2 abril 1991

Guerra del Golfo: una coalición internacional liderada por Estados Unidos libera Kuwait de la tropas iraquíes de Sadam Hussein

Hechos

  • El 17.01.1991 comenzó la operación militar ‘Tormenta del Desierto’ de una coalición internacional liderada por Estados Unidos para forzar la ocupación de Kuwait por el ejército de Irak.
  • El 28.01.1991 Irak aceptó retirar sus tropas de Kuwait.

Lecturas

LOS APOYOS INTERNACIONALES AL DICTADOR DE IRAK:

arafat_joven El líder de la OLP, Yasir Arafat fue de los pocos líderes árabes que apoyó al dictador de Irak, Sadam Hussein, durante esa contienda.

rey_jordania Aunque oficialmente Jordania fue un país neutral, el rey Hussein apoyó explícitamente la causa iraquí contra Kuwait e Israel.

LA CNN: LA CADENA QUE CONTÓ LA GUERRA DEL GOLFO A TODO EL MUNDO

cnn1991 Bernard Shaw y Peter Arnett fueron los periodistas de la CNN encargados de relatar la operación ‘Tormenta del desierto’ con la que conectaron cadenas de televisión de todo el mundo.

La cadena de televisión de noticias norteamericana propiedad de Ted Turner, pasó de ser la ‘nueva’ en la competencia por las audiencias de Estados Unidos frente a la CBS, la NBC y la ABC, a ser la cadena referencia mundial de noticias durante aquel conflicto.  Ya durante la guerra de Panamá (1989) la CNN mostró su fuerza. Cuando las tropas norteamericanas invadieron el país para derribar al general Noriega, la CNN actuó de intermediario entre gobiernos internacionales como EEUU y la URSS.

La NBC fue la primera cadena en informar de la caída del muro de Berlín y la CBS la primera en informar de la caída del régimen en Ceaucescu en Rumanía, pero ya en la matanza de Tienanmen de China fue la CNN la primera en conseguir las imágenes. Aunque entonces otras cadenas se hicieron eco de sus imágenes sin citarles.

Ahora con la guerra del Golfo, la CNN fue la primera en emitir imágenes de la operación ‘Tormenta del Desierto’ y las cadenas CBS, NBC y ABC han tenido que citar a su competidor como responsable de la primicia.

EL ESPAÑOL ALFONSO ROJO (EL MUNDO) Y EL NORTEAMERICANO PETER ARNETT (CNN), LOS ÚNICOS DOS CORRESPONSALES EN BAGDAG AL COMENZAR LA GUERRA

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LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN DE JAVIER DE LA ROSA, FIRMES DEFENSORES DE LA ENTRADA EN ESPAÑA EN LA GUERRA A FAVOR DE KUWAIT

de_la_rosa_gaceta_guerra El periódico LA GACETA DE LOS NEGOCIOS, del que D. Javier de la Rosa era uno de los principales accionistas (40%) calificó como ‘Euforia en los mercados’ el comienzo de la guerra del golfo.

de_la_rosa_kuwait_tribuna La revista TRIBUNA de Actualidad, dirigida por D. Julián Lago publicó un reportaje asegurando que el Gobierno de D. Felipe González, había aceptado participar en la Guerra contra Irak ‘cautivado’ por el financiero D. Javier de la Rosa.

25 Enero 1991

El Hundimiento de un Titanic llamado Bagdag

Alfonso Rojo

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El norteamericano Peter Arnett, un enano al que parece que le pillaron la cabeza con la puerta de la incubadora cuando nació, dispone de una pequeña parabólica con la que puede transmitir de vez en cuando. Con la excusa de que somos competencia no ha permitido ni que informe al periódico de dónde estoy y cómo. Me llama la atención que el «enano» ponga más dificultades que los agobiados funcionarios del Ministerio de Información

