28 febrero 1997

Según Azúa, Millet se ha limitado a insultarle sin ofrecer argumentos alternativos

Félix Millet estalla en LA VANGUARDIA contra Félix de Azúa por criticar el Palau de la Música y el Liceo de Barcelona

Hechos

El 28.02.1997 D. Félix Millet publicó un artículo en LA VANGUARDIA de réplica a D. Félix de Azúa.

07 Febrero 1997

Mucho ruido y ninguna nuez

Félix de Azúa

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La devolución del Teatre del Liceu a sus propietarios por sentencia de la Audiencia invita a reflexionar sobre la vida musical de la ciudad, tan vigorosa como despilfarrada. Me refiero a la música llamada clásica, culta, o incluso seria; esa que escuchan unos ancianos en todos los anuncios de la tele, lo que nos obliga a deducir que los publicistas no han pisado un concierto en su vida. Si lo hubieran hecho habrían comprobado que están llenos de jóvenes, siempre que puedan pagarse la entrada. Pero los conciertos en Barcelona son los más caros de España (aproximadamente el doble que los de Madrid= y de casi toda Europa; por ejemplo, más caros que los de Londres y París en igualdad de butacas y orquesta. Sólo por el elevado precio de las entradas puede decirse que el público de la música sería en Barcelona es mayorcito. Pero hay miles de jóvenes deseando ser mayorcitos, es decir que las entradas sean más baratas y programen música de su siglo.

El caso del Liceu es un perfecto ejemplo. Cuando ardió esta propiedad privada pagada por todos los barceloneses, algunos osamos decir que se había manifestado la Providencia. Ahora sus propietarios podían dedicar el agujero a instalar un bingo, y nosotros al fin disfrutaríamos de un moderno teatro de ópera, como corresponde a una ciudad del siglo XXI, si es que llegamos. Triunfó, como es natural la propuesta moderno-conservadora, es decir, construir un teatro nuevo y moderno que pareciera del siglo XIX. Por fortuna, la reconstrucción caó en las mejores manos, pero ni todo el talento de Ignasi de Solá-Morales logará enterrar el fantasma de Mariona Rebull. En el Liceu, Mariona manda como la Virgen de Lurdes, sólo cura a quien le da la gana (Y no a quien más lo necesita) y programa pensando en Bernardette.

Lo mismo sucede en otros carísimos conciertos que tienen lugar en el Palau de la Música, segundo centro privado financiado con el dinero público de la ciudad. El infatigable Josep María Prat, uno de los pocos barceloneses que merecen la batalla al mérito militar, me comentaba a propósito del único concierto del año con piezas de Ligetti, Webern, Schoenberg y Boulez, cómo le tiembla el ánimo cada vez que programa algo escrito después de la invención del aeroplano. Se le dan de baja los Rebull y los Rius simultáneamente. Pero no hay jóvenes para sustituir a tan distinguidos personajes mientras las entradas estén por las nubes y los programas sólo ofrezcan cine mudo.

De modo que me gustaría hacer una propuesta constructiva y muy sencilla: que se acabe de una vez el Auditori. Todos saldríamos ganando. Los precios bajarían. Escucharíamos música sinfónica sin ahogos (las grandes orquestas se asfixian en el escenario del Palau). El ayuntamiento podría programar obras modernas con la audacia que le caracteriza, o ayudar a quienes las programen. Los músicos jóvenes estrenarían. Sus colegas acudirían a criticarles. Sería jauja. Y para postres, un edificio moderno (el de Moneo) se enfrentaría con uno conservador (el de Bofill) de una manera tan inequívocamente barcelonesa que atraería masas de badocas nacionales y extranjeros.

