18 mayo 1993

Es la segunda vez que el directivo mediático de EL PAÍS, La SER y CANAL PLUS airea el apodo que la revista EL SIGLO creó para referirse a los directivos de ABC, EL MUNDO, DIARIO16, la COPE y ONDA CERO

Juan Luis Cebrián (CEO del Grupo PRISA) descalifica en una Asamblea del IPI en Venecia a sus competidores en España llamándoles ‘El Sindicato del Crímen’

Hechos

El 18.05.1993 el periódico DIARIO16 publicó el editorial «Prensa y Libertad» sobre las palabras de D. Juan Luis Cebrián en Venecia.

13 Mayo 1993

Cebrián (también) queda en evidencia ante la prensa internacional

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Pocos personajes merecen tanta admiración y respeto entre los directores y editores de todo el mundo asiduos a las asambleas del Instituto Internacional de Prensa (IPI) como el veterano periodista surafricano Raymond Louw, a quien la lucha contra el apartheid ha deparado largos años de persecución y exilio. De ahí el enorme impacto que causó ayer en Venecia la intervención de Louw plantando cara al consejero delegado de Prisa y miembro del consejo de Bankinter, Juan Luis Cebrián, y apoyando la réplica que este ya había merecido por parte del director del «Sunday Times» Andrew Neil: «Yo pensé que el éxito de «El Pais»estaba basado en los principios enunciados por Neil y no en los principios restrictivos que usted ha enumerado y que yo lamento». Lo que Cebrián había hecho previamente era un feroz alegato contra el sector de la prensa española que mantiene posiciones críticas e independientes al que volvió a referirse como al «sindicato del crimen». Cebrián fustigó «la corrupción y hasta los delitos» de algunos periodistas, como de costumbre sin dar un sólo nombre. Tras hablar de «groseras distorsiones», se refirió a la «cooperación tácita de directores de periódicos con operaciones promovidas por partidos», que es exactamente de lo que Julio Anguita acaba de acusar a «El País». La cosa llegó a tal extremo -«lo que sucede en España no sucede en ningún lugar del mundo libre»- que cuando Cebrián pidió que se «publique la verdad», Neil tuvo que cortar por lo sano: «¿Quién define la verdad? Las palabras de Cebrián contribuyen a reforzar a quienes desean maniatamos».

14 Mayo 1993

El Sindicato del Crimen

Francisco Umbral

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Parece que Juan Luis Cebrián se ha ido a un sitio tan fino como Venecia a decir esa ordinariez de que los periodistas madrileños somos un «sindicato del crimen» (salvo excepciones, claro, que están todas en EL PAÍS). El chisme me parece cosa de poco momento, pero sí vale como síntoma de las guerras intestinas que estamos viviendo los periodistas, por competitividad, por odios personales, por odios de tribu o por el simple :gusto de montar el pollo a costa de un colega. Todo esto me parece que es malo para nosotros, para la Prensa.

En España se leen pocos periódicos y la imagen dispersa, bulliciosa y violenta que estamos dando como gremio, a mí me parece que nos perjudica ante los lectores, nos quita credibilidad y ventas. Es curioso que EL PAÍS, un periódico tan londinense, con su apresto de europeidad y objetividad, contribuya más que ningún otro a fomentar este clima de desprestigio de la prensa nacional, que al final nos va a perjudicar a todos. Pero no es sólo EL PAÍS, claro. La verdad es que todos contribuimos un poco a esta movida absurda, a esta guerra de dinastías que, como digo, desconcierta al lector y le aleja del quiosco. Los periódicos se hacen de papel, pero al lector le gusta leer su periódico como si fuese de mármol y escrito en latín: perdurable hasta el último ladillo o las farmacias de guardia. Esa es la imagen que ha sabido dar el ABC durante un siglo, más o menos, y por eso tiene un público que pasa de padres a hijos. Esa imagen, asimismo, la daba EL PAÍS cuando nació, con la pulcra estraza de sus grandes páginas, y así se convirtió en Biblia y manifiesto de la nueva progresía posfranquista. Todo periódico debe tener una ideología, pero jamás una militancia.

