13 septiembre 2004
Ana Blanco seguirá siendo la presentadora del 'Telediario 1' de las 15:00
Lorenzo Milà se estrena como presentador del telediario estrella de TVE zapateriana [‘Telediario 2’ de las 21:00] sin corbata, aunque se la pondrá a la semana
Hechos
El 13 de septiembre de 2004 D. Lorenzo Milà se estrena como presentador del ‘Telediario 2’ de TVE.
15 Septiembre 2004
La corbata
La barba y la pana fueron características del uniforme progre hasta que la beaitiful felipista descubrió que la lubina a la sal te llama de usted antes de ser comida sólo si vistes de diseño y con la etiqueta por fuera, pa que se vea. Por no hablar de ‘Vogue’ no le tira ni una foto, si vas de pana y con la axila feminista sin depilar, que es costumbre francesa que tal vez las conejitas recuperen ahora que nos hemos mudado de eje. Aun así, y desde el asalto felipista a las boutiques de Serrano, los descamisados de Guerra se han quedado en descorbatados, pues el rechazo a la corbata, tan burguesa, tan de ir a un juicio o a pedir un crédito, ha quedado como la última reminiscencia de la estética progre. De ahí que nos haya decepcionado un poco después de ver el primer informativo de Milá, descubrir que el nuevo modelo de periodismo orgánico es lo de siempre, pero sin corbata.
O sea, periodistas que vienen de perder la primera mano de un strip-poker. Hay en Internet un informativo, nakednews.com, en el que las presentadoras van desnudándose según leen las noticias. Ahora que ha empezado a soltar lastre, nos queda la esperanza de que Lorenzo Milá acabe en pelotas. De hecho, y si sigue hablando así de Zetapé, con tanto entusiasmo aunque el presidente no desove como la tortuga, acabará desnudo y tocándose.
19 Septiembre 2004
El encanto de una carencia
¿Presentadores del Telediario sin corbata? SI
Aunque los psicoanalistas se empeñen en explicarnos que la corbata masculina es un símbolo fálico, la verdad es que en los códigos de la moda sirvió durante muchos años para distinguir a los burgueses de los proletarios. En mi generación, era impensable que un estudiante acudiese a un aula universitaria sin corbata y hubo que esperar a los desprejuiciados felices años 60 para que este imperativo empezara a cuartearse. Ahora es rarísimo ver una corbata en el alumnado universitario y creo incluso que quien la llevara resultaría estridente u ofensivo. Este proceso de relajación vestimentaria tuvo su antecedente en la desaparición progresiva del sombrero masculino, restaurado tras la Guerra Civil española con el eslogan Los rojos no usaban sombrero. Pero el tiempo todo lo erosiona y el sinsombrerismo acabó por triunfar.
Valga esta introducción para comentar el provocativo sincorbatismo que Lorenzo Milá ha implantado en los telediarios de TVE-1. Habíamos descubierto a Milá en La 2, una cadena más intelectual o informal desde su origen histórico en la UHF, en donde había sucedido a presentadores tan poco convencionales como los históricos Felipe Mellizo y Andrés Aberasturi. La 2 era la cadena progre, la del cine de arte y ensayo y los debates intelectuales. Y ni siquiera el reinado conservador aznarista consiguió despojar a esta cadena de esta aura de progresía y desinhibición. En ese marco sociocultural, el presentador sin corbata y con chaqueta de pana resultaba perfectamente coherente. Era lo que pedían los códigos no escritos que regulan su canon estético.
Pero Lorenzo Milá ha saltado a la primera cadena y en este salto ha transportado su imagen intacta, incluyendo el cuello abierto sin corbata, homologándose en este punto a su colega Ana Blanco.¿Revolución en palacio? La primera cadena de TVE es la tribuna de lujo de la casa, aunque a veces otras cadenas privadas le aventajen en audiencia. Pero es la cadena de los grandes eventos, de las bodas reales a los juegos olímpicos. Por eso a algunos les ha parecido chirriante el descorbatamiento de Milá. Yo creo que esta imagen relajada y anticonvencional está en sintonía con los nuevos tiempos políticos, acorde con el «socialismo libertario» de Rodríguez Zapatero y con el «republicanismo coronado» de Josep Bargalló, el conseller en cap catalán que se niega también a llevar corbata y ha explicado públicamente por qué: porque le oprime el cuello y le molesta.
