21 enero 1998

Histórica visita del papa Juan Pablo II a Cuba donde es recibida por el dictador Fidel Castro

Hechos

Fue noticia el 21 de enero de 1998.

21 Enero 1998

Castro y el Papa

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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TANTO FIDEL Castro como el Papa tienen algo que ganar con la visita histórica que este último inicia hoy a Cuba. A corto plazo, sin embargo, es el comandante quien más provecho puede sacar del viaje pontifical, mientras que las ventajas para la Iglesia católica podrán notarse, en todo caso, a medio y largo plazo. No estamos, pues, ante un enfrentamiento de estos dos titanes del siglo XX, sino ante más de una coincidencia, por mucho que Juan Pablo II se muestre éticamente crítico con la dictadura castrista. Los dos pertenecen a una misma generación; quizá ambos representen al pasado más que al futuro y están ambos en el final de sus trayectorias; creen en sí mismos y en la influencia de su acción. Incluso la protesta de la Iglesia porque la televisión cubana no emita todas las misas del Papa tiene un regusto totalizante, pues no pide sino que se pongan a su disposición todos los medios de comunicación del Estado. La movilización controlada de la sociedad cubana que está promoviendo Castro para recibir a Juan Pablo II -a la fuerza, muy superior a la de la propia Iglesia local- refleja el afán del dictador por utilizar esta visita de complicados preparativos para afianzar su propia posición, y ganar respaldo internacional, como han hecho otros dictadores en otros tiempos y lugares. Castro podría utilizar una cierta apertura religiosa para compensar la falta de reforma política e incluso la difícil situación económica que padecen los cubanos. La llegada a Cuba se produce en mal momento para el Papa, a sus 77 años, en razón de su salud quebradiza, en la que se presenta quizá como la última misión de Woityla. Sin duda, busca provocar una apertura del régimen e incluso alcanzar para la Iglesia una cierta posición mediadora entre el poder y la oposición. Cuba, sin embargo, no es Europa del Este, y toda eventual transicion -probablemente el día en que muera Castro- debe contar con la existencia de un importante exilio en Florida, hoy dividido y desorientado, 39 años después de la revolución, que se ha mostrado en una parte remiso a esta visita, justamente porque considera que consolida al dictador. No obstante, la prioridad del Papa pasa en primer lugar por abrir espacios de actuación y de influencia, en la enseñanza y en el culto, a una Iglesia perseguida durante décadas, y cuya implantación en una sociedad donde se entremezclan diversas tradiciones es hoy difícil de calibrar. En todo caso, el verdadero efecto de esta visita sobre la vida de los cubanos empezará anotarse cuando el domingo, el Papa salga de Cuba. ¿Marcará un punto de inflexión? Pocos factores lo apuntan; desde luego, no el micrófono, descubierto para espiar al Papa, o las múltiples detenciones de opositores que se han producido en las semanas previas a este viaje. Cuando le crucen sus miradas, cuando el Papa lea sus homilías y Castro, en un lugar u otro, las escuche, ambos estarán pensando no sólo en su propio futuro yen el de Cuba, sino que tendrán un ojo puesto en Washington. Se espera que Juan Pablo II haga un llamamiento en favor del levantamiento del embargo comercial de EE UU contra Cuba, cuando las relaciones entre Washington y este Papa pasan por momentos bajos, en comparación con su estrecha colaboración durante las etapas finales de la Guerra Fría. Juan Pablo II también esconsciente de que lo que diga en Cuba tendrá un reflejoen el conjunto de América Latina, donde la revolucióncubana -pese a su fracaso- siempre ha sido un elemento de referencia que ha alimentado los discursos de un sector de la Iglesia católica.Es un viaje importante, pero no tanto como para justificar el enorme despliegue de medios de RTVE sobre el terreno. Ningún desplazamiento del Papa -salvo, naturalmente, a España- ha supuesto tal movilización por parte de la multideficitaria radiotelevisión estatal. En todo caso, Aznar estará atento para, pasado este viaje, aprovechar la ocasión a remolque del Vaticano y designar, finalmente, a un embajador en Cuba. Volverá así a la casilla de salida en este tablero que, entre tanto, ha movido para mal. España ha perdido terreno diplomático y Castro ha facilitado, en número y en opacidad, la presencia de etarras en la isla. Algo inaceptable.

