29 octubre 1982

La prensa española ante los resultados de las elecciones generales de 1982 (II Legislatura), mayoría absoluta de Felipe González

Hechos

El 29 de octubre de 1982 los periódicos publicaron sus impresiones sobre los resultados de las elecciones generales.

29 Octubre 1982

El socialismo, en el poder

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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La victoria electoral del PSOE marca un hito histórico en el devenir político español. La presencia de ministros socialistas en los Gobiernos republicanos del primer bienio y de la etapa inmediatamente posterior al triunfo del Frente Popular no significó la asunción íntegra de las responsabilidades del Estado por el PSOE. Aunque dos destacados dirigentes socialistas -Francisco Largo Caballero y Juan Negrín- ocuparon la presidencia del Consejo de Ministros durante la guerra civil, la atribulada historia de nuestro país durante esos tres años y las anormales condiciones del ejercicio del poder en plena contienda permiten afirmar que la victoria de Felipe González ofrece al partido que fundara Pablo Iglesias su primera oportunidad para dirigir la política española en situación de normalidad democrática.

La victoria electoral del PSOE marca un hito histórico en el devenir político español. La presencia de ministros socialistas en los Gobiernos republicanos del primer bienio y de la etapa inmediatamente posterior al triunfo del Frente Popular no significó la asunción íntegra de las responsabilidades del Estado por el PSOE. Aunque dos destacados dirigentes socialistas -Francisco Largo Caballero y Juan Negrín- ocuparon la presidencia del Consejo de Ministros durante la guerra civil, la atribulada historia de nuestro país durante esos tres años y las anormales condiciones del ejercicio del poder en plena contienda permiten afirmar que la victoria de Felipe González ofrece al partido que fundara Pablo Iglesias su primera oportunidad para dirigir la política española en situación de normalidad democrática.Ha pasado mucho tiempo desde que aquel admirable luchador de las libertades pusiera la primera piedra de la organización que ayer obtuvo la victoria electoral. En muchas cosas el mundo, y nuestro país, es diferente. Son diferentes el propio nervio del socialismo en la Europa desarrollada y las relaciones internacionales heredadas de dos guerras mundiales sucesivas.

Y la España rural y atrasada que Iglesias conociera es también muy diferente de la España actual, asolada hace casi medio siglo por una feroz guerra civil, reconstruida en las dos recientes décadas en un esfuerzo solidario y común, reconciliada gracias a la Monarquía parlamentaria.Sin embargo, una línea de continuidad en la defensa de los derechos democráticos, la lucha contra la injusticia y el combate por la igualdad parece enhebrar la imagen histórica del pablismo con el PSOE de la década de los ochenta, que ha moderado sus tendencias más radicales y ha renacido, tras el largo paréntesis de la dictadura, con enorme pujanza en la sociedad española.No es aventurado afirmar que el triunfo socialista de anoche no se debe fundamentalmente a un voto ideológico, afincado en los pronunciamientos teóricos y prácticos de la II Internacional y del marxismo clásico. Más bien parece que un gran sector de la población ha identificado la defensa de las libertades y la necesaria transformación del Estado franquista, cuyos vicios y distorsiones han sobrevivido al proceso de transición, con el programa del PSOE.

La división del centro en dos opciones distintas y el asedio de la derecha de Fraga por los sectores más reaccionarios del conservadurismo nostálgico español han acarreado sin duda numerosos votos al PSOE. También han contribuido a la victoria socialista sufragios procedentes del partido comunista, la izquierda extraparlamentaria, el radicalismo, el ecologismo, el feminismo y el liberalismo. Intelectuales, profesores, profesionales, trabajadores manuales, hombres del campo y hasta una parte no despreciable del empresariado o del mundo ole los ejecutivos parecen haber favorecido el triunfo de Felipe González. El carácter interclasista y plural, nada dogmático ni integrado en un tronco unánime de pareceres, es algo consustancial al voto que ha traído a los socialistas al poder, fundamentalmente interesado en la defensa de la democracia, la reforma de la Administración y el freno a la destrucción del empleo y animado por la esperanza de que hombres distintos con programas (distintos puedan hacer frente a los problemas planteados en España. Por todo ello, la moderación predicada por Felipe González proviene lo mismo de una transformación de actitudes internas en su partido que de una influencia inevitable del electorado, cuyo peso (varios millones de votos frente a poco más de 100.000 afiliados al PSOE) será considerable en el futuro. Debe, en este sentido, obligar a Felipe González a ser respetuoso con sus propuestas de programa electoral sin intentar, ante las presiones internas partidarias, hacer honor, y desde el primer día, a lo que bien podría llamarse el programa máximo socialista.

