo internacional y regulariza las expectativas respecto al discurrir de la política española. Pero el Gobierno ha adquirido compromisos definidos: a partir de ahora los términos que matizaban la permanencia en la OTAN (desnuclearización del territorio, reducción de la presencia militar norteamericana y no integración en la estructura militar de la Alianza) se traducen en requerimientos urgentes. La desnuclearización y reducción de efectivos militares americanos en España conduce a buscar la inmediata denuncia del tratado militar con Estados Unidos y la reducción de las bases extranjeras y su personal. Por lo demás, no podrá seguirse negando Felipe González a la firma del Tratado de No Proliferación Nuclear -otra promesa electoral del PSOE más fácil de cumplir que el referéndum y sobre la que ha hurtado hasta ahora el bulto-. Y los españoles que viven cerca del peñón de Gibraltar merecen algo más que palabras oscuras de un Gobierno aliado como es el de Londres sobre la nuclearización o no de la Roca. Pues, ¿de qué sirve a los malagueños o gaditanos haber ratificado la repulsa a las armas nucleares si la base naval dela Alianza allí instalada recibe la visita de submarinos con armamento atómico? Por añadidura, en coherencia con el sentido con que se ha expuesto la voluntad de permanecer en la OTAN, el Gobierno español está comprometido a promover la distensión y hacer avanzar la consolidación de la unidad política de Europa. La no integración en la estructura de mando militar -también aprobada en esta fecha del 12 de marzo- merecería cuando menos una reflexión sobre la oportunidad o no de que España permanezca en el Comité Militar de la Alianza: pero no es de esperar rectificación alguna sobre ello. Y las promesas de aumentar el sentido europeo de la OTAN, frente a la omnipresencia norteamericana, deben transmutarse en acciones efectivas. Todo lo que no sea un relevante protagonismo en estas tareas por parte del Gobierno español infrigiría las condiciones en las que ha obtenido el refrendo a su propuesta. Queda otro débito del sí que habrá de satisfacer particularmente este Gobierno y con el que puede empezar a contar. Es el de la factura que habrán de presentarle sus propios militantes, violentados por el giro de la dirección socialista, y el que le pasará buena parte de esa ancha masa de diez millones de electores que han aplazado lo que el propio presidente del Gobierno llamara su voto de castigo para los comicios generales. El PSOE recibió la confianza de la mayoría absoluta para hacer posible el cambio, y a la vista está la impericia e incapacidad para administrar ese caudal de confianza política. Frente a la comunidad internacional de Occidente, que empezando por no entender la oportunidad de la convocatoria no ha entendido nunca bien la zarabanda surrealista de la campaña, el triunfo del sí será recibido con alivio, pero para nada debe ser interpretado como un auxilio a loi males de la política de bloques. Merece la pena ser conscientes de lo extenso del sector de la sociedad española contrario a la política aliancista y dispuesto en cambio a aumentar sus gastos de defensa en armas convencionales con tal de alejar el peligro de guerra nuclear de Europa. Cuestiones que el Gobierno no puede dejar de tener presente en un futuro. Al margen añadidos espurios, en el corazón del no late un sentido de protesta y de angustia ante la carrera armamentística, ante el peligro de destrucción nuclear, ante la persistente división de Europa, ante la inexistencia de la búsqueda de un proyecto común de este continente que logre librarle de sus vasallajes a las superpotencias. Valores que deben y tienen que ser incorporados a una política de paz en el seno de la Alianza si Felipe González no quiere traicionar sus promesas, hechas durante la propia campaña del referéndum. Finalmente, queda por analizar lo sucedido con la llamada a la abstención. El mismo líder que empujara a las masas al voto durante los referendos de la dictadura ha pretendido distanciarlas de las urnas en la consulta de la democracia. El aprovechamiento ilegítimo de la abstención técnica en el análisis de los resultados pone más aún, de relieve la inclinación a la argucia de sus patrocinadores. Los tres cabezas de Coalición Popular (Fraga por los conservadores, Alzaga por los democristianos y Segurado por los llamados liberales, cuando los liberales son bien otra cosa) se han pronunciado por la abstención en un acto de insolidaridad con sus electores y con sus partidos homólogos europeos. Con mimbres así esta derecha no tiene futuro como alternativa, ni credibilidad en su programa, ni talla en su liderazgo. Es una derecha que no representa al pensamiento demócrata conservador, sino a los intereses particulares del aparato que la nutre. Los órganos de opinión que han servido a su suicida estrategia se han visto abandonados hasta de sus propios financiadores. Pese a sus intentos obstruccionistas, la abstención es la perdedora de la jomada. La democracia, la única que puede cantar victoria.