Como Munich, Milán o Edimburgo, Barcelona podría ser una capital musical europea. Podrían albergar una magnífica escuela de música antigua y renacentista. Podría renovar su mayor gloria musical: haber entrenado el ‘Concierto para violín’ de Alban Berg en 1936. Podría potenciar un Conservatori que languidece. Podría vigorizar a una orquesta (la de B y N de C) que se lo merece. Y añadiré dos razones más para apostar por la música: hay una gran cantidad de pequeñas salas muy adecuadas para la música de cámara y la pedagogía, un excelente auditorio en la Pedrera, otro en la Fundació La Caixa otro más en Sant Cugat, muchas salas aprovechables como el Casal del Metge o el Poliorama… En fin, un panorama que exige un festival internacional de música.

La segunda razón que adjudico es metafísica. La música no presenta problemas lingüísticos. Nadie le ha reprochado a Mompou que se interesa por la bahía de Cádiz, ni a Albéniz que fundara la música nacional España. Ser músico en Cataluña es una ganga, siempre que alguien te pueda escuchar. Animo al señor alcalde para que ponga en marcha el único antídoto conocido contra el más célebre record Guinness de Barcelona: el ruido. Una ciuda musical suele ser muy civilizada. Sea moderna, conservadora o ambas a la vez.

28 Febrero 1997

Sobre los ruidos y las nueces

Félix Millet

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En los últimos años, la música clásica ha adquirido un protagonismo notable en la vida pública del país, impensable hace muy escaso tiempo. Este protagonismo ha favorecido la aparición de una serie de neo vocaciones de este arte que se aprovechan de esta feliz realidad para realizar ejercicios de exhibicionismo que corren el riesgo de ser irresponsables. Una nueva realidad en cuya consecución, naturalmente, no han participado muchas veces ni en la simple condición de diletantes más o menos avezados o de asistentes más o menos regulares a los conciertos.

En este sentido, me refiero al artículo publicado en estas mismas páginas por el señor Félix de Azúa titulado ‘Mucho ruido y ninguna nuez’, que creo que incide de forma clara en lo que acabo de exponer. Sobre la base de unos conceptos genéricos alrededor del tópico de la doble característica barcelonesa de moderna y conservadora, aborda la problemática de la música en nuestra ciudad mediante el recurso de atribuir todos los aspectos negativos a dos instituciones que no son otras que el Gran Teatre del Liceu y el Palau de la Música. En este sentido he de disentir de la afirmación de que “sólo de milagro se programará – en el Liceu – alguna ópera escrita cuando mi abuelo era más joven que yo”. Quisiera recordar al señor De Azúa que, en el curso de la temporada anterior, el Gran Teatre del Liceu ofreció tres títulos – de los siete programados – compuestos en fechas mucho más avanza no sólo de la que he suponer que nació su abuelo, sino su padre e incluso él mismo. Y que el día 31 de enero de 1994, cuando se incendió el teatro había en cartelera otra ópera de contemporaneidad parecida a las que acabo de describir. Afortunadamente para la música contemporánea, el señor De Azúa ve muy inmediata su presencia intensiva en nuestra actividad habitual al afirmar sin vacilaciones: “De modo que me gustaría hacer una propuesta constructiva y muy sencilla: que se acabe de una vez el Auditori. Todos saldríamos ganando. Los precios bajarían… El Ayuntamiento podría programar obras modernas con la audacia que le caracteriza. O ayudar a quienes las programan.

Creo que todos desearíamos y yo el primero, que un aspecto del conjunto de la existencia musical barcelonesa como el que denuncia el señor Félix de Azúa pudiera tener una solución tan fácil. Desgraciadamente el tema es de una complejidad que va mucho, muchísimo más allá de la simple disposición de un auditorio nuevo.

