5 abril 1977

Gil Robles y Ruiz Giménez se presentaran como 'Equipo Demócrata CRISTIANO', aunque haya cristianos en prácticamente todas las candidaturas incluido el PCE

Polémica entre Ricardo de la Cierva y Carlos María Bru Purón sobre el papel de los cristianos en política

Hechos

En abril de 1977 se produjo un intercambio de artículos en las páginas de EL PAÍS entre D. Ricardo de la Cierva y D. Carlos María Bru.

06 Abril 1977

Reflexiones sobre la Iglesia y el Poder

Ricardo de la Cierva

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Unas declaraciones del cardenal de Sevilla, doctor Bueno Monreal, se han destacado con glandes titulares, pero no han suscitado los comentarios que, sin duda, merecen. El resumen de las declaraciones, según la Agencia Cifra, es éste: «La Iglesia es el conjunto de los fieles; pero suele entenderse que la Iglesia son los obispos. Pues bien, los obispos no han participado ni participan en el engranaje del Poder. »El contexto de las declaraciones confirma este resumen: no lo desvirtúa. Con el máximo respeto para el cardenal y con expresa confesión de pertenencia a esa realidad global de la Iglesia que él apunta, con toda razón, permítaseme una discrepancia completa con esa tesis; discrepancia que en los momentos actuales, cuando la Iglesia universal y española se encuentran en pleno viraje de sus relaciones de poder, puede resultar especialmente clarificadora.

La Iglesia es, desde luego, una sociedad espiritual que trasciende al espacio y al tiempo. La historia de la Iglesia es mucho más que la historia del Poder. Pero la -dimensión humana de la Iglesia -incluso de acuerdo con las directrices espirituales de su libro básico- puede y debe juzgarse con ojos humanos; es toda la teoría evangélica del escándalo. La Iglesia es espiritual; pero debe también parecerlo. En toda la larga historia de sus relaciones de poder no solamente no lo parece, sino que casi nunca lo es.

En el próximo Sínodo de los Obispos habrá una fuerte tendencia a plantear al Papa Pablo VI la definitiva renuncia, y no sólo teórica, a la doctrina medieval de las dos espadas: del doble poder. Así estamos todavía. Y buena falta hace: porque desde siglos antes de la formulación de esa teoría -desde la asimilación constantiniana- la Iglesia ha procurado vivir, no sólo en alianza, sino en simbiosis con el poder predominante en Occidente: la Iglesia católica ha sido una legitimación y una irradiación del poder occidental.

Sólo cuando el poder de Europa ha emigrado a centros de poder extraeuropeos se ha iniciado en serio el proceso de aproximación de la Iglesia a esos centros de poder; y la verdadera universalización estructural de la Iglesia.

Este proceso se ha conducido por vías políticas y diplomáticas; que son los cauces normales de relación. del Poder. Una de las peticiones más apremiantes del próximo Sínodo episcopal en Roma va a ser, precisamente, la desaparición, no simple enmascaramiento, del anacrónico y antievangélico sistema de nunciaturas; que no son tanto representantes del Papa, sino tentáculos del poder político de la Curia Romana. Para ello debería el Papa abordar a fondo la reforma de la Curia; pero sus reiterados fracasos en ese empeño lo hacen ahora muy dificil. La Curia es la primera burocracia del mundo: la más implacable, la menos cristiana.

¿Qué podríamos decir de España? Para el concepto simplificador y a la vez simbólico que el pueblo español tiene sobre el Poder la frase del cardenal de Sevilla resulta especialmente comprometida. Durante trece siglos -más o menos desde que existe España- la Iglesia no sólo ha estado próxima al engranaje del Poder, sino que ella misma ha sido el engranaje del Poder. Eso significa precisamente el antiguo régimen: la identificación del trono y el altar. Fue, desde luego, una usurpación de las funciones de la Iglesia por el Estado; pero también una usurpación de las funciones del Estado por la Iglesia. La cual no debería sentirse muy a disgusto con el sistema, porque lo empleó, sin protestas conocidas, durante siete siglos. Nuestras Cortes medievales vienen deCuria; término y realidad de la simbiosis eclesiástica.

En la época contemporánea las relaciones de poder se agriaron en la Iglesia; por el apego de la Iglesia al sistema del antiguo régimen, que ha intentado resucitar siempre que ha podido, a veces con notorio éxito y con clara aplicación del chantaje espiritual que le daba, ante el pueblo cristiano, su posesión de las llaves de la eternidad. La incultura de la sociedad política española, y muy en especial la dramática incultura de la Iglesia contemporánea, ha llevado a resultados absurdos, esperpénticos; como la oposición dogmática de la Iglesia al liberalismo; como el planteamiento del liberalismo (por culpa, también, de los liberales) en términos casi exclusivos de anticlericalismo; como la interpretación de las normalizaciones cívicas de la Segunda República en términos de persecución (también por culpa de los republicanos) y de la reacción ante esas persecuciones nada menos que con la última de las Cruzadas.