Esta jornada es, en primer lugar, el triunfo de un sistema que ha permitido a los españoles pronunciarse sobre una cuestión capital como la política militar y de defensa de su país. En el comportamiento mayoritario de los ciudadanos ha tenido que sumarse una gran heterogeneidad de factores hasta orientar su decisión, y entre ellos, no han podido pecisar únicamente los que afectaban al contenido de la pregunta. Si bien es verdad que los españoles se han pronunciado sobre la OTAN y la permanencia en ella, no es menos cierto que lo han hecho atendiendo a factores de continuidad política y de garantías para el futuro democrático más que a la cuestión misma de Europa y la política de bloques. Caben pocas dudas de que el voto útil, en una nueva y genuina versión, ha vuelto a funcionar: no se ha querido debilitar la estabilidad de la mayoría parlamentaria y del Gobierno, y se ha pretendido nominar el prestigio de las instituciones de la democracia representativa, ante una opción en realidad inexistente -no cambiaban las condiciones de integración militar en Occidente ganara el sí o ganara el no-, cuando se temía que la derrota del Gobierno fuera rentabilizada por sectores antidemocráticos de este país.Pero frente a este comportamiento popular -que ha exigido no pocos retorcimientos de la conciencia individual y un sentido profundo de las responsabilidades adquiridas por el pueblo en la democracia-, el de los partidos ha seguido con demasiada frecuencia las guías de sus ventajas sectarias y no de los destinos de los ciudadanos. Habiendo abusado hasta el ridículo todos los líderes -conservadores, socialistas y comunistas- del más burdo patrioterismo, en sus apelaciones agotadoras al interés de España y en el resurgimiento verbal del señuelo nacionalista, han recibido hoy una lección memorable.No es preciso hacer ahora un catálogo de actitudes chuscas ni rememorar las muchas y muy diversas tonterías que desde las plataformas del sí y del no, o de la abstención, se han dicho con facundia digna de mejor causa. Escuchando a personajes de la derecha preconizar la abstención ha cundido el escalofrío. Resulta que unos sedicentes demócratas y atlantistas abandonaban las urnas cuando la Alianza Atlántica les solicitaba el sí, y todo por pura, y equivocada, estrategia electoral. Sectores del centro-derecha que se alzaban como esperanza o reserva para este país (Pujol, Roca, Suárez) han renegado de su condición de orientadores de la masa refugiándose en la cómoda indefinición del silencio -siempre ocultadora de la ignorancia o del oportunismo-, justo en los momentos en que su opinión era más requerida. Los pacifistas y antiatlantistas responsables han sido asaltados en su propio terreno por el electoralismo del partido de Gerardo Iglesias y por el de sectores histriónicos de la marginalia política que nos prometían una nueva Guerra de la Independencia, con su Agustina de Aragón y todo, pero esta vez contra los americanos, o una balcanización de la Península Ibérica. Por último, el Gobierno ha utilizado toda clase de recursos a su alcance: ha llevado la manipulación televisiva hasta el límite, ha presionado a los militantes socialistas, ha enfatizado los aspectos carismáticos del liderazgo del presidente, ha implorado, sugerido, amenazado y prometido como nunca, e incluso se le ha visto dispuesto a implantar la censura de Prensa en el día de las votaciones respecto a la publicación de resultados provisionales. Todo ello para ganar una convocatoria destinada a un solo fin: demostrar que era el Gobierno el que tenía razón y los demás quienes estaban en el error.Ya hemos visto las caras de satisfacción de los analistas de presidencia señalando cómo sus sondeos eran los únicos válidos y cómo todo el mundo estaba equivocado salvo ellos. Pero si Felipe González pudiera escrutar hoy el corazón de cientos de miles de votantes, sabría cómo cambiaron su voto negativo o su abstención por el sí con la única esperanza no de reforzar su Gabinete o su persona, ni mucho menos de santificar popularmente la OTAN, sino de ver garantizado para ellos mismos un futuro político estable. No se atrevería entonces el presidente ni siquiera a pensar que él es el vencedor de esta crispada y apasionante batalla verbal en la que los españoles han gastado dinero, energías, amistades y pasiones exactamente para nada: para que nos quedemos como estábamos.Los votantes han encontrado en la elección de su pronunciamiento toda la oscuridad, todas las dificultades imaginables, y prácticamente ningún aporte de razón y debate para su esclarecimiento. Lo que es hoy, con el grado de participación registrado, un sólido triunfo de la sociedad española, es también, a poco que se eche la vista atrás, un fracaso de la comunicación entre representantes y representados. El Gobierno, que eligió defender una postura contraria a la que sostenía apenas tres años antes, contaba de antemano con los costes que iba a reportarle la consulta. La cuestión ahora es saber si ese desgaste no será aún mayor al de sus cálculos. Ni en la campaña de sus líderes significados, ni en las reiteradas y aparatosas intervenciones del presidente, los socialistas han recuperado el grado de credibilidad que ostentaban. No debe engañarles ahora este resultado favorable: han ganado el referéndum contra sus propios errores, y es lícito y justo que la sociedad española pase factura de incompetencia y arrogancia a un partido y a unos dirigentes que dilapidan tan salvaje como alegremente su mayoría absoluta. Al deterioro que conlleva la acción de gobierno, esta campaña ha añadido sobre los dirigentes del PSOE -pese