19 septiembre 2019

Las nuevas elecciones se celebrarán el 10 de noviembre

La investidura de Pedro Sánchez es rechaza por la negativa de Ciudadanos a abstenerse y de Podemos a apoyarle forzando al país a una nueva repetición electoral

Hechos

En septiembre de 2019 el Congreso rechazó la investidura de D. Pedro Sánchez.

Lecturas

RESULTADO DE LA VOTACIÓN

  • A favor: 124 votos (PSOE + PRC)
  • En contra: 155 votos (PP + Ciudadanos + Vox + Junts per Catalunya + Navarra Suma y CC).
  • Abstenciones: 67 votos (Unidas Podemos + ERC + PNV + Bildu + Compromís).

24 Julio 2019

De la Transición a la deriva

Maite Rico

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Lunes 22 de julio de 2019. Sesión de investidura. Pedro Sánchez, aspirante a la Presidencia de España, promete una Segunda Gran Transformación. La primera, claro, fue la Transición que se abrió con la muerte del dictador. Esta segunda, el advenimiento de Su Persona, tiene como objetivo lograr un país “de hombres y mujeres libres e iguales en armonía con la naturaleza”.

Curiosamente, al otro lado del Atlántico, otro dirigente político anunció también hace unos meses una Gran Transformación. En este caso, la Cuarta. Andrés Manuel López Obrador, alias AMLO, presidente de México y adalid del populismo, aspira a dejar una huella tan imborrable como las guerras de la Independencia y la Reforma y la Revolución mexicana. La Cuarta Transformación, la 4T, “saciará el hambre y sed de justicia del pueblo”, dijo en una de sus mesiánicas conferencias matutinas. Erradicará la corrupción, la inseguridad, la desigualdad y, de paso, el neoliberalismo. Han pasado siete meses desde que AMLO llegó al poder. El Gobierno sigue adjudicando la mayoría de los contratos a dedo y mantiene al Ejército en el combate a la delincuencia. Pero además socava la división de poderes que tanto ha costado construir, amenaza a la prensa y polariza a la sociedad (además de respaldar la política migratoria de su vecino Trump).

Pero bueno, volvamos a nuestra Segunda Transformación. La 2T. Pedro Sánchez esbozó el lunes medio centenar de propuestas que lo abarcan casi todo, desde los juegos de azar al cambio climático. No precisó, sin embargo, cómo pensaba poner en marcha tanta iniciativa. De hecho, su larga intervención en el Congreso pareció más el mitin de un candidato electoral que el discurso de investidura de un presidente del Gobierno en funciones.

Al oírle, daba la impresión de que todo estaba por hacer. Que entre 1975 y ahora hemos vivido en el vacío. Su adanismo le llevó a anunciar la igualdad de hombres y mujeres y el derecho a la educación como quien ha descubierto la pólvora. Reconoció que España es una democracia plena y una potente economía europea. Pero luego presentó un país con retos equiparables a los de Ruanda. Prometió una ley del bienestar animal, pero no dijo una palabra del golpe en Cataluña ni del problema más grave que arrastra la democracia española: ese nacionalismo mimado por el bipartidismo.

Mientras transcurría la sesión de investidura, este lunes 22 de julio, la prensa se hacía eco del fallecimiento del general de brigada Santiago Bastos en un accidente de tráfico en el que también murió Lourdes, su esposa. Santiago Bastos fue subdirector de los servicios de inteligencia hasta 1995, con Emilio Alonso Manglano. Desempeñó un papel decisivo en la lucha contra la involución militar, primero, y el terrorismo de ETA, después.

Los medios han glosado su trayectoria. Cómo desactivó dos intentonas golpistas posteriores al 23-F: una en 1982, en vísperas del primer triunfo electoral socialista, y otra en 1985, en la que se frustró además un atentado contra el Rey Juan Carlos y Felipe González. En un comunicado, el Ministerio de Defensa definió al general Bastos como un “auténtico demócrata” y recordó “su integridad, su compromiso con el país y su vida dedicada al servicio del Estado”.

Todo eso es verdad. Además era un hombre bueno, solidario, lleno de curiosidad, ternura e inquietudes sociales. Pasó momentos muy duros, enfrentado a la pinza de aquellos que querían abortar la democracia. Eran tiempos convulsos que exigieron el sacrificio y la generosidad de Santiago Bastos y de tantísimas otras personas que querían dejar un país distinto a sus hijos.

