1 marzo 1997

Haro Tecglen llegaría a titular una columna en Babelia con un '¡Viva Stalin!

Eduardo Haro Tecglen elogia a Stalin en EL PAÍS ganándose el reproche de Fernando Sánchez Dragó desde EL MUNDO

Hechos

  • El 1.03.1997 el columnista de EL PAÍS D. Eduardo Haro Tecglen realizó un elogio en su periódico a Josef Stalin, que fue replicado por el columnista de EL MUNDO, D. Fernando Sánchez Dragó.

Lecturas

http://youtu.be/cxYm-LyO3R

01 Marzo 1997

ESTALINISMO, MAOÍSMO

Eduardo Haro Tecglen

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Grande, admirable, querido era Stalin. Resistió en Stalingrado: Churchill, Roosevelt y yo le admirábamos, y al genial pueblo ruso. ¡Ganaron a Hitler! Dieron esperanza a Europa.

Grande, admirable, querido era Stalin. No sólo yo: le amaban Churchill, Roosevelte y De Gaulle, el general de la ‘grandeur de la France’ – como Woody Allen, ahora – estrechaban la misma mano de las purgas sangrientas (sólo que ellos las sabían, y yo, no). Para nosotros, pueblo europeo ocupado por el nazismo (Franco, Serrano), era el liberador: nos ayudó en la guerra, cuando los socialistas franceses de Blum cerdeaban. Cuando Serrano en uniforme de Falange, decía ‘Rusia es culpable’, y Franco mandaba una división, llamada Azul porque azul era, ingenuamente, lo contrario de lo rojo. Resistió en Stalingrado: Churchill, Roosevelt y yo le admirábamos, y al genial pueblo ruso. ¡Ganaron a Hitler! Dieron esperanza a Europa. A la Europa antifascista. A la fascista de entonces y a la neofascista de hoy, no (cualquier equiparación entre Stalin y Hitler es falsa: hay gradaciones entre los grandes asesinos).

Anson era chiquillo: cuando me llama ‘estalinista’, adeopta la idea de la guerra fría, con Truman y la bomba atómica. Anson, después, fue maoísta. Yo, en cierto modo: parte por Malraux, que además de estar con nosotros como aviador y como escritor contó mucho de China. Y porque Lenin, Stalin y Mao habían liberado de una miseria eterna a sus pueblos: esclavos, almas muertas, opiados, explotados: por los zares y la Empretariz Viuda. Ya sé que esto no cuenta, pero salvaron muchas más vidas de las que quitaron. Yo tenía otras ideas. Ayudé siempre a los comunistas españoles y nunca fui estalinista como Carrillo o como los hermanos Semprún; menos, como Fernando Claudín. Detesta las dictaduras, el estalinismo; detesto las democracias duras, aunque ésta la perderá el fachoso Aznar corrido a votazos.

Anson era filomaoista: por poesía, por literatura, porque no dejó de ver allí cómo se había levantado un pueblo: tampoco es tan tonto como para no ver las cosas ostensibles. Pensaba en aproximarse a los comunistas de España: ni sabía quienes eran, ni la fuerza que tenían; estimaba que entre Don Juan y ellos podía hber un contubernio (¿no lo hubo con Don Juanito’? como llamaban ellos a Juan Carlos?). También algunos artículos míos de entonces le parecían oportunos y serenos. No soy el estalinista de la guerra mundial, ni Anson el maoísta lírico y juanista de antes de la transición. No sé porqué levanta monumentos a Juan III y no a Mao: más los mereció.

Eduardo Haro Tecglen

08 Marzo 1997

ESTALINISMO, MAOÍSMO, FASCISMO

Fernando Sánchez Dragó

Leer
Lenin, Stalin y Mao eran tan fascistas como Mussolini, Hitler y Franco: ésa es, duela a quien duela, la verdad monda y lironda. Pero, pese a ello, y para no pecar de lo mismo que estoy censurando, soslayaré la socorrida tentación de decir que Haro Tecglen es un facha, por mucho que en algunas ocasiones, ciertamente, lo parezca.

Las dos Españas

Perra suerte… Sólo leo EL PAÍS los sábados, por Babelia, y fue precisamente el sábado cuando Haro Tecglen tuvo la malhadada ocurrencia de publicar en ese periódico una columna a la que tituló Estalinismo, maoísmo. De haber escogido cualquier otro día de la semana no estaría yo ahora intentando poner los puntos sobre las íes a lo escrito por una persona a la que siempre he apreciado por encima del profundo abismo ideológico que nos separa.

Yo, como casi todos, fui devoto lector de TRIUNFO en los últimos trienios del franquismo. Son cosas que no se olvidan. Y tampoco puedo ni debo olvidar los lazos de recíproca estima que hasta el momento de su muerte, y aun después de ella, me uinieron a Eduardo Haro Ibars, hijo del autor de la dichosa (y odiosa) columna y poeta de notable mérito, cuya prematura desaparición nos dejó a muchos sumidos en el dolor, la rabia y el desconcierto.