a lo que el resultado del voto pudiera aparentar- un distanciamiento de la conciencia social, patentizada todavía más en el espectáculo mismo del prerreferéndum, en la torpeza de sus discursos públicos -más atentos a otros líderes que a sus propios oyentes- y en el menosprecio que supone haber soslayado una cabal información y un debate sobre la política de bloques a cambio de atronarnos los oídos con algo tan abstracto y discutible, tan difícil de unívoca representación, como es el interés de España.El triunfo del sí contribuye a preservar la normalidad, mantiene el statu quo internacional y regulariza las expectativas respecto al discurrir de la política española. Pero el Gobierno ha adquirido compromisos definidos: a partir de ahora los términos que matizaban la permanencia en la OTAN (desnuclearización del territorio, reducción de la presencia militar norteamericana y no integración en la estructura militar de la Alianza) se traducen en requerimientos urgentes. La desnuclearización y reducción de efectivos militares americanos en España conduce a buscar la inmediata denuncia del tratado militar con Estados Unidos y la reducción de las bases extranjeras y su personal. Por lo demás, no podrá seguirse negando Felipe González a la firma del Tratado de No Proliferación Nuclear -otra promesa electoral del PSOE más fácil de cumplir que el referéndum y sobre la que ha hurtado hasta ahora el bulto-. Y los españoles que viven cerca del peñón de Gibraltar merecen algo más que palabras oscuras de un Gobierno aliado como es el de Londres sobre la nuclearización o no de la Roca. Pues, ¿de qué sirve a los malagueños o gaditanos haber ratificado la repulsa a las armas nucleares si la base naval dela Alianza allí instalada recibe la visita de submarinos con armamento atómico?Por añadidura, en coherencia con el sentido con que se ha expuesto la voluntad de permanecer en la OTAN, el Gobierno español está comprometido a promover la distensión y hacer avanzar la consolidación de la unidad política de Europa. La no integración en la estructura de mando militar -también aprobada en esta fecha del 12 de marzo- merecería cuando menos una reflexión sobre la oportunidad o no de que España permanezca en el Comité Militar de la Alianza: pero no es de esperar rectificación alguna sobre ello. Y las promesas de aumentar el sentido europeo de la OTAN, frente a la omnipresencia norteamericana, deben transmutarse en acciones efectivas. Todo lo que no sea un relevante protagonismo en estas tareas por parte del Gobierno español infrigiría las condiciones en las que ha obtenido el refrendo a su propuesta.Queda otro débito del sí que habrá de satisfacer particularmente este Gobierno y con el que puede empezar a contar. Es el de la factura que habrán de presentarle sus propios militantes, violentados por el giro de la dirección socialista, y el que le pasará buena parte de esa ancha masa de diez millones de electores que han aplazado lo que el propio presidente del Gobierno llamara su voto de castigo para los comicios generales. El PSOE recibió la confianza de la mayoría absoluta para hacer posible el cambio, y a la vista está la impericia e incapacidad para administrar ese caudal de confianza política.Frente a la comunidad internacional de Occidente, que empezando por no entender la oportunidad de la convocatoria no ha entendido nunca bien la zarabanda surrealista de la campaña, el triunfo del sí será recibido con alivio, pero para nada debe ser interpretado como un auxilio a loi males de la política de bloques. Merece la pena ser conscientes de lo extenso del sector de la sociedad española contrario a la política aliancista y dispuesto en cambio a aumentar sus gastos de defensa en armas convencionales con tal de alejar el peligro de guerra nuclear de Europa. Cuestiones que el Gobierno no puede dejar de tener presente en un futuro. Al margen añadidos espurios, en el corazón del no late un sentido de protesta y de angustia ante la carrera armamentística, ante el peligro de destrucción nuclear, ante la persistente división de Europa, ante la inexistencia de la búsqueda de un proyecto común de este continente que logre librarle de sus vasallajes a las superpotencias. Valores que deben y tienen que ser incorporados a una política de paz en el seno de la Alianza si Felipe González no quiere traicionar sus promesas, hechas durante la propia campaña del referéndum. Finalmente, queda por analizar lo sucedido con la llamada a la abstención. El mismo líder que empujara a las masas al voto durante los referendos de la dictadura ha pretendido distanciarlas de las urnas en la consulta de la democracia. El aprovechamiento ilegítimo de la abstención técnica en el análisis de los resultados pone más aún, de relieve la inclinación a la argucia de sus patrocinadores. Los tres cabezas de Coalición Popular (Fraga por los conservadores, Alzaga por los democristianos y Segurado por los llamados liberales, cuando los liberales son bien otra cosa) se han pronunciado por la abstención en un acto de insolidaridad con sus electores y con sus partidos homólogos europeos. Con mimbres así esta derecha no tiene futuro como alternativa, ni credibilidad en su programa, ni talla en su liderazgo. Es una derecha que no representa al pensamiento demócrata conservador, sino a los intereses particulares del aparato que la nutre. Los órganos de opinión que han servido a su suicida estrategia se han visto abandonados hasta de sus propios financiadores. Pese a sus intentos obstruccionistas, la abstención es la perdedora de la jomada. La democracia, la única que puede cantar victoria.