EL PAÍS se diría que está pasando de la ideología a la militancia, y esta efracción se nota mucho, pues se traduce en crispación y descrédito de los colegas. Aunque me asegundo en que la guerra civil del periodismo madrileño es prácticamente total y permanente, lo cual no interesa nada a los lectores y además no lo entienden. Es como si hubiese una guerra entre dentistas. Uno va al dentista a que le saque una muela, pero no le interesan los problemas internos del gremio, aunque anden tirándose los trastos de matar a la cabeza. Del mismo modo, el lector acude al periódico para que le saquen la muela del juicio político, o se la cuiden, que aquí es difícil no perder el juicio. El lector quiere periódicos serios, pero no aburridos, y lo más aburrido de todo es esta bronca de corrala que nos traemos a diario y que al ajeno a la profesión no le importa nada. El cliente quiere un periódico sólido, no un periódico arpía que anda tirando del pelo a todas las otras arpías del gremio. Hay que dar sensación de seriedad y montar el escándalo contra los políticos y los delincuentes, no contra el redactor jefe del periódico rival, aunque nos caiga fatal el tío, que nos cae. Insisto en que todos somos culpables en esta guerra fratricida, aunque lo de Cebrián en Venecia ha sido pasarse un poco.

Y sobre todo cuando él es ya más banquero que periodista. A este paso vamos a acabar con la afición, que es poca, pues tengo la, idea fija de que nuestro público quiere un periodismo sólido y libre, no una bronca diaria entre ejecutivos de la empresa, que no conoce ni le importan. Personalmente, llevo un tiempo soportando el ataque, la ironía, la mentira, la persecución de un querido colega que en su día me diera hospitalidad en sus hermosas páginas. Nunca he contestado ni pienso hacerlo, porque opino que no nos conviene a ellos ni a mí. Pero no quiero con esto, naturalmente, ponerme de confeso y mártir, ahora que se lleva Zorrilla, como modelo ante mis compañeros, sino, únicamente, cerrar de alguna manera la columna. O sea.

Francisco Umbral

16 Mayo 1993

El IPI no comprende

Víctor de la Serna Gutiérrez Repide

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UN veterano ex presidente del Instituto Internacional de Prensa me dijo: «Nunca debe uno dejar de lado los principios de la libertad de Prensa para dar rienda suelta a «vendettas» por enfrentamientos entre periodistas o medios, sobre todo en un foro internacional. Aquí, muchos de nosotros tienen muy serias diferencias personales, pero las alejamos cuando nos ponemos a defender la libertad de Prensa, lo único que nos une a todos. Y Cebrián no lo ha hecho». Como el ex presidente, uno tras otro, los miembros del IPI se habían acercado a mí, bastante atónitos, para pedirme explicaciones de la extraordinaria diatriba -por la gravedad y por la generalidad de las imputaciones de corrupción a la Prensa española- del consejero delegado de El País. Yo les expliqué que, como el propio Cebrián, soy parte interesada -y por ello demasiado apasionada- en la polémica, ya que según se deduce de sus propias palabras todos los diarios de ámbito nacional editados en Madrid, salvo el suyo, son culpables. Les dije que en mi opinión si existiese esa tremenda «Tangentopoli» de la Prensa en España los corresponsales extranjeros ya lo habrían proclamado. Y lo último que un órgano como el Financial Times ha publicado sobre los medios en España es de un tono bien distinto… «Cinco años sin verle por aquí, y ahora parece otra persona», me decía sorprendido otro delegado, refiriéndose a la desaparición de Cebrián de toda reunión del IPI desde que terminó su mandato presidencial, en 1988. Yo quiero pensar que ese cambio es efecto pasajero de ese alejamiento de las tareas diarias, a veces aburridas, de defender esta frágil libertad nuestra. (Libertad a secas, libertad para que todos digan y escriban lo que entienden, libertad sobre todo para nuestros propios adversarios; no libertad condicionada ni obligación de «decir la verdad», como los regímenes totalitarios exigen a sus medios informativos). El lenguaje de Cebrián en Venecia era incomprensible para quienes recordaban -recordamos- tantos esfuerzos comunes, antes de 1988, por la libertad. No es justa la descalificación generalizada y apocalíptica de Cebrián. Sí que tiene que ver con un obvio resentimiento porque algunos critiquen -es nuestro deberla expansión sin tasa de PRISA, la concentración de los medios en España. Yo, que no soy ni he sido nunca sindicalista de ningún crimen, me rebelo contra una agresión fuera de lugar. Y no sólo porque ese lugar fuese la Asamblea del IPI.

