28 septiembre 2003

La condena en Nigeria a la joven Amina Lawal a la lapidación por adulterio es anulada después de una campaña de protestas internacional

Hechos

Fue noticia el 28 de septiembre de 2003.

28 Septiembre 2003

La causa de Amina

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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La nigeriana Amina Lawal se ha salvado de la condena a la lapidación por adulterio gracias a una campaña de opinión global.

El tribunal islámico de apelación de Katsina buscó una salida que no le comprometiera al decidir su absolución, tras considerar que ni su anterior condena ni su confesión tenían validez legal. Mientras el mundo respiraba frente a una atrocidad judicial, otra corte islámica nigeriana condenaba a un joven a morir a pedradas por sodomía con tres menores.

Otros ciudadanos nigerianos -mujeres y hombres- están en situación parecida.

Nigeria es un país prácticamente partido en dos -entre musulmanes y cristianos-, en el que la autoridad del Estado no llega a la mitad de las provincias que han decidido instaurar su propia versión de la sharia, la ley coránica. Es un sistema judicial no reconocido por las autoridades centrales, y que demuestra los peligros de la debilidad de un Estado que no controla su propio territorio, como ocurre en muchas partes de África. Si la ley general nigeriana se hubiera aplicado, Amina no habría pasado por este penoso y largo trance.

La movilización de personas, ONG y gobiernos para salvar a Amina ha sido auténticamente global, reflejando quizás que, sin llegar a ser esa «otra superpotencia», a veces la opinión pública globalizada pesa cuando sabe presionar por una causa justa.

El Análisis

El caso de Amina Lawal y el rostro de Nigeria ante el mundo

JF Lamata

La condena a lapidación de Amina Lawal, dictada en 2003 por un tribunal islámico en Nigeria, ha estremecido a la opinión pública internacional y vuelto a situar al país en el centro de una polémica entre tradición, religión y derechos humanos. Amina, una mujer del estado de Katsina, fue acusada de adulterio tras dar a luz a un hijo fuera del matrimonio. El tribunal de la sharía, implantada en varios estados del norte del país desde 1999, dictó la pena más cruel y simbólicamente medieval: morir enterrada hasta el cuello y apedreada hasta la muerte.

El caso ha generado una marea de protestas internacionales sin precedentes contra Nigeria: organizaciones feministas, defensores de derechos humanos, gobiernos occidentales y hasta celebridades se movilizaron para impedir la ejecución. La indignación mundial fue tan fuerte que amenazó con empañar la imagen del país justo cuando su presidente, Olusegun Obasanjo, buscaba presentarse como garante de la transición democrática y del renacer de Nigeria en la comunidad internacional.

Finalmente, tras una larga batalla legal y mediática, la condena fue revocada en apelación, alegando errores de procedimiento y la falta de pruebas. Amina Lawal salvó la vida, pero el episodio dejó una huella profunda: expuso las tensiones internas de Nigeria entre un norte musulmán donde la sharía marca la vida cotidiana y un sur mayoritariamente cristiano y más influenciado por valores seculares.

El desenlace del caso demostró el poder de la presión internacional, pero también puso de relieve una realidad incómoda: la coexistencia en Nigeria de una Constitución formalmente democrática con la aplicación de códigos religiosos que violan los derechos humanos más básicos. Obasanjo prefirió no enfrentarse abiertamente a los líderes religiosos del norte, dejando así abierta la fractura.

El nombre de Amina Lawal quedará como símbolo de la lucha de las mujeres contra la opresión y el abuso de poder disfrazado de religión. Y como recordatorio de que Nigeria, pese a su papel central en África, sigue siendo un país desgarrado entre modernidad y tradición, entre democracia y autoritarismo, entre derechos humanos y normas medievales.

J. F. Lamata