Y ahora, dos décadas después, nos encontramos en un punto ciego. Con una opinión pública infantilizada, mucha de la cual no conoce siquiera el pasado más inmediato. Con una nueva generación de políticos, en la que sobran los apparatchiks y las niñas Gretas apocalípticas y faltan fundamentos. Justo ahora, cuando se necesita un liderazgo solvente que haga frente a unos partidos supremacistas que se dedican a blandir memoriales de agravios imaginarios y que están minando como nunca el andamiaje de la democracia.

En lugar de esbozar un pacto de Estado, las fuerzas democráticas que comparten principios básicos (defensa de las libertades, unidad territorial, derechos humanos, economía de mercado, igualdad de oportunidades) se ubican en trincheras distintas. El PP y Ciudadanos bien podrían haber tenido la audacia de presentarle ese desafío a Pedro Sánchez, pero prefieren mirarse de reojo y esperar a que se pegue la bofetada con unos socios poco recomendables.

Sánchez, por su parte, pretende llevar a cabo su Segunda Gran Transición con quienes quieren destruir la primera. Y negocia un gobierno de coalición, que sería el primero de nuestra historia reciente, con un partido de la izquierda radical al que no quiere ni ver ni en su propio Consejo de Ministros.

El proceso de investidura apenas ha comenzado y yo ya me he perdido entre tantas paradojas. Sólo sé que antes que ver a Pisarello con un cargo ministerial, aunque sea de florero, prefiero mil veces votar de nuevo. Las veces que haga falta. Total, ya hemos cogido carrerilla.

25 Julio 2019

España de nuevo se queda sin gobierno; Pedro Sánchez no logra la investidura

Raphael Minder

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Pedro Sánchez, el presidente del gobierno español, fracasó en un proceso de investidura este 25 de julio al no poder establecer una alianza con otros partidos que le permita tener una coalición gobernante. Eso aumenta las probabilidades de que España tenga que realizar otra elección nacional para romper el punto muerto político.

Sánchez y su Partido Socialista Obrero Español (PSOE) fueron los más votados en una elección en abril que fue celebrada como un hito para la izquierda atribulada de Europa, pero que dejó a la fuerza política lejos de la mayoría absoluta en el Parlamento en momentos de mucha fragmentación y polarización. Sánchez, con un gobierno interino, buscó el respaldo de partidos más pequeños, pero las negociaciones con la otra gran fuerza de izquierda, Unidas Podemos, se desmoronaron hacia la noche del miércoles.

El Parlamento votó 124 a favor y 155 en contra de investir a Sánchez este jueves; 67 parlamentarios se abstuvieron. Fue la segunda ocasión esta semana en la que Sánchez no logró ser investido, pues el martes tampoco obtuvo el respaldo necesario.

Los socios españoles en la Unión Europea han estado monitoreando la situación política del país, en momentos en que el bloque ha visto el ascenso de movimientos nacionalistas, populistas y de ultraderecha que han afectado las relaciones intraeuropeas, han debilitado a partidos que usualmente dominaban y han fracturado el poder político en muchos países.

La suerte de Sánchez es de particular interés para el presidente francés, Emmanuel Macron, quien se ha enfrentado a una oleada de euroescépticos en su llamado por una mayor integración europea justo cuando el bloque se intenta preparar para la salida del Reino Unido con el brexit.

Macron, de centro, ve en Sánchez un aliado clave para la campaña pro-Europa, pues el español se ha vuelto el socialista de mayor prominencia en el bloque. En mayo, Macron invitó a Sánchez a cenar a París para reforzar la idea de que España debe tener un papel más destacado dentro de la Unión Europea.

Sánchez todavía puede someterse a otro voto de investidura este septiembre, después del periodo de vacaciones de verano, antes de tener que convocar una nueva elección nacional; de llevarse a cabo, sería en noviembre y sería la cuarta elección general en cuatro años en España. No hay garantías de que el resultado ayude a salir del punto muerto.

España ya pasó en 2016 diez meses en un limbo político, cuando dos elecciones con resultados no definitorios dejaron a los políticos peleándose sin poder formar un gobierno. Uno de los objetivos recientes de Sánchez fue cambiar las reglas para la formación de un gobierno con la intención de evitar la parálisis que ha asediado al país.

El voto de este jueves sucedió después del desmoronamiento de las conversaciones para una coalición entre el PSOE y Unidas Podemos, partido que buscaba tener el control de varios ministerios a cambio de respaldar a Sánchez. Él rechazó esa solicitud, y Unidas Podemos, liderado por Pablo Iglesias, denunció que estaba siendo tratado como un socio inferior.