Hoy me ha despertado, como todos los días, la alarma aérea. Ha sonado varias veces durante la noche. La sirena que avisa de la llegada de los cazabombarderos ulula subiendo y bajando, como el timbre que marca la inmersión de emergencia en las películas de submarinos. La que marca el fin del peligro tiene un sonido largo y constante, como la que señalaba el fin del turno de trabajo en las grandes fábricas hace 20 años. En la mañana, los funcionarios del Ministerio de Información me han propuesto ir a fotografiar una fábrica de productos lácteos convertida en añicos por las bombas La ciudad está desierta y el hotel está casi vacío. En el refugio, construido a prueba de gas y con puertas de acero que cierran herméticamente como las escotillas de un submarino, viven desde el pasado 17 de enero varias familias, con abuelos, niños y unos pocos bártulos. Hay también una veintena de «pacifistas» norteamericanos, alemanes e indios. En la frontera con Arabia Saudí, en Ansab todavía permanece un centenar de variopintos extranjeros llegados hasta aquí con el sueño de detener la guerra. A pesar de que ya han transcurrido seis días de guerra y de los continuos bombardeos, no hay signo alguno de que Sadam Husein vaya a doblegarse ante Estados Unidos. La ciudad está desierta, casi fantasmal. La población ha huído fuera de Bagdad. A pesar de los ataques la televisión iraquí sigue siendo capaz de emitir informativos, así como la radio, a través de la cual el presidente Sadam Husein ha anunciado que los pilotos enemigos capturados serán colocados en instalaciones estratégicas para que sirvan como «escudos humanos». Milagrosamente siguen apareciendo cotidianamente tres periódicos: Al Quadisiya, portavoz de las Fuerzas. Armadas, Al Thzaura, órgano del Baaz, y Al Jumuriya, diario general. El Gobierno iraquí asegura haber capturado ya a más de veinte pilotos «aliados», y haber derribado a más de 150 aviones enemigos. La última edición de Al Jumuriya publica un «cartoon» en el que se ve a un sonriente y musculoso soldado iraquí derribando con un matamoscas en cada mano decenas de cazabombarderos estadounidenses. «La guerra será larga y ganará el que demuestre mayor capacidad de resistencia», me asegura un alto funcionario iraquí, que ha cambiado el traje por el sobrio uniforme militar.«La aviación puede destruir la infraestructura civil, pero al final su acción es sobre todo psicológica», continúa el funcionario. «Los norteamericanos han copiado el esquema aplicado por los israelíes en la guerra de los Seis Días. En 1967, en la primera jornada de combates, los judíos destruyeron en el suelo la aviación egipcia. El golpe desequilibró por completo al dormido Alto Mando egipcio. Aquí hay un solo líder y el país no se ha colapsado». Desde el hotel Rashid es difícil saber exactamente lo que ocurre. Ni siquiera es posible saber el impacto real y la efectividad que tienen los precisos bombarderos norteamericanos. Los pilotos «aliados» están haciendo gala de una precisión inaudita, pero a medida que la guerra se alarga aumenta la probabilidad de que las bombas y los misiles caigan sobre la población civil. En aspectos recuerda aquella escena del hundimiento del «Titanic» cuando la orquesta vestida de gala seguía tocando, mientras la pista de baile se iba escorando y las mesas, con las botellas de champaña y los canapés de caviar, resbalaban hasta ir a estrellarse contra el lateral. El tiempo, marcado por el «minueto» de las alarmas y los bombardeos, transcurre lentamente. Administro las pilas de mi radio, la que compré en la calle Rashid cuando mi pequeña Sony de onda corta fue decomisada en la aduana, como un náufrago su último mendrugo de pan. El sábado, 19 de enero, cuando las autoridades nos informaron a los pocos periodistas extranjeros que quedamos en Bagdad que debíamos salir inmediatamente hacia Jordania, tomé todas mis provisiones, el agua mineral, las tabletas de chocolate y las latas y comencé a repartir entre los refugiados del búnker como si fuera un Rey Mago. Ayer, una joven que permanece en el refugio con toda su familia desde el día 17, se acercó sigilosamente con una bolsa de plástico. «A lo mejor le hace falta», dijo sonriendo. Dentro había cinco latas de sardinas, una de atún, una cajita de galletas y una botella de agua: restos de mi «generosidad» del sábado. A los cinco días de iniciada la guerra nos hemos quedado solos en Bagdad cuatro periodistas extranjeros. Uno de la cadena CNN, un fotógrafo de Novosti, un lituano despistado y yo. El ruso y el lituano saldrán mañana (ayer para el lector) de Irak. El norteamericano, un enano al que parece que le pillaron la cabeza con la puerta de la incubadora cuando nació, dispone de una pequeña parabólica con la que puede transmitir de vez en cuando. Con la excusa de que somos competencia no ha permitido ni que informe al periódico de dónde estoy y cómo. Me llama la atención que el «enano» ponga más dificultades que los agobiados funcionarios del Ministerio de Información, que me han propuesto que escriba notas a mano, las pase por censura, e intente hacerlas llegar por tierra a Amán.