18 Mayo 1993

Prensa y libertad

DIARIO16 (Director: José Luis Gutiérrez)

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Inesperadamente, en plena campaña electoral, la vida periodística se ha visto sorprendida por un desagradable incidente protagonizado por el ex director de EL PAÍS, Juan Luis Cebrián, en la Asamblea veneciana del Instituto Internacional de la Prensa (IPI). Los inadmisibles – en su literalidad e intención – juicios críticos vendidos contra el resto de la Prensa madrileña de difusión estatal, a excepción de EL PAÍS, la restrictiva filosofía subyacente en todo su discurso, el foro en el que se produce y la personalidad de quien lo emite, nos advierte que no estamos ante una de esas recurrentes polémicas entre los medios informativos – en este caso, una disparatada y megalomaniaca agresión de un medio contra todos los demás – sino ante un episodio de mayor calado que obliga a preguntarnos, a la vista de las amenazas que sobrevuelan sobre tan inequívoco derecho como es la libertad de expresión, si no estamos en presencia de una misma campaña que se proyecta en diversos frentes y utiliza e instrumenta a distintos personajes.

El lenguaje, el tono y el contenido de estas inadmisibles acusaciones apuntan a la misma línea de flotación de la libertad de Prensa. Pensamos que lo que importa no es tanto desclasificar a la persona que así se conduce como hacerlo con el mensaje que transmite. Con la excusa de los excesos que, según Cebrián, cometen todos los periódicos madrileños, a excepción de EL PAÍS y con la siempre salvable apelación a la responsabilidad en el ejercicio de una bella profesión como es la periodística, sataniza a importantes medios y a muy cualificados periodistas – el Sindicato del Crimen, una expresión derogatoria que hubiera hecho las delicias de cualquier recopilador de consignas nazis o falangistas –en nombre de no se sabe muy bien qué, aunque sí puede intuirse en nombre de quién. Es evidente que este grupo periodístico se caracteriza por ser una subrepticia prolongación de algunas de las agresiones que desde el poder socialista se perpetran contra la libertad de expresión en nuestro país y, lo que es más preocupante, donde se ha tratado de dar soporte doctrinal a tales iniciativas restrictivas, con artículos en una de sus publicaciones cuyos contenidos teóricos – alimentados principalmente de irrelevancias académicas y descalificaciones ad hominem – han provocado la alarma y la preocupada reacción de muy distintos medios. Y aún hace escasas horas, uno de sus columnistas arremetía contra la única cadena de radio no alineada con la unanimidad existente. Nada nuevo, ni en el lenguaje, ni en los tonos, ni en la intención.

Nada nuevo bajo el sol y nada nuevo en la música del discurso de Cebrián, convertido en un mero apéndice del poder socialista. Lo que sí es todavía reciente, nuevo en el panorama político es la expresión libre, la prensa libre, como prius a defender entre el conjunto de valores fundantes de nuestra democracia. ¿Qué la libertad de expresión conlleva a veces, algunos excesos? Sí, y para esot están los tribunales. Pero el riesgo de los excesos cede ante el riesgo de que, para evitarlos, se cometa el exceso antidemocrático de limitar la libertad. Una libertad de expreisón que, en palabras de Gladstone, ‘es la válvula de seguridad de las pasiones. El silbido del vapor al escapar precipitadamente alarma a los tímidos, pero es la señal de nuestra seguridad’. De nuestra seguridad democrática. No la toquen, ni el Gobierno, ni los socialistas, ni sus instrumentos recaderos.

