21 noviembre 2016
Los grandes medios de comunicación de EEUU declaran la guerra a Donald Trump, el candidato del Partido Republicano a la presidencia
Hechos
Durante la campaña electoral de octubre y noviembre de 2016 se produjeron elecciones presidenciales.
Lecturas
24 Octubre 2016
Cuando el periodismo volvió a ser la clave en Estados Unidos
Los periodistas siguen el discurso desde una zona cercada. Un policía y un guardia de seguridad vigilan. Es un mitin más de Donald Trump, el candidato republicano a las elecciones presidenciales de Estados Unidos, el 8 de noviembre. Nada pasará a mayores en Newtown (Pensilvania), pero la hostilidad del candidato es patente.
Pocas veces en la historia reciente de las elecciones de Estados Unidos la prensa había tenido un papel tan determinante como ahora. La prensa en su sentido tradicional. Porque esta campaña no habrá sido la de las televisiones, ni de los blogs, ni de las redes sociales, ni de los medios puramente online. No. La campaña para las elecciones presidenciales, que enfrenta a la demócrata Hillary Clinton y al republicano Donald Trump, es la campaña de los viejos periódicos. En la web y en el papel, han sido estas instituciones las que han verificado la veracidad de las palabras de los candidatos y han realizado el servicio público de poner a disposición de los votantes la información necesaria para saber quiénes eran las personas que aspiraban a gobernarlas en los próximos años.
Las informaciones que han marcado el curso de la campaña las han publicado diarios como el Washington Post y el New York Times. Fue el Post el que reveló la grabación de 2005 en la que Trump pronunciaba unas palabras agresivas y ofensivas hacia las mujeres. La grabación fijó definitivamente su imagen como un candidato misógino y nada modélico, y desencadenó una serie de acusaciones de acoso sexual. Y fue el Times el que tras una filtración anónima y una investigación minuciosa estableció que el republicano estuvo más de una década sin pagar impuestos federales.
Las noticias publicadas en las últimas semanas contrastan con la cobertura mediática de Trump en la primera etapa de la campaña electoral, la de las elecciones primarias, entre junio de 2015 y junio de 2016. Los medios de comunicación —sobre todo las televisiones, como CNN— fueron entonces el gran aliado del magnate y showman neoyorquino.
Jeff Zucker, presidente de la CNN, dirigía la división de entretenimiento de la cadena NBC cuando Trump triunfó con su reality show El aprendiz en la década pasada. “Diez años después fue Zucker, ya al frente de la CNN, quien dio a Trump una cantidad impresionante de exposición gratuita durante la primarias presidenciales republicanas en la cadena por cable, retransmitiendo continuamente sus discursos y mítines, con frecuencia sin filtro ni verificación de datos crítica”, escribió recientemente Margaret Sullivan, columnista de medios en The Washington Post.
“Quizá no era bueno para América, pero es endemoniadamente bueno para la CBS”. La frase, atribuida a Leslie Moonves, presidente de CBS, resume la promiscuidad entre Trump y las televisiones, y el papel de estas en el ascenso del republicano.
Todo empezó a cambiar cuando quedó claro que Trump sería el nominado republicano. Las palabras sobreimpresas en pantalla corrigiendo las mentiras de Trump se convirtieron en habituales en la CNN. A partir de agosto, se encadenaron los editoriales de prensa pidiendo el voto contra Trump. Lo significativo es que diarios que llevaban décadas, a veces más de un siglo, sin apoyar a un candidato demócrata —como el Dallas Morning News, de la conservadora Texas o el Arizona Republic— esta vez lo han hecho. Los que apoyan a Trump pueden contarse con el dedo de una mano. Una de las publicaciones trumpianas es National Enquirer, una revista amarilla que descaradamente inventa noticias sensacionales. El Wall Street Journal, el gran diario conservador de calidad, propiedad de Rupert Murdoch, no se ha pronunciado pero sí lo han hecho algunos de sus editorialistas, en contra de Trump.
No es la unanimidad casi absoluta de los editoriales la única novedad, ni la principal, sino la opción de la prensa tradicional de aparcar algunas prácticas que habían regido su cobertura política. En esta campaña han dicho claramente que un candidato mentía cuando mentía, sin medias tintas. Antes habrían expuesto las dos visiones: la tan criticada falsa equivalencia, una equidistancia que da el mismo valor a la verdad que a la mentira (en su versión más caricaturesca: el candidato A dice que la tierra es redonda; por otro lado, el candidato B sostiene que en plana, y ya decidirá el lector quién tiene razón…). El titular de portada del New York Times del 16 de septiembre, sobre el bulo propagado por Trump sobre la nacionalidad real de Obama, marcó el fin de una época: “Donald Trump sostuvo la mentira del certificado de nacimiento durante años, y todavía no pide perdón”, decía el titular. Adiós a la falsa equivalencia.
Trump se ha desviado tanto de las prácticas y costumbres de la política estadounidenses —insultando a rivales o mintiendo impunemente— que ha forzado a la prensa adaptarse. “No sabíamos cómo escribir un párrafo que dijese: ‘Simplemente esto es falso’”, dijo el director del Times, Dean Baquet, en una entrevista con Nieman Lab. “Es una lucha. Creo que Trump ha acabado con esta lucha”.
Las invectivas de Trump contra la prensa son uno de los estribillos de su campaña. “Los medios son tan deshonestos y tan corruptos”, dijo en el último debate con Clinton.
