Juan Guerra se defiende atacando al dueño del a revista ÉPOCA, Jaime Campmany: «Trabajó para Pinochet y la dictadura argentina»

Jesús Quintero – Señor Guerra, ¿Cómo comienza toda esta historia?

Juan Guerra – Yo creo que es muy conocido. Realmente comienza cuando mi ex mujer le entrega una documentación de algo que ella recolecciona o inventa y se lo entrega a Manuel Fraga Iribarne, y este señor a su vez se lo envía a la revista ÉPOCA, que dirige el Sr. Campmany, conocido con anterioridad por ser presidente del sindicato vertical del Espectáculo y también, creo, era el encargado de las informaciones que venían de la dictadura de Pinochet y de cuando más virulento era en Argentina la represión por parte de los generales. Este señor, creo que era el encargado de lavar estas noticias para Europa y así se inicia eso.

A Juan Guerra le han llevado a la colina de ‘El Loco’ a decir machadas en vísperas de las elecciones, con la esperanza quizá de remediar en lo que se pueda la desbandada andaluza. Juan Guerra ha tenido la atención de citarme, a mí y al semanario ÉPOCA, como iniciadores de toda esta historia, en lo que desde luego, atina. Añade que fui presidente del sindicato del Espectáculo, y en eso también atina, aunque mi experiencia allí no me deparó la oportunidad de conocer entre los artistas circenses un malabarista tan aprovechado y rentable como él. En otras cosas que dice ya empieza a andar errado, porque ya he dicho antes de ahora que ni Fraga me dio papel o documento, información o noticia, del escándalo Juan Guerra ni he hablado con Fraga antes o después, de los chanchullos y trapicheos del hermanísimo, y en cuanto a lavar noticias de Pinochet, las suyas, las de Juan Guerra, sí que están de válgame Dios, como canta la chilena Violeta Parra, y todavía amagan los retortijones. Estos chicos me citan ahora mucho, desde Jorge Semprún a Juan Guerra. Mi trabajo me ha costado, que llevo escribiendo de ellos todos los días durante ocho años. Bien es verdad que no he alcanzado todavía el éxtasis jurídico de recibir una querella del fiscal don Leopoldo Torres, que no sé yo que le habré hecho a don Leopoldo para que me relegue de esta manera tan inclemente. Pero, en fin, ya han aprendido a escribir mi apellido, y como diría Cela, el feliz infelicitado, que hablen de ti, aunque sea bien.