17 Mayo 1993

Carta abierta a Juan Luis Cebrián

Pedro J. Ramírez

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QUERIDO Juan Luis: Nunca hemos sido enemigos. Incluso en algunos momentos clave, todo lo contrario. La noche del 23-F nos intercambiamos los editoriales de la edición extra de nuestros periódicos antes de publicarlos y fuimos juntos a la manifestación antigolpista del viernes siguiente. Has sido un extraordinario director de periódico; y sé lo que me digo pues no en balde llevo catorce años en esta especialidad del oficio. Durante la mayor parte de ese tiempo he creído que defendíamos lo mismo: una concepción radical de la libertad de expresión, acorde con los principios del Instituto Internacional de Prensa, al que pertenezco desde hace casi tanto tiempo como tú y de cuyo Comité Ejecutivo, como sabes bien, soy ahora miembro. Tu intervención ante la Asamblea de Venecia y, sobre todo, tu comportamiento reciente está demostrando que tú ya no estás donde estabas. Detesto las polémicas personales en la prensa y me gustaría que nuestra correcta relación reciente sobreviviera a este debate. Pero no puedo dejar de contestarte y de enviar esta réplica a todos y cada uno de los asistentes a la asamblea de Venecia porque sería injusto que centenares de colegas de todo el mundo se quedaran con una visión tan parcial y distorsionada del periodismo español actual. Además tus alusiones a mi persona -«directores de dos o tres periódicos de Madrid que acuden con asiduidad a un par de emisoras de radio»- fueron lo suficientemente explícitas como para que no pudiera callar sin de alguna manera otorgar. Llevas hablando en parecidos términos casi desde que nació EL MUNDO y ya va siendo hora de que dejemos de jugar al gato y al ratón y pongamos las cartas sobre la mesa. En contra de lo que algunos han dicho estos días, y como demostraré enseguida, son asuntos de gran trascendencia para el conjunto de los ciudadanos los que están en juego en esta discusión entre periodistas. Vamos a empezar por el final. Has escrito el sábado en El País que «la cobertura dada por algunos diarios en Madrid» a tu intervención demuestra que hay quienes «bajo un aparente formato de seriedad interpretativa y de rigor profesional emplean las más inmundas artes de difamación que puedan imaginarse en la prensa amarilla». «Inmundicia», «difamación», «amarillismo»… tres palabras demasiado gruesas para una sola frase. Yo no voy a recurrir a nada parecido, pero puesto que el diario EL MUNDO fue el único de tus competidores allí representado y la crónica firmada por Víctor de la Serna ha servido de base a las informaciones y comentarios de los demás, te reto públicamente ante el conjunto de la profesión, y poniendo por testigos a los presentes, a que demuestres que una sola línea de lo publicado se diferencia significativamente de lo que sucedió. Si alguien está incurriendo en este caso -y cito ya palabras tuyas en Venecia- «en una deformación grosera de la realidad y en un desprecio absoluto a los derechos del lector» es, precisamente, El País que, además de mezclar tu intervención del miércoles con la de Agnelli del lunes, con el obvio propósito de sugerir una inexistente sintonía, continúa sin dar cuenta de lo que te contestó Andrew Neil -al que por cierto llamas reiteradamente «O’Neill»- y ha silenciado la intervención de Raymond Louw. La historia de la civilización contemporánea está llena de observaciones irónicas o cáusticas sobre los excesos y equivocaciones del periodismo. Tú citaste a Balzac y Heinrich Böll -lo cual siempre queda culto y elegante- y yo podría remedarte echando mano de Chesterton, Arnold Wesker o cualquier otro. Pero tu vanidad y la mía están ya suficientemente probadas como para someterlas ahora a un concurso de frases. Lo que no es de recibo es que a partir de principios universales irrebatibles -a) la prensa comete errores, b) esos errores a veces causan perjuicios graves, c) los periodistas tenemos la obligación de extremar los mecanismos de autocontrol- extraigas