13 Marzo 1986
Victoria pírrica de Felipe González
Los asesores de imagen de la Moncloa plantearon así el referéndum: diez millones de votos que tiene Felipe González, más siete millones de la derecha y el centro, cautivos por su pro atlantismo, suman, como mínimo, diecisiete millones. Tras una votación tan abrumadora, las elecciones generales serían un paseo triunfal y habría nacido un nuevo caudillo para cuarenta años. El referéndum se habría convertido en un plebiscito a favor de Felipe González, ungido como nuevo César por los votos de casi todos. La inteligencia de los sectores de centro y derecha, que no se dejaron engañar, impidió la maniobra en beneficio del régimen de libertades en España, peligrosamente cuarteado ya por la tentación totalitaria del poder a la que ha sucumbido el PSOE, por el acoso a la injerencia en el Tribunal Constitucional, lo que ha colocado a España en riesgo de una dictadura parlamentaria. La irresponsable convocatoria del referéndum ha supuesto para Felipe González, en lugar de su consagración como caudillo, una grave erosión personal. El pueblo español, crispado y dividido innecesariamente durante varias semanas, le ha pasado una dura factura. Tal y como deseaba la oposición, el SÍ ha ganado, mientras la abstención y el voto en blanco se han alzado con la mayoría, a pesar de que a favor de estas posiciones no se hizo una línea de propaganda fuera de los espacios gratuitos, en tanto el PSOE gastó cantidades ingentes de dinero en una campaña a la que sumaron abusivamente los medios públicos de comunicación. ABC fue el único diario nacional que adelantó la victoria de los SÍes, basado en sondeos solventes, frente a algunas encuestas filtradas por agentes del Gobierno que vaticinaron al NO para extender el miedo y llevar a los electores a votar. Superado el referéndum, el PSOE debe comprender ahora que en democracia no se puede mantener en una actitud totalitaria y prepotente y que, al menos en las cuestiones claves de política exterior y defensa, debe llegar a un acuerdo con el resto de las fuerzas democráticas representativas. A esta posición defendida ayer desde la portada y editorial de ABC se han sumado, con elogiable humildad en sus declaraciones televisivas de anoche, tanto Alfonso Guerra como Felipe González. Los amantes de la libertad deben, en todo caso, felicitarse por el resultado del referéndum, es decir, por la victoria del SÍ, lo bastante corta en relación al censo total de votantes para que suponga un correctivo para el Gobierno y desbarate la maniobra de plebiscita a Felipe González.
13 Marzo 1986
Una triste victoria
Nada más absurdo que decidir la seguridad militar y la defensa nacional a través de un referéndum. No hay política, por fuerte que sea su musculatura, que resista una consulta de este tipo. La OTAN, piedra angular de la defensa de Occidente, y en consecuencia de España, no se ha sometido a referéndum en ninguna de las naciones que la integran. La Constitución española para evitar el ejercicio de la iniciativa popular en este sentido afirma en su artículo 87 que ‘no procederá dicha iniciativa en materias propias de ley orgánica tributaria o de carácter internacional…”.
Lo que no imaginaban los redactores del texto constitucional es que el propio Gobierno cometería la insensatez de colocar a la nación ante una consulta sobre un Tratado internacional defensivo. Nadie podría pensar que, desde las alturas, se iban a esparcir las siembras de Caín sobre los surcos más doloridos de España.
