13 mayo 1993

El director, José Luis Gutiérrez, publica un tercer artículo para reflexionar sobre la actitud de sus columnistas

Feroz batalla entre Raúl del Pozo y Martín Prieto desde las columnas de DIARIO16 con cruce de descalificaciones incluido

Hechos

  • El 13.05.1993 D. Raúl del Pozo publicó en DIARIO16 un artículo sobre el Sr. Martín Prieto.
  • El 14.05.1993 el Sr. Martín Prieto publicó en DIARIO16 un artículo sobre D. Raúl del Pozo.

Lecturas

Tras una etapa compartiendo última página de Diario16 la columna de José Luis Martín Prieto y la de Raúl del Pozo Page, el Director de Diario16, José Luis Gutiérrez Suárez movió sus columna dejando la de Martín Prieto mejor posicionada (página par) que la de Pozo. En las elecciones generales de 1993 Martín Prieto respaldaba al PSOE y Del Pozo Page a Izquierda Unida. El 13 de mayo Raúl del Pozo publicó un artículo contra su ‘compañero’ Martín Prieto donde junto al reproche de su alineamiento con el PSOE le ataca por lo personal. El día 14 de mayo respondería Martín Prieto con un artículo contra Del Pozo Page también atacando por lo personal. José Luis Gutiérrez Suárez también publicó un artículo al respecto asegurando que quedaría a comer con los dos para poner paz.

Raúl del Pozo aseguraría el 3 de junio de 2019 que aquella polémica había sido fingida, aunque lo hizo en un momento el que al haber fallecido tanto Martín Prieto como José Luis Gutiérrez Suárez no podían confirmarlo o negarlo.

13 Mayo 1993

Martín Prieto, estáte quieto

Raúl del Pozo

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Este colega de páginas y de otras cosas me resulta como esos parientes lejanos pero entrañables a los que perdonas condescendientemente rarezas y extrañas fechorías. En palabras de Shakespeare, mi corazón se une al suyo con grapas de acero, porque le conocí joven, pobre, angustiado y sin amor. Cuando yo despegaba lúdicamente mis primeras hambres, él ya era un ‘culo de hierro’ en el desaparecido INFORMACIONES de Miguel Ángel Gozalo y, luego, de Jesús de la Serna, y ya se le atisbaba una decidida vocación de sicario. Le he conocido flaco como una espátula y, hoy, obeso como Charles Laughton, porque la gordura de Orson Welles salía de otro genio, no sólo interpretativo. Teniendo siempre una tendencia genética hacia el segundo plano, alcanzó su cenit en el diario EL PAÍS con Jesús de Polanco y Juan Luis Cebrián. Y de allí acabó teniendo que marcharse precisamente por eso: por segundos. A este hombre le quiero por dos cosas: por ser un rencoroso social que jamás tuvo oportunidad de aprender un buen inglés ni manejar con soltura la pala de pescado, y por haber conspirado en el Hotel Alvear de Buenos Aires, tal cual yo.

“Martín Prieto, estáte quieto”, le decía al joven M. P. cuando era depredador de redactores, hoy ‘acosador sexual’. Ha terminado en una especie de Claudio, aterrado e insomne ante la responsabilidades que le tocan, precisamente por no haber sabido ser César. Es final de raza, como delata su melancolía, superior a su mediocre existismo. Es de la estirpe de Marco Antonio, capaz de perder el poder por una ensoñación en Egipto. Mala cosa para un hombre, si pretende durar, porque todas las Cleopatras son espejismo o esfinges inescrutables. Ahora enl M. P. pretende vendernos las nuevas bondades de González en su empeñoso afán por seguir las huellas de la burra que le precede. Hocicando en el rabo, no advierte que este rucio socialista se lo están vendiendo más lleno de mataduras y de tintes que cuando alegremente compró su pareja en 1982.