conclusiones de índole tremenda y las utilices como arma de agresión contra ABC, Diario 16 y EL MUNDO sin más aval de autoridad que tu propio criterio. La transcripción de tu frase más enfática induciría a llevarse el dedo índice a la sien -a este tío le falta un tornillo- si no hubiera sido pronunciada ante un auditorio formado, en su gran mayoría, por personas que desconocen la realidad de la que hablabas: «Creánme si les aseguro que es imposible encontrar en ningún otro país democrático una mezcla tan sórdida y lamentable entre la prensa popular y la de calidad como la que hacen dos o tres títulos de Madrid». ¿Qué es lo que quieres decir si de nuevo quitamos de enmedio los adjetivos, al reiterar una y otra vez que «parecemos» serios, pero en realidad «somos» amarillos? ¿Acaso lo mismo que sugiere El País cada vez que alude a nosotros hablando de «izquierda simulada»? ¿Queréis decir que los lectores de los demás periódicos -incluidos los, cada vez más numerosos, que previamente lo eran del vuestro- son tan estúpidos como para aceptar día tras día gato por liebre? ¿Pretendéis que sólo vuestra «calidad» y sólo vuestro «progresismo» pertenecen a la categoría de lo esencial? A todo eso es a lo que te contestó Neil con palabras hasta ahora escamoteadas a vuestros lectores: «En una democracia no existen reglas únicas sobre cómo la Prensa debe comportarse. El elegir este camino del «hacedlo como yo lo hago» nos llevaría por una vía angosta hacia esa «cultura del control»». El único ejemplo concreto que pusiste no me atañe a mí, sino al director de ABC. Yo también vi esa entrevista con González y escuché la pregunta y la respuesta. No es el titular que yo hubiera puesto, pero las palabras del presidente fueron lo suficientemente ambiguas como para que resultara legítimo destacar que no descartaba un pacto con los comunistas. Pero es que además de Luis María Ansón, de ti y de mí, ese programa lo vieron varios millones de españoles, muchos de ellos lectores de ABC. ¿No crees que si hubiéramos estado ante una «manipulación» tan clara como dices, al día siguiente -y recurro aquí al teatro dentro del teatro- se hubiera bloqueado la centralita de nuestro colega con llamadas de protesta y tú y yo habríamos recibido enseguida una oleada de lectores tránsfugas? ¿O es que acaso a quien repudias y desprecias no es sólo al resto del periodismo madrileño, sino también al resto de la ciudadanía que no ve las cosas como tú? Con mucha menor precisión te refieres después a la «connivencia» entre «directores de periódicos» y «partidos políticos». Ya en una bien poco gloriosa ocasión a la que me referiré después, tu periódico intentó crucificarme por haber cenado con Rodrigo Rato días antes de su interpelación sobre Ibercorp. Tú mejor que nadie sabes que los periodistas cortejan a los políticos y los políticos a los periodistas, que entre ellos puede haber un «flirt», tal vez una historia pasajera, pero que si esa relación desemboca en boda nunca se trata de un matrimonio por amor sino de un matrimonio por dinero. En España somos muy dados a colocarnos los unos a los otros etiquetas, pero se da la coincidencia de que la única vez en que uno de los grandes partidos ha acusado formalmente a un medio de comunicación privado de traspasar los límites del periodismo y realizar una gestión política en calidad de «intermediario» ha sido ahora, cuando casi al mismo tiempo que tú nos ponías a los demás en la picota en Venecia de forma vaga, Izquierda Unida lo hacía con vosotros en Madrid en términos inequívocos. Habéis llamado a Anguita «mentiroso» -tú además has dicho de él cosas infames- y ya ves por las encuestas que, desde entonces su credibilidad no deja de aumentar. Embozado tras el eufemismo «algunos lo llaman así en privado», hablas luego de lo que tú mismo, o quizá alguno de tus colaboradores, has bautizado como el «sindicato del crimen». Te refieres a «una veintena de periodistas que constituyen un verdadero sindicato de intereses» y, obviamente, me incluyes en esa partida. No deja de