No se trata, por lo tanto, de que TVE-1 se haya vuelto obrerista (si esto ocurriera, tendría que cerrar por falta de audiencia), sino que se ha vestido -o, mejor dicho, desvestido- de progre, de acuerdo con los nuevos vientos políticos que soplan en el reino. Pero también en sintonía con la moda vestimentaria dominante en nuestros espacios públicos. Fíjese el lector, al andar por la calle, la proporción de hombres que circulan con corbata y sin corbata. En ese punto, Lorenzo Milá ha decidido, simplemente, sumarse al gusto de la mayoría.
A eso se añaden unas consideraciones sobre la personalidad de Milá, tanto en el plano social como estético. En el social, hay que recordar que pertenece a una familia de la alta burguesía catalana, por lo que puede permitirse perfectamente llevar el sincorbatismo con perfecta elegancia y soltura. Sólo en las alturas sociales, que están más allá de los convencionalismos, el descuido puede adquirir encanto y donosura. La observación estética se refiere a que la ausencia de corbata sienta mejor a las personas espigadas que a las obesas. Los gordos necesitan un contrapunto vertical en su ancho torso, mientras que en los espigados la verticalidad de la corbata resulta un tanto redundante con su estructura corporal. Y, por último, la expresividad fácil, libre y desinhibida de Milá está pidiendo a gritos una informalidad vestimentaria que se llevaría muy mal con un rostro envarado y poco expresivo.
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Román Gubern es semiólogo, catedrático de Comunicación Audiovisual de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de diversos estudios sobre televisión.
19 Septiembre 2004
Un toque de clase obrera
Mal podría estar en contra de ese sincorbatismo que nos invade cuando, desde tiempos inmemoriales, yo mismo acostumbro a comparecer sin ella ante las cámaras televisivas. El uso de la corbata, al igual que su rechazo, es, por tanto, una cuestión irrelevante -véase el empate técnico del resultado del sondeo-. Sólo en este caso que nos ocupa -el de los presentadores que estudiada y deliberadamente y, siguiendo instrucciones, prescinden de tal adorno- adquiere todo el significado semiótico de un supersigno que va más allá de la utilización subliminal de su ausencia deliberada.
Mi rechazo del lance es de índole moral porque tras tal decisión nos encontramos ante una grosera superchería, una tosca impostura a base de sal gorda que pretende incorporar a las efigies de magnates o multimillonarios esa adherencia, ese touch of class, en este caso de working class, que no sólo suavice los eccemas y picores de las malas conciencias; sobre todo que se configure como un mecanismo de embaucamiento y narcotización de la ciudadanía.Un toque de clase, en este caso de clase obrera de toda esta muchedumbre de farsantes de poca monta, que al tratar de apoderarse de la silueta bronca y metalúrgica de un Nicolás Redondo, pongamos por caso, profanan con su intención la historia del movimiento obrero mientras en sus noticiarios deforman sin contemplaciones las imágenes de las acciones sindicales de los trabajadores de la construcción naval.
Porque la hipocresía y la simulación que subyacen en la sedicente cultura judeocristiana -y con las malformaciones añadidas de la castellanidad vieja: aquel hidalgo famélico que espolvoreaba sus ralas barbas con migas de pan y acompañaba con un escarbadientes su gesto cínico y autosatisfecho tras el que ocultar el hambre de tantos días sin probar bocado, mientras paseaba por la plaza pública- también está en el origen de esta patraña barata de los Milá y su gente.