Pero esa es la situación en la que estamos. El Gobierno de don Felipe Gonzálezz, al que no quiero calumniar, y por eso lo elogio, ha anunciado la convocatoria de un referéndum sobre la OTAN y ha apelado al patriotismo de la oposición para que le ayude a ganarlo. EL asunto resulta tan grave que cualquier otro,, político, económico o social, de los que azotan a España es insignificante al lado de la envergadura del que artificialmente ha creado el presidente. Y digo artificialmente porque a lo que obligaba el programa electoral del PSOE era a salir de la OTAN. Una vez el señor González en el poder, tras conocer los delicados tejidos de la sociedad internacional, ha actuado con pragmatismo y rectificado su error. Dentro de un planteamiento utópico del mundo, el ideal sería que no hubiera bloques militares. AL existir estos , el ideal para España consistiría en no pertenecer a ninguno de ellos. Pero dada la situación geopolítica de nuestra nación eso es imposible. Felipe González así lo comprendió. Y cambió su compromiso electoral Una vez tomada esta decisión resulta evidente que el referéndum, desde el punto de vista del bien común, sobra. Lo que ocurre es que, por encima del interés nacional, predominan en estos momentos en el ánimo del señor González, las tensiones internas de su propio partido y de la izquierda española. A causa de esas tensiones el presidente del Gobierno convoca a reférendum. Es una decisión insensata y tórpida.
Naturalmente sus asesores de imagen se esfuerzan ahora en manipular la convocatoria para convertir el referéndum en un plebiscito a favor del presidente. Si los acontecimientos se desarrollan con normalidad, la propaganda bien dirigida transformará el sí o no a la OTAN en un sí o no a Felipe González. La pretensión de sumar a los centristas, liberales y conservadores a ese sí es suponer que los cristianos, además de hermanos de los socialista, son primos.
Porque ahí está la gran trampa para la oposición. Ahí está la gran trampa tendida a Ardanza, Albor, Roca, Alzaga, Segurado, Pujol, Fraga y Cuevas. Si los dirigentes políticos y sociales muerden el anzuelo del patriotismo, Felipe González resultará plebiscitado con el sí del centro derecha, lo que le situará definitivamente como vencedor en las próximas elecciones generales.
Para conseguir el apoyo de la oposición, el líder socialista está dispuesto a hacer cuantas concesiones sean necesarias. Se juega demasiado en el envite. Aunque sus asesores tengan planteada esta fórmula: “si el presidente gana el referéndum continua en el poder y si pierde, que derrota para Fraga!”. La realidad es que las urnas adversas, en consulta tan comprometida pueden significar el fin de la carrera política del señor González. Por eso desde la clamorosa escalinata de la arrogancia, el presidente ha descendido al os rellanos de la humildad para solicitar la ayuda de Fraga. Mal asunto si el líder de la oposición, con sus nobles reacciones, embiste a la muleta que se le tiende. Mal asunto si el presidente de Alianza Popular acepta el plato de lentejas que le ofrecen. Perderá su credibilidad en los sectores más responsables, centristas, liberales y conservadores, y habrá malvendido su derecho de primogenitura en la oposición. El riesgo de Fraga es que le metan de matute en una operación de la que sólo obtendrán beneficio sus rivales.
Porque la celebración del referéndum
Pues bien: Hora es de decir con la mayor firmeza que Felipe González no tiene derecho a mezclar a España en un problema interno del Partido Socialista, no tiene derecho a comprometer la seguridad occidental con una consulta electoral que no ha hecho ninguna nación; no tiene derecho a manipular la opinión pública y engañarla sobre el verdadero significado de la consulta. Hora es de decir toda la verdad sobre las mentiras de la política áptera del socialismo con relación al a OTAN; hora es de proclamar que este no es un referéndum que éste no es el referéndum de la oposición centrista, liberal y conservadora que lo que se está organizando es un plebiscito a favor de González con los votos del centro-derecha, que la extrema izquierda trabaja de forma frenética en atizar la crispación nacional, mientras los depredadores de la política se agazapan para saltar sobre los horizontes que se perfilan revolucionarios. Hora es de decir, en fin, que estamos en vísperas de un trauma nacional de consecuencias incalculables; que se abrirán los labios de las heridas más profundas de la historia de España y que resultará muy difícil después hacerlas cicatrizar.