Las resistencias y la crispación de la derecha clásica española ante el triunfo socialista, visible ya desde los primeros días de la campaña, no parece tener más basamento que el disgusto de quienes ven amenazada su posición de poder personal. En efecto, las proposiciones de la oferta programática del partido socialista son extraordinariamente moderadas en la economía. La única nacionalización previsible, la de la red de distribución de alta en la energía eléctrica, no parece una amenaza institucional para sectores financieros e industriales que crecieron en el invernadero de la política proteccionista e intervencionista del Estado durante la dictadura. El convencimiento de que ha periclitado el modelo de crecimiento económico del franquismo -definido por un maridaje estrecho entre los intereses privados de las oligarquías y la interferencia estatal en la actividad económica- y la certeza de que las respuestas a la crisis no permiten un margen de actuación grande a ningún Gobierno han contribuido a tranquilizar a grandes parcelas del poder económico. No obstante, la permanencia en esos sectores de antiguos protagonistas de la guerra civil, personajes ligados al concepto más reaccionario de España, bien relacionados con el aparato golpista y la ultraderecha política, ha provocado esa subida de crispación en la derecha que antes comentábamos. No menos, por otra parte, que la presencia en esa constelación ultramontana de representantes de los altos cuerpos de la Administración del Estado, cuyo poderío proviene de ese mismo modelo de crecimiento y cuyos privilegios y prebendas dentro de una estructura administrativa obsoleta se ven amenazados por la anunciada reforma socialista. Un repaso a las leyes difíciles de la transición -la de Incompatibilidades, la de Autonomía Universitaria, la propia de Reforma de la Administración- enseña hasta qué punto el peso conservador y egoísta del aparato burocrático puede articular en el próximo futuro un intento de oposición cerrada a las medidas del Gobierno socialista, tendentes, en palabras de Felipe González, a que este país funcione.Otro sector mirado con aprensión por algunas fuerzas progresistas y por los ciudadanos que han llevado al PSOE al poder es la Iglesia católica. Sin embargo, es preciso reconocer que la jerarquía eclesiástica se ha mostrado en más de una ocasión claramente comprometida con el proceso democrático, pese a sus resistencias obvias a la reforma del derecho de familia (ley de Divorcio), al impulso de la enseñanza pública compatible con el mantenimiento de las subvenciones a la privada y a una solución legal al problema del aborto.

Durante la campaña, los socialistas se han esforzado por tranquilizar este frente. Sus propuestas sobre el aborto terapéutico son más que moderadas y no han hecho hincapié especial en el tema. Respecto a la enseñanza, Felipe González ha prometido seguir manteniendo las subvenciones a la privada, pero mejorando sensiblemente la atención de la pública. No obstante, es previsible que en este terreno no disminuyan las tensiones. La participación en la campaña electoral contra los socialistas de la organización de enseñanza privada que encabeza el padre Martínez Fuertes así lo hace prever.Caballo de batalla con la derecha, que enlaza también con todo el proyecto de reforma administrativa, será la organización de la sanidad. Ya en sus responsabilidades de poder local en las diputaciones, los socialistas han dado muestra de una energía inusual -especialmente en Madrid- y de una disposición clara a enfrentarse con los problemas de corrupción e ineficiencia de la Seguridad Social, especialmente en los aspectos de asistencia sanitaria. La politización del caso del doctor Rivera nos habla quizá de futuros conflictos similares en los que la elección del propio Rivera como presidente del Consejo General de Colegios de Médicos no es precisamente un factor apaciguador.Toda esta trama de descontentos en la derecha, alimentada por la euforia de los excelentes resultados obtenidos por Manuel Fraga, puede lo mismo canalizarse hacia una oposición dura en las Cortes -que no dejará de ser una oposición verbal, pues los socialistas tienen la mayoría suficiente y sólida que les permitirá gobernar cuatro años- que hacia el apoyo de algunos de esos sectores a las conspiraciones golpistas. Un análisis somero del problema militar en España nos habla de que este es un tema profundo y serio que requiere un tratamiento en el tiempo, y con el que los socialistas, como antes los centristas, han de aprender a convivir. Separar la necesaria y urgente represión de las tramas subversivas de lo que es un Ejército anclado en muchas cosas y mentalidades en el pasado, al tiempo que se acompasa con la inevitable modernización armamentística y organizativa de las Fuerzas Armadas, no será tarea fácil. Resultaría, por lo demás, absurdo desconocer el hecho crucial que el 23-F supuso en este país y las cuestiones de fondo que se plantean entre la sociedad civil y las Fuerzas Armadas. Este es quizá el punto más caliente del próximo período de nuestra historia. Pero es también verdad que existen motivos y signos para el optimismo: desde la figura del Rey, básica en el tratamiento que quiera hacerse por el Gobierno al problema militar, hasta la existencia de una sociedad civil moderna y avanzada, incapaz de admitir nuevamente sistemas de gobierno equiparables al gorilismo.Quizá pieza clave en todo este análisis sea el comportamiento que tenga el Gobierno socialista en la cuestión de la OTAN. Su promesa de un referéndum acerca de nuestra integración en la Alianza tiene evidentes dificultades para llevarse a cabo en el corto y hasta en el medio plazo. La ausencia de un apoyo exterior a los deseos golpistas -digámoslo claramente, la suposición cierta de que una junta militar en España es algo no deseado por el Gobierno Reagan, y mucho menos desde el golpe en Polonia- podría quizá someterse a revisión si el referéndum llega a convocarse. La prudencia socialista en el asunto ha ido in crescendo durante la campaña. Parece claro que una revisión de la negociación sobre las bases norteamericanas y un frenazo en el proceso de integración militar en la Alianza Atlántica serán los dos únicos puntos en los que el Gabinete de Felipe González se mostrará más activo en este terreno, dejando el referéndum para mejor ocasión, que algunos sitúan incluso en la siguiente legislatura.