Antes del segundo voto de investidura, este 25 de julio, Sánchez e Iglesias intercambiaron críticas durante el debate de la sesión parlamentaria. Sánchez acusó a Iglesias de estarles abriendo paso a los partidos de derecha y extrema derecha al bloquear su investidura, después de que Unidas Podemos presentó las demandas ministeriales que Sánchez dijo serían un apoderamiento político. Unidas Podemos y su partido, dijo, querían “entrar en el gobierno para controlar el gobierno”. Sánchez añadió que tiene sentido tener “un gobierno plural, pero con una sola dirección”.

En respuesta, Iglesias afirmó que Sánchez no le había mostrado respeto suficiente a Unidas Podemos como socio, aun cuando ese partido ayudó a Sánchez a ser presidente del gobierno en primera ocasión, en 2018, “a cambio de nada”.

Varios líderes partidistas advirtieron en sus intervenciones del debate que los votantes no iban a entender cómo los políticos, de nueva cuenta, pasaron meses peleándose sin nada que mostrar como resultado para formar un gobierno. Pablo Casado, del Partido Popular, le dijo al parlamento que el fracaso de Sánchez para tener una coalición era “una de las páginas más lamentables de la historia de España”. Casado agregó que Sánchez y sus aliados tentativos habían impuesto un “espectáculo bochornoso” a los españoles en el que un “zoco de vanidades” prevaleció por encima de la capacidad para gobernar.

Para que Sánchez tenga una oportunidad realista de conseguir el respaldo necesario en septiembre, necesitaría conseguir mucho durante el verano, desde la cooperación de Unidas Podemos como la de parlamentarios de otros partidos pequeños. Iglesias le dijo a Sánchez que estaba dispuesto a dialogar: “No vuelva a llevar a los españoles a elecciones y negocie con nosotros desde el respeto”.

En las elecciones de abril el PSOE obtuvo 123 de las 350 curules parlamentarias; casi el doble de los demás partidos, pero una cantidad insuficiente para tener mayoría. Unidas Podemos consiguió 42 curules.

El Partido Popular, conservador y que gobernó entre 2011 y 2018, quedó en segundo lugar con 66 escaños.

26 Julio 2019

Recomenzar

EL PAÍS (Directora: Soledad Gallego Díaz)

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Rechazar ayer a Sánchez no obliga a nuevas elecciones, sino a otra investidura

El Congreso de los Diputados rechazó este jueves la investidura del candidato socialista a la presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez. El desenlace de la sesión se confirmó anticipadamente la víspera de la celebración del pleno, cuando el Partido Socialista anunció que rompía las negociaciones con Unidas Podemos, alegando sus inasumibles exigencias para formar un Gobierno de coalición. El fracaso de la investidura de Pedro Sánchez no condena a repetir las elecciones; antes por el contrario, obliga a recomenzar el proceso de investidura de modo que, esta vez sí, las principales fuerzas políticas conduzcan adecuadamente las negociaciones y pongan fin a la parálisis política en la que el país lleva instalado al menos desde 2015.

El resultado de la votación puso de manifiesto que no se puede seguir considerando negociación política lo que solo son escaramuzas propagandísticas, no para alcanzar acuerdos sobre la acción de gobierno, sino para acusar a la parte contraria de impedirlos. Posponer a causa de estas escaramuzas que el país pueda contar con un Ejecutivo tres meses después de celebradas las elecciones generales, retrasándolo hasta septiembre en la hipótesis más optimista, incorpora nuevos costes a los muchos afrontados en las dos legislaturas anteriores, marcadas por la parálisis y la inestabilidad. Costes, sin duda, económicos y sociales, pero también institucionales: el espectáculo ofrecido por el Partido Socialista y Unidas Podemos en las últimas jornadas son un ingrediente esencial del caldo donde fermenta el desprestigio de la representación política.

Ni siquiera en los raros momentos de discreción que han conocido los encuentros entre ambas fuerzas, la negociación se ha desarrollado en torno a lo que debía hacerlo: un programa de Gobierno para la legislatura. Subrayar una coincidencia genérica en las grandes líneas de acción, según la justificación a la que recurrieron este jueves Sánchez e Iglesias, no era una base suficiente para abordar entre socios potenciales la composición del Consejo de Ministros. Unidas Podemos llevó esta precipitación negociadora hasta la paradoja, al declarar que no reclamaba sillones, sino competencias, obviando el hecho de que estas deberían ser desarrolladas de acuerdo con un plan de gobierno del que los eventuales miembros de la coalición nunca hablaron. Así como Iglesias brilló en el primer discurso, este jueves fue Sánchez el que logró transmitir con más eficacia sus posiciones.