Los que bregamos día a día para la mejora de la cultura musical del país lo sabemos muy bien. Y, por ello, afirmaciones tan irreflexivas y faltas de conocimiento como éstas nos producen desazón y rubor. En primer lugar, el señor De Azúa debería saber que le Ayuntamiento, motu proprio y en solitario, únicamente programa los ciclos de la Banda Municipal y el Festival de Músiques Contemporánies, dedicado específicamente al ámbito formal al que se refiere. Ciclo que en sus tres ediciones ha conocido otros tantos enfoques y un cambio de título, que obviamente no se ha celebrado en el Palau de la Música Catalana y que no ha movido precisamente ingentes cantidades de espectadores. Por mucho que a usted, a mí y a muchos nos pueda doler. El ayuntamiento es responsable también de la programación de la Orquesta Simfónica de Barcelona i Nacional de Catalunya, pero no en solitario sino formando Consorcio con la Generalitat. Y aunque no es tema de mi incumbencia directa, me atrevería a afirmar que no es desde instancias del gobierno de Cataluña que se frena específicamente la mayor presencia de obras contemporáneas en los programas de esta formación. Sea como sea, resulta evidente que no es el Palau de la Música Catalana el culpable de la escasa programación de música contemporánea en Barcelona

En el curso de la reciente actuación en nuestra ciudad, en el ciclo Palau 100, el famoso director Jesús López Cobo declaró: “Una orquesta no puede permitirse el lujo de hacer una programación ‘en contra’ del público, porque si éste no acude a los conciertos, no puede tocar… Yo he incorporado este tipo de obras – contemporáneas  – como creo que lo hacemos casi todos. Tratamos de dar una de cal y otras de arena”. Son palabras, de una claridad meridiana.

La realidad, señor Félix de Azúa, es la que es. Es la que pisamos cada día los que trabajamos en primera línea por la culturización musical de la ciudad y del país. Una realidad que incluye también la problemática de los precios caros de los conciertos barceloneses, a la que también se refiere, la cual tampoco es culpa de la no existencia aún de Auditori, sino de un hecho tan elemental como que es precisamente la iniciativa privada la que promueve gran parte de la actividad musical barcelonesa, y en algunos casos – que no es el de la Fundació Orfeó Catalá-Palau de la Música que presido – contando con sólo relativas aportaciones institucionales.

Por otra parte, apunto que ésta es una circunstancia cuya trascendencia es, en un concreto y cabal sentido, menos considerable de lo que parece en una primera visión ciertamente llamativa. Y lo apunto para recordar que, al revés de lo que pudiera parecer, es indicativa de una situación socialmente progresiva en tanto que los costes bajos de las localidades, allá donde existen, son debidos fundamentalmente a una superior aportación institucional. Lo que significa que el ciudadano que no ha podido alcanzar una cultura selectiva que le permita gozar de las excelencias de la música grande, no ha de sostener con sus impuestos el disfrute de los que sí viven esta circunstancia privilegiada. Y aquel ciudadano obviamente pertenece a las clases sociales más desfavorecidas. Por la parte que me afecta, desde la Fundación Orfeo Catalá – Palau de la Música procuramos abrir el campo de atracción de la música a nuevos sectores sociales a través de propuestas atractivas y asequibles económicamente, sin tener que involucrar a las instituciones. O sea, sin ninguna posibilidad de atentar a la progresividad fiscal del país.

Señor De Azúa, insisto en ello; la realidad es la que es; no la que aparece difuminada en ‘partis pris’, ideas genéricas u otras alcanzadas a través de resonancias lejanas de campanas, de las cuales a menudo se desconoce su origen y, por descontado, su registro exacto.

Félix Millet

13 Marzo 1997

Respuesta a Félix Millet

Félix de Azúa

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He leído un par de veces el artículo que me dedica Félix Millet ‘Sobre los ruidos y las nueces’, tratando de localizar un argumento en el bosque de insultos. Creo que no hay ni uno. A veces parece que Millet considera progresista que sólo escuchen música los ricos y otras veces parece decir que los ricos son tontos y hay que echarles de comer lo que pidan, o sea, Chaikovsky. Su conclusión, en todo caso, sí que la he comprendido. “La realidad es la que es”, escribe Millet con vitola pontifical. Semejante esfuerzo intelectual debe de haberle dejado agotado. Sin duda la realidad es lo que es y lo seguirá siendo mientras dependa de talentos como el de Millet.

Félix de Azúa