25 Enero 1998

Karol y Fidel

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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NO HA habido choque de trenes, sino encuentro entre dos supervivientes que se saben en la última vuelta del camino. Fidel Castro es el superviviente de los sueños revolucionarios de la izquierda de los sesenta. Los sueños se esfumaron, pero Fidel resiste disfrazado de -guerrillero antiimperialista. Juan Pablo II es el superviviente de la revolución conservadora de los ochenta -aunque éste no sea- su- único perfil posible-, cuyos otros pilares fueron Thatcher y Reagan. Hoy hay un laborista en Downing Street y un demócrata -en dificultades- en la Casa Blanca. Sólo Wojtyla permanece. Pese al alejamiento ideológico y biográfico que tanto ha demorado su encuentro, diríase que entre estos dos hombres se ha producido ahora un sutil y recíproco reconocimiento. El factor humano ha sido seguramente decisivo en la forma como Juan Pablo 11 ha enfocado este viaje, que concluye hoy con una misa en la plaza de la Revolución, entre la imagen del Sagrado Corazón y el retrato del Che, y con la presencia del comandante Castro. El Papa ha dicho lo que de él se espera sobre la familia -el 66% de los matrimonios cubanos se separa-, el aborto, la educación. También ha lanzado mensajes políticos, pero lo ha hecho desde la moderación y la voluntad de diálogo: en la medida en que la Iglesia gane libertad en Cuba, ha venido a decir, será más fácil una salida gradual, moderada, a la falta de perspectivas de la revolución cubana. Y ha defendido el levantamiento del embargo norteamericano, argumentando que a quien más perjudica es a los pobres. El contraste no ha podido ser mayor entre su viaje a Nicaragua en 1983 y éste de hoy a Cuba. No sólo en la imagen del Papa, enérgica entonces y vacilante ahora, sino en el tono de los mensajes. Quince años atrás, en Nicaragua, Juan Pablo II criticó agriamente al régimen de los sandinistas, en el que participaban muchos católicos. Es inolvidable la escena del Papa abroncando al ministro-sacerdote Ernesto Cardenal, arrodillado ante él. La paradoja del momento era que el castrismo halagaba a esos teólogos de la liberación mientras que en Cuba misma evitaba cualquier aproximación a los creyentes. Ahora, el Papa ha preferido un enfoque indirecto y más suave. No ha hecho un llamamiento a la resistencia, como implícitamente hizo en Polonia, por ejemplo. Se ha limitado a pedir espacio para la Iglesia, en particular en materia de libertad de enseñanza. Sus referencias a la justicia social y la crítica a la sociedad de consumo -en un país en el que es su ausencia lo que preocupa- no habrán inquietado especialmente a las autoridades. También ha defendido los derechos humanos y pedido la liberación de presos políticos. Pero ni siquiera ha utilizado la palabra amnistía, de contenido más político. Castro ha prometido estudiar posibles indultos de disidentes. Lo mismo que respondió a Felipe González cuando le pidió la liberación de Gutiérrez Menoyo; Castro lo puso en libertad cuando le pareció conveniente. Es poco probable que el dictador cubano arriesgue un gesto significativo en ese terreno. Es difícil calibrar el efecto de la visita en la población. Ha acudido masivamente a las misas del Pontífice, pero también acude a los discursos de Fidel. El castrismo ha colaborado al eco local del viaje retransmitiendo a todo el país los actos, incluyendo alguna misa que no figuraba en la programación de la cadena nacional. Se dice que los llamamientos a la democracia y las invocaciones a la libertad política tienen escasa incidencia en el pueblo cubano, más preocupado por necesidades materiales perentorias. Después de 40 años de partido único, afirmar eso resulta casi cínico. Lo mismo se decía de los países del Este antes de 1989, pero ninguno aceptaría hoy una vuelta atrás. Castro y el Papa son dos voluntaristas natos, convencidos de que la fe mueve montañas y persuadidos de encarnar la verdad. Ambos tienen un fuerte componente populista. Castro, como otros muchos dictadores, ha utilizado la agresión exterior, magnificada, como palanca de un nacionalismo popular, de resistencia del débil frente al poderoso. Ello le ha permitido prolongar su liderazgo más allá de su fracaso como reformador social. Hay, sin embargo, una diferencia sustancial entre Castro y Wojtyla. El caribeño sabe que su régimen difícilmente le sobrevivirá, mientras que el Papa polaco encabeza una institución cuya característica esencial es la perdurabilidad. El verdadero efecto Wojtyla se haría sentir si Washington atendiera al llamamiento del Papa y, en contra de lo que puede ser el verdadero deseo del régimen castrista, lograra levantar, aunque fuera parcialmente el embargo comercial contra Cuba. El régimen castrista. ha aguantado muchas penurias, pero no es seguro que pudiera resistir la ausencia de enemigo exterior; ni siquiera un enemigo más moderado.