Sectores de la derecha inteligente y del centro-derecha, representados por Suárez y Lavilla, han comenzado en las últimas semanas una campaña de apaciguamiento y de tranquilidad cara a su clientela conservadora, lo mismo para señalarles que el triunfo del socialismo no significa para ellos el fin del mundo que para poner de relieve la necesidad de que la experiencia socialista, avalada por la voluntad ciudadana, funcione bien durante estos próximos cuatro años si se quiere proteger lo que es interés de todos: la estabilidad del régimen y la gobernabilidad del país en un modelo democrático de convivencia. Este es también nuestro convencimiento: el de que por encima de cuestiones ideológicas y de acercamientos diferentes a las soluciones de los problemas que el país tiene planteados se permita a la izquierda, sin maniobras de sestabilizadoras ni tramas subversivas, gobernar este país en la paz y en la normalidad de la democracia. Pero la izquierda misma debe entender que es consustancial al régimen que todos hoy se esfuerzan en consolidar la libertad de expresión y crítica y que una contestación al poder es base de toda Prensa independiente y libre. Confundir lo que es legítima actitud de protesta frente a los abusos y errores que el poder inevitablemente comete, sea cual sea su especie, con conspiraciones desestabilizadoras es un peligro en el que fácilmente pueden incurrir los socialistas, que se van a ver acosados por unos medios de comunicación mayoritariamente no simpatizantes con sus tesis. Sucumbir a la tentación de mantener unos medios estatales como medios gubernamentales de opinión y de contribuir a la corrupción periodística -en adelante de signo ideológico distinto- a que nos han acostumbrado en este país sería inadmisible.España comienza hoy -lo comenzará efectivamente a partir de la designación de nuevo presidente del Gobierno- una andadura histórica cuajada de dificultades. Es la andadura que los españoles mismos han decidido en las urnas, es la voluntad de los ciudadanos de este pueblo, y esa voluntad debe ser respetada y alentada en lo que tiene de proyecto de futuro cara al prometido cambio que nuestro país ha elegido. Sobre Felipe González recae hoy una responsabilidad de enorme magnitud, que no sólo se refiere a la concreción de sus ofertas, y de sus programas, sino al mantenimiento de la Monarquía parlamentaria como sistema estable de gobierno en este país que acabe por cicatrizar tantas heridas fratricidas como ha recibido en los últimos doscientos años. Los problemas urgentes -el terrorismo, el paro, la defensa de las libertades amenazas por el golpismo- son evidentes. Evidente es también que la transformación (le una sociedad no se hace en un suspiro y que esta será tarea de todos los días. Lo abultado de la victoria socialista, lo evidente (y para su persona emocionante) del apoyo de los españoles a la figura de Felipe González como presidente del Gobierno y a su partido como organización de poder debe ser moderado en la humildad ante la ingente obra que tiene por delante. Pues a la postre su acierto o fracaso nos competen en gran medida a todos y de él dependen en buena parte el futuro en libertad y paz de los españoles.