Por eso la única posición razonable del centro y la derecha es evitar que el referéndum se celebre. Hay que ayudar al señor González a que salga con dignidad de la soga en que ha introducido su tierno cuello. Para eso es necesario que los dirigentes de la oposición política y social manifiesten claramente que se abstendrán en el referéndum. Sólo el temor a perder en las urnas conducirá al señor González a buscar una fórmula razonable y desconvocar la consulta insensatamente prometida. Como nada más que males nacionales e internacionales se pueden derivar del referéndum, lo patriótico es la abstención, lo patriótico es no entrar en un juego del que inevitablemente España saldrá perjudicada; lo patriótico es forzar a que se haga lo único que tiene sentido común, desconvocar el referéndum y evitar así que las hilanderas del rencor terminen por tejer un nuevo tapiz de los desastres en España.
Luis María Anson
13 Marzo 1986
La incógnita
El presidente del Gobierno, señor González, ni el vicepresidente, señor Guerra, se excedieron en el triunfalismo una vez conocidos los resultados provisionales del referéndum, favorable a la tesis del SÍ, defendida por el Ejecutivo. Antes bien, las primeras reflexiones de ambos dirigentes fueron para ofrecer a todas las fuerzas políticas un consenso en materia de política exterior. Se trascendía, pues, a la inmediata coyuntura en términos constructivos. Lo mismos que debieron haber sido empleados antes de decidirse a la convocatoria de una consulta que no ha dejado por vencedores más que a aquellas fuerzas que se sitúan a la izquierda del partido gobernante y a la sociedad en general, maltrecha, por un debate tan extenuante y confuso como estéril. La victoria del NO, por otro lado, en comunidades autónomas tan significativas como las de Cataluña, Vascongadas, Navarra y Canarias, donde el pulso del Gobierno central se siente con dificultades, incide en una lectura de los resultados que se han apresurado a hacer suya los máximos responsables de la situación. Pese a todo la cuestión de la OTAN sigue siendo una incógnita confusa para la mayoría del pueblo español.
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16 Marzo 1986
Quien canta victoria
En su editorial del 13 de marzo realizan ustedes un análisis de la actitud mantenida por las diversas fuerzas políticas en relación con el referéndum OTAN que no podemos por menos que rechazar en lo que se refiere al PCE.Dicen ustedes: «Los pacifistas y antiatlantistas responsables han sido asaltados en su propio terreno por el electoralismo del partido de Gerardo Iglesias y por el de sectores histriónicos de la marginalia política…».
Señor Cebrián: esto no es así. Están ustedes caricaturizando y falseando la actitud mantenida por el PCE en todo este proceso. Muy pocas veces, desde que formo parte de este partido, me he sentido tan a gusto con la política unitaria desarrollada. De una manera abierta, generosa, pluralista, realmente, verdaderamente democrática, el PCE ha impulsado un trabajo de convergencia con las fuerzas sociales de progreso que estaban por el no a la OTAN. No ha sido necesario asaltar ningún terreno, porque jugábamos en el nuestro propio. Ni constituía obsesión la práctica del electoralismo, porque, desgraciadamente para los comunistas españoles y para el sistema democrático, el PCE está para pocos electoralismos.
El PCE se ha expresado en la campaña anti-OTAN, primero, desarrollando iniciativas propias; segundo, impulsando un trabajo unitario en la Plataforma Cívica, y tercero, apoyando incondicionalmente a la Coordinadora Pacifista.
Sí ha existido y existe la voluntad de fondo de reconstruir una alternativa política de izquierdas sobre el terreno abandonado por el PSOE tras su triunfo en las elecciones generales de 1982. Una alternativa que se ha denominado de convergencia política y social con todas aquellas organizaciones políticas sindicales y sociales situadas a la izquierda del PSOE. Para luchar en su día contra la ley (le Pensiones y en favor de la huelga general del 20 de junio, para luchar ahora contra la permanencia de España en la OTAN y para combatir mañana las medidas antipopulares y regresivas del Gobierno socialista. Si además es posible organizar candidaturas unitarias sobre esta base social en las próximas elecciones, mucho mejor. Pero ese objetivo electoral no es hoy prioritario. Créame, señor Cebrián, que diría Felipe González.
Ya que hablan ustedes de hipotéticos asaltos a terrenos no propios, quisiera hacerle Regar la estupefacción que sentimos muchos comunistas, que honestamente defendemos una política capaz de contribuir a una España de progreso, con los continuos asaltos que desde las páginas de información política de su periódico se hacen a la estabilidad política y a la credibilidad social del PCE. Hay formas más inteligentes de hacer anticomunismo que la sectaria y fanática que sistemáticamente promueven ustedes.
En cuanto a la caracterización que realizan en el editorial mencionado del papel desarrollado en la campaña del referéndum por los intelectuales y artistas como «sectores histriónicos de la marginalia política», sólo podemos responderle con la canción de Krahe: «Hombre blanco hablar con lengua de serpiente. Cuervo Ingenuo no fumar la pipa de la paz con tú. Por Manitú».-
Portavoz del PCE en el Ayuntamiento de Madrid.
