25 marzo 1977
El ex ministro de la II República Gil Robles y el ex ministro franquista arrepentido Ruiz Giménez aspiran a agrupar a todos los demócratascristianos opositores al franquismo
Los exministros Ruiz-Giménez y Gil-Robles Quiñones constituyen la coalición ‘Federación Democracia Cristiana – Equipo Demócrata Cristiano’

Hechos
El 4 de febrero de 1977 la prensa informó de la constitución del Equipo Demócrata Cristiano del Estado Español. El 25.03.1977 se presentó públicamente la Federación Democracia Cristiana – Equipo Demócrata Cristiano.
Lecturas
El 25.03.1977 se presentó la Federación Democracia Cristiana – Equipo Demócrata Cristiano.
El 13 de abril de 1976 se celebró una reunión de partidos demócratas-cristianos de España, que forman el Equipo Demócrata Cristiano – Federación Democracia Cristiana, que planean presentarse en coalición en unas hipotéticas futuras elecciones legislativas en España. La coalición está formada por Izquierda Democrática, el partido de D. Joaquín Ruiz-Giménez Cortes (exministro franquista, opositor al régimen desde 1963), la Federación Popular Democrática (de D. José María Gil-Robles Quiñones), la Unió Democrática de Catalunya (UDC) y la Unión Democrática del País Valenciano. Los democristianos han invitado a su federación al Partido Nacionalista Vasco (PNV), aunque esta formación mantiene su propia hoja de ruta.
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INTEGRANTES EN EL ‘EQUIPO DEMÓCRATA CRISTIANO’
- Izquierda Democrática de D. Joaquín Ruiz-Giménez y D. Jaime Cortezo.
- Federación Popular Democrática de D. José María Gil Robles Quiñones y su familia
- Unió Democrática de Catalunya (UDC) de D Antón Cañellas Balcells.
- Unión Democrática del País Valenciá de D. Vicente Ruiz Monrabal.
- Partido Popular Galego de D. Fernando García Agudín
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También ha mantenido contactos con los democristianos el Partido Nacionalista Vasco (PNV) de D. Juan Ajuriaguerra y D. Julio Jáuregui Lasanta, pero no hubo acuerdo para integrar a estos.
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Federación Demócracia Cristiana será el nombre que adoptarán la coalición entre los partidos democristianos Izquierda Democrática (ID) que preside D. Joaquín Ruiz-Giménez, y la Federación Popular Democrática (FPD), actualmente encabezada por D. José María Gil-Robles y Gil-Delgado, hijo de D. José María Gil Robles Quiñones.
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El desastre electoral de los democristianos en las primeras elecciones llevará a la disolución de estos partidos políticos.


Las alternativas para el 15 de junio
31/05/1977
Las elecciones ya están en marcha, con toda su virtualidad clarificadora. Por lo pronto ya han dejado en ridículo a cuantos venían jugando con el desmadre de los 140 partidos y con las sopas de letras. Una sopa de letras que no han hecho nada por evitar, pues ni siquiera han sido capaces de mantener unido a ese Movimiento Nacional que proclamaban indestructible… El elector no va a tener que elegir entre ciento y pico de partidos: se le ofrecen unas cuantas opciones de las cuales sólo ocho se presentan en más de 25 provincias, y ni siquiera todas ellas tienen posibilidades reales de esa escala.A esa, clarificación debemos contribuir cuantas formaciones politicas nos dirigimos a los españoles. Serenamente, sin agresividad pero sin medias tintas, tenemos que hacer ver a nuestros conciudadanos:
(Federación Democracia Cristiana)
Decimosexta corrida de feria. Ocho toros de Luciano Cobaleda, d os de ellos de rejones. Todos de gran presencia. Los de lidia ordinaria, aparatosos de cabeza y astifinos- el cuarto, manso- los demás cumplieron en varas; difícil el primero, el resto con problemas pero manejables. Los de rejones, el primero ¿legre, el segundo reservón, con trapío y cornamenta terroríficos.José Fuentes: Bronca en los dos. José Luis Galloso: Escasa petición y vuelta. Palmas y pitos, y saludos. Gabriel Puerta, que confirmó la alternativa: Silencio. Vuelta al ruedo. José Maldonado: Silencio. (Descabelló su toro Rafael Chinarro). Manuel Vidrié: Oreja. Gran entrada. Presidió aceptablemente el señor Mantecón
1. Que en estas elecciones no se ventila el ser o no ser de España. El ser de una nación está por encima de estas contingencias históricas. El 15 de junio será, sí, una fecha importante en la historia de nuestro país, una fecha en que la voluntad de los españoles va a influir sobre el rumbo de los próximos decenios. Pero nada más. España ni se empieza ni se .acaba el 15 de junio. España la vienen haciendo muchas generaciones y la tenemos que seguir haciendo día a día, elección a elección, en una tarea tanto más exigente cuanto más avencemos en la vía del esfuerzo común y plural, eficaz por no ser excluyente.