ser significativo que en el mismo reportaje de una revista muy en tu órbita, en el que se utilizaba por primera vez ese término, se hablara también de «limpieza étnica». Si esta fuera la guerra de los Balcanes, sería discutible quiénes somos bosnios, quiénes croatas y quiénes macedonios, pero estaría muy claro que tú eres la «Gran Serbia». Los tenues lazos que esa veintena de personas, cada una de su padre y de su madre, con discrepancias y coincidencias asimétricas, podemos mantener entre nosotros, carecen de la menor relevancia social comparados con los que unen al máximo responsable profesional de El País con el máximo responsable profesional de la Cadena SER, el máximo responsable profesional de Canal Plus y sus homólogos en otros medios de comunicación nada despreciables. ¿Te das cuenta de que para «sindicato» el que constituyes tú solito? ¿Te das cuenta de que para «intereses» los que manejas y administras por ti mismo? ¿Eres consciente de que te has convertido en el único ser humano que en un país democrático controla simultáneamente -en esto sí que no hay ni parangón ni precedente- el periódico de mayor tirada, la cadena de radio de mayor audiencia y uno de los únicos cinco canales nacionales de televisión? ¿Has leído lo que acaba de escribir el Financial Times en el sentido de que a Polanco y a ti se os consiente lo que ni a «Su Emittenza» Berlusconi se le consiente en Italia? Estoy dispuesto a reconocer que tú eres más listo que nadie. Pero ni tu inteligencia, ni mucho menos tu fe en la libertad de expresión, te habrían bastado para construir ese imperio si el Gobierno de Felipe González no os hubiera abierto la puerta de la SER, no os hubiera concedido un canal de televisión de pago en un concurso convocado bajo el principio del «interés público» -¡¡¡- y no os hubiera permitido apoderaros de Antena 3 de Radio, vulnerando al menos tres disposiciones legales. Sin entrar en el sinfín de favores y privilegios menores de los que os habéis beneficiado en detrimento de vuestros competidores y de la libertad de mercado, estos tres ejemplos bastan para que cualquiera pueda entender a qué se refiere Izquierda Unida cuando afirma que tu grupo «se ha especializado en negociar con el poder la modulación de las críticas a cambio de la complicidad gubernamental para el crecimiento de su corporación en la prensa, la radio y la televisión». Tienes una pésima opinión del periodismo que hacemos en Madrid. Yo en cambio me siento orgulloso del nivel profesional que, gracias a la competencia, hemos alcanzado los tres diarios por ti estigmatizados y el tuyo propio. Es cierto que, cuando por ejemplo, algunos investigamos y desenmascaramos la trama de los GAL, pagando un incómodo precio por ello, otros mirasteis para otro lado. Es cierto que cuando algunos investigamos y desenmascaramos la estafa políticofinanciera de Ibercorp, otros no sólo mirasteis para otro lado sino que llegasteis a cometer la felonía -eso sí que tampoco tiene precedentes- de reproducir las irrelevantes conversaciones de Jesús Cacho, obtenidas delictivamente, con el obvio propósito de desprestigiarnos. Es cierto que mientras algunos destapamos la olla de Filesa, otros tuvieron durante semanas los papeles guardados en un cajón. Pero al margen de estas peripecias -que curiosamente han marcado la agenda de estos años y condicionado todas las relaciones entre la prensa y el Gobierno- me parece innegable que tanto El País, como ABC, Diario 16 y EL MUNDO son cuatro de los cien mejores periódicos de Europa y tal vez de todo el planeta. Así lo acreditan los gestos de reconocimiento internacional que unos y otros recibimos, el decisivo papel social que todos los observadores nos atribuyen y el constante incremento de la cantidad y calidad de nuestros lectores. Llevo ya más años que tu dirigiendo periódicos, pero tú empezaste primero. Lo que has hecho en Venecia es tirar piedras, contra toda evidencia, sobre tu propio tejado. Porque la vigorosa, sólida y cada día más responsable prensa española de hoy, es el