11 septiembre 2012

Críticas a la televisión pública nacional (TVE) por no abrir sus informativos con esa noticia

Diada catalana 2012: La reivindicación del ‘Pacto Fiscal’ toma el control del acto y lo convierte en una manifestación independentista

Hechos

El 11.09.2012 se celebró la Diada de Catalunya en la que se produjo una ‘cadena humana’ de manifestantes.

Lecturas

LA REIVINDICACIÓN DE ARTUR MAS

 El presidente de la Generalitat D. Artur Mas (CiU) ha advertido al Gobierno de D. Mariano Rajoy que si no concedía a la Generalitat el ‘Pacto Fiscal’, es decir, un mayor control desde la autonomía catalana los destinos del presupuesto que a la caja del Estado aportan los ciudadanos catalanes. Desde el nacionalismo catalán se considera injusta la cantidad de dinero que aportan frente a la que reciben en comparación con otras comunidades como Andalucía o Extremadura.

LOS AGITADORES DE LA INDEPENDENCIA

 Dña. Carme Forcadell, presidenta del lobby independentista Asamblea Nacional Catalana, ha apoyado la Diada reivindicativa, aunque ha dejó claro en una entrevista a EL TEMPS, 21-08-2012. que ella apoyaba el ‘Pacto Fiscal’ pero sólo como un escalón para la independencia.

 Dña. Muriel Casals, presidenta del lobby de difusión de cultura catalana Ómnium Cultural también ha respaldado convertir la Diada en una reivindicación del ‘Pacto Fiscal’ y, a la postre, de la independencia.

APOYO MEDIÁTICO 

 Los principales medios de comunicación públicos (TV3 y CATALUNYA RADIO) y privados (canales de televisión 8TV, CANAL CATALÁ, RADIO TELE TAXI, diarios LA VANGUARDIA, EL PERIÓDICO DE CATALUNYA, ARA y EL PUNT AVUÍ) dieron un apoyo entusiasta a convertir la Diada en un acto independentista. En unos casos sólo como modo de presión para el pacto fiscal pero en otros más directamente para iniciar la lucha por la independencia.

TVE EMITE LA NOTICIA EN QUINTO LUGAR

 Desde el nacionalismo catalán y también desde medios críticos al Gobierno del PP como el Grupo PRISA se criticó la decisión de los Informativos de TVE que dirige el Sr. Somoano de no encabezar sus informativos con la Diada independentista y relegarla al quinto lugar en sus telediarios de máxima audiencia.

12 Septiembre 2012

Nueva época

José Antich

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LA multitudinaria manifestación de ayer por las calles de Barcelona, y que se convertido en la más importante de la historia de Catalunya, abre una nueva época y zanja de manera abrupta el periodo de la transición a la democracia y a la autonomía iniciado en 1977. Algo más de una década de importantes desencuentros de los diferentes gobiernos catalanes con los inquilinos de la Moncloa, que se inició con la segunda legislatura de Aznar en el año 2000 y prosiguió con los dos mandatos de Rodríguez Zapatero, ha desembocado en una situación en que las demandas de la calle han superado a la propia clase política. Rajoy, en peores circunstancias que sus antecesores, no lo ha mejorado, pero habrá que esperar a su respuesta oficial sobre el pacto fiscal a Artur Mas el próximo día 20 para fijar una posición definitiva. Es muy probable que en los próximos meses veamos posicionamientos políticos nuevos tras el lógico vuelco que debe producirse tras la jornada de ayer. No es baladí que 1,5 millones de personas de tendencias ideológicas muy diferentes y de adscripciones políticas muy dispares se situaran detrás de una pancarta por un nuevo Estado en Europa y corearan reiteradamente eslóganes a favor de la independencia de Catalunya. Habrá quien en España no quiera darse por enterado, tienda a rebajar la importancia de lo que ayer sucedió y apueste por seguir haciendo oídos sordos a las reivindicaciones que se formulan desde Catalunya. No deja de ser llamativo que lo que para la BBC era la primera noticia de su edición digital, a la misma hora para TVE fuera la quinta noticia de la segunda edición del Telediario. Y así vamos. Mientras, la gente ha hablado, y eso nunca es un hecho menor.

12 Septiembre 2012

¿Y ahora qué?