Desde el momento en que concluyó la votación dejó de estar en manos de los partidos desmentir la generalizada sensación de frustración que impuso el compás de espera desde el 28 de abril. Lo que, por el contrario, todavía se encuentra enteramente a su alcance es extraer las consecuencias políticas de la experiencia. Sobre todo, las más elementales, que consisten, simplemente, en asumir que en los sistemas parlamentarios el partido más votado no forma Gobierno si no es capaz de articular una mayoría en torno a un programa y que ese programa constituye la sustancia de la negociación, sea para llegar a acuerdos o para rechazarlos.

Entre tanto, el plazo para regresar a las urnas ha comenzado. Ni es una fatalidad ni hay por qué resignarse a que lo sea, en la medida en que solo significa que a partir de este momento está tasado el tiempo para volver a hacer las cosas como corresponde en un sistema parlamentario. Ninguna excusa es válida para que los principales partidos no comiencen desde hoy mismo la búsqueda de la mayoría que ahora no ha sido posible. En esta ocasión el candidato debería llegar a la nueva ronda que convoque el jefe del Estado con su obligación cumplida, es decir, con un pacto ya negociado. Las heridas abiertas por la estéril escenificación de estos meses constituyen un obstáculo. Pero, en contrapartida, la clarificación de los espacios políticos, que se ha producido sobre todo en la última jornada de la investidura, puede ser el instrumento para superarlo. Salvo Ciudadanos, Vox y Junts per Catalunya, que se situaron deliberadamente en vía muerta, el resto de las fuerzas, incluido el Partido Popular, expresaron una u otra disposición para que este legislativo cumpla con su primer deber constitucional: investir un Ejecutivo.

26 Julio 2019

El fiasco de toda una trayectoria

EL MUNDO (Director: Francisco Rosell)

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PEDRO Sánchez ha vuelto a demostrar que es el político de las primeras veces. El primero que llegó al poder con una moción de censura; el primero que se empeñó en gobernar con 84 diputados y unos aliados partidarios de la liquidación del Estado; el primero que celebró en Pedralbes una cumbre bilateral con el presidente de una autonomía; y el primero que ha estado a punto de meter al populismo de inspiración comunista en el Consejo de Ministros: si no lo ha hecho es porque finalmente no se pusieron de acuerdo en el reparto de sillones. Desde ayer, Sánchez figura además en nuestra historia por ser el primer candidato cuya investidura es tumbada en dos ocasiones.

Algunos creen que todas las primeras veces de Sánchez se deben a la audacia, pero solo son hijas de la temeridad. Y de una ausencia asombrosa de escrúpulos. Y de una arrogancia igualmente asombrosa. No otra cosa se necesita para proclamarse vencedor absoluto de unas elecciones en las que se obtienen 123 escaños, pasarse tres meses sin mover un músculo para asegurarse el éxito de la propia investidura pese a haber sido propuesto por el Rey y pretender ser investido por aclamación en primera votación o tras una delirante negociación exprés en segunda. Pero así es Sánchez. Hace tres años mantuvo el país bloqueado durante meses parapetándose tras el no es no; desde abril ha pretendido responsabilizar a los demás del bloqueo, pero él mismo afirmó en 2016: «La responsabilidad de que pierda la investidura es exclusiva del señor Rajoy por ser incapaz de articular una mayoría». Ahora nos aboca a un nuevo periodo de incertidumbre: nueva oportunidad o repetición electoral. Los españoles no se merecen a un presidente que entiende la política como un puro juego de relatos forzados, mentiras en prime time, distribución de culpas y juegos de poder en régimen de monopolio. Los españoles se merecen un Gobierno que haga frente a sus problemas presentes y a los que están por venir. Y desde luego no se merecen en absoluto el grotesco espectáculo de la segunda investidura fallida de Sánchez, que pasará a la historia como el punto degradante en que Gabriel Rufián y una portavoz de Bildu, entre otros impugnadores de la Constitución, se permitieron presumir de sentido de Estado en la sede de la soberanía nacional.

