16 junio 1958
Los soviéticos ajustan cuentas contra los sucesos de octubre y noviembre en aquel país ante la pasividad internacional
La dictadura comunista de Hungría asesina a Imre Nagy y Pal Maleter culpándolos del levantamiento anti-soviético de 1956
Hechos
El 16.06.1958 fueron ejecutados Imre Nagy y Pal Maleter en Hungria
Lecturas
El ministerio de Justicia húngaro ha anunciado que el presidente del gobierno, el comunista reformador Imre Nagy, y el jefe de las fuerzas armadas de Hungría, Pal Maléter, han sido fusilados este 17 de junio de 1958. Se cierra así definitivamente el levantamiento de Hungría de octubre de 1956.
Nagy, que había ingresado en el Partido Comunista de Hungría en 1917 mientras era prisionero de guerra en Rusia durante la Primera Guerra Mundial, formó parte del primer intento comunista de Hungría, la dictadura de Bela Kun en 1919, y tras un largo exilio de la URSS no pudo regresar hasta Hungría hasta 1944 cuando las tropas de la Unión Soviética ocuparon/liberaron Hungría de las fuerzas fascistas.
Establecido una gobierno comunista en Hungría encabezado por Matias Rakosi, Irme Nagy fue ministro de Agricultura en él, luego ministro de Interior y en 1947 fue nombrado presidente de la Asamblea Nacional.
Sucedio a Rakosi en la jefatura del gobierno en la época, aunque este siguió siendo el ‘hombre fuerte’ del país como Secretario General del Partido Comunista (Partido Socialista Obrero de Hungría, único legal) y tuvo suficiente fuerza como destituirle en 1955.
Ante el levantamiento de Hungría Imre Nagy fue rehabilitado dentro del proceso desestalinizador, con lo que encabezó el gobierno que dirigió el levantamiento de Hungría contra el comunismo y la influencia de la Unión Soviética.
Cuando el levantamiento fue aplastado por tanques soviéticos mandados por el Secretario General del PCUS de la URSS, Nikita Kruschev, Nagy trató de refugiarse en la embajada de Yugoslavia, pero fue capturado por las tropas de la URSS que finalmente han acabado ejecutándolo.
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LOS RESPONSABLES DE LAS MUERTES DE NAGY Y MALÉTER.
Kadar permanecerá en el poder en Hungría hasta 1988.
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22 Octubre 1957
Budapest no está olvidado
Por dos veces en pocos días Kadar y su ministro de Cultura, Gyula Kallay, han anunciado siniestramente que aplastaran sin compasión cualquier tentativa de rebelión del pueblo húngaro. No es ninguna ironía que en el régimen comunista las funciones del ministro de Cultura sean estas: amenazar con los pelotones de ejecución a la juventud que quiere conmemorar el primer aniversario de la trágica lucha de Hungría contra los soviets.
Sucede que no es tan fácil ahogar el espíritu de un pueblo. El mundo democrático puede resignarse ante la aparente fatalidad de las victorias comunistas, olvidando que el sputnik no significa sino una ventaja de meses obtenida con el hambre y la miseria de un pueblo, sin contar los datos proporcionados por el espionaje de los Rosenberg. Aquellos Rosenberg por cuyo indulto se movieron los más insospechados resortes. Y de Kapitza, aquel distinguido sabio para el que se abrieron los laboratorios británicos. Con no menos optimismo se sigue hablando del desarme y se olvida que el portavoz pacifista de la URSS es Gromyko, el mismo Gromyko del que decía Truman: ‘No dice la verdad jamás en su vida”. El debate de la ONU sobre Hungría y el silencio actual significa también aceptar este fatalismo ¿Se está seguro de que lo comparten los húngaros esclavizados? Las advertencias amenazadoras de Kadar y sus verdugos reflejan el temor ante un fuego que sigue vivo bajo las cenizas.
Hungría fue la víctima de las esperanzas que los demócratas pusieron en Nagy, iguales a las que pusieron en Gomulka y Tito, que poco a poco arrojan la máscara. El único fatalismo de la tragedia húngara fue el haber confiado en Nagy – y en Gomulka y en Tito – que entregó a su pueblo.
La tragedia húngara y la espléndida resistencia de esa juventud, que, sacrificada y diezamada, todavía es capaz de causar temor a Kadar y sus jenízaros soviéticos, puede proporcionar una lección: la de que el espíritu anticomunista es más fuerte que los tanques y que si el mundo quiere sobrevivir a la prueba tendrá que aceptar ese resorte maravilloso de sacrificio, de patria y de revolución nacional de hace un año en Budapest.
“Tenemos que buscar hombres capaces de servir a las nuevas energías”. Esto lo escribía Ernest Junger, un ex combatiente de la generación que salvó a Europa del caos moral de la primera posguerra creando una idea, un programa, un espíritu de combate.Hoy esos hombres sabemos dónde están: en el Berlín del 17 de junio de 1957, en el Posnan de julio de 1956 en el Budapest de hace un año. Los optimistas pueden no recordar hoy que existen estos héroes despesrados, anónimos e iluminados. Pero Kadar, Gomulka y Ulbritch les tienen miedo.
J L Gómez Tello
El Análisis
La tragedia húngara ha sumado su capítulo más amargo. Imre Nagy y Pal Maléter, símbolos de la revolución de 1956, han sido ejecutados tras un juicio secreto y plagado de falsedades y enterrados en tumbas sin nombre. La firma que aparece en las sentencias es la del régimen de Janos Kadar, pero nadie duda de que la tinta pertenece a Moscú. Fue Nikita Kruschev quien decidió que Nagy debía morir. Kadar, que fue compañero de Nagy, prefirió la obediencia al Kremlin a la lealtad a sus camaradas (mejor vivir de rodillas, que morir con ellos). Maléter fue arrestado mientras negociaba la rendición creyendo que había garantías. Nagy fue sacado de la embajada de Yugoslavia bajo promesas de seguridad. Ninguno volvió.
Hungría paga hoy el precio de haber soñado. Kadar, menos brutal que Rakosi pero igual de sumiso ante Moscú, ha conseguido cierto margen para introducir reformas económicas con las que mitigar la miseria, y hasta ha vetado el regreso del infame Rakosi. Pero en los momentos clave, vuelve a alinearse con los tanques. Lo hizo en el 56, y volverá a hacerlo en el 68. Su régimen tolera mercados pero no libertad. Lo de hoy no es justicia: es miedo, venganza y advertencia. El mensaje ha quedado claro: quien se atreva a imaginar una Hungría soberana, acabará como Nagy. Enterrado en una fosa anónima, pero vivo en la memoria de su pueblo.
J. F. Lamata