EL PERIÓDICO de Catalunya (Director: Enric Hernández)

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«La nítida percepción de que el poder central no trata de forma justa a Catalunya está introduciendo en muchos ciudadanos templados de este país la tentación de querer romper el vínculo con España». Esta apreciación, contenida en el editorial de EL PERIÓDICO del día siguiente a la gran manifestación del 10 de julio del 2010 en protesta por el recorte del Estatut por el Tribunal Constitucional, ha quedado corroborada y aumentada dos años después. El desfile, ayer en Barcelona, de centenares de miles de personas detrás de una pancarta con el lema Catalunya, nou Estat d’Europa es una expresión espectacular del incremento de una desafección que estudios demoscópicos como el que este diario publicó ayer avalan inapelablemente.

Hay coincidencia entre sociólogos y politólogos en que la crisis económica y su corolario de dificultades para muchas familias han acentuado en Catalunya el profundo resquemor hacia una Administración central que, sea del color político que sea, regatea o niega a este rincón de la Península una financiación justa en relación al esfuerzo que aquí se realiza y la riqueza que aquí se genera. Es así, pues, que el agravio fiscal ha aumentado exponencialmente la cifra de independentistas en Catalunya. Pero de eso no cabe extraer que una (por lo demás improbable) rápida recuperación económica reduciría el soberanismo a los moderados niveles de hace unos años. Porque una parte de la población ya ha dado ese salto -y para muestra, el gran número de banderas estelades en balcones que nunca antes las lucieron- y, sobre todo, porque hay un grueso caldo de cultivo previo no estrictamente económico que facilita ese distanciamiento emocional de los catalanes con la idea de España: el desdén, cuando no abierto desprecio, de quienes saben que criticar agriamente a Catalunya, presentarla falazmente como insolidaria, no solo sale gratis sino que reporta réditos electorales o comerciales.

Inteligencia y lucidez

En los años de la transición, algunos analistas sostenían que el poder central español veía más factible -y temía más- la hipotética separación de Catalunya que la de Euskadi. El distinto grado de soberanismo de los respectivos nacionalismos dominantes y el terrorismo activo de ETA llevaron a muchos a tomar como una ensoñación esa posibilidad. Pero hoy en muchos catalanes, pactistas por naturaleza y tradición, anida cada vez más la creencia de que lo más conveniente es la ruptura con España. El encaje de Catalunya en el entramado político e institucional español es un asunto históricamente no resuelto. Y no lo estará mientras más allá del Ebro no se entienda que Catalu-

nya quiere sentirse respetada en la misma medida que aspira -o, al menos, ha aspirado hasta ahora- a participar de verdad en el pilotaje de España. Sin privilegios, pero sin injusticias ni agravios.

Ese ha de ser el marco de los pasos que ahora deben dar Artur Mas y Mariano Rajoy, que en apenas nueve días se entrevistarán en la Moncloa con el pacto fiscal como asunto capital. La torpe alusión del presidente del Gobierno al malestar que desembocó en la marcha de ayer -un «lío», dijo- no es el mejor presagio, y lo peor sería que intentase rebajar la tensión por la vía de la inacción y el silencio, tan habituales en él. Por su parte, Mas debe gestionar adecuadamente el éxito de la manifestación de ayer, sin alentar, por intereses electorales, vanas expectativas que generen más frustración. La situación abierta por este Onze de Setembre es un reto que requiere de la mayor inteligencia y lucidez, tanto en Barcelona como en Madrid, para hallar una salida en la dirección correcta. En caso contrario, el desafío que planteará la ebullición del independentismo será más doloroso. Y de final mucho más incierto.

12 Septiembre 2012

Cataluña nunca fue independiente

Francisco Marhuenda

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Los nacionalistas han convertido la caída de Barcelona, el 11 de septiembre de 1714, ante las fuerzas de su rey legítimo, Felipe V, en la fiesta nacional de Cataluña. Estamos ante un despropósito histórico, que no se puede corregir porque se ha convertido en un mito. Es cierto que todas las naciones y pueblos tienen sus mitos, pero con el tiempo se superan, abrazan los suyos con obsesivo fervor. Felipe V asumió la corona sin dificultad, aunque con unos pactos que querían impedir una unión entre Francia y España. Es cierto que el otro candidato, el archiduque Carlos, también podía esgrimir derechos legítimos, pero los del duque de Anjou eran más sólidos y había sido elegido por el difunto rey.