La sesión de ayer vino a dar la razón al difunto Rubalcaba. A quien Sánchez rindió honras fúnebres sin acompañarlas del correspondiente ejercicio de autocrítica. Rubalcaba sabía que no se puede gobernar España con lo que llamó la vía Frankenstein. Que el PSOE, un partido sistémico de la democracia del 78, no podía acometer la gobernabilidad del Estado con Podemos, Batasuna y dos partidos promotores de un golpe de Estado cuyos líderes están en la cárcel o fugados. Sin embargo, Sánchez vendió a las bases del PSOE que sí era posible, y con ese argumento ganó las primarias a Susana Díaz y desalojó después a Rajoy del poder en la moción. Consideró entonces que pagaba un precio asumible por La Moncloa, pero no lo era ni para España, ni para la democracia, ni para el PSOE y ni siquiera para el proyecto de supervivencia personal de Sánchez, como se vio ayer en el Congreso: solo le apoyó su partido y un regionalista cántabro. Lo único que ha conseguido es empujar la vida política española a un extremo insoportable de radicalidad y sectarismo, obligando a la oposición a atrincherarse en respuesta a su tóxico plan de alianzas y a su campaña permanente de demonización. Por eso ayer no solo fracasó toda la trayectoria de Sánchez: fracasó toda una generación política condicionada inevitablemente por él y su modo de hacer política.

Ahora qué, se preguntan los ciudadanos. ¿Habrá examen de conciencia y rectificación? ¿Seguirá España abocada al bloqueo por la megalomanía de Iglesias y la histórica irresponsabilidad de este PSOE al aliarse con él? Ojalá este bochornoso fracaso le sirva a Sánchez para recapacitar sobre la advertencia cumplida de Rubalcaba.

26 Julio 2019

El Rey se desmarca de la farsa

ABC (Director: Bieito Rubido)

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El papel moderador de la Corona, regulado y recogido en la Carta Magna, no puede depender del capricho y la soberbia de quienes marcan sus propios tiempos

Tras despachar con la presidenta del Congreso, que le comunicó formalmente el resultado de la investidura fallida de Pedro Sánchez, el Rey abogó ayer por dar tiempo a las distintas formaciones políticas para que «puedan llevar a cabo las actuaciones que consideren convenientes» antes de intentar la formación de un nuevo gobierno. Don Felipe ni siquiera confirma la celebración de una ronda de contactos antes de septiembre, cuya convocatoria dependerá exclusivamente de la viabilidad de un candidato que cuente con los apoyos necesarios para que el Congreso -señala la Casa del Rey- le otorgue su confianza. Se puede decir más alto, pero no más claro. El fiasco protagonizado por el candidato Sánchez, que el pasado junio salió de La Zarzuela con un encargo del que se desentendió de manera voluntaria e irresponsable, ha llevado a Don Felipe a aplazar sine die la designación de un nuevo aspirante.

En estos días de descrédito institucional, agravado por las formas utilizadas por el PSOE y Podemos para escenificar su desencuentro, la Corona vuelve a situarse como asidero moral de una sociedad que en estas circunstancias parlamentarias, ya recurrentes, aumenta aún más la distancia que la separa de la clase política, sin distingos ideológicos y sin aventar el trigo de la paja. El papel moderador del Rey, regulado y recogido en la Carta Magna, no puede estar al albur del capricho y la soberbia de quienes marcan sus propios tiempos, establecen una agenda que no les corresponde, se sitúan en un plano institucional cuya altura es proporcional a su ambición y, aún peor, dejan para las últimas horas -concebidas como la traca final de una estrategia meramente propagandística- el trabajo que exige la articulación de una mayoría suficiente.

Tras las elecciones de abril, Pedro Sánchez organizó en La Moncloa su propia ronda de contactos, ejercicio de exhibición que no le sirvió para asumir sus propias limitaciones y tomar conciencia de la necesidad de pactos y cesiones a la que su exigua mayoría parlamentaria le obligaba. Ni siquiera el encargo formal de Don Felipe para someterse a la investidura, celebrada esta semana, fue interpretado por Sánchez con la exigencia y el rigor que merece no ya el Rey, sino la nación española a la que representa. Si el secretario general del PSOE aspira a presentarse a un nuevo debate de investidura, como proclama desde la noche del pasado jueves, debe antes hacer examen de conciencia y dejar de utilizar al Rey como un elemento más de su campaña personal. Si quiere llegar a ser presidente del Gobierno tiene que negociar y ceder -quizá con el PP y Ciudadanos- para que, después de retratarse en La Zarzuela, la sede de la soberanía nacional no vuelva a convertirse en el pabellón cubierto para otro mitin político. Para eso tiene Carmen Calvo La Moncloa.

29 Julio 2019

La responsabilidad del fracaso de la investidura

Ignacio Escolar

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El domingo, con mucho detalle, expliqué a los lectores y socios de eldiario.es qué pasó en la fallida negociación entre PSOE y Unidas Podemos para la investidura de Pedro Sánchez. Era una crónica con mucha más información que análisis, un aspecto que quise dejar para más tarde. Antes de exponer mi punto de vista, preferí centrarme en explicar lo ocurrido con el máximo detalle posible. Aclarados los hechos, esta es mi opinión sobre este histórico fracaso.

