4 marzo 2002

La Conferencia Episcopal Española inicia el proceso para beatificar como santa a «Isabel la Católica», primera reina de la futura España

Hechos

Fue noticia el 4 de marzo de 2002.

04 Marzo 2002

Innecesaria beata

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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La Conferencia Episcopal española ha decidido, con el sensato voto en contra de una cuarta parte de sus miembros, promover la beatificación de Isabel la Católica, cuyo proceso, iniciado en 1958, mantiene congelado con buenos motivos la Santa Sede.

La Iglesia católica tiene derecho a beatificar a quien le parezca oportuno. El que una u otra persona sea elevada a los altares no obliga a nadie a nada, al menos en la órbita occidental a la que pertenecemos. Pero hay decisiones de este tipo, basadas incluso rectamente en criterios de conducta personal, que producen determinados efectos sociales que pueden no tener nada de santos. Y ése es el caso de la beatificación de Isabel I de Castilla y León. Una personalidad histórica, por otra parte, rica y apasionante.

En la teoría eclesiástica, los santos se proponen como modelos a imitar por los fieles católicos, que en España son muchos. Desde esa vertiente religiosa, es dudoso aventurar que para la sensibilidad del siglo XXI la buena reina que autorizó la expulsión de los judíos y la creación de la Inquisición represente un paradigma de tolerancia y caridad. Con otra perspectiva, cabe preguntarse por el mensaje que envía hoy a la ciudadanía la reina que simboliza el monolitismo de la concepción castellana de España, aun considerando la improcedencia de extrapolar sin más el siglo XV al presente. La propuesta episcopal no parece muy oportuna cuando nuestro país no ha acabado de encontrar el encaje definitivo de lo que se llama comúnmente nacionalidades con el conjunto del pueblo español.

Isabel la Católica fue decisiva para la conquista y colonización de América, lo que no parece poco mérito; pero también en la expulsión de los judíos, y, con ello, la extensión de la Inquisición a nuestro país, así como de la conversión forzada de no pocos musulmanes. Los grandes desencuentros religiosos de nuestro tiempo ya aportan al santoral suficientes motivos de controversia. No se entiende por qué los prelados españoles quieren añadir innecesariamente uno más en el inicio del siglo XXI. Y ése sería el efecto de la beatificación de Isabel I.

03 Marzo 2002

ISABEL LA CATÓLICA, ¿SANTA?

José Manuel Vidal

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Unos la llaman la Juana de Arco española y la equiparan a la doctora de la Iglesia, Santa Teresa de Jesús. Otros la tachan de «impía y desalmada» y la comparan con el mismísimo Hitler. ¿Ángel o demonio, santa o fiera? Los obispos españoles y latinoamericanos están convencidos de que ejerció las «virtudes cristianas en grado heroico» y piden al Vaticano que reactive su causa y la eleve a los altares en el año 2004, coincidiendo con el V centenario de su muerte. El lobby judío y musulmán, así como el sector más progresista de los católicos la rechazan taxativamente. La pelota está en el alero del Vaticano.

«Padre Todopoderoso que en tu bondad infinita hiciste de Isabel la Católica un modelo de jóvenes esposas, madres, líderes y jefes de gobierno, concédenos la gracia de ver tu infinita majestad glorificada en su propia canonización». Ésta es una de las oraciones oficiales para implorar a Dios que Isabel I sea elevada al honor de los altares. La estampita se reimprime con tiradas millonarias desde hace 44 años.

En 1958, promovido por el arzobispo de Valladolid, García Goldáraz, y con el decidido apoyo de Franco, a través del entonces ministro Ibáñez Martín, se inició el expediente que daría luz verde al proceso de beatificación de la reina Isabel la Católica. La investigación histórica iniciada por el canónigo Vicente Rodríguez Valencia se interrumpió a su muerte, en 1972. Poco después tomaron las riendas Justo Bermejo, rector de la iglesia española de Montserrat, Anastasio Gutiérrez, del Colegio Antoniano de Roma, y el profesor de historia Vidal González, acompañado por historiadores de la talla de Luis Suárez o del jesuita Quintín Aldea.

Reunida la documentación histórica, se concluye el proceso de beatificación en su etapa vallisoletana y se envía la positio histórica (un compendio de 30 tomos) a Roma. Se trata de más de 100.000 documentos, muchos de ellos inéditos, encontrados en los archivos de la Corona de Castilla, de la Corona de Aragón, General de Indias, Histórico Nacional, del Palacio Real de Madrid, del monasterio de El Escorial, del duque de Frías y del Vaticano.