Las élites dirigentes catalanas, porque el pueblo no era un sujeto activo, fueron inicialmente leales a Felipe V, pero al estallar la Guerra de Sucesión pensaron que podían obtener mayores beneficios si se unían al archiduque Carlos, que era apoyado, entre otros, por Austria, Gran Bretaña y Holanda. Fue una guerra continental en la que realmente se dirimía la preocupación porque Luis XIV obtuviera una posición hegemónica si también controlaba la decadente España y su Imperio. Al final, la natural perspicacia de una parte de la aristocracia y la burguesía catalanas hizo que apostaran por el perdedor y la «recompensa» fueron los Decretos de Nueva Planta. Cabe recordar que el reformismo borbónico fue bueno para España. Por cierto, el archiduque Carlos olvidó sus pretensiones cuando murió en 1711 su hermano, el emperador austríaco José I, y le sucedió como Carlos VI. Hasta 1886, el 11 de septiembre quedó en el olvido, lo cual demuestra la huella que había dejado en el pueblo catalán. Un nacionalismo emergente decidió convertirlo en el símbolo de la patria perdida. Desde entonces, se dedicó a un laborioso esfuerzo de «arqueología voluntarista» y convirtió a Wilfredo el Velloso en «padre» de la nación catalana; a Jaume I, en un gran patriota (olvidando que repartió su reino entre sus hijos o cedió Murcia a su yerno, el rey castellano); el Compromiso de Caspe, en una traición; la Corona de Aragón en la confederación catalanoaragonesa y tantos otros hitos faltos de rigor y fundamento histórico. Cataluña nunca fue independiente, porque jamás existió como nación o estado. En la Edad Media no existía la soberanía nacional, era dinástica, ni la nación tal como se define desde hace más de cien años. Es cierto que el nacionalismo tiene historiadores que, ofuscados por el partidismo, reescriben la Historia y la hacen decir aquello que nunca sucedió, tal como pretenden. Los catalanes celebran mañana una ficción. Otra de tantas.

Francisco Marhuenda

12 Septiembre 2012

A Frankenstein se le escapa el monstruo

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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ARTUR MAS, con el apoyo activo de todos los estamentos financieros catalanes, los medios de comunicación y una TV3 convertida en plataforma de agitación, logró movilizar ayer a cientos de miles de ciudadanos en Barcelona, que salieron a la calle bajo el lema «Cataluña, un nuevo Estado en Europa».

Aunque había sido convocada originalmente para reivindicar el pacto fiscal, la manifestación se convirtió en un acto de exaltación independentista con pancartas en las que se pedía «libertad para Cataluña» y un nuevo Estado. Artur Mas apostaba por una presencia masiva de ciudadanos para presionar a Rajoy a negociar un pacto fiscal similar al concierto vasco. Pero los manifestantes ignoraron la pretensión de Mas y convirtieron la movilización en una reivindicación de la independencia, expresando claramente su voluntad de romper todos los lazos con España.

La inercia ha arrastrado tanto a los políticos catalanes que hasta una parte importante del PSC se ha sumado a este acto. El propio Duran i Lleida, que siempre se ha declarado contrario a la independencia, terminó por asistir y fue convenientemente abucheado.

No es exagerado decir, por tanto, que el juego independentista se le ha ido de las manos a Artur Mas, que ahora tendrá que gestionar esa ambición expresada en la calle por las bases nacionalistas de lograr la proclamación de un Estado catalán. Dicho de otra manera, a Mas le ha sucedido lo mismo que al doctor Frankenstein: que el monstruo que creó en el laboratorio para experimentar se le escapó de su control y adquirió vida propia, provocando unos daños que su inventor no había calculado.

Pero que cientos de miles de catalanes tomaran ayer el centro de Barcelona no significa que exista una mayoría social clara a favor de la independencia, ya que tampoco se puede ignorar que muchos catalanes más decidieron no acudir.

No es nuevo tampoco en la historia el fenómeno. Ya sucedió en momentos como la sublevación contra Felipe IV, la guerra de Sucesión y la proclamación del Estado catalán en la II República que duró unas pocas horas. Estos precedentes se resolvieron mediante actos de fuerza, pero, al margen de la plena vigencia de los instrumentos que contempla la Constitución para defender la integridad nacional, la situación ahora es enteramente distinta porque nadie piensa en recurrir a las armas.