1. Decía Pedro Sánchez, hace solo tres años: «La responsabilidad de que el señor Rajoy pierda la investidura es exclusiva del señor Rajoy por ser incapaz de articular una mayoría». Tenía razón entonces y hoy no la tiene cuando reprocha al resto de los partidos su derrota en la investidura. En nuestro sistema parlamentario, el máximo responsable de lograr los votos es el candidato que se presenta a la presidencia, no los demás partidos. El principal culpable de este fracaso es, por tanto, Pedro Sánchez. Él es quien más poder tenía para que el desenlace hubiera sido otro. También lo tiene ahora para corregir el rumbo a partir de este desastre. Porque el poder y la responsabilidad van siempre unidos.

2. Es evidente que el mecanismo constitucional para la elección del presidente no fue pensado para el actual sistema multipartidista; por eso desde 2015 no hemos tenido un solo Gobierno estable. Es legítimo plantear un cambio, que tendría pros y también contras. Pero mientras las leyes no se modifiquen, al presidente lo elige el Parlamento y con las reglas que hoy tenemos. Ser la lista más votada no basta, aunque tengas más escaños: cada uno de ellos vale lo mismo que los del resto.

3. La propuesta de partida que presentó Unidas Podemos en la negociación con el PSOE era excesiva. No tanto por el número de carteras –seis, un porcentaje similar al de los escaños que aportaría– sino porque reclamaba todos los frentes donde la izquierda hoy hace política. El Ministerio del Interior es muy atractivo si te llamas Santiago Abascal o Matteo Salvini. Pero, para un gobierno progresista, las joyas de la corona hoy son las competencias en feminismo, en trabajo, en tributos y en transición ecológica. Es ahí donde la izquierda puede hacer política. En los «ministerios de Estado» solo juega a la defensiva.

4. Que Podemos quisiera todas esas carteras era excesivo. Pedir alguna de ellas, como hizo después con el Ministerio de Trabajo, era completamente razonable, más aún después de la renuncia de Pablo Iglesias a entrar en el Gobierno, tras el veto de Pedro Sánchez.

5. La última propuesta que lanzó Unidas Podemos, el jueves, no era ni mucho menos abusiva. Al contrario: era un buen acuerdo para ambas partes. Aunque la forma de presentarla, desde la tribuna del Congreso, no era la idónea si lo que se pretendía era alcanzar un pacto. El momento era antes.

6. La negociación la rompe Pedro Sánchez, no Pablo Iglesias. Y lo hace cuando aún quedaba tiempo para seguir hablando. La hora y la forma en que el PSOE se levanta de la mesa –volando todos los puentes, al mandar a los medios un documento de Podemos con el nombre del archivo manipulado– demuestran que Sánchez entró en ella a regañadientes y que se salió cuando vio que Iglesias no aceptaba un acuerdo desigual. Más que una negociación sincera, más bien parece un intento de culpar a Podemos de la ruptura.

7. Pablo Iglesias leyó mal la situación de las últimas 24 horas previas a la investidura fallida. Tal y como le aconsejaron Alberto Garzón y Jaume Asens, debería haber aceptado la última oferta del PSOE, aun sin ser la más justa. Iglesias pensó que Sánchez no tenía más remedio que ceder y que bastaba con mantener el órdago hasta el último minuto para lograr un acuerdo mejor. Ignoró las enseñanzas de la historia reciente: la forma de romper del PSOE con Unidas Podemos es la misma que aplicó hace unos meses con ERC, cuando fallaron las negociaciones para los presupuestos. También en esa ocasión, el PSOE presentó una última oferta, avisó de que no habría más y no se movió de allí. También entonces se levantó de la mesa cuando aún quedaba tiempo para seguir hablando.

8. La última propuesta del PSOE antes de romper no era la más generosa ni la más justa, pero tampoco se la puede tachar de «humillante». Es verdad que Sanidad tiene la mayor parte de las competencias transferidas, pero se puede hacer mucha política desde ahí con un problema en el que Unidas Podemos podía lucirse: el gasto farmacéutico, que en España es muchísimo mayor que en el resto de los países europeos. Es cierto que Vivienda es una dirección general venida a más, pero también tiene valor simbólico y margen para impulsar muchas cosas, como una ley contra los alquileres abusivos. Y el Ministerio de Igualdad y la Vicepresidencia de Asuntos Sociales hoy no son carteras «decorativas», ni mucho menos.