El 12 de noviembre de 1972, la Congregación para la Causa de los Santos recibe el proceso ordinario diocesano, pero lo deja enfriar casi 20 años. Para descongelarlo, en el verano de 1990 se hizo un resumen de todo el material y con él se imprimió un libro de 1.074 páginas, en la imprenta Sever-Cuesta de Valladolid.De este libro secreto (sub judice) se hizo una tirada de 100 ejemplares, destruyéndose las planchas a continuación. Cincuenta ejemplares se enviaron a los cardenales y otros 49 permanecen clausurados en el Vaticano.

Un ejemplar del mismo, un voluminoso libro rojo del tamaño de un misal antiguo se encuentra bajo llave en la archidiócesis vallisoletana. El vicario general de la archidiócesis, Vicente Vara, conserva la llave y los secretos de la gran obra con sumo celo.

El guardián del libro secreto asegura que, por todo lo que él se ha documentado, «Isabel la católica fue una personalidad fuera de serie, en torno a la cual ha habido siempre muchos prejuicios nacidos de la leyenda negra». Vara, que al principio era indiferente respecto a la causa de beatificación, es ahora un gran defensor.

De su santidad están también convencidos casi todos los obispos españoles que han pedido en tres ocasiones (1993, 2001 y 2002) la agilización de los trámites de la causa de beatificación de la reina Isabel la Católica.

El propio presidente del episcopado, cardenal Rouco, que conoce perfectamente esa época porque sobre ella versa su tesis doctoral, está vivamente interesado en que se eleve a los altares a la reina de Castilla. Y junto a él, poderosas organizaciones católicas, como el Opus Dei, Miles Iesus (soldados de Jesús) o los Caballeros de Colón, y muchos obispos y cardenales americanos, tanto del Norte como del Sur. Desde el cardenal de Santo Domingo, López Rodríguez, al venezolano Castillo Lara, pasando por los curiales colombianos, López Trujillo y Castrillón Hoyos, amén de nobles, empresarios y políticos. De hecho, en numerosos Estados norteamericanos, como el de California, Illinois, Colorado, Virginia, Connecticut, Florida, Arkansas o Arizona, el 22 de abril, día del nacimiento de Isabel de Castilla en Madrigal de las Altas Torres (Valladolid), está declarado Queen Isabel Day.

Como asegura el arzobispo de Sevilla, Carlos Amigo, Isabel la Católica representa «un modelo de mujer cristiana y de espíritu misionero, compasiva y entregada abnegadamente al servicio y gobierno del pueblo». Y además, ya tienen varios milagros en su haber, requisito imprescindible para subir a los altares.En concreto, dos que todavía no han pasado el filtro de la comisión médica: la curación de un cáncer de páncreas en cuarta fase de un ciudadano norteamericano, apellidado Yearling, y la inexplicable sanación de un sacerdote español que sufrió una hemorragia cerebral con peligro de muerte inminente. En Granada, gente que le conocía ofreció una misa por él junto al sepulcro de la reina y, ese mismo día, a esa misma hora, el enfermo recobró la respiración, salió del estado de coma y se recuperó.

Mantener vivo el proceso ha costado varios millones de euros, sufragados, en su mayor parte, por el empresario mexicano de origen leonés Pablo Díaz, quien murió sin ver echa realidad la «mayor ilusión de su vida». Pero sus herederos siguen aportando todo el dinero que la causa necesite.

Milagros, dinero y una vida ejemplar. Isabel de Castilla «demostró ser una extraordinaria mujer de gobierno, esposa y madre; un ejemplo de entrega, de generosidad y de justicia», se dice en la positio histórica. Da pruebas de ello cuando rechaza la Corona a la muerte de su hermano Alfonso o cuando se sienta a juzgar, todos los viernes, a sus súbditos más pobres en los atrios de las iglesias. Su lema era «justicia para todos por igual», fuesen nobles o plebeyos.

Confía ciegamente en las personas que le ayudan en la tarea de gobierno y las corresponsabiliza a fondo. Por ejemplo, Machín, su mozo de espuelas, es el encargado de hacer muchas de sus limosnas secretas. Una confianza que hunde sus raíces en su fortaleza de espíritu. Una fortaleza que llevó a decir al embajador italiano Prospero Colonna: «Vengo a ver a la que desde su lecho de enferma todavía gobierna el mundo».