Como dije al comienzo, mi querido compañero tiene algo en su alma de sicario, del Moscarda de Dick Turpin, del Yáñez de Sandokán, del doctor Watson de Sherlock Holmes, ¡yo que sé!, del Rudolf Hess de Hitler. Pero después de estas elecciones ajustadas tampoco es que le vea de ayudante de campo de Alfonso Guerra, para lo que no le faltan méritos. No es que M. P. haya subido mucho, pero tampoco es preciso que caiga tan bajo. Pero sus esfuerzos por justificar a Felipe González y su carro de bondades son tan entrañables como patético. No es verdad que los viejos rojos nunca ueran, parafraseando los versos recitados por MacArthur en su retirada. Los rojos envejecen y entontecen, y terminan pidiendo el voto para el PSOE porque ya no les queda tiempo ni fuerza para luchar por otra cosa. “Martín Prieto, escucha el viejo grito, estáte quieto”.

Raúl del Pozo

14 Mayo 1993

Mi gozo en tu pozo, Raúl

Martín Prieto

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Un maldiciente satírico, que yo creía amigo y compañero, que no tiene una puñalada de ventaja, me ha retado. Eso es acercarse a un león con un mal palo. Francisco Umbral, que le dio amante y trabajo en Eurofoto cuando los dos eran chaperos en la esquina de Almirante, define a Raúl del Pozo como un marxista gitano. Y Quiñones llegó a decir que desperdicia el talento como Mozart. Yo le admiraba hasta hace cinco minutos. Ahora digo que come en tres pesebres: Grupo16, Grupo Zeta y ONDA CERO, y si no se lo lleva calentito de PRISA es porque Pradera le ha vetado. No deja títere con cabeza, canta de oído como los cantaores gitanos, cita mucho inventándose la frase. Cuando se le ocurre algo ingenioso dice que lo ha escrito Aretino o Maquiavelo. Tiene la chulería del que ha nacido en un baile. Es una ramera más de este cabaret en que se está transformando la Prensa. A Raúl del Pozo, columnista navajero, con empaque de gañán pasado de resacas, le conocí, efectivamente en INFORMACIONES, cuando fuimos a San Roque, Juan Luis Cebrián, Jesús de la Serna y un servidor. Enseguida ahuecó el ala y volvió a PUEBLO, con su Pigmalión escorado, un megaterio que le educó en el arte de la bragueta, del insulto y del cambio de piel de serpiente de la política, llamado Emilio Romero. Luego, como confunde el rencor con la lucha de clases, se hizo del PCE, y ahora me acusa de ser yo del PSOE. La calle lo educó en el arte del tironero y en el PCE lo adoctrinaron en el odio a los socialistas. Raúl es un burlanga, un pirómano y creí que amigo mío. Pero me ha apuñalado por la espalda de la página.

Pienso, tras leer su miserable artículo, que Raúl del Pozo es en realidad un seudónimo del monstruo de la envidia. Tal vez le duele mi éxito y que escriba en la par y yo en la impar. No aguanta que haya clases. Me lanza una puñalada, precisamente de pícaro. Porque esta clase de can callejero sí como carne de perro. El columnista de garrafa y navaja me insulta. Escribió Manuel Vicent que Raúl del Pozo tiene un gran talento para el insulto. Y digo yo que pocos más talentos le concedió Dios, aunque nació en una aldea de Cuenca el mismo día que Jesucristo. En esa aldea, donde los pastores estaban borrachos de mistela, como en Belén, tiran a lo mamoncetes a una risca. Los que no se agarran, llegan a la ciudad y se hacen maleantes. Me acusa de borracho y acosador sexual, él, que si no acosa es porque tiene la próstata como una patata, y si no bebe es porque sel e ha puesto el hígado como el de una vaca. Dice que fui, en EL PAÍS, un segundón, lo cual reconozco. Pero me llama también sicario y me acusa de no manejar con soltura la pala de pescado. Como si él fuera Beau Brummell. ¿Cómo puede presumir de elegante uno que sale siempre abrochándose la bragueta de los retretes?