¿Y en nuestro tiempo? La generación media española, no se olvide, ha nacido durante la última de las cruzadas; que no fue proclamada por el nuevo Estado rebelde de 1936, sino por la propia Iglesia jerárquica. El régimen del general Franco, cofundado y legitimado por la Iglesia, ha sido el último intento de resucitar en España el antiguo régimen. Aparte la cruzada, la Iglesia, española salvó al régimen en sus momentos más difíciles. «No se nos comprende: pero la cruzada fue un plebisticio armado», proclamó en la Roma de 1946 el cardenal de Toledo cuando las Naciones Unidas se aprestaban a condenar al régimen de Franco. Y al regreso, cuando se publicaba la Declaración Tripartita, cenaba en el Pardo con el nuncio y tres cardenales más.

Con una fidelidad absoluta, el catolicismo político ha seguido etapa a etapa las directrices de la Iglesia vaticana y española. Desde su configuración como movimiento moderno, una vez salido de las cavernas del carlismo al hilo de la restauración de 1876, el catolicismo político español ha montado siempre varias opciones para no perderse nunca la participación directa en el poder. La restauración le contuvo y le frenó, sin ahogarle. El catolicismo político español ha sido creado por la jerarquía española, directamente, en sus diversas etapas, y ha sido creado como opción expresa de poder. Duplicada, como decíamos, para avanzar hacia el poder desde el Gobierno o desde la oposición. Cuando algún católico notorio -como Canalejas, con oratorio en casa, Niceto Alcalá Zamora, de comunión semanal- no se insertaba en las filas del catolicismo político oficioso, la Iglesia le retiraba su apoyo político, en favor de otros líderes con mayor sentido de la dependencia. Dependencia que ellos niegan cínicamente.

En 1945 los hombres de la Editorial Católica tomaban los mandos en sectores delicadísimos del poder franquista -la educación, la defensa exterior del régimen, la censura- previo permiso del nuncio y del primado. El permiso está confirmado documental mente: y es un hecho revelador. Otro sector católico -mínimo- quedaba fuera del régimen mientras la Iglesia apoyaba abiertamente a los colaboracionistas; recuérdense los nombres de Gil Robles, ahora desahuciado, o Fernando Alvarez de Miranda. Pero cuando cambiasen las tornas, el antiguo partido católico -que no fue nunca una democracia cristiana- resucitaría de sus cenizas como Democracia Cristiana, previo sacrificio ritual del propio Gil Robles y con la tendencia desahuciada en disposición de tomar el relevo. Las feroces invectivas que entretanto se habían dedicado los señores Gil Robles y Martín Artajo que daban para los anecdotarios. La Iglesia conservaba intactas sus raíces para el brote de nuevas relaciones de poder. No cito su nombre, porque venero su sacrificio personal. Pero algún eclesiástico famoso que entró en el centro de Madrid con las tropas de Franco en 1939 está ahora dispuesto para irrumpir en la Puerta del Sol bajo las pancartas de Comisiones Obreras. Es algo más que una caricatura; puede ser un símbolo. La conversión de la Iglesia desde el franquismo al antifranquismo militante se ha podido consumar en España mediante una coartada colosal: el Concilio Vaticano II. Y gracias a la torpeza supina del régimen anterior, con dos responsables en primer término: Luis Carrero Blanco y Carlos Arias Navarro. Hay un instante dramático, sobre el que las futuras historias volverán a fondo: la crisis Añoveros, con los dos centros de Poder -el Gobierno y la Comisión Permanente de los Obispos- reunido torvamente, amenazadoramente a unos cientos de pasos el uno de otro, con emisarios e insinuaciones de uno a otro, y con un desprecio total por la dignidad política del pueblo español que asistía sobrecogido al tacto de conocidos entre sus dos sociedades perfectas. Moraleja: el naciente liberalismo español es incompatible con la DC, y no debe resucitar como antieclesiástico, pero (aunque jamás como torpe exclusiva) tampoco debería renunciar a un sereno anticlericalismo crítico efectivo. Iniciamos ahora otra etapa. El Equipo Demócrata Cristiano del Estado Español -y de los grandes expresos europeos- se ha transformado calladamente en algo más corto: Equipo Democracia Cristiana. Dentro de unas semanas se acortará todavía más y sólo quedarán las siglas has hace unas semanas prohibida DC. El catolicismo político español va a reunirse. Ahora ya no es confesional, lo mismo que Iglesia ya no es política. La Iglesia española -lo hemos reconocido todos- ha prestado un gran servicio a España y a la Corona durante la transición. Todo indica que ahora desea cobrar, al contado y con fuerte interés, ese grave servicio. Si en épocas anterior el catolicismo político español presentaba dos opciones, ahora se ha entrenado largamente con tres o cuatro. Dentro de ese régimen de Franco, enfeudado a doctrina católica hasta en sus mismísimas Leyes Fundamentales, nació el Opus Dei, dentro un contexto eclesiástico, justo donde se reunían las más sutiles relaciones de poder hacia el Estado y hacia la propia Iglesia, y el Opus Dei nació otra alternativa de poder cristiano. El catolicismo político ha segrega utilísimas plataformas de poder durante la prolongada transición entre las que destaca, por su alto índice de eficiencia, el grupo Táctico, tan aparentemente alejado del confesionalismo que tomó por epónimo al gran escritor que borbotó la primera gran blasfemía histórica contra el cristianismo, pero tan distinguidos jóvenes políticos no tienen por qué conocer a fondo la historia romana.

