20 marzo 2008

EL DÍA había calificado al Leopoldo Fernández de ser "una verdadera caca como esas de las que hay que huir en las aceras"

Francisco Pomares (LA OPINIÓN DE TENERIFE) publica un artículo contra el editor de EL DÍA por sus ataques a Leopoldo Fernández

Hechos

El 20.03.2008 el diario LA OPINIÓN DE TENERIFE publicó un artículo contra el editor de EL DÍA.

Lecturas

Previamente un editorial del diario EL DÍA había calificado al D. Leopoldo Fernández Cabeza de Vaca de ser «una verdadera caca como esas de las que hay que huir en las aceras»; «godo puro, altanero, pedante acentuado de la metrópoli.»

18 Marzo 2008

GODOS INSUFRIBLES

EL DÍA (José Rodríguez)

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EL SUJETO que motiva el comentario de hoy es un godo puro, altanero, pedante «azentuado» de la metrópoli, de España, del continente; uno de esos que nos confirma que los canarios vivimos colonizados. Porque éste no se ha identificado con la tierra en la que vive; ni él ni sus afines, que resultan desconocidos para los de la profesión. Actúa como el que llegó a la colonia de su nación. Es el típico godo que no nos conoce y no siente la tierra. Sin argumentos, se dedica a escribir homilías dominicales como las que antes criticaba a otros, aburridas, plúmbeas y llenas de falsa y cómica erudición. Es un verdadero profesional de la estupidez. Así fracasó en la empresa que lo trajo y que, después de hundirla, acabó nombrando a un chico que parece que lo hace mejor que él. Y ahora quiere reconciliarse con su «querido» periódico a base de escribir sandeces sin sentir el alma canaria, amenazando y tratando de descalificar a quien lo ha superado económicamente, en éxito profesional y en cualidades morales y ética profesional. Es de lo peor que ha pasado por la prensa canaria. Este godo es un ejemplo de lo que decimos de ellos: una verdadera caca como esas de las que huir en las aceras. De éste, en concreto, tenemos un mal recuerdo porque, cuando mandaba, se regocijó publicando una información sobre una denuncia que aún está pendiente de sentencia, calificando a José Rodríguez de pirata informático, o sea que se dedicaba a cometer delitos por este medio. La envidia y la rabia lo corroen porque no supo superar el éxito de esta Casa y el fracaso rotundo al que condujo a la suya, que se mantiene de puro milagro. Eso sí, no deja de presumir de importante.

No entramos en el detalle de lo que escribe por no aburrir a los lectores; baste con decir que mete la pata un domingo tras otro. Lo que sí hacemos es reafirmar que esto demuestra la necesidad de que este pueblo recupere la soberanía. ¡Godos, que no peninsulares, una secta despreciable y nefasta para el Archipiélago! Y conste que en esta Casa hay bastantes peninsulares, pero todos son españoles y canarios, aunque no siempre fue así, y también hubo en el pasado traidores que mordieron la mano que les daba de comer. Qué es lo que más quiere un godo en Canarias, que vivir en su colonia… Y eso es lo que choca continuamente con la forma de pensar de EL DÍA.

Godos insufribles que no pueden justificar con el más mínino argumento por qué su ignorancia y mala uva los arrastra por caminos perversos de dominación. Igual que los mercenarios de la conquista. Godos insufribles que avivan la llama del ansia de libertad y soberanía de los canarios.

20 Marzo 2008

EL REY EN CUEROS

Francisco Pomares

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Leopoldo Fernández, ex director del tinerfeño Diario de Avisos, sufrió ayer una de las más sucias y gratuitas agresiones que se recuerden a lo largo de los últimos años contra un periodista canario, en la forma de un repugnante editorial del periódico El Día. En el texto, en el que Pepe Rodríguez no se atrevió a citar a Leopoldo nunca por su nombre, porque quien dirige El Día es además un cobarde que teme enfrentarse a los tribunales más que a la peste bubónica, se identifica al ex director tinerfeño con absoluta y total precisión, y se le califica en términos que son ya de por sí delictivos. Decir de un colega algo tan pedestre, ramplón y miserable como que es -cito textualmente- «una verdadera caca como esas de las que hay que huir en las aceras» y otra sarta de inmundicias similares que no quiero repetir, sólo demuestra la catadura moral e intelectual de un tiparraco que al final ha logrado emponzoñar el nombre y la trayectoria de uno de los grandes diarios tinerfeños -el que fundara Leoncio Rodríguez- y Rodríguez ha pilotado desde el pensamiento reaccionario hasta el independentismo.