16 Marzo 1986
Quien canta victoria
No tengo por costumbre polemizar (,en las; opiniones que suelen verter los editoriales; de su periódico. Pese a ello, no quisiera dejar pasar el del día 13 del presente mes de marzo, Quién canta victoria, sin hacer algunas; consideraciones.Lo que hemos planteado durante esta campaña los partidarios del no ha sido la no conveniencia de permanecer en la OTAN y la necesidad de una política de. neutralidad. Naturalmente, estos planteamientos son discutibles y deben ser discutidos, pero ello no les autoriza a ustedes a calificar estas posiciones de «actitudes chuscas», ni a sus defensores de «sectores histriónicos».
Mucho menos autorizados están ustedes para afirmar que los antiatlantistas y pacifistas han sido «asaltados en su propio terreno» por el PCE. Los comunistas somos antiatlantistas y no necesitamos asaltar a nadie para vestirnos con nuestro propio traje. Por el contrario, el PCE ha dado en esta campaña un ejemplo de generosidad y prudencia que ya quisieran ustedes para la línea editorial de su periódico, que, no contenta con contribuir a la manipulación que el Gobierno ha hecho de los sectores más indefensos, pretende ahora cantar victoria.
La finalidad del editorial está clara: dividir en buenos y malos a los votantes del no. O, dicho en palabras del señor González, los de buena o mala fe. Esta división resulta harto sospechosa para todos los que hemos luchado por la democracia en España y se: descalifica por sí misma. No creo que tenga ninguna credibilidad para aquellos que, con escasos recursos y resistiendo todo tipo de presiones, han defendido la dignidad de este pueblo, aunque no hayan ganado.
No creo incurrir en la descortesía si les recomiendo que dejen de contribuir a la confusión y al hastío que tanto critican evitándonos este tipo de editoriales.
El 12 de marzo de 1986 se celebró un referendum consultivo para decidir la permanencia o no de España la OTAN. El referendum había sido una promesa electoral del PSOE, sólo que cuando lo prometió su intención parecía ser la salida de España de la Alianza Atlántica y sin en 1986 el Gobierno de don Felipe González era el principal defensor del “SÍ a la OTAN”. ¿Por qué ese cambio? “Los primeros años de poder nos hacen comprender que no se podía ser miembro integrado de la Unión Europea sin participar en los órganos de defensa de la misma” me concretó el diputado del PSOE Sr. Fernández Marugán. Pero el reto era difícil para don Felipe González, tenía que convencer a su propio electorado, puesto que no contaba ni con el apoyo de los que hasta entonces habían sido defensores acérrimos de la OTAN: la derecha del Sr. Fraga, que estaba pidiendo la “Abstención”, mientras que la extrema izquierda pedía el NO.
Para esta difícil tarea el Gobierno del PSOE tenía que confiar en la influencia mediática: “Ahí empezó el verdadero drama de la militarización de los periódicos y de los grupos de comunicación en España” – me dijo don Pablo Sebastián – “Felipe González dijo a todos los grandes editores que si les apoyaba les daba un canal de televisión y si no irían listos”. El Sr. Sebastián, trabajaba entonces en el Grupo Zeta donde desempeñaba el cargo de redactor jefe en la revista TIEMPO (que entonces dirigía don Julián Lago) y me detalló como fue el tema en ese grupo: “Antonio Asensio nos reunió a todos los directores del grupo Barcelona y nos dijo que había que apoyar la OTAN en editoriales y artículos porque Felipe le había prometido un canal de televisión y en aquella reunión delante de todos dije que yo no, que yo en eso no entraba”. Los medios de Zeta apoyaron aquel ingreso, como también hizo EL PAÍS, a cuyo director no excluyó el Sr. Sebastián en su relato: “Llamé a Juan Luis Cebrián y le dije `Esto de la OTAN nos va a poner boja abajo a todos los profesionales de la información´ y él me dijo `Sí, unos tendrán que enseñar el culo y otros tendremos que enseñar una pierna´”.
DIMISIÓN DE LOS JEFES DE OPINIÓN DE EL PAÍS Y DIARIO16 POR LA OTAN
EL PAÍS, que en 1981 decía que estar en la OTAN “favorecía la atmóstera de guerra”, ahora veía lícito votar SÍ, es más, su jefe de opinión, don Javier Pradera, antiguo miembro del PCE, no tuvo problema en firmar un manifiesto a favor de la OTAN, EL PAÍS además, arremetía contra la abstención, es decir, contra el Sr. Fraga. La actitud del Sr. Pradera causaría protestas de lectores y culminaría con la dimisión del Sr. Pradera como jefe de Opinión de EL PAÍS.