Alfonso Rojo

30 Diciembre 1991

¿Por qué Sadam sobrevivió a la tempestad?

Alfonso Rojo

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Al presidente Bush qué fue lo que le impidió seguir hasta el final y derrocar a Sádam Husein? La pregunta es siempre la misma. Al término de cada conferencia, sea cual sea el auditorio, alguien levanta la mano y desea saber por qué el 27 de febrero de 1991 se detuvieron los carros blindados a las puertas de Bagdad. Está iniciándose en estos días una nueva campaña presidencial en Estados Unidos y la Guerra del Golfo y en concreto esa pregunta van a jugar un importante papel en la carrera hacia la Casa Blanca. Al término del conflicto, los asesores del presidente norteamericano parecían convencidos de que la apabullante victoria aliada garantizaba automáticamente la reelección de George Bush. El actual ocupante de la Casa Blanca podría presentarse ante el electorado como el «gran triunfador» que había sido capaz de plantar cara a un «diabólico dictador», aglutinar a una treintena de países y obtener una victoria aplastante en muy pocos días y con un coste mínimo. En sus cálculos sólo faltaba una cosa: la cabeza de Sadam Husein. El gobernador de Nueva York, Mario Cuomo, quien de haber presentado su candidatura hubiera sido un temible rival para Bush, ha esbozado los términos en que los demócratas van a plantear la cuestión durante la campaña. «Al final -dice Cuomo, el presidente Bush hizo su guerra, mató gente y dirigió bien las operaciones, pero no consiguió el auténtico objetivo: Sadam Husein». Para aminorar el efecto de frases como la anterior, la Casa Blanca filtró recientemente que Estados Unidos «estudia adoptar medidas más agresivas destinadas a derrocar a Sadam». Argumenta también que el propósito de la operación «Tormenta del Desierto» era simplemente obligar a las fuerzas iraquíes a evacuar Kuwait y a restaurar al emir en el trono, «lo que ha sido plenamente alcanzado». Esto es inexacto, porque junto a los objetivos «declarados», había objetivos «implícitos»: el derrocamiento de Sadam, la destrucción de la capacidad bélica iraquí, la eliminación del potencial nuclear, biológico y químico del dictador, y, finalmente, la instalación en Bagdad de un régimen controlable, a ser posible militar. La mera presencia de Sadam en el poder es una afrenta para la Administración Bush. EEUU tiene leyes que prohiben expresamente el asesinato de jefes de Estado. Eso no impidió que 8 de los 20 Tomahawk que componían la primera salva de misiles disparada en la guerra tuvieran como blanco el palacio de Sadam. La fase inicial del ataque era la destrucción de los centros de mando y control iraquíes. Sadam como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, se convertía automáticamente en un «objetivo legítimo». Durante los 40 días que duró el inclemente bombardeo, el dictador se escondió en casas particulares, durmió en vehículos y eludió la muerte. El 24 de febrero comenzó la ofensiva terrestre y con ella la búsqueda del segundo objetivo «implícito»: la destrucción de la capacidad militar iraquí. La brillante maniobra de distracción planeada por el general Schwarzkopf, que hizo creer a Sadam que preparaba un gran desembarco anfibio cuando en realidad trasladaba 100.000 hombres y carros hacia el oeste, le permitió atacar por ese flanco. El resultado fue la eliminación literal de todas las unidades iraquíes desplegadas en la zona. Pero el 27, cuando Bush dio la orden de detener el avance, al menos 3 de las 11 divisiones de la Guardia Republicana quedaban intactas. Schwarzkopf, que escribe en su casa unas memorias por las que ha cobrado ya cientos de millones, asegura que era partidario de prolongar la ofensiva al menos un día más, «para aniquilar las fuerzas iraquíes restantes», pero no ha aclarado por qué en el acuerdo de alto el fuego «dictado» a los generales iraquíes les permitió seguir utilizando los helicópteros que permitieron a Sadam aplastar la revuelta de kurdos y chiítas. A pesar de la fascinación que siempre ejercen los números, no resulta seria la versión de los que sostienen que Bush detuvo la ofensiva a medianoche del 27 de febrero, «porque le atraía la idea de pasar a la Historia como el vencedor de la guerra de las «Cien Horas»». Tampoco lo es la de los que dicen que la Casa Blanca creía que el régimen de Sadam estaba realmente acabado. El 26 de febrero, cuando según un piloto norteamericano «masacraban a los aterrorizados militares iraquíes como si fueran peces en un barril», resultaba evidente que nada podría impedir que los carros blindados se plantaran en Bagdad, se produjo un hecho fundamental: los soldados de origen chiíta que huían del frente empezaron a amotinarse y a atacar a representantes del régimen iraquí, mientras en las montañas del norte se levantaban los rebeldes kurdos. El dilema de Bush, acuciado por los emiresy por los gobernantes turcos, era claro. Si remataba a Sadam, Irak podía dejar de ser un estado laico y desintegrarse. Al final, optó por no hacerlo, consciente de que el «carnicero» iba a ahogar en sangre las revueltas y confiando en que la asfixia económica y el bloqueo internacional terminarían provocando su caída. En el primer punto acertaba plenamente. En el segundo se equivocó, porque no supo calcular la capacidad de supervivencia de un régimen autoritario y habituado a la violencia. Ahora la incógnita es cuando corregirá su error, porque necesita llegar a la fase final de la campaña presidencial con la cabeza de Sadam en la mano.