La historia romana. Ahí están todas las claves.

12 Abril 1977

Sin pasmo y sin cuidado

Carlos María Bru

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No me ha producido pasmo alguno el artículo de Ricardo de la Cierva «Reflexiones sobre la Iglesia y el poder», en cuanto a que su primera parte nos muestra cosa, tan archisabida como la colusión de ambas potestades durante trece siglos de la historia de España y la exacerbación de tan pernicioso fenómeno durante los cuarenta años de régimen franquista, y en cuanto a que en su segunda parte reitera ataques ya acostumbrados contra la Democracia Cristiana.Tampoco me producen mucho cuidado tales ataques, por venir de quien vienen: el hecho de que tema un «confesionalismo» democrático quien durante sus muchos años de satrapía histórica de la Dictadura por especial concesión del dictador, nunca se atrevió a denunciar el nacionalcatolicismo franquista, parecer bastante irrelevante.

Más bien, para lo que utilizó Ricardo de la Cierva su monopalio oficial de archivos y microfilines, su ejercicio de censura informativa, fue para atacar con la mayor impunidad a la Oposición, como, por ejemplo, para llamarnos «secuaces del conde don Julián», a quienes participamos en el «contubernio de Munich». 0 para hacer un panegírico, ciertamente inteligente por su barniz de neutralidad, pero siempre decidido, del general Franco: son botones de muestra las tres versiones sucesivas de R. de la Cierva sobre el bombardeo de Guernica al efecto de eximir de culpa alguna en la masacre a su caudillo; su olvido, sospechoso en historiador tan puntillista, de las treinta y tantas horas de Franco en Casablanca- antes de ponerse al frente de la rebelión, para ver por dónde iban los tiros de ésta; su afirmación, porque sí, de que no hubo arriba de 14.000 fusilamientos en la posguerra, cuando todos los historiadores, basados en datos estadísticos, entienden que fueron más de-100.000

Pero he aquí que, durante los estertores de la Dictadura, fulminado el cronista oficial del Reino por el rayo de la conversión (permítaseme glosar a Gil-Robles) en su coche oficial, se dedica con perseverancia a dos tareas: la primera, de la que es muy dueño, a volcar su monopolio informativo sabiamente dosificado, en pormenorizados «raccontos» franquistas, desde,el tornazo al tbo. La segunda, a alertar al país contra el peligro que contra la libertad supone la existencia de una fuerte Democracia Cristiana.

Creo que al hacerlo así incurre en triple ignorancia.

En cuanto historiador del régimen al que sirvió y del que se sirvió la primera ignorancia el excusable ¿Cómo va a saber nada de las luchas en pro de la libertad por parte de los demócratas cristianos, junto con liberales, socialistas, socialdemócratas, comunistas y demás fuerzas de la Oposición? Pero, para colmarla, le sugiero que les pregunte a todos éstos si para la instauración de la democracia les ofrece más garantía un poderoso partido DC o don Ricardo de la Cierva.

Ignorancia, también excusable por tratarse de historia extrafranquista, de lo que la DC en el Gobierno ha significado -aparte matices de contenido socioeconcimíco- en cuanto al respeto de las libertades en Alemania, Italia, Bélgica, Austria, Venezuela o Chile, por citar sólo unos ejemplos, y en cuanto a la vigencia, durante los mismos, de una auténtica separación entre las Iglesias y el Estado.

Ignorancia la tercera -remediable con sólo leer los programas de los partidos del equipo DC y, a no dudarlo, el futuro del PDC, presidido por Alvarez de Mirandarespecto á unas declaraciones de aconfesionalismo no meramente nominales, sino desarrolladas por una articulación muy concreta del aludido principio de separación.

Ricardo de la Cierva no se ha dado cuenta de que nuestra inquietud evangélica no constituye soporte, sino incitación para un compromiso democrático en todos los niveles que lleva muchos años dando frutos por el mundo y que carece de apoyo alguno externo a sus píopios militantes y al que, es de esperar, y si don Ricardo de la Cierva no lo impide, le prestarán sus muchísimos votantes.