La caridad es otra de sus virtudes eximias. Isabel fue la creadora de los hospitales de campaña o rodantes, que inició en el cerco de Málaga con 40 carretas entoldadas. Su limosnero, el después obispo de Málaga Pedro Díaz de Toledo, se calcula que entregó a los pobres aproximadamente 300 millones de euros actuales.

El celo de la fe católica es el eje esencial de su vida. Considera el contacto con Dios en la oración como «el diezmo del día».Reza las horas canónicas y oye misa diaria. De hecho, todas las noches dedica varias horas a la oración. Una de esas noches, mientras rezaba a la luz de las velas, se incendió el campamento de Santa Fe. Es tal su confianza en la oración que cuando su padre, Enrique IV, la quiere casar con Pedro Girón, un noble mayor y con hijos, se pasa rezando toda la noche y el noble muere repentinamente cerca de Guadalupe.

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COLÓN Y AMÉRICA

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Para ella, el servicio de Dios está por encima de todo. El celo de Dios es la clave por la que manda a Colón a descubrir el Nuevo Mundo. Por ese mismo celo, la guerra de Granada se convierte, por bula de Bonifacio VIII, en una «cruzada» o «causa de Dios», por la que intenta incorporar el reino islámico a la cristiandad.Es decir, la guerra contra el Islam es una guerra de reconquista contra un pueblo invasor que entra en España a sangre y fuego.Y cuando cae Granada, hubo misas solemnes y repique de campanas en Roma, Nápoles y hasta Londres.

Los otros «pecados» históricos de los que se suele acusar a la reina de Castilla son desmentidos por las actas del proceso.En ellas el historiador Luis Suárez demuestra que los judíos no eran ciudadanos españoles. Habían sido expulsados de toda Europa y sólo disponían de un permiso para permanecer en España.Como dice el vicario general de Valladolid, «eran huéspedes no naturales del país, causa de continua discordia». Lo que parece claro es que ni Isabel ni Fernando eran antisemitas. La Corte estaba llena de judíos, como el administrador de los caudales de la guerra de Granada, Abraham Seneor, y el suministrador de las tropas, Samuel Abalofia. La propia reina castellana se sometió al tratamiento de un médico judío, Lorenzo Badoc, en momentos en los que sus esperanzas de sucesión eran escasas.

De hecho, Isabel escribe: «Todos los judíos de mis reinos son míos y están bajo mi protección y a mí pertenece de los defender y amparar y mantener en justicia». Es decir, no los expulsa por racismo, sino por razón de Estado: para construir la unidad de su reino sobre la base de una sola religión. «Ya entonces el multiculturalismo era atroz. La reina procede pura y simplemente por razón de Estado», asegura el historiador Vidal González.Y añade: «Es un hecho que casi la mitad del catolicismo actual se debe, en gran medida, a esta mujer singular».

Muchos méritos y pocos o ningún «pecado», según el voluminoso proceso. Aún así, Roma hasta ahora no se ha atrevido a dar el paso de beatificar a Isabel de Castilla, porque no quería entorpecer el viaje programado y soñado del Papa a Jerusalén. Una vez realizado éste, el horizonte se despeja.

Incluso el establecimiento de la Santa Inquisición Española acaecida bajo su reinado en 1478 podría ser un obstáculo menor.

Y eso que el cardenal de París, Jean-Marie Lustiger, el único de origen judío e íntimo amigo del Papa, sigue estando en contra.Él y la comunidad judía ya lograron congelar la causa durante 30 años, pero las circunstancias han cambiado.

05 Marzo 2002

Reyna Ysabel

Francisco Umbral

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«A las que sepas, mueras. Y sabía hacer saetas». El reinado de Reyna Ysabel está tupido de saetas que se cruzan en todas direcciones. Tuvo más de político que de santa, pero ahora se pretende canonizarla, quizá porque esta Iglesia necesita grandes refuerzos, ya que a la derecha gobernante la ve uno más entregada al éxtasis de la Unión Europea que a los éxtasis litúrgicos de las canonizaciones y los milagros, pues dicen que Reyna Ysabel de Castilla protagonizó varios milagros, curando un cáncer y deteniendo una hemorragia cerebral, cosas todas ellas que hoy ya no son milagrosas para la ciencia.