No me gusta escribir de los disparates de Pepe Rodríguez, en el fondo le considero un pobre anciano sin cultura ni formación ni valores, obsesionado únicamente por representar ante la sociedad tinerfeña una grandeza de la que sin duda carece. Pero me preocupa la extraña omertá de la sociedad tinerfeña ante el gigantesco ridículo que suponen las rancias memeces y xenófobas mendacidades de este personajillo imposible en un entorno distinto al de Tenerife. Casi todas las semanas me juro que no voy a ocuparme de las soflamas de Pepe Rodríguez, y casi todas las semanas cumplo ese compromiso conmigo mismo. Pero leer sus ataques sin sentido ni cordura contra uno de los periodistas más íntegros, honorables y competentes de Tenerife, un hombre que dirigió su periódico durante 30 años sin haberle faltado el respeto jamás a nadie y sin haber mentido nunca, un ciudadano de Canarias respetado por todos, ha logrado enfadarme de nuevo. No me gusta escribir enfadado, procuro no hacerlo, no es justo con los lectores. Pero no dejo de pensar que Leopoldo Fernández no se merece el silencio cómplice de los miles de tinerfeños -dirigentes políticos, empresarios, hombres de la cultura, funcionarios, sindicalistas, policías, universitarios, deportistas y colegas suyos- a los que ha demostrado siempre que dedicarse a este oficio puede ser adquirir un compromiso con la decencia. Permitir que un ágrafo envanecido, pendenciero y grosero agreda en los términos en los que lo ha hecho -sin un solo argumento ni un solo motivo- a un hombre bueno como Leopoldo Fernández, es seguir aplaudiendo el paseo desnudo del reyezuelo tiránico e imbécil del cuento. Y conviene recordar que lo más triste de la fábula de Andersen no es la idiotez del rey, sino ese pueblo cobarde que aplaude entusiasmado la exhibición de sus miserias y vergüenzas.

Francisco Pomares

22 Marzo 2008

Godo y mentiroso

Ricardo Peytaví

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La verdad es que no pensaba escribir este artículo hasta el lunes por una mera cuestión de respeto a la Semana Santa. Pero no puedo esperar. Leer el panfleto de un mentiroso defendiendo a otro mentiroso me hierve la sangre. Del primero, un personaje mendaz durante mucho tiempo director de un diario que jamás ha levantado cabeza en lo que a difusión se refiere, puedo asegurar que de cada cuatro palabras que dice dos son mentira, la tercera es dudosa y la cuarta tiene una ligera probabilidad, aunque exigua, de ser cierta. El otro, igualmente ex director de un periódico aunque con menos tirada aún, sin quedarse atrás en cuanto al porcentaje de embustes proferidos por el anterior, añade a su currículo el dudoso mérito de amedrentar por sistema a políticos y empresarios. Y amedrentar es un término que elijo por prudencia, no por cobardía. De hecho, no cito a ninguno por su nombre y apellidos no porque les tenga miedo, sino porque me dan asco. Es lo mismo que me ocurre con las cucarachas: no las aplasto con el pie cuando las veo corretear sobre las aceras -en mi casa no las consiento- porque las considero nauseabundas, no porque me asusten.

Ignoro cuál de estos individuos merece ocupar el primer puesto en el escalafón de mentirosos que viven en Canarias, y cuál el segundo. Pienso que ambos encabezan la clasificación ex aequo. Aunque eso resulta indiferente. Cada cual elige lo que quiere ser. Lo que realmente me toca las narices, y algo más que las narices, es la pretensión de uno y otro de postularse como profesionales impolutos y, por añadidura, valientes. Nada más lejos de la realidad. La mentira es el primer signo de la cobardía. Lo aseguraba un personaje de Wolfe en «La hoguera de las vanidades»: cuando mientes, quizá engañas a otros pero te estás diciendo a ti mismo una gran verdad; te estás diciendo que eres un cobarde. Sobra añadir que ambos «ex» son unos perfectos cobardes.

A los dos los he tenido que padecer. Ciertamente a uno más que al otro. El primero me ha engañado todas las veces que ha querido. Extremo por el que no lo condeno. La primera vez que me engañó, tuvo él la culpa; todas las demás la tuve yo por creerle sus embauques. Tan sólo me cabe alegar en mi descargo que actué no por ingenuidad, sino porque pienso que toda persona merece una segunda, y hasta una tercera y una cuarta, oportunidad. Las personas, sí; los insectos rastreros, no.

Discrepo de un reciente editorial de este periódico en el que se calificaba de godo al personaje en cuestión. Ni siquiera los godos merecen ser comparados con un tipo tan deleznable. Un individuo que desprecia a Canarias y a los canarios -con los que nunca se ha mezclado socialmente porque los considera inferiores- por una sencilla razón: piensa que lo canario no puede ser bueno, porque si fuera bueno no sería canario. Filosofía de otros muchos pedantes que vienen por aquí presumiendo de villas y castillos, cuando en realidad no tienen ni donde caerse muertos. Los culpables, en definitiva, de que muchos canarios miren mal a los peninsulares.

En fin, no debe extrañarnos que sea un canario huidizo del agua -el segundo de los dos no sabe lo que es el jabón- quien defienda tan vehementemente a un godo hediondo y con el pelo teñido de colorado.