Pero la razón real que impulsa a los majaderos que ordenan tal instrucción desde la cúpula de TVE es la de establecer diferencias terminantes entre la silueta política de sus gentes y las de los trajeados y estreñidos Gundisalvos del aznarismo y residenciar tales diferencias en la utilización subliminal de los atuendos, aunque los más vergonzosos y abultados estipendios y declaraciones de patrimonio se encuentren paradójica y precisamente en las filas de muchos de estos descorbatados caraduras. Es decir, con este tipo de lances se transmite una sensación intelectualmente nada entusiasmante: se gobierna desde la televisión, desde los medios, apelando no a los mensajes de densidad informativa y vocación pedagógica, sino utilizando los estímulos más primarios e intestinales de la comunicación subliminal.
Se trata de un simple, enternecedor y candoroso ejercicio de sinvergonzonería política, de retorno al pasado, a las viejas artimañas en rostros y odres nuevos, bien rasurados, pero también, y es lo más serio, el síntoma preocupante del efecto devastador que el mal uso de la televisión como artefacto, como subrepticia lavandería de cerebros, puede causar en el funcionamiento de las democracias.
No quiero pensar que aquel socialista leonés llamado Tito Melcón, procedente de una vieja familia republicana de Benavides de Orbigo, pudiera tener siquiera un ápice de razón cuando definió así a Zapatero: «Ni un mal gesto, ni una buena acción».
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José Luis Gutiérrez es periodista, escritor y columnista de EL MUNDO.
19 Septiembre 2004
Plegarias atendidas
Quizás Lorenzo Milá sólo desee, como Antonio Machado, que pasados los años se le recuerde, esencialmente, como un hombre bueno. Empeño que lanzándose en olor de santidad a una parrilla tan abrasadora como TVE no deja de tener una vocación de martirologio realmente entrañable. Descender a la tierra con la intención de predicar el credo donde caben todas las ideas, todas las opiniones y toda la imaginación puede parecer una hermosa y humilde ilusión mesiánica, sobre todo cayendo en un nido agusanado por donde trotan las cucarachas y sobrevuelan los buitres, pero entre la praxis y la profilaxis lo mismo suenan los clavos que anuncian la crucifixión como las tentaciones del diablo.
Milá tiene esa aureola de laico cura progre que enlaza con el talante y la ética angelical e ingrávida del presidente Zapatero.
20 Septiembre 2004
Los bigotes de Dalí
Con el respeto y afecto debidos a esta página y a las opiniones que por ella circulen, me parece que la cuestión de la corbata o el despechugue en los telediarios es como la de las cintas en la capa de un tuno: colorista y hasta divertida pero insustancial.
Lo que verdaderamente importa es quién nos cuenta las noticias, cómo nos las cuenta y sobre todo qué nos cuenta o, en su hipotético caso, qué se calla. En la tuna, por supuesto, la gracia está en como suena el pandero. O sea: ¿qué más da la corbata o el despechugue? Yo, si me lo permiten, diré que cuando presentaba y dirigía el telediario de las nueve en TVE, salí al foro, más bien forillo, siempre con corbata. Y creo que, aunque no la uso en mi vida civil desde hace tiempo, volvería a hacerlo en parecida ocasión si la hubiera. Pero eso fue y sería por un simple instinto de estilo personal y una forma de entender mi relación con la audiencia en un determinado programa de televisión. Pero nada más. Si otros tienen otro estilo o se relacionan con su audiencia de otra manera, eso es su derecho y su privilegio. Así que, ¿por qué no? Siempre que se lo permitan, claro.
Porque ésa es otra o la misma historia: según yo lo entiendo, un espacio televisivo no es territorio, espejo o guardarropa exclusivo de quien lo presenta. Las cadenas o canales tienen no sólo algo que decir sino, además, el derecho a fijar sus propias normas de imagen.
Total: así será si así nos parece. Tampoco es cosa de enzarzarnos en pifostios cainitas por una corbata, un pelo en pecho o, dicho sea solo por decirlo, un flequillo volandero. Siempre que, eso sí y para eso nunca tuve muchas tragaderas, no hagamos del descorbatarse, o viceversa, banderola, pancarta o uniforme de ideologías televisivas o de cualquier otra significación.