29 Octubre 1982

PSOE: de la taberna al Gobierno

Santos Julia

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En los orígenes fue una familia en torno a un abuelo. El socialismo español apareció, más que irrumpió, en el escenario de nuestra reciente historia como grupo de obreros de alpargatas -de los entonces llamados conscientes- que celebran con una comida de fraternidad y en un restaurante barato de los Cuatro Caminos madrileños su unión política. Pocos se enteraron, y menos festejaron, el nacimiento de la criatura. El grupo no gozó, en los primeros lustros de su existencia, de fuerte salud, y su abuelo guardián, Pablo Iglesias, veló celosamente -animando a unos, reprimiendo a otros- para que no sufriera la contaminación del ambiente, que no era poca en la España de la Restauración. La primera historia del socialismo es la historia de la escueta burocracia política de un movimiento sindical que pregona su programa máximo sólo para dedicarse, al resguardo de cualquier aventura política, a un programa mínimo. Los socialistas de la primera hora se encerraron en su gueto más que obrero, obrerista, con el exclusivo propósito de garantizar su lento y seguro crecimiento y obtener así algunas mejoras para una clase obrera que llamaba con desesperante parsimonia a las puertas de sus sociedades de oficio. De dimensiones raquíticas, si se compara con sus hermanos europeos de la Internacional, el socialismo español entró en el siglo atrapado en las redes, tan amorosas como asfixiantes, que el abuelo había tejido para él.

La que ya desde 1898 fue galopante crisis del sistema político de la Restauración hizo salir a la enclenque criatura de su amable gueto. El socialismo, que había enfatizado su carácter obrerista hasta el extremo, tuvo que unir fuerzas con el otro movimiento reformador que crece en España como denuncia, primero moral y luego política, de ese sistema oligárquico y caciquil en que vino a parar el invento de Cánovas. A partir de los años diez, la burocracia política del movimiento sindical socialista hace un hueco a su vera a intelectuales y profesionales que empujan al socialismo hacia el encuentro con los reformadores de las clases medias urbanas, en ruptura con una Monarquía que de parlamentaria y constitucional sólo conserva la fachada, nada lustrosa por cierto.

Y así acabarán por confluir a ese río humano que celebra gozosamente la instauración de la república española un día de abril de 1931, las dos únicas corrientes políticas reformadoras de nuestro siglo. Por una parte, los socialistas, dedicados por entero a una política social que dignifique el trabajo y la vida de una clase obrera situada en esa ancha franja que limita por un lado con el mal tirar y, por el otro, con la desesperación y el hambre. Por otra, los republicanos, empeñados entonces en modernizar un Estado cuya más probada habilidad consistía en canalizar a través de redes amiguistas y corporativas los recursos y el poder públicos para beneficio de intereses privados y parciales. Con sus proyectos de reformas sociales y su propuesta de un nuevo Estado, los socialistas y los republicanos constituyeron -tras no pocos avatares- la espina dorsal que hizo tenerse en pie a la Segunda República, cuyo mejor símbolo es, en la capital del nuevo Estado, el abrazo de los obreros que suben de Lavapiés con ,su blusa azul y los intelectuales que descienden de San Bernardo con su cartapacio bajo el brazo.

Las fracturas republicanas

Con todo, la confluencia de esas dos amplias corrientes reformadoras, enfrentada a la desmesura de los problemas que quedaron pendientes entre los escombros de la Restauración y la Dictadura, provocó en el seno del socialismo la reaparición de una antigüa línea de fractura entre la tendencia obrerista -que se presentaba con el embeleco revolucionario- y la tendencia políticamente reformadora. La fractura llegó esta vez al límite y la querella interna que se abrió en el socialismo en 1934 y 1935 acabo por escindirlo. El desgarro del socialismo español supuso la parálisis de la mayor fuerza política de izquierdas con que contaba la República. A causa de la debilidad que esa fractura produjo en las defensas republicanas, la rebelión militar de 1936 se llevó por delante tanto a quienes pretendían una nueva sociedad como a quienes se contentaban con afianzar un nuevo Estado. Porque, en definitiva, construir en tan corto período de tiempo y frente a tan poderosos enemigos otra sociedad con otro Estado resultó un proyecto desmesurado para las fuerzas en que se apoyaba el socialismo y el republicanismo: un sector de la clase obrera y campesina y otro de las clases medias urbanas. El tremendo esfuerzo que ambos hicieron para resistir la ola de premodernidad adornada de salvajismo que se les echó encima en forma de militarismo sacral, acabó por aniquilarlos y disolver su alianza histórica.