Fue el suyo, sí, unido al de Don Fernando, un reinado de conquistas y reconquistas, y de esta mujer tan belicosa y llena de ballestería no se puede hacer una santa. Sale una santa que pincha. A ella le debemos América y por eso Ramón pudo decir, saltándose la Historia, que nuestra Cibeles parece Isabel la Católica volviendo de las Américas, carroceada como está por una pareja de leones. Pero aunque hubiere causas y concausas para canonizar a esta mujer, nos preguntamos por qué la Iglesia de Roma o de Madrid ha esperado cinco siglos para tan celestial determinación. Y digo de Madrid porque el asunto más parece política local que política romana. Unos curas se salen del armario para ir al Dos de Mayo y otros para irse al País Vasco a proteger etarras en huida, que los católicos inermes y sinceros son gente de mucho peligro y están montando todos los días su kale borroka con estandartes y crucifijos para prender a algún pobre etarra en la movida.

No hay vocaciones sacerdotales, los curas se casan, se salen, se enrollan, piden dinero a los feligreses y lo piden directamente para sí mismos. Casi siempre se habían quedado con ese dinero de la caridad, pero es que ahora lo dicen sin ambages: la recaudación es para comprarle lencería fina a la novia. Ante esta despoblación del orbe católico, los cerebros de la Conferencia Episcopal han optado por una dosis de caballo para salvar al mismo tiempo al de Santiago y al de San Pablo.

Si esa canonización llega a celebrarse, España disfrutará un baño de marianismo e isabelismo, contará con una santaza de dimensión universal y le habremos metido un poco de marcha al languideciente catolicismo español, que sólo brilla en las manifestaciones del PNV, salteado con los etarras de bien. «A las que sepas, mueras, y sabía hacer saetas». ETA sabe hacer saetas, es una inagotable ballestería, salvo que de vez en cuando la policía francesa, que lo aprendió todo en Simenon, pilla un piso franco en Bayona lleno de ballestas y de misiles tierra/tierra. Pero uno piensa muy particularmente que al partido gobernante no le conviene nada este colocón de santidad, con el Papa Juan Pablo arrastrando su osteoporosis hasta Castilla o hasta Granada. Muchos de los votantes del PP votan menos al Aznar católico que al Aznar laico. Francisco Frutos, felizmente elegido el otro día por los comunistas, es ya el líder español de la antiglobalización y puede hacerle al presidente mucho más daño que Zapatero explicando por la tele cómo él procura situarse siempre unos escalones por encima, en la escalinata de la Moncloa, para quedar más alto que el presidente.

03 Noviembre 2004

Una reina fausta e infausta

Francisco Bustelo

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En la celebración del quinto centenario de la muerte de Isabel la Católica parece que habrá más loas que críticas a su figura. Unas y otras son merecidas, pero afanes hagiográficos, una historia tradicional de ensalzamiento, un nacionalismo español, ora triunfalista, ora defensivo, han inclinado siempre la balanza del lado de los elogios. En la España de principios del siglo XXI, tan distinta de la que nos precedió, conviene, sin embargo, huir de leyendas tanto negras como blancas. Hoy en día, cuando uno de nuestros problemas es la convivencia en nuestro país de diferentes nacionalismos, no exacerbar el principal de ellos, a saber, el nacionalismo español, con sus alabanzas a las luces de un pasado que tuvo muchas sombras, es tarea aconsejable.

El palmarés de los Reyes Católicos es bien conocido: unión de las dos coronas de Castilla y Aragón; final de la Reconquista y unidad política y geográfica de España; descubrimiento de América y asentamiento de las bases del imperio español; sometimiento de los nobles al poder real e implantación de la paz interna en todo el territorio. Hasta 128 disposiciones principales se han contado durante el reinado, desplegando un conjunto de medidas que perseguían unos fines de unidad, primacía del poder real, orden y paz en todo el territorio, expansión ultramarina, fomento del comercio, bienestar de los súbditos.

Con ello y con todo, convendría no perder el espíritu crítico a la hora de enjuiciar a aquel reinado. Hay para ello una razón de peso. La España imperial del siglo XVI, iniciada con los Reyes Católicos, resultó ser un gigante con pies de barro, que nunca logró un desahogo material y vino en decaer con rapidez. Su pujanza, en términos históricos, fue bien fugaz, casi meteórica, a juicio de Vicens Vives.

Y es que los muchos aspectos positivos del gobierno de Isabel y Fernando tuvieron casi todos ellos una contrapartida negativa. Aunque los primeros se dejaron sentir enseguida y los segundos tardaron más tiempo en actuar sobre la sociedad española, el juicio de unos gobernantes ha de hacerse teniendo en cuenta no sólo sus acciones y omisiones, sino también las consecuencias de lo que hicieron y dejaron de hacer.