16 Abril 1977

De la Cierva contesta a Bru

Ricardo de la Cierva

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El señor Bru, don Carlos María, dedicados columnas largas en EL PAIS del martes de Pascua, para decir que mi artículo sobre la Iglesia y el Poder le tiene sin cuidado. Sin replicar con una sola razón a mis razones se limita a acumular falsedades e insultos contra mí. Un procedimiento muy demócrata y, sobre todo, muy cristiano.No le imitaré y replicaré con razones. Dice que jamás me atreví a denunciar al nacionalcatolicismo franquista; lea mi Historia de la guerra civil españolatomo 1, página 482 (publicada en 1969); mi Historia básica de la España actual (publicada en vida de Franco, y siendo yo director general), páginas 486 y 498, entre otras muchas); mi Historia ilustrada de la guerra civil, página 212 de la quinta edición del tomo II, editada en 1972; y si el señor Brú conoce el mundo cultural mejor que el histórico sabrá que los historiadores oficiales no suelen llegar a las quintas ediciones, ni vender doscientos mil ejemplares de sus libros. Y podría añadir a estas muestras centenares de citas.

Dice el señor Bru que he dado tres versiones del bombardeo de Guernica; lo que he dado son varias aproximaciones (siete, en concreto) a medida que aparecían, en parte por mis propias investigaciones, nuevos documentos; hasta la versión definitiva sobre Guernica que publicaré en el próximo número de mi revista de Historia, debida al insigne historiador Jesús Salas. No sólo no he olvidado las horas de Franco en Casablanca, sino que he sido el primero en fijarlas definitivamente; cfr. mi biografía de Franco, tomo I, páginas 454-456.

Dice el señor Brú que he dado gratuitamente «la cifra de 14.000 ejecuciones en la postguerra cuando todos los historiadores, basados en datos estadísticos, entienden que fueron más de cien mil». Jamás he dado la cifra de 14.000 ejecuciones; mis datos se basan en análisis de la documentación de Salamanca, que no solamente no he monopolizado, sino que -como otros muchos depósitos- he abierto atodos los historiadores. ¿Quiere una lista el señor Bru? Por lo demás, decir que todos los historiadores dan una cifra superior a cien mil para las ejecuciones de la postguerra supone no haber saludado a Ramón Salas ni a Nadal, que son los únicos autores originales en tema tan escabroso. Los demás se limitan, meramente, a la conjetura.

Demostrado así que el señor Bru no ha leído los libros que critica y que encontraría serias dificultades en pasar un parcial de mi asignatura (¿o es que mis dos cátedras por oposición también son una prebenda oficial?) desafío al señor Brú a que aduzca la cita en que según él utilizo la palabra contubernio para describir su viaje a Munich, en 1962. Sobre mi ejercicio de censura informativa dejo que los lectores elijan entre la acusación gratuita del señor Bru y el escrito, publica do el día de mi cese en toda la prensa española, «en homenaje a Ricardo de la Cierva por su política del libro abierta, inteligente y liberal», firmado por quinientas personas del mundo de la cultura, entre ellos, dos docenas de miembros activos de la oposición democrática.

Me atribuye, el señor Bru, un siniestro designio contra la formación de una Democracia Cristiana en España. Todo lo contrario. Lo que me preocuparía es que la Democracia Cristiana española -cuya formación he sido el primero en pronosticar, hace ya años- estuviese orientada por criterios políticos como los que parecen guiar al señor Bru; que sólo ofrece un absurdo fanatismo antifranquista, a la vez que proclama, después de insultar a los demás, su inquietud evangélica. De tales evangelistas, líbranos Señor. En su torpe alegato, donde no sé si asombrarme más de su ignorancia histórica o de su infantilismo político, lo que realmente me preocupa es que se atreva a llamarme inteligente ¿Qué habré hecho?

Termino con la rotunda afirmación de que no he sufrido conversión alguna en m¡ coche oficial; que no repudio ni uno solo de mis libros ni actuaciones públicas; quizá porque no dispongo, como los correligionarios del señor Bru, de un equipo para colaborar con la dictadura y otro para controlar la democracia. Pero el señor Bru nos ha rendido un gran favor en época preelectoral: nos ha mostrado, con su rabieta ingenua, los peligros de etiquetar como cristianas tan originales actitudes y opiniones.

Nada me sería más fácil que replicar a sus insultos personales con ataques personales. Sabe muy bien el señor Bru que, en el caso concreto suyo, esa línea de ataque sería, no solamente sencilla, sino hasta regocijante. Pero como no soy políticamente cristiano renuncio a lo personal; y limito a desnudar, con razones, su exhibición de agresiv¡dad.