Si tengo que admitir, ésa es la verdad, que los dimes y diretes, debates al fin, por los condimentos de imagen de las gentes que salen en televisión ofrecen un cierto provecho a los condimentados: que hablen de uno aunque sea por la corbata. O también aquello que me dijo Salvador Dalí una vez que me atreví a preguntarle por sus bigotes: «Mientras los demás se fijan en ellos, yo hago lo que me da la gana…».
Conclusión y repito: ¿qué más da si te encorbatas o no? Lo que sí da es bueno, creo que lo he dicho antes. Así que, ya val
21 Septiembre 2004
La corbata
Los presentadores de televisión han empezado a quitarse la corbata en un striptease político, a ver si los jefes se fijan en el detalle y les suben el sueldo por ser los más emblemáticos, como se dice ahora. Lo de la corbata pertenece al socialismo de los gestos, que saca de su guardarropía la corbata de Milá, el suéter de Bardem, las medicinas de Llamazares y la sonrisa de Zapatero.
El socialismo de los gestos no es el verdadero socialismo, claro, pero ayuda a galvanizar a la multitud y a crear un ambientazo.Cuando un locutor se quita la corbata es como si la locutora se quita el sostén. Si Doña Letizia se hubiera quitado alguna prenda ante la cámara hoy no sería princesa. Pero Doña Letizia tuvo paciencia, no se quitó nada y esperó a que llegase el príncipe azul marino. Lo cual que Jaime Peñafiel está como si le hubiese dejado la novia, una novia princesa, escribiendo todas las semanas contra la teórica reina de España. Si Doña Letizia se hubiese quitado alguna vez una prenda en televisión, Peñafiel ya lo sabría y nos tendría al tanto. Lo que queremos decir es que la televisión tiene tanto poder que hay que cuidar mucho de lo que uno se pone y se quita en los telediarios, porque la gente se fija en todo y en seguida te fichan. A mí me cogieron antañazo por la bufanda colorada y todavía sigo siendo el tío de la bufanda.
El señor Milá quiere identificarse con el Gobierno que le ha dado un puesto importante. Hace continuos guiños con los ojos y la boca para que sepamos que él también es socialista y no mantiene la corbata políticamente correcta como si fuera Matías Prats hijo. Mientras estos chicos se definen por su gestualidad y su roperío, los jefes del partido y los ministros siguen indefinidos ante la movida de Atocha, que ahora revela don Pepiño que ya la conocían y que han sabido instrumentalizarla, con razón o sin ella. Incluso el presidente Zapatero se ha quitado la corbata en varios actos públicos. Son unos socialistas de entretiempo.A mí me regala muchas corbatas Cuqui Fierro y prefiero las abstractas a las figurativas. Es una decisión estética porque cuando andan las cosas tan confundidas no le queda a uno más que la estética para definirse. Woody Allen también se ha quitado la corbata y la pajarita en San Sebastián. Después de lo de las Torres de su amado Man-hattan, Allen se ha hecho de la izquierda clásica.
En nuestra postguerra alguien anunció que los rojos no usaban sombrero, y vino el sinsombrerismo. Habían ganado los nacionales pero toda España era roja. Como estamos en un momento dubitativo, unos se quitan la corbata y otros no. Las mujeres, que son más decididas y más concretas, tienen que empezar a quitarse cosas, a medida que dan el telediario, para que los hombres aprendan a despojarse. Lo de la corbata y las declaraciones de don Pepiño suponen un paso a la izquierda, pero ZP ha perdido votos desde que se quita la corbata. Lo suyo es, como he dicho muchas veces, el gótico tardoleonés. A medida que Milá se quita cosas, la locutora correspondiente también debe quitarse algo. Sería la única forma de animar esta televisión que sólo se anima con el corazón latino y los rulos de Bisbal.