El logro tan ensalzado de la unidad tuvo un coste histórico grande, al impedir que arraigaran en el país ideas de cambio y tolerancia, que por fuerza tenían que ser plurales. Como también lo tuvo la pacificación del reino, pues ello se hizo afianzando el régimen señorial, un sistema cuasi feudal que presentaba la paradoja de ser a la vez económicamente poco productivo y políticamente expansivo. El propio descubrimiento hizo que perviviera aquel régimen, con repercusiones negativas para el desarrollo de España y de la América española. La fuerza misma de Castilla se hizo en detrimento de otras partes del país, con un desequilibrio que multiplicó los efectos de la decadencia castellana del siglo XVII.

La expulsión de los judíos fue no sólo un terrible desafuero -hoy se consideraría un crimen étnico-, sino un craso error económico. Los que se fueron se llevaron con ellos una capacidad financiera, empresarial, comercial, que tanto brilló por su ausencia en nuestro país durante siglos. Los que quedaron vivieron siempre bajo sospecha. Malquistos, su presencia fomentó por contraposición la mentalidad tan arraigada de «cristiano viejo», algo que, además de suscitar una animadversión bien poco cristiana hacia los conversos, era incompatible con el progreso.

El que hubiera tantos costes se debió, claro está, a múltiples razones, pero el exceso de unidad fue sin duda una de ellas, quizá la principal. Toda sociedad ha de buscar un ten con ten entre la unidad que aglutina a los habitantes de un país y la pluralidad que permite no aferrarse al pasado, ni siquiera al presente, y posibilita el cambio, sin el cual no hay avance posible.

Con todo su reformismo, los Reyes Católicos fueron unos monarcas conservadores que dejaron a España poco capacitada para acoger y aplicar ideas nuevas. La unidad que persiguieron era geográfica, política, religiosa, intelectual, monetaria; es decir, querían un reino sin fisuras, por creer que la uniformidad confería fuerza y la heterogeneidad aportaba debilidad y dispersaba esfuerzos. Su escudo -el yugo y las flechas- quería indicar el poder que se derivaba de marchar todos unidos y de encauzar en un haz todas las energías.

Los Reyes Católicos quisieron acabar, como dice Pierre Vilar, con toda mezcla, en particular la de religiones, costumbres y razas. A corto plazo ya se dijo que ello pareció arrojar logros notables. Pero esos mismos logros impidieron corregir sus efectos adversos. Gracias a Isabel y Fernando, los españoles estuvieron unidos en los esplendores imperiales del siglo XVI, pero también lo estuvieron en la larga decadencia, sin tener la diversidad suficiente para subsanar los arcaísmos de un sistema históricamente desfasado. España fue a menos en el siglo XVII y no se recuperó lo bastante en el siglo XVIII. En el XIX la unidad se rompió, pero el legado de los Reyes Católicos conservaba parte de su fuerza y los principios plurales de la revolución burguesa y los nuevos quehaceres económicos de la revolución industrial encontraron tenaz oposición.

Más de siglo y medio de enfrentamientos entre 1812 y 1978, por fijar dos fechas constitucionales, costó implantar esos principios y quehaceres. Si hace quinientos años no hubiera tenido unos gobernantes tan preocupados por la unidad de sus habitantes, España muy probablemente no habría tardado tanto en establecer una sociedad de convivencia, tolerancia y progreso. Si la mucha capacidad de los Reyes Católicos hubiera encarrilado al país por otras vías, como ya estaba ocurriendo en parte en otros lugares de Europa, habría habido menos sangre, sudor y lágrimas en la historia de España. Aunque algunos todavía lo sigan ensalzando, su legado, en perspectiva histórica, fue un lastre que todavía se deja sentir en ocasiones.

¿Qué otra cosa fueron las guerras civiles y las dictaduras de los siglos XIX y XX sino intentos, logrados o fracasados, de imponer por la fuerza al país un rígido corsé unitario, a imagen y semejanza del que implantaron los Reyes Católicos? ¿No tendrá todavía la derecha española, a pesar de lo mucho que se ha modernizado, ideales excesivos de una España unida que no se compadecen con la realidad política, social, religiosa?

¿No podrían, en suma, las conmemoraciones de la España del quinientos ayudarnos a recordar, sí, glorias pasadas, pero también a entender mejor una historia que sólo hace poco empezó a librarse del peso del pasado?

Francisco Bustelo