28 enero 1978

Eugenio Suárez tuvo que comparecer en camilla a la instancia judicial

La Fiscalía se querella contra el director de SÁBADO GRÁFICO por injurias al Rey Juan Carlos en un artículo antimonárquico de José Bergamín

Hechos

En febrero de 1978 la Fiscalía se querelló contra el director de la revista SÁBADO GRÁFICO D. Eugenio Suárez, por un artículo de D. José Bergamín titulado ‘La Confusión Reinante’.

28 Enero 1978

LA CONFUSIÓN REINANTE

José Bergamín

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Carrillo, Fraga, Felipe González y el presidente Suárez, no pasan de sumisos traspuntes o apuntadores de una presunta Monarquía que antes de constituirse y legitimarse a sí misma ya empieza a cojear...

La confusión reina, pero no gobierna. Es lo que estamos viendo y padeciendo ahora en España los españoles. Una confusión única y total, totalitaria heredera legítima de su antecesora, que imperaba. A cuarenta años de confusión imperante, de un ilusorio imperar confusionista, nos ha sucedido, nos está sucediendo, para continuarla, la no menos ilusoria constitución estabilizadora de su sagrada institución originaria: la constitutiva e intitucionalísima iniciación legitimante de su reinado. No por avisado y cauteloso, menos aparente reino confusionario de la impostura: es decir, de su continuante imposición o imperativo institucional:

Entre tantas otra unificaciones o monarquizaciones impuestas, no es poca cosa la de la centralización monarquísima de las llamadas regiones españolas, y no porque éstas no lo sean, sino porque se prefiere, para su mayor y mejor confusión, ese nombre, por más sonoro de resonancias y disonancias folklóricas, que el de naciones o de pueblos que utilizaran en sus sueños históricos de España Pi y Margall y Menéndez Pelayo. Confusión, a su vez, folklórica de esos expresivos regionalísimos, por una pluralidad de sus ‘signos exteriores de riqueza’, o pobreza, con intento confesional y confusional de banderas y banderías significantes, que, cuando realmente no las hay, se inventan. Desde el pendón de Castilla hasta las de los equipos más o menos lúdicos y feriantes de Andalucía. Cosas de juego, sucio o tramposo.

Confusión de confusiones y todo confusión, premeditación, alevosa y nocturna; de esa o con esa nocturnidad a la que llamó tan inolvidablemente el poeta cordobés (nosotros lo hemos recordado muchas veces) “monarquía de tiniebla tan cruel”: reino mortal y aterrorizador de lo tenebroso. Y el ruso Tolstoi: “poder de las tinieblas”, poder absoluto de su confusión.

Aconsejaríamos a los confusos fabricantes españoles de una neo-Constitución monárquica (como aviso y cautela) que, si quieren cuidar el prestigio personal de su Rey, incluyan en ella un artículo parecido a éste:

“El Rey no podrá hacer declaraciones públicas – y menos en la prensa – que se presten a ser interpretes como su intervención dirigente o torcedora de la situación política general del país, y de la del poder ejecutivo muy en particular, dando la impresión de que a éste le ampara con sus palabras; lo que llevaría consigo la sospecha de un favoritismo personal y directo, de una privanza; y una maliciosa interpretación de parcialidad en sus más reales juicios y conducta».

En la confusión de confusión que reinan en este ‘confuso laberinto’ actual español, no son menos confusas, oscuras, turbias y espesas las cosas literarias que las políticas; porque todas son españolísimas. Como se dijo del chocolate. Y de la democracia. De la democracia lo dijo, muy oportunamente, el que la quería de es modo, ‘a la española’, el presidente Arias, que lo fue también de ese mismo modo tan español, puntapieteado muy borbónicamente por su Rey. Quería aquel jocoso presidente una democratización de España ‘a la española’ – que nos parece que se parece muchísimo a la que, sin él, estamos viendo y padeciendo ahora los españoles – Pues las cosas chocolateras (especialmente las políticas), para rellenar de chocolate los dulcísimos pasteles democratizantes – a los que los franceses llaman ‘eclairs’ y no porque sean claros ni transparentes – son las que se oponen, por su espeos y oscuridad mismos, al que se le dice, también en España, vulgarmente ‘a la francesa’ o ‘francés’. Tal vez por aquello que dijo Rivarol, creo, de que ‘lo que no es claro’ o no está claro ‘no es francés’ en correspondencia con esto, algunos ‘antiafrancesados’ españoles responden que todo lo que no es oscuro (turbio, espeso…) no es español. O sea, todo lo que no sea chocolatero o chocolateado. Y que suele tomarse con buñuelos sutiles y vacíos, que por eso se dicen de viento, o con pesadísimos churros sabrosos – si indigestos – y retorcidos o rizados como cirios de procesión. Ambas cosas se dice que de origen chino. Lo cual, en las cosas chocolateras (oscuras, turbias…) españolas, no parece bastante claro y significativo. De ahí lo de la Historia china de España que quería escribir el loco personajillo galdosiano: historia de sus invisibles murallas. Galdós y Goya supieron mucho de esto; Valle-Inclán y Solana. De una España tenebrosa.