Quede, pues, claro que no alimento malevolencia alguna, sino más bien lo contrario, hacia el hombre que hoy me obliga a empuñar la péñola como si fuese una daga. Haro Tecglen tiene, entre mis amigos y en el mundo en el que me muevo, tan mala fama como yo, me consta, la tengo en el suyo y entre sus amigos, pero no son esos gajes del cainismo de un país que siempre -desde Sertorio hasta la hora actual- ha estado en permanente y bifronte guerra consigo mismo lo que me mueve a decir cuanto sigue:

Oído al parche…

Entre fachas anda el juego

La columna de Haro Tecglen empezaba con un encabezamiento y con una afirmación tan gloriosas como asombrosas. «Grande», decía, «admirable, querido era Stalin. No sólo yo: le amaban Churchill, Roosevelt y de Gaulle, tres hombres -añade- que estrechaban la misma mano de las purgas sangrientas (sólo que ellos las sabían, y yo, no)».

Y fue ahí, en ese instante, cuando me quedé de piedra y de muestra, sobrecogido, paralizado, sin dar crédito a lo que los ojos y el cacumen me proponían. Te confieso, Eduardo, que rara vez en mi vida me he sentido tan irritado, primero, e indignado, después, con la lectura de un suelto de periódico.

Decir que Stalin, a posteriori de lo que hoy sabemos de él, era un ser grande y admirable se me antoja un despropósito similar a aquél en el que incurriríamos si sostuviéramos, por ejemplo, que Landrú era un benefactor del sexo débil o Hitler un filántropo deseoso de redimir al pueblo errante.

Ni es, por otra parte, de recibo la hipótesis de que los jefes de gobierno de los países aliados contra el Eje estaban al cabo de la calle en lo tocante a las fechorías que por los mismos años, y desde mucho antes, urdía y perpetraba el padrecito de los grandes bigotes. Fue necesario que Victor Kravchenko saltase por encima de las bardas del telón de acero y revelase a Occidente -en un libro que Haro Tecglen, sin duda, leyó entonces, cuando todavía crepitaba el rescoldo de la Segunda Guerra Mundial- no sólo la existencia de campos de exterminio equiparables a los del infierno nazi en el presunto paraíso soviético, sino también lo que se cocía (nunca mejor dicho) intramuros de sus alambradas. La obra de Kravchenko -Yo escogí la libertad- revolvió las conciencias y los estómagos de todos los izquierdistas honrados, y entre ellos, por citar un ejemplo ilustre, los de Albert Camus. Fue entonces cuando éste se apeó del tren de la Gran Farsa, tiró a la basura su pasaporte de compañero de viaje y rompió con Sartre, con Simone de Beauvoir y con todos los izquierdistas deshonestos y tontos útiles que, impasible el ademán, siguieron cerrando filas en torno al führer de Georgia.

No queda mucho espacio, pero sí el suficiente para citar otra lindeza incluida por Haro en su columna. «Lenin, Stalin y Mao», añade el progenitor de mi difunto amigo, «habían liberado de una miseria eterna a sus pueblos» y, en opinión del articulista, «salvaron muchas más vidas de las que quitaron».

Sólo se me ocurre decir: ¡Jesús! Cualquier comentario sobra. Hay salidas de pata de banco que no requieren vituperios ni apostillas. Ellas solas se excomulgan.

Y aún tiene arrestos el amigo Haro para llamar en el curso de su columna fachoso a José María Aznar y maoísta a Luis María Anson. Cree el ladrón…

Lenin (sí, también él), Stalin y Mao eran tan fascistas como Mussolini, Hitler y Franco: ésa es, duela a quien duela, la verdad monda y lironda. Pero, pese a ello, y para no pecar de lo mismo que estoy censurando, soslayaré la socorrida tentación de decir que Haro Tecglen es un facha, por mucho que en algunas ocasiones, ciertamente, lo parezca. Son, Eduardo, gajes del oficio, cosas que pasan. Arrieritos somos. Ahí va mi mano. Una mala columna la tiene cualquiera.

Fernando Sánchez Dragó

El Análisis

Justificando agradecimientos a las dictaduras

JF Lamata

Viene a decir el columnista izquierdista D. Eduardo Haro Tecglen que el dictador comunista ruso Stalin no era tan malo como el dictador fascista alemán Hitler. En principio, parece lógico que, para un izquierdista sea un poco peor la dictadura fascista, que la dictadura comunista, porque le pilla más lejos ideológicamente. El Sr. Sánchez Dragó se indigna y dice que el dictadores comunistas Stalin y Mao, en realidad eran fascistas. En este contexto el término ‘fascismo’ no parece tanto utilizado para referirse a un extremo ideológico, sino a una forma de gobernar: si matas, es que eres fascista, aunque te proclames el fascismo. Por lo que deja abierta la duda de si el término ‘fascisa’ mide un estilo ideológico o un comportamiento.

Muchas son las diferencias entre el Dictador Hitler y el Dictador Stalin, aunque a efectos prácticos, la más importante es que Hitler perdió una guerra y Stalin la ganó. Pero queda la duda de si el Sr. Haro es consciente de que su argumento de justificar su gratitud a Stalin por ‘ganar la guerra al nazismo’ eb 1945, serviría también de justificación a la derecha española por haber agradecido a Franco ‘ganar la guerra al izquierdismo’ en 1939.

J. F. Lamata