9. Pedir una coalición y que tu líder esté en el Gobierno a cambio de 42 escaños no es «pedir la Luna». Es el pago habitual que exigen y ofrecen todos los demás partidos, también el PSOE, en parecidas circunstancias. Es la moneda común de la política, no un capricho excéntrico de Pablo Iglesias.

10. Unidas Podemos tiene razón en su legítima petición de entrar en un Gobierno de coalición, pero se equivoca con los argumentos que utiliza para defender su postura. Decir que «el PSOE no es de fiar» y que por eso hay que vigilarlo desde el Consejo de Ministros es un pésimo punto de partida para lograr la confianza necesaria para un acuerdo. Además, es un argumento falaz: el mejor lugar para fiscalizar a un Gobierno sin mayoría es el Parlamento, no el Consejo de Ministros, que es un órgano colegiado donde el presidente tiene la última palabra. También es falaz reclamar la entrada en el Gobierno «para subir el salario mínimo» o «derogar la reforma laboral». Eso se hace con un acuerdo programático, no planteando un gobierno dentro del gobierno. Ningún ministro tiene ese margen de autonomía. Ni siquiera la tiene el propio Gobierno, que tiene que validar decisiones así en el Parlamento.

11. Entrar en el Gobierno como socio minoritario no es, per se, una buena noticia para Unidas Podemos ni para sus votantes. Es más importante para la vida de la gente el programa que se acuerde o las leyes que en consecuencia se aprueben que las carteras que unos u otros consigan. Colocar antes el carro que los bueyes, las carteras, en vez de las políticas, no es coherente con lo defendido históricamente por Podemos. Solo se entiende que se haga así si el principal objetivo es entrar en el Consejo de Ministros, más que las políticas.

12. El líder del «no es no» a Mariano Rajoy carece de argumentos coherentes para pedir hoy al PP y a Ciudadanos que se aparten de su camino, que no «bloqueen» su investidura, que le regalen sus votos. O Pedro Sánchez se equivocaba en 2016 o se equivoca ahora. Pero los principios no pueden cambiar en función del interés o del momento.

13. La intención del PSOE de buscar la abstención de la derecha para lograr una investidura barata, sin pagar un peaje a Podemos, es incoherente con todo lo prometido en campaña. Además, es errónea y a la larga al PSOE le saldría cara; porque es dudoso que ocurra y porque, incluso si se logra, no permitiría después aprobar esas leyes sociales que Sánchez desgranó en su discurso de investidura. Es entendible la táctica del Gobierno en funciones si el objetivo es martillear en ese clavo, que tanto desgasta a Ciudadanos entre sus votantes, sus cuadros y las élites económicas que impulsaron a este partido. No lo es si en el PSOE creen realmente que es la mejor vía para un «gobierno de izquierdas» que, además de la investidura, necesita sacar adelante una legislatura de cuatro años.

14. Las opciones realistas siguen siendo dos y nada más que dos. Las mismas que hace dos meses: un gobierno a la portuguesa con un ambicioso acuerdo programático o un gobierno de coalición, que ya estaba casi cerrado. Y en cualquiera de los dos, el PSOE necesita a Unidas Podemos. Y viceversa.

15. Los españoles, especialmente los votantes de la izquierda, no se merecían este desenlace. Toca abandonar el tacticismo, aparcar el orgullo y priorizar el interés general a los intereses personales o partidistas. Forzar una repetición de las elecciones cuando el acuerdo estuvo tan cerca sería una enorme decepción, un fracaso histórico, una estafa democrática.

19 Septiembre 2019

La culpa es de Pablo Iglesias

Antonio Maestre

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La responsabilidad de que no haya habido gobierno es única y exclusivamente de Pedro Sánchez. (...) Pero la culpa, ese elemento judeocristiano de flagelación autoinfligida, es de Pablo Iglesias"...

Se consumó una irresponsabilidad histórica para la izquierda. El próximo diez de noviembre tendremos que ir a elecciones sin lograr el acuerdo más progresista que la correlación de fuerzas permite. Se volverá a repartir juego sin saber qué sucederá el próximo mes que pueda dar un vuelco a esas encuestas que han cegado a Pedro Sánchez. Solo la responsabilidad de los votantes progresistas podrá evitar un desastre al volver a parar la llegada de la derecha apoyada en la extrema derecha. La ciudadanía ya dio ejemplo de compromiso con la afluencia masiva para conformar un país abierto y tolerante. Un patrimonio que Pedro Sánchez ha dinamitado por su ambición desmedida.