2. Tampoco nos jugarnos la unidad de la patria. No hay, ni a escala española ni a la de sus países y regiones, ninguna fuerza política responsable que quiera destrozar esa unidad. Lo que querernos muchos es que esa unidad sea unidad de los corazones, y que para ello sea líbremente asumida por todos los pueblos que conviven en el solar hispánico. Quienes hacen daño a la unidad de España son los que pretenden el monopolio del patriotismo, quienes han detentado durante mucho tiempo el Poder y no lo han utilizado para fomentar la solidaridad sino para mantener viva la división entre vencedores y vencidos; quienes se han reservado para su reducido círculo todar la redistribución del Poder y mulando sobre Madrid una carga de centralismo y de recelos que a los madrileños no hacen más que perjudicarnos, en lugar de abordar la redistríbución del poder y de la Administración entre todas las regiones de España.
3. Por último, hay que decir con igual claridad que aquí no está en juego «dar la vuelta a la tortilla». 1936 quedó definitivamente atrás. Ni a estas elecciones. se presentan los españoles divididos en dos bandos, ni puede parcialmente preverse un triunfo de las fuerzas que en 1936 integraron el Frente Popular. Quienes gustan de preguntarnos por un «compromiso histórico» harían bien en dejarse de hipótesis descabelladas y darse cuenta de que estamos ante un supuesto mucho más sano: un abanico de opciones plurales entre las que los españoles han de escoger la que más les conviene.
¿Escoger en función de qué? Pues muy sencillo: escoger entre las diversas soluciones posibles a los problemas que tenemos planteados. Y estos problemas son, básicamente, los siguientes:
A) La Constitución. Los ciudadanos pueden escoger entre seguir con el artilugio de las Leyes Fundamentales, más o menos remozado (es lo que propone Alianza Popular), decidirse por una Constitución como la de los países de Europa occidental (tesis de demócrata-cristianos y socialistas), o quedarse en el medio camino actual, redactando una mini-Constitución que deje a salvo -más o menos modernizados- organismos como elConsejo del Reino y otros mecanismos de poder del sistema anterior (es el camino que ha seguido hasta ahora el presidente Suárez, inspirador y principal potencia de la Unión del Centro Democrático).
