15 julio 1985

Gunilla von Bismark protesta ante TVE por las críticas a sus fiestas en Marbella por parte de Antonio Burgos en sus columnas de ABC

15 Julio 1985

Las cigarras de Marbella

Antonio Burgos

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Mi inquietud no es sabe qué van a hacer durante el verano: coronar misses, inaugurar discotecas, promocionar chiringuitos, airear restaurantes de moda, animar hoteles. No, mi inquietud ahora es saber que hicieron durante el invierno. ¿Existe el invierno para Gunilla, la señora de Ortiz? ¿En qué salones luce la frente de muñequita Nancy, de Barby Superstar, la ancha cinta de la inutilidad? ¿Y Alfonso de Hohenlohe? ¿Cómo hemos podido vivir todo el invierno sin ver en los periódicos la chaqueta blazier de Alfonso de Hohenlohe? Ahora que caemos en la cuenta: ¿Dónde anduvo todo el invierno, como es que pudimos pasar sin él, sin tener siquiera noticia de cómo le va en la canción a su hijo Hubertus? ¿Cómo son bajo las lluvias y las nieblas de las cadenas de Hohenlohe en su despechugado torso legionario, cómo combina su bigotito de Xavier Cugat cuando no se pone las camisas de palmeros y los zapatitos blancos? ¿Dónde pasó el invierno Tessa, dónde Cari, dónde Jimmy? Pitita, ¿tú no ves? Pitita no es problema.

Son las cigarras del invierno de Marbella, que ahora vuelven a la vida, convertidas en hormiguitas de las crónicas a la orilla del mar. Siempre son fieles a la cita. POr San Blas la ciqueña verás y por San Fermín vuelve la señora de Ortiz. Son las golondrinas de La Hacienda y de la Meridiana, de La Fonda y del Don Carlos o Don Pepe, que anuncian el verano en Marbella. ¿Los tienen en nómina el alcalde socialista de Marbella?

Son el pregón de la anícula, como cuando en mi Sevilla pasaron los arrieros de La Rambla anunciando el búcaro fino. Tienen que ser, robablemente, como mitológicos duendecillos, como encantados personajes de cuentos nórdicos y crueles. Llegan los enviados especiales a la Costa del Sol y los primeros resplandores de sus ‘flashes’ los devuelven a la vida. Así estarán ya hasta la vnedimia, rumba, sol, cena, sarao, gala, son, salsa, palmitas de los del Río y canción del verano de Georgy Dann. Luego, con la horaciana dorada luz de septiempre serán pisados otra vez en los lagares de la actualidad por los pies inflexibles de las noticias, lejanas guerras, cercanas crisis, Moncloa, Nicaragua. Hasta la vendimia, España sestea, España es una cigarra. Las hormiguitas que pagaron a Boyer y cogieron el coche con la sombrilla y la suegra son ahora las cigarras. Ellos, cigarras inútiles de Marbella, son las hormiguitas del verano, acaarreando gramos de oro a las cajas blindadas de la sucursal de un Banco árabe.

¿Cómo pueden ir a tantas fiestas, de dónde sacan tan largas madrugadas, cómo nunca se les hiela la sonrisa, la cintica de muñecas Nancy, la cadena de plata entre la despechugada camisa de palmeras? ¿Son acaso de verdad? ¿Cómo pueden estas cigarras disfrazadas de hormigas en un bailongo pretendidamente aristocrático resistir tantas fotografías? ¿Pagan o cobran? ¿De qué viven? ¿Para qué viven? Ay, los apellidos… Pasan por las páginas supuestos Borbones, autotitulados Orelans. Esta España tan remisa en creerse que de verdad es un Reino, y que lo dice la Constitución, no solamente ignora durante el invierno a su Familia Real, sino que llega el verano y el deporte favorito es la invención de príncipes y princesas. Las princesas son señoras de Ortiz. Los príncipes son honestos empresarios de la hosteleria.

Y con la llegada de las cigarras convertidas en hormiga cada año indignárseme el alma de nardo de romano andaluz. En Andalucía ya no pasa nada. Ya no hay problemas ni con la reforma agraria, ni con la reconversión, ni con el cierre de Hytasa, ni con los parados. Andalucía, fiel a la cita de cada año, se convierte en playa de Europa, en cabaré de Europa. Nadie protesta, nadie dice nada. Nos inventamos una princesa bajo cada sombrilla, a la que sirve un parado de la sierra disfrazado de camarero.

En verdad os digo que lo único verdadero ante tan falso mundo andaluz es el paro que el hombre de la sierra se quitó de caballero en la costa.

Antonio Burgos