17 Mayo 1993

Las dos Españas en el gran guiñol

José Luis Gutiérrez

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El vigor, el talento luminoso de unos ojos, de una mirada indómita y escrutadora, distraídamente entrevista en la carátula televisiva de un programa cinematográfico, pervive indeleble, indefinidamente en mi memoria. En la secuencia televisiva de sucesivos planos fijos se hacía desfilar ante la cámara una reducida nómina de nombres egregios: Goddard, Truffaut, Buñuel, Hichtcock, Wilder, Welles, miradas picassianas, ojos deslumbrantes, la chispa unánime de la ternura, la pasión, la inteligencia, el genio. Más allá de analogías fisonómicas, de obesidades compartidas, siempre he creído ver en Martín Prieto – columnista de la tres de DIARIO16 y, sin embargo, amigo querido de demasiados años de gozos, sobresaltos, pugnas y sinsabores ocmpartidos – un sosias de aquel genial y sinfónico energúmeno que imaginó y encarnó a Charles Foster Kane, con su mismo furibundo estilete en la mirada, tras sus gafitas – aparentmeente inofensivas – de facultativo de minas, de oscuro funcionario del timbre.

Si Welles, con veintipocos años provocó el terror entre los neoyorquinos con la recreación radiofónica de ‘La Guerra de los mundos” de su casi homónimo H. G. Wells, el pasado viernes, Martín Prieto sembró el pánico entre los lectores y los oyentes cuando en las tertulias radiofónicas leyeron fragmentos de su despiadada y carnívora columna en la que, al modo de ‘Hannibal the cannibal’ – el asesinato como obra de arte, por seguir con los símiles cinematográficos – desventraba minuciosamente, descuartizaba a su viejo cofrade en talentos y vecino de página Raúl del Pozo – las but not least, tan querido y tan amigo – en respuesta a su provocativo e inclemente retrato del día anterior, ‘Martín Prieto, estáte quieto’.

Voces se alzaron airadas ante la incruenta y recíproca paliza, cautelares y timoratas censuras previas. Del Pozo y Martín Prieto no han hecho otra cosa que brindarnos un formidable y bello torneo ante un auditorio estupefacto, poco habituado a las emociones fuertes y, en algunos casos, con muy escaso sentido del humor, y hasta algún apyas con malas intenciones. Lo que hemos leído y oído, el crepitar de los floretes de esta burlona y magnífica pareja, el brillo de la navaja, ha tenido la grandiosidad regocijante y goyesca de un combate, la pelea de Wayne y Marvin en Donnovans Riff, los puñetazos homéricos de ‘la taberna del irlandés’, tan desmesurados e interminable como su borracheras. Como ellos, Del Pozo y Martín Prieto, amigos irreversibles, terminarán compartiendo mesa con quien esto escribe y seguramente cualquier día de estos acabaremos los tres vociferando al alba los dígitos y cocientes del último sondeo electoral.

Pero la disputa de Martín Prieto y Del Pozo ha sido, también, una luminosa y esclarecedora metáfora del clima de crispación que nos rodea, de las enrarecidas atmósferas que hoy respiramos en esta España inminentemente electoral. Podría decirse que los medios informativos no hacen otra cosa que recoger.

Hay quienes hablan de ‘sindicato del crimen’ de varios periódicos, de docenas de profesionales, sin ponderar la incontenible espiral de vendettas y ajuste de cuentas que ponen en marcha por no hablar del poco gusto democrático que revelan tales denuncias, al meter en el mismo saco, así, con la mayor de las alegrías a docenas de brillantes biografías. Está bien tener tan agudo sentido de la autocrítica profesional.

El duelo magnífico de Del Pozo y Martín Prieto ha tenido la vitud – además del ingenio, la mala leche y la buena prosa – de poner nuevamente en evidencia a algunos protagonistas de tan patética romería.

José Luis Gutiérrez