B) La crisis económica. Para resolverla, los ciudadanos han de dar su confianza: a) a los señores de Alianza Popular. que desde 1973 a 1976 estuvieron en el Poder y no supieron preverla ni adoptar las medidas adecuadas, b) o al presidente Suárez. que durante los diez meses que lleva en el Poder no ha sido capaz de poner en práctica y explicar al país un plan coherente, que no ha tenido el valor de exponer a sus conciudadanos la necesidad de unos sacrificios indispensables ni de adoptar medidas impopulares; que ha demorado ínexplicablemente la legalización de las organizaciones sindicales y empresariales, interlocutores indispensables para llevar a cabo una tarea eficaz en esta materia, y cuyo mandato se ha caracterizado por el vertiginoso aumento del coste de la vida y de la deuda exterior-, c) o a fuerzas socialistas y comunistas, cuyo acceso al Poder en posición mayoritaria -de he.cho, hoy utópico- pondrían en crisis de confianza todo el sistema económico; d) o, en fin, a la Federación de la Democracia Cristiana y sus compañeros del equipo. única ideología. la demócrata-cristiana, capaz de restaurar una economía sobre la base del entendim i ento y el diálogo interciasista. tal y como supo hacerlo en el momento en que Europa tuvo necesidad de ello.
C) La incorporación de Europa. Incorporación que sólo podrá hacerse con el apoyo de las grandes corrientes políticas europeas. Ya es hora de dejar de pretender seguir siendo diferentes. En Europa hay conservadores, liberales. demócrata-cristianos, socialdemócratas, socialistas y comunistas, y aquí también. Unas veces gobiernan en coalición, otras separados. Pero lo que no hacen es presentarse a los electores en revoltijo, mezclados en formaciones que desde ahora van diciendo que no seguirán juntos después de las elecciones.
En España hace falta estabilidad en el Poder. Pero la estabilidad del Poder no puede descansar en la popularidad de un hombre. Ha de asentarse sobre las preferencias de los españoles claramente expresadas. Sobre acuerdos de gobierno en que cada una de las partes sepa con qué respaldo cuenta, y no sobre lealtades personales movidas por la pura rentabilidad electoral.
Por eso la Federación de la Democracia Cristiana, que es parte del pueblo, sabe que éste no se va a dejar manipular. Que terminará votando a una opción independiente, dialogante, progresiva y europea: la democracia cristiana.


03 Junio 1977
El laberinto demócrata cristiano
TODOS LOS sondeos, por el momento, coinciden en predecir un escuálido resultado electoral para la democracia cristiana española. Este ha sido uno de los datos más sorprendentes aportados por las primeras encuestas, pues la corriente democristiana ha sido la que ha inspirado a gran número de partidos de la derecha europea en el último siglo. También, en las escasas encuestas que se realizaban en los últimos años del franquismo, la posición de la democracia cristiana salía con mejor imagen, en cuanto a preferencias de un posible electorado. Pero, confrontada a una realidad concreta de elecciones inminentes, estas esperanzas se han desvanecido.¿Por qué? Las razones, en principio, son cuatro. En primer lugar, el electorado potencial de la derecha o el centroderecha está siendo absorbido por opciones de otro tipo, que pueden ir desde la Unión del Centro Democrático a Alianza Popular. Pues, en segundo lugar, no cabe duda de que la identificación de la democracia cristiana oficial con el franquismo durante los últimos años -o, al menos, de sus principales figuras- ha perjudicado a esta corriente en su imagen democrática, que algunos líderes incontaminados han pretendido preservar, pero, por lo visto, sin grandes resultados. Al mismo tiempo, y esta es la tercera razón, los programas de la DC son, a menudo, vagos, y, en ocasiones, totalmente maximalistas, llegando en algunos temas a posiciones que están más allá que las marxistas. Esto ha creado una desorientación que ahora repercute en su contra.
Por último, hay que tener en cuenta que la Iglesia española no se ha querido beligerante para apoyar la formación de un gran partido demócrata cristiano, que, sin este apoyo, es impensable. Como también parece impensable que la Iglesia cambie a estas alturas de estrategia.