Unidas Podemos ha sido el único que ha buscado con insistencia la formación de un gobierno junto al PSOE. Sin confiar en él, como la historia advierte y con una actitud en ocasiones demasiado lesiva para el acuerdo. Tendrían que quitarles Twitter en periodo de negociación. Y además, ha cometido algunos errores flagrantes. El primero ha sido minusvalorar la ambición desmedida de Pedro Sánchez y la capacidad que tiene para hacer del juego político una eterna última mano de poker en la que quedarse con todo o nada. Creían que cedería, que les llamaría, que al final habría una última oferta. Y se equivocaron. No supieron reaccionar.

Unidas Podemos cometió el tremendo error a la hora de lograr su ansiado gobierno de coalición de creerse que la cabeza de Pablo Iglesias valía mucho más que una vicepresidencia y tres ministerios de un calado político medio-bajo. Posiblemente tenían razón, pero era muy inocente considerar que el primer gobierno de coalición de nuestra democracia se iba a dar con ministerios potentes y competencias relevantes. La realidad era que solo era asumible para el PSOE de la forma en que se produjo, y solo se produjo arrastrado, a regañadientes, obligado por el torpe movimiento de exigir a Pablo Iglesias que no estuviera en el Consejo de Ministros. Pero eliminada la paja. Unidas Podemos llegó al pleno con algo que después no ha logrado arrancar, su gobierno de coalición. El modo en el que la oferta del PSOE se realizó tenía que haber servido a Pablo Iglesias para darse cuenta de que esa es la única oferta de coalición que tendría sobre la mesa. Fue un error no coger lo máximo que podían sacar. Ya se han dado cuenta.

El PSOE adelantó las elecciones porque la foto de Colón le daba un relato ganador con el que poder convencer al antifascismo; patrimonializar el riesgo cierto de la llegada de los herederos de los enterradores de cunetas. Utilizaron una alerta arraigada en la conformación emocional de cualquier persona de izquierdas sin creer en ella, recurriendo a una de las cosas más sagradas en la conformación del corpus ideológico progresista: activarse ante la llegada del fascio. Y mintió a todos, no solo no le importa ni le preocupa, sino que ha dejado claro que si la situación lo requiriera volvería a llamar a los Freikorps. El único adversario irredento del PSOE es cualquier partido que se sitúe a su izquierda. Inmisericorde. A Pablo Iglesias ni agua.

Pedro Sánchez no ha llamado ni una vez desde la fallida sesión de investidura a Pablo Iglesias y solo se ha reunido cinco veces con el partido al que no ha dejado de llamar socio preferente. Se negó a reunirse con Pablo Iglesias después de que se le ofreciera en el último pleno de sesión de control al gobierno. Ha estado cuatro meses intentando quemar a su adversario en el espectro ideológico creyendo que él es ignífugo y haciéndose fuerte en el centro mientras veía la estampida hacia la extrema derecha de Ciudadanos, al que espera en Navidad para gobernar después de que la puerta haya quedado abierta tras el último viraje desesperado de Albert Rivera para achicar su sangría de votos. El plan del quintacolumnista Redondo ha funcionado. No ceder nada a Iglesias para atraer a Rivera. Los cimientos para noviembre están fraguando. Los escombros del pacto con la izquierda han quedado sepultados bajo esos cimientos.

Hay un tipo de analista orgánico que considera que la responsabilidad es compartida por todos los actores políticos en liza porque podrían haber renunciado a sus compromisos, a su programa, a las promesas a sus votantes, a sus ideas y a sus valores cediendo todo para darle a Pedro Sánchez una investidura con 123 diputados a cambio de que este les aplauda desde el escaño y agradezca su generosidad diciendo que es un gran ejercicio de estadista. Siempre tiene que haber paniaguados. No perdamos demasiado tiempo en eso.

La responsabilidad de que no haya habido gobierno es única y exclusivamente de Pedro Sánchez. Porque no lo ha querido. Porque ha insultado la inteligencia de cualquiera que quisiera oirle. Porque ha despreciado a los socios que le dieron la victoria en la moción de censura. Porque es el presidente español que más rápido ha sido abducido por el síndrome de Moncloa. Pero la culpa, ese elemento judeocristiano de flagelación autoinfligida, es de Pablo Iglesias. Pablo es culpable. Cometió un grave error de diagnosis. No supo ver que Pedro Sánchez solo se conforma quedándose con todo. No comparte. Y le da igual si se lleva por delante la ilusión y la esperanza de miles de ciudadanos. O él o el caos.