13 Mayo 1991

Kuwait nos avergüenza

Fernando Schwartz

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Con su tancredismo, subrayado por una ridícula resistencia a introducir cambios democráticos o por la sonrojante revancha a que se han dedicado algunos de sus ciudadanos con la complicidad del Gobierno, Kuwait está dejando en evidencia a quienes, invocando la defensa de la libertad y de los principios morales, se pusieron de su parte en la crisis del Golfo.Pocos son los que dudan de. lo justo de la operación aliada realizada para librar a Kuwait de Sadam Husein. Tras la estrepitosa derrota iraquí, todos creímos -con mayor o menor convencimiento- que la paz tendría tres efectos beneficiosos: la defenestración del dictador de Bagdad, la aceleración del proceso de solución de la cuestión palestina y la democratización de las monarquías conservadoras del Golfo. Ninguno se ha cumplido.

El caso de la democratización kuwaití es interesante. Era sobradamente conocido que el emirato nunca había sido el paradigma de las libertades; con guiño cómplice, se había tolerado su despotismo vagamente moderado y aún más vagamente ilustrado con las excusas de que la tribu kuwaití apenas empezaba a salir del medievo y que bastante hacía con repartir con largueza los inmensos réditos del petróleo. ¿No apoyaba financieramente a la OLP? ¿No había acogido a centeneres de miles de inmigrantes que podrían vivir en régimen de semiescalvitud pero cobraban buen dinero? ¿No podía afirmarse que el voto de las mujeres no entra en la cultura islámica y que, por consiguiente, su ausencia no es antidemocrática? Además, la oposición interior, poco significativa, no pasaba de ser frívolamente elitista.

Curiosamente, el debate de la democratización de Kuwait, nunca excesivamente agitado, se agudizó con la invasión iraquí: una de las primeras tonterías que dijo Sadam Husein al lanzar a su Ejército contra el emirato fue que lo hacía contestando a una llamada de la perseguida oposición y apoyándose en el escaso arraigo de la monarquía de la familia Al Sabaj. Como pretexto, era mentira, pero, perversamente, consiguió un efecto catalizador.