La democracia cristiana en Europa, para convertirse en un gran partido político, ha tenido que superar una dicotomía: la dependencia directa de la jerarquía eclesiástica o la tentación de colaborar con regímenes fascistas. En España, durante más de veinte años, sólo una figura pública, la del antiguo ministro de la CEDA Giménez Fernández, dio un testimonio claro de rechazo al régimen de Franco, que se tildaba de católico. Mucho después, con el alejamiento de Ruiz-Giménez y la vuelta de su exilio voluntario de Gil Robles, comenzaron a constituirse en España los primeros núcleos democristianos totalmente exentos de tinte fascista. Pero el magnetismo del poder y una versión interesada de la doctrina del posibilismo político explican la incorporación a sucesivos Gobiernos del general Franco de personalidades que se autodefinen como demócratas cristianos. Más tarde, el proceso de apertura política que se inicia con la Monarquía limpia las filas democristianas del tinte franquista. Todos los intentos de constituir una auténtica democracia cristiana con la herencia del franquismo fracasan.
Por otro lado, la actitud de la Iglesia católica española ha jugado una mala pasada a la posibilidad de un partido demócrata cristiano fuerte y unido. En estos momentos, la Iglesia católica española purga sus lustros de dócil connivencia con el franquismo. La evolución posconciliar ha coadyuvado también a que la Iglesia española parezca retirarse, al menos por algún tiempo, de los asuntos políticos. Aunque alguno de sus príncipes no esté resistiendo en estos momentos, de manera individual, a la tentación de intervenir en asuntos terrenales, llegando hasta la parcialidad absoluta: a hacer recomendaciones partidistas o a desaconsejar el voto a determinadas tendencias.
De una situación política tan confusa no podía surgir una postura ideológica clara. Los programas de los diversos partidos demócratas cristianos pecan de falta de concreción, cuando no apuntan hacia formulaciones izquierdistas al estilo MAPU chileno, poco acordes con lo que puede ser su electorado potencial. Proclamar la primacía de los derechos humanos y de las libertades públicas, la separación de la Iglesia católica y del Estado, o reconocer el derecho de autonomía de las diferentes regiones dentro de una estructura federal, es un muestrario de buenas intenciones que no distingue a ningún partido en la España de 1977. Defender la socialización gradual de la economía o abogar por la primacía de la autogestión subrayan el peligro señalado en el segundo término. Un partido demócrata cristiano es sólo muy difícilmente -por no decir prácticamente imposible- un partido de izquierdas. Las clases medias conservadoras son su principal clientela, y plantear programas sociales que les llevan casi a la izquierda del PC es toda una ingenuidad.
Las elecciones pueden aportar elementos de solución a los problemas que aquejan a nuestra democracia cristiana: pero no parece posible que puedan disipar todas las dudas de la noche a la mañana. En este contexto hay que constatar dos casos específicos, que en parte se salvan de este triste panorama, y que, al mismo tiempo, apoyan los argumentos de este comentario. Son las dos excepciones del País Vasco y Cataluña. En Euskadi, la democracia cristiana está representada por el Partido Nacionalista Vasco, que no ha experimentado el descrédito de la misma doctrina española por una razón bien sencilla: ha sido una fuerza beligerante contra el franquismo y no se ha erosionado ante el modelo de democracia que se nos presenta. Al mismo tiempo, ha contado con un gran apoyo no menos beligerante, en ocasiones, del clero vasco. Y cabe señalar que el País Vasco es la única excepción que presentan los sondeos: en toda España las encuestas dan a la Unión del Centro como posible ganadora, excepto en Euskadi, donde el primer lugar en las preferencias del electorado lo ocupa el PNV. Sin llegar a estas cotas la democracia cristiana catalana goza asimismo ante su electorado de una imagen mucho más prestigiosa que en el resto del país.
En estas dos opciones se ve cómo la derecha y el centro derecha encuentran su cauce natural de expresión, por encima de respuestas más artificiales y coyunturales -como la Unión del Centro- o más conservadoras, como Alianza Popular. ¿Podrá resucitar de sus cenizas la democracia cristiana española? Sería de desear que así sucediera, para bien del pueblo español, en nuestra opinión. Pues la profunda influencia del cristianismo y de la doctrina social y política de la Iglesia católica sobre nuestro pueblo -aunque no se refleje en esta confusión preelectoral apresurada- es indudable. Si sus resultados, el día 15, son estimables, aún cabe la esperanza. Si son ínfimos, su electorado potencial se repartirá implacablemente entre otras opciones.