En el lado contrario estaba el ABC del Sr. Anson. Si EL PAÍS tenía que tragarse esa rectificación, tenía su consuelo en todo lo que tenía que tragarse el ABC, que tras haber sido firme defensor de la OTAN ahora debía seguir el juego de AP y pedir la abstención con argumentos casi desesperados: “La Abstención es decir SÍ a la OTAN y NO a Felipe González” llega a asegurar en una de sus portadas (8-1-1986). Su objetivo era el triunfo del NO para forzar la dimisión de don Felipe González y de ahí su insistencia, con cierto oportunismo. El ABC criticó a los políticos de derecha que defendieron el “SÍ”, como don Abel Matutes o el conde de Motrico, pero en cambio aplaudió a los socialistas que se oponían a don Felipe González como don Pablo Castellano o don Nicolás Redondo.
El Sr. Pradera no fue el único jefe de opinión de un periódico que dimitió por la OTAN, también lo hizo D. Federico Jiménez Losantos, que dimitió como jefe de opinión de DIARIO16. El periódico de D. Pedro J. Ramírez y D. Juan Tomás de Salas quiso respaldar al Gobierno y pedir ‘SÍ’ a la OTAN, mientras que D. Federico Jiménez Losantos quería pedir la abstención, es decir, hacer el juego a la derecha. Poco después de aquello el Sr. Anson fichaba al Sr. Jiménez Losantos para ABC. Entre los que pidieron “NO” destacaron don José María Carrascal, Pio Moa y todo EL ALCÁZAR.
Otro medió que se destacó en defensa del ‘SÍ” fue ANTENA 3 RADIO o, su director, el Sr. Martín Ferrand me lo definió com ouna cuestión ideológica: “ANTENA 3 desde siempre se manifestó clara defensora de la democracia de la libertad, de los valores del mundo occidental, libertad de mercado y la cultura greco-cristiana. Y dentro de la cultura occidental nosotros estábamos obligados a defender la OTAN que yo personalmente venía defendiendo desde que nos metió Calvo Sotelo, el SÍ no lo defendía nadie, eramos cuantro locos liberales”. En una entrevista en TVE, Don José María García, el locutor más prestigioso de Antena 3, pidió el SÍ. En Euskadi, DEIA (pro-PNV) y EL CORREO pedían el sí sin demasiado entusiasmo y el batasuno EGIN pidió claramente el “NO”.
En EL PAÍS se incluyeron varios artículos a favor del SÍ”, como el del Sr. Martínez Reverte y, sobretodo, se atacó la petición de “Abstención” por parte de la derecha AP-ABC, “la prensa de la caverna”.
El Análisis
El Referendum de la OTAN era, teóricamente, la trampa mortal por la que podía caer el presidente del Gobierno, D. Felipe González, que tenía que presentarse ante su electorado al que en 1982 decía ‘No a la OTAN’ y convencerles de que ahora había que decir ‘Sí a la OTAN’.
Pero, al final, la trama no fue para el Sr. González, sino para el Sr. Fraga. El que era uno de los principales defensores de la OTAN en 1982, ahora anunciaba por sorpresa que haría campaña a favor de la abstención. No era una idea suya, la abstención había sido una posición defendida férreamente por los aliados del Sr. Fraga: los liberales del Sr. Segurado y los democristianos del Sr. Alzaga, que lograron convencer a Don Manuel. Así pues, la masa de derechas española, en gran medida pro-americana y anticomunista, veía como el que, teóricamente, era su referente político dejaba tirada la posición atlantista y, con ellos, la derecha mediática, puesto que figuras como D. Luis María Anson desde ABC o D. Federico Jiménez Losantos desde Diario16 arroparon a pies juntillas la petición de abstención del Sr. Fraga.
Pero si su objetivo era que triunfara el ‘No’ al a OTAN para así forzar la dimisión de D. Felipe González fracasaron. El referéndum dio como ganador al ‘Sí’. Probablemente porque el Sr. González consiguió convencer a parte de los suyos y más probablemente aún porque parte de la masa electoral derechista no hizo caso a sus referentes políticos y mediáticos y votaron ‘Sí’ a la OTAN.
El Sr. Fraga había perdido su último gran jaque para llegar a la presidencia del Gobierno, tanto él como sus aliados, los Sres. Alzaga y Segurado, se verían pronto el fin de sus carreras políticas tras traicionar sus propios principios y negarse a pedir el ‘SÍ’ a la OTAN.
J. F. Lamata