Desde el punto de vista internacional, el argumento fue inmediatamente recogido por los aliados: la democratización de las monarquías del Golfo constituía un buen tema que añadir a la satanización de Sadam Husein. No sólo el líder iraquí era un déspota asesino que había invadido ilegalmente un país; había pisoteado en éste cualquier libertad. Su expulsión de Kuwait garantizaría el resplandor de la democracia en el emirato y facilitaría las mínimas reformas necesarias. Los consejos dados en este sentido por los aliados a la familia Al Sabaj han sido constantes, aunque no demasiado insistentes.

En el interior, la oposición kuwaití planteó pronto reivindicaciones que iban desde la proclamación de una república (cambio de régimen de improbable efecto político si se tiene en cuenta lo extenso del control financiero que ejerce la familia Al Sabaj y el arraigo del viejo sistema tribal modificado) hasta la mera democratización (reducción de la presencia de la familia reinante en el Gobierno, convocatoria de elecciones libres, cambios constitucionales, introducción del Estado de Derecho). De hecho, sus representantes se reunieron durante el otoño de 1990 con el Emir y le arrancaron concesiones de reforma constitucional (por ejemplo, la introducción del voto femenino) y de democratización para el momento en que Kuwait resultara liberado. Pero, pasado el susto, el jeque Jaber al Ahmad olvidó la urgencia de sus promesas.

Ése es el eje del asunto. Los tiranos suelen tener poca afición a autolimitar su poder. Concluida la aventura militar del Golfo con la victoria de los buenos, ha resultado que el pobre perseguido no pasa de ser un niño malcriado que no ha comprendido que los tiempos cambian. Su «democratización» ha consistido en un mínimo cambio de Ejecutivo (ninguno de los Al Sabaj importantes ha perdido poder) y una vaga promesa de elecciones libres en el plazo de un año (con la curiosa noción de que «unas elecciones ahora estorbarían la reconstrucción nacional»). Por lo demás, se ha vuelto al tradicional sistema de que el dinero lo puede todo, las prebendas lo compran todo, incluida la tranquilidad -frágil memoria la de los kuwaitíes- y, además, siempre están los amigos norteamericanos para sacar las castañas del fuego.

Traidoras garras

Puede. Pero el niño malcriado ha sacado unas suaves y algo traidoras garras. Durante la guerra se marcharon del emirato 200.000 palestinos (de los 450.000 que habían nacido o establecido su hogar en Kuwait). Los kuwaitíes pretenden ahora librarse de muchos de los que quedan. Olvidan que sin ellos el desarrollo kuwaltí no habría sido posible, que, negándoles derecho a nacionalizarse o a poseer propiedades, su esfuerzo ha sido peor que mal pagado y que, además, no son culpables de que Arafat se pusiera de parte de Sadam. (Aunque, tal vez, a la vista del trato que reciben, su oposición al Gobiernol esté más que justificada).

Peor aún. Desde la liberación de la capital, bandas de kuwaitíes, muchas veces uniformados, se dedican a detener arbitrariamente a sospechosos de colaboracionismo (sobre todo palestinos), a torturarlos y a ejecutarlos fríamente, tomándose así la justicia por su mano. Desmintiendo la afirmación oficial de que se trataba de bandas de incontrolados, las autoridades norteamericanas, Amnistía Internacional y periodistas, sobre todo británicos, han demostrado que se trataba. de unidades militares más o rnenos formales y hasta directamente emparentadas con la familia reinante. La confusión se incrementa con el hecho de que alguno de tales elementos criminales, autoelevado a la categoría de héroe riacional, procede de las bandas de resistencia interna, activas durante la presencia militar iraquí, que acusan a los Sabaj de molicie y despotismo.

Es triste que la conmoción mundial producida por la crisis del Golfo, las esperanzas de un nuevo orden internacional, el generoso esfuerzo de todos por enderezar la situación, acaben en este espúreo ratón parido en la montaña de la buena voluntad. Al defraudar nuestras esperanzas de justicia, Kuwait no sólo nos está engañando. Nos avergüenza.