El Análisis
Las elecciones del 15 de junio de 1977 marcaron un hito en la transición democrática de España, pero también dejaron al descubierto la incapacidad de ciertos proyectos políticos para adaptarse a las expectativas del electorado. Este fue el caso de la Federación Democracia Cristiana (FDC), liderada por Joaquín Ruiz-Giménez y José María Gil Robles Quiñones, cuya candidatura fue incapaz de obtener escaños más allá de los dos conseguidos por Unió Democràtica de Catalunya (UDC). Este fracaso evidencia no solo los errores estratégicos y estructurales de la coalición, sino también la dificultad de la democracia cristiana para encontrar su espacio en el panorama político español. El análisis del artículo de campaña de Gil Robles Quiñones en El País subraya las tensiones inherentes al discurso de la FDC. Gil Robles buscó posicionar a la federación como una alternativa responsable, dialogante y moderna, en contraste con la herencia franquista de Alianza Popular y la heterogeneidad de la UCD. Sin embargo, el mensaje resultó demasiado complejo y desfasado para conectar con un electorado polarizado que, o bien prefería opciones conservadoras más firmes como las de Manuel Fraga, o bien abrazaba el pragmatismo reformista de Adolfo Suárez. Además, la FDC trató de proyectar una imagen de renovación y autonomía que chocaba con su pasado: tanto Ruiz-Giménez como Gil Robles, aunque distanciados del franquismo en sus últimos años, habían formado parte del régimen, lo que los colocaba en una posición de ambigüedad política difícil de sostener.
El editorial de El País también aporta una visión crítica que resulta fundamental para entender el contexto del fracaso. El texto señala que la democracia cristiana en España no logró desprenderse del peso de su complicidad histórica con el franquismo ni encontrar un electorado natural. Por un lado, las clases medias conservadoras, que en otros países europeos han sido la base de los partidos democristianos, se inclinaron en España hacia opciones más claramente vinculadas al orden y la continuidad, como UCD y AP. Por otro lado, las posiciones programáticas de la FDC, en algunos casos cercanas a la izquierda (como la autogestión o la socialización gradual de la economía), desorientaron a votantes que asociaban esas propuestas con partidos progresistas como el PSOE o el PCE.
En última instancia, la FDC no logró superar dos barreras clave. En la derecha, los votantes que aceptaban la democracia preferían opciones lideradas por figuras que no renegaban del franquismo, como Suárez y Fraga, por lo que Ruiz-Giménez y Gil Robles fueron percibidos como marginales e ineficaces. En la izquierda, la figura de Ruiz-Giménez, a pesar de su activismo antifranquista en la última etapa del régimen, no fue suficiente para atraer a un electorado que desconfiaba de sus credenciales y que veía en otras formaciones una mejor garantía de cambio. Este desajuste estructural explica por qué la democracia cristiana, una corriente ideológica fuerte en países como Alemania o Italia, no ha logrado en España el arraigo necesario para consolidarse como un actor relevante. La historia de la FDC en las elecciones de 1977 es, en esencia, la historia de una oportunidad perdida y de una desconexión con la realidad sociopolítica del momento. Si bien las circunstancias específicas de la transición política española no favorecían la emergencia de un partido democristiano fuerte, los errores estratégicos y la falta de un mensaje claro y unificado contribuyeron a su fracaso. En un país donde las heridas del pasado aún marcaban profundamente las lealtades electorales, la FDC fue incapaz de ofrecer una respuesta convincente que reconciliara las demandas de modernidad con las de memoria histórica y cambio.
J. F. Lamata