El problema para Artur Mas y los nacionalistas catalanes es que la independencia de forma unilateral implica que Cataluña se quedaría fuera del euro y de la UE durante décadas, ya que España vetaría su ingreso. Ello tendría desastrosas consecuencias para el nivel de vida de los catalanes y la marcha de sus empresas. No deja de resultar paradójico que la manifestación de ayer se produzca en unos momentos en que las emisiones de la Generalitat son bonos basura precisamente por haber pedido el pacto fiscal.

Todo indica que Artur Mas va a utilizar esta movilización de la calle para lograr que Mariano Rajoy ceda ante su envite. Es lo contrario de lo que debe hacer porque los hechos demuestran que nada sirve para saciar las pretensiones nacionalistas. Es quien ha sacado a pasear al monstruo quien tiene ahora que resolver el problema de qué hace con él en la calle.

12 Octubre 2012

Diada histórica

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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Una de las mayores manifestaciones que se hayan visto jamás en este país desfiló ayer en Barcelona tras una pancarta que pedía la independencia de Cataluña. Y esto es lo que movilizó más directamente a los manifestantes, aunque el presidente catalán, Artur Mas, pretendiera en un primer momento convertirla en un apoyo a la propuesta de un pacto fiscal que planteará al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, el próximo 20 de septiembre. La novedad de la jornada, en relación a las anteriores celebraciones de la Diada Nacional de Cataluña, es que este año fue la reclamación de un Estado independiente la que aglutinó a una amplia gama de ciudadanos, desde quienes piden un nuevo modelo de financiación a los descontentos por los recortes.

Tan absurdo es negar la evidencia de los hechos que han conducido a una tal exhibición de fuerza del sentimiento independentista como banalizar la reivindicación de una jornada que abre un escenario político plagado de retos y riesgos y que exige, sobre todo del Gobierno español, pero también de la oposición, la máxima responsabilidad e inteligencia. También es un momento grave para CiU, la coalición gobernante en Cataluña, y sobre todo para el presidente Mas, que se ha visto desbordado en sus cálculos por la fuerza del independentismo, aunque se coloca en condiciones de capitalizar el quiebro convirtiendo un posible adelanto electoral en un plebiscito.

El oportunismo de CiU, que pide un pacto fiscal para quedarse y si se lo rechazan amenaza con irse, ha contribuido al éxito de la convocatoria, aunque no es la única explicación. Hay un cambio político de fondo revestido de un profundo malestar por la sentencia del Tribunal Constitucional que frustró la expectativa de una mejora del autogobierno; por una crisis que corta sus alas económicas; y por la nueva estrategia recentralizadora e intervencionista del PP. Es un malestar global, que le ha servido a CiU para desviar la atención por sus recortes sociales y sus responsabilidades en el endeudamiento catalán. Pero es también un enorme fracaso político al menos para los últimos Gobiernos de España, desde Aznar, que no tan solo han sido incapaces de articular una respuesta política, sino que han alimentado la espiral de radicalización. Cuenta, es cierto, la emergencia de unas nuevas generaciones, desacomplejadas y sin miedo ni memoria, que ven en la crisis europea una ventana de oportunidad para una Cataluña que prescinda de España.

La nueva situación puede complicarse aún más tras las elecciones vascas. Y el desafío requiere algo más que la paupérrima e insultante respuesta de Mariano Rajoy en la entrevista emitida por TVE. Calificar de mera “algarabía” lo que muchos catalanes viven como un sentimiento de agravio es una muestra de frivolidad que este país no se debería permitir.

La democracia española ha alcanzado un grado de madurez suficiente como para poder abordar este desafío, pero debe hacerse con claridad, respeto a las reglas de juego y alternativas viables a la propuesta independentista, con la que no se identifican numerosos catalanes que no acudieron a la manifestación. No es cierto que todos los caminos estén cerrados. Cabe y es necesario todavía un debate serio y constructivo sobre una forma de articulación entre Cataluña y España satisfactoria para todos. El modelo autonómico ha dado a España la mayor etapa de prosperidad nunca conocida, pero nada es intocable y son muchas las voces que defienden seguir profundizando en un modelo de corte más federal. En democracia, cualquier propuesta es legítima, incluida la independencia, pero quienes la defienden deben explicar muy bien qué quieren hacer con ella.