Podríamos citar ahora innumerables casos de estas cosas españolas chocolateras (espesas, turbias…) en política y en literatura. Dos nos bastarán como ejemplo. La del Premio Nobel de Literatura, caído y recaído sobre el desconocido escritor y académico de la Real Vicente Aleixandre, muy mereidamente, y no por extenderse en parte a su impropiamente llamada ‘generación del 27’, tan desconocida, a nuestro parecer, como el poeta mismo; me refiero a un conocimiento notorio como el de don Juan de Zorilla y no el de Tirso: ‘huí de ser conocido / más ya me tienes delante’ (dice el Burlador). Y la del premio, demasiado conocido, llamado Planeta (negocio editorial desorbitado), que no afecta en ningúna de sus múltiples adherencias, que diríamos interplanetarias, a un clarísimo y estupendo libro de Jorge Semprún (Federico Sánchez), tan claro y elocuente y veraz que casi no parece cosa española, siéndolo tanto. Libro este del que se dice como un reproche que no es novelesco, cuando no tenía que serlo, y también porque está mal escrito (?), cuando está tan estupendamente bien hablado, con tan clara elocuencia natural, y nada retórica, en el mal sentido que equivocadamente se suele dar a esta palabra como a la de elocuente orador. Ambas cosas lo son muy claras en este libro elocuentísimo (por lo que dice y no sólo por cómo le dice) del formidable polemista Jorge Semprún. Un libro que es un gran discurso.

¿Os figuráis lo que sería este Jorge Semprún (digno heredero político y parlamentario de su abuelo (don Antonio) y de su tío (Miguel, naturalmente) hablando en estas achocolatadas, si fraternales cámaras siamesas, sordomudas de nacimiento? Polemizando con Carrillo y Fraga Iribarne, con Felipe González y el presidente Suárez, los cuatro puntales que no pasan de sumisos traspuntes o apuntadores de una presunta Monarquía que antes de constituirse y legitimarse a sí misma ya empieza a cojear y hasta apunta de qué pie cojea.

José Bergamín

Caso Cerrado

Eugenio Suárez

Memorias (2005)

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Estaba ya fuera de peligro y satisfice uno de mis más secretos deseos: trasladarme en ambulancia. Alquilé una y, con pijama, bata y una buena manta, hice el trayecto hasta la puerta de los juzgados, que aún estaban ubicados en la calle del General Castaños. Desde la camilla inquiría nuestra situación. “Estamos en Colón”, dijo el conductor. Miré la hora, temprano aún. “Vaya usted hasta Cibeles y dé la vuelta”. Me acompañaba el doctor José Antonio Amérigo, hijo de mi hermana Pilar. “Subimos por Génova”, fue el siguiente parte. “Pues enchufe la sirena, amigo”. Y así alcanzamos las puertas de los juzgados, ante el desconcierto del guardia de la circulación, que despejó de taxis la entrada. Estaban advertidos naturalmente, algunos fotógrafos de diarios y agencias. El conductor y su ayudante tomaron la camilla y subimos hasta el segundo piso, donde se encontraba la oficina reclamante. A mi paso escuchaba algún retazo de comentario: “¡Pobre hombre! ¡Qué paliza le ha debido dar la policía para traerle de esta manera!”

Fui depositado en el suelo. De la secretaría, al escuchar el creciente rumor, salieron los oficiales, que alertaron inmediatamente a su señoría que salió despavorido, haciendo que entraran inmediatamente a su señoría que salió despavorido, haciendo que entraran inmediatamente la camilla a la pequeña sala de Audiencias.

‘¡Por el amor de Dios, Suárez! ¿Cómo se le ha ocurrido venir de esta manera? Podía usted haber telefoneado excusándose y venir otro día…”.

Le tendí flemáticamente la citación.

“Me encuentro perfectamente bien, señor juez. Me acompaña un médico, pero me alarmó la advertencia de que de no acudir sería traído entre dos guardias y sabe su señoría, como yo, que andan matándolos los de ETA. Así que preferí este otro riesgo”.

Sorprendí al magistrado, aunque era muy cierta la reciente enfermedad y también que, por aquellos días, los terroristas mostraban una especial y mortífera eficacia contra las Fuerzas del Orden Público. Si hubiese reflexionado un poco me habría enviado al calabozo. Me encuentro satisfecho de aquella broma forense. Todo tiene su lado divertido, si se pone uno en el ángulo preciso. El asunto se refería a uno de tantos tropiezos, por causa de la Ley de Prensa.