No su herencia. Pues si es cierto que la historia nunca se repite, ni siquiera como farsa -salvo que algún farsante de uniforme se empeñe en dar la, razón al Viejo Topo- también lo es que las grandes corrientes históricas acaban por vencer a sus presuntos enterradores. De este modo, la liquidación del obrero consciente que formaba la primera familia socialista, y la desaparición del intelectual republicano que formó el núcleo de la primera política reformadora, ha permitido que sus herencias se fundan ahora no ya simbólicamente en alguna celebración festiva, sino orgánicamente en un mismo partido.

Una nueva clase obrera

Porque si bien se mira, lo que ocurre con el socialismo tras la muerte de Franco es que, por una parte, renacen sus vínculos históricos con un poderoso movimiento sindical. El fundamento obrero del socialismo es fuerte ahora, tan fuerte o más que en épocas anteriores, ya que no sufre por su izquierda la presión de un movimiento sindical como fue la CNT. Ahora bien, la transformación de la clase obrera hace posible que sus intereses coincidan, en el interior de un mismo partido, con los de otros sectores de la sociedad. Quizá por vez primera en su historia, el socialismo español puede ser obrero sin ser obrerista. Al mismo tiempo, el hecho de que las clases medias urbanas hayan perdido la retórica republicana o, por decirlo de otro modo, sean tan modernas que prefieren atender a los contenidos de los regímenes políticos más que a sus formas institucionales, posibilita que sus proyectos reformadores se expresen en idéntico partido que canaliza intereses obreros, Si, pues, la desaparición de la alpargata hace posible la aparición de una nueva UGT, la suerte corrida por el republicanismo hace posible la emergencia de un nuevo PSOE, que por recibir un contingente sustancial de profesionales y técnicos sin perder e incluso afianzando su apoyo obrero, no necesita ya la vieja alianza de los años treinta para acceder al Gobierno, sino que se convierte él mismo en Gobierno. Y así, y por la misma razón que puede ser obrero sin ser obrerista, el PSOE puede -también por vez primera- gobernar sin ceder a su derecha las riendas del aparato del Estado. Esto, en España, jamás había podido ocurrir antes. Esto es, por tanto, un fenómeno histórico y no una mera coyuntura política.

Naturalmente, la desaparición de la doble base en que se apoyó el reformismo español hasta que fue liquidado por el franquismo, y su reaparición en una síntesis novedosa, ha sido posible por la propia transformación de la sociedad. Antes de la guerra civil era posible, y casi fatalmente necesario, que fuese un partido obrero el encargado de la política social y otro de clases medias el que asumiera el gobierno del Estado: el PSOE, a pesar de su mayor fuerza, cedió entonces la primacía a los republicanos. En la sociedad industrial que es la nuestra, esas tareas ya no, están separadas: no hay posibilidad alguna de hacer política social sin controlar al tiempo los recursos del Estado.

Ahora bien, la fusión histórica en un solo partido de las dos corrientes del reformismo español, además de basarse en una nueva sociedad, se ha visto claramente favorecida por una circunstancia que puede arruinarla: los tremendos obstáculos que en el mismo corazón de un aparato de Estado, que es la monstruosa y deformada imagen del Estado de la Restauración, pueden levantarse contra la reforma. Favorecida, porque la magnitud de la tarea de racionalizar y modernizar la Administración y los servicios públicos ha revelado la incapacidad política del centro y ha dejado él terreno libre a la izquierda porque en la derecha nadie es reformador. Y arruinarla, porque las expectativas de reformas en tantos y tan diversos ámbitos de la vida y su probable frustación, siquiera parcial, pueden provocar en el seno del socialismo la reabertura de su vieja fisura histórica.

El precio pagado por los socialistas para llegar a ser la primera fuerza política de España ha sido mantener en tensión, sin renunciar a ninguno de ellos, los dos polos de la doblé herencia reformadora de que hoy son depositarios. ¡De su capacidad para mantener esa tensión en una síntesis creadora depende, ante todo, su propio futuro y, tal vez, el Gobierno del Estado. Quizá pueda vislumbrarse un signo de esperanza en la lectura de Manuel Azaña que, según las crónicas, Felipe González ha hecho durante su gira electoral.