lógico fruto de lo que algunos empezasteis a hacer a finales de los setenta y otros empezamos a hacer a comienzos de los ochenta. Por primera vez en la historia del periodismo español empieza a existir una tradición democrática, unas pautas de referencia, unos criterios deontológicos que, al cabo de quince años de libertad ininterrumpida, vamos transmitiendo y perfeccionando de generación en generación. No digo que tengamos motivos paró la autocomplacencia, pero sólo desde la obcecación o la mala fe puede negarse que la prensa española es cada día un poco mejor o, si prefieres, un poco menos mala. Claro que existen amenazas contra la libertad de expresión en España y que algunas proceden del propio periodismo -he ahí esta misma semana la inaceptable difusión de las fotos de las niñas desnudas, pero las principales no son las que tú has señalado en Venecia. En España, como en casi cualquier otro país desarrollado, las principales amenazas son el acoso gubernamental y la concentración de los medios. La singularidad del caso es que en España tú encarnas la segunda y, creo que de manera deliberada, estás favoreciendo la primera. Ni el propio Andrew Neil sabía probablemente hasta qué punto estaba dando en el clavo cuando te dijo eso -que tampoco habéis publicado todavía en El País- de que tus palabras «contribuyen a reforzar a quienes desean maniatamos». Sabes perfectamente lo que tiene entre manos el Gobierno -González acaba de reiterar que si vuelve a ganar seguirá tratando de criminalizar lo que él llama «difamación»- y de nada sirve que formalmente digas oponerte a la reforma del Código Penal cuando día tras día coincides -¿o los alimentas?- con sus argumentos y sus diagnósticos. Lo que la mayoría de los presentes en Venecia ignoran es que las dos principales fuerzas de la oposición -dos partidos tan dispares como el PP e IU- han incluido en sus programas electorales medidas antimonopolio que en España tienen como principales nombres y apellidos el tuyo y el de Jesús Polanco. ¿Es esa la razón por la que en la reunión de los grandes grupos de la prensa europea celebrada el viernes en Madrid -sin más representación local que la vuestra- trataste de llegar más lejos que nadie y de pedir a la Comisión Europea que no elabore legislación alguna contra la concentración de los medios? No hablamos de cuestiones abstractas. Hablamos de lo que tú has hecho con Antena 3 de Radio, una cadena emergente que gracias a su independencia y profesionalidad llegó a arrebataros el liderazgo de las ondas y que ahora da sus últimas boqueadas, engullida en vuestro pulpo multimedia. Tú les has arrebatado a cientos de miles de ciudadanos su emisora, estrechando el campo del pluralismo y empobreciendo el margen de la libertad de palabra. ¿Pretendes hacer lo mismo con el diario EL MUNDO a base de dossieres, viajes a Italia y palmadas en el lomo a nuestros accionistas? En la redacción de EL MUNDO tenemos muy claro que sólo hay dos personas que pueden interponerse en la consolidación de un diario que al cabo de tres años de vida sirve ya a un millón de lectores y ha logrado equilibrar con un ligero beneficio su cuenta de resultados: una de ellas es González, la otra eres tú. Tienes unos pocos años más que yo. Tú sabrás lo que buscas en la vida. Has dejado el periodismo activo y te has convertido en un «press lord». También estás en el consejo de un banco. Quizá en esos nuevos ambientes que frecuentas afirmaciones como la de que «las gentes son acusadas, condenadas o -raramente- absueltas por los diarios sin que tengan la opción de expresarse» te hagan ser recibido con los brazos abiertos. «He aquí uno de los nuestros», dirán ellos. Permíteme recordarte, en nombre de lo que has sido y ya no eres, que como dijo no sé quién, una de las más nobles tareas de la prensa es «confortar a los afligidos y proporcionar alguna aflicción a quienes de forma más confortable viven». ¿Podemos seguir debatiendo públicamente todo esto que a tanta gente afecta? En espera de tus noticias, te envía un cordial abrazo.