Cuando en el discurso de Newtown Trump se refiere a los periodistas, sus seguidores se giran hacia el lugar donde están las cámaras de televisión y les abuchean. Una de las ironías de la campaña es que la CNN, que contribuyó al fenómeno Trump ofreciendo horas gratuitas de pantalla a su mensaje populista y nacionalista, es ahora el enemigo. Y es así como en el mitin los abucheos se transforman en un cántico: “¡La CNN apesta!”
08 Noviembre 2016
La guerra de Trump contra los medios
Cuentan que Lyndon B. Johnson, cara a cara con una joven periodista que se atrevió a preguntarle algo embarazoso, miró fijamente a su interlocutora y le dijo: “Esta usted ante el presidente de los Estados Unidos de América y el líder del mundo libre, ¿y se atreve a hacer esa pregunta que es como mierda de gallina? “ No fue el único presidente convencido de que la prensa mayoritaria tenía algo contra él, y que intentó declararle la guerra. Nixon, más taimado, utilizaba para esos ataques a su vicepresidente Spiro Agnew. Reagan fue el primero en darse cuenta de que, en la era de la televisión, bastaba con suministrar imágenes atractivas para dar de comer a los informativos, sin necesidad de exponerse a incómodas ruedas de prensa. Su equipo de comunicación instauró la práctica de permitir que se grabara al presidente caminando por los jardines de la Casa Blanca al helicóptero presidencial. Entre el ruido ensordecedor del motor y las aspas, quedaban apagadas las preguntas de los periodistas sobre el escándalo del Irancontra y sólo se veía a un presidente sonriente y enérgico que saludaba a los pocos curiosos congregados.
Nunca, sin embargo, se había llegado al nivel de beligerancia desplegado por Donald Trump, que logra inyectar de sangre los ojos de sus seguidores más fanáticos cada vez que menciona a un medio convencional como el New York Times o la CNN. “Press-ti-tutes, press-ti-tutes”, gritan en sus actos electorales, en un chusco juego de palabras. “La mitad de la población de Estados Unidos no ha leído nunca un periódico. Y la mitad de los americanos no ha votado nunca a un Presidente”, decía con su habitual cinismo Gore Vidal. “Solo espero que no coincidan esas dos mitades”.
A estas alturas parece claro que Donald Trump ha captado la atención de esa mitad de los estadounidenses. No son iletrados, por supuesto. Simplemente, desprecian el rigor y la perseguida ecuanimidad de la prensa convencional. Quieren reafirmarse en sus convicciones previas, y para eso ya disponen de unas redes sociales que se han convertido en círculos cerrados de partidarios y detractores –Trump tiene más seguidores en Twitter que el Wall Street Journal o que el Washington Post-, de blogs y páginas web de la llamada “derecha alternativa” (alt right) como Breitbart.com, y de una cadena tan influyente en el debate político como Fox News, propiedad del ultraconservador Rupert Murdoch. Y ni siquiera algunas estrellas de esta cadena se libran de los ataques de Trump.
En este mundo paralelo del que se nutren los seguidores de Trump, da igual que lo que se cuenta sea verdad o no. Da lo mismo que el candidato haya logrado ser el mayor mentiroso que ha pasado por la arena política estadounidense. Algunos medios hablan ya de la “era postfactual”, o de la era “postverdad”. Nada importan las calumnias o las injurias porque el código ético y profesional de estos nuevos medios no tiene nada que ver con el periodismo tradicional, tal y como se entendió y veneró en Estados Unidos.
La reacción de los medios tradicionales ha acabado siendo demasiado visceral. Amenazados por un cínico al que los titulares no le intimidan, han intentado desplegar toda su artillería con escasos resultados. The New York Times, en su descomunal para nuestros hábitos formato sábana llegó a dedicar dos páginas, dos, a todos los insultos que Trump había vertido en Twitter. No está claro, más allá del curioso ejercicio periodístico que supuso, que tuviera alguna influencia en el transcurso de la campaña.
De algún modo, los medios principales –especialmente las televisiones,especialmente CNN-se han sentido obligados a expiar el pecado de haber dado un tiempo de cobertura excesivo a una candidato histriónico y arrogante que, no nos engañemos, elevaba los índices de audiencia.
P.D. : Me recuerda acertadamente Andrea Rizzi, redactor jefe de Internacional de EL PAÍS, que fueron dos medios convencionales, The New York Times y The Washington Post, los que desvelaron los dos hechos que más han contribuido a desenmascarar a Trump: todos los años en los que evitó pagar impuestos, y el infame vídeo en el que el candidato republicano explicitaba su modo de aproximarse a las mujeres. Quizá, después de todo, el surgimiento de una amenaza tan evidente como la de este millonario populista, demagogo, racista y xenófobo ha servido de llamada de atención para que la PRENSA, con mayúsculas, recupere su papel.
22 Noviembre 2016
Trump recrudece la guerra contra los medios ya como presidente electo
Los medios de comunicación estadounidenses hicieron de Donald Trump una estrella y le dieron una cobertura gratuita permanente durante la campaña electoral, al mismo tiempo que se convirtieron en su azote. Esa compleja relación se mantiene después de las elecciones. Trump ha seguido su cruzada como si aún fuera un candidato más: el lunes se enfrentó a los directivos de varias cadenas televisivas y este martes arremetió contra The New York Times. Pero el hombre que despotrica es ahora el presidente electo de Estados Unidos, quien a partir de enero gobernará el país que presume de ser el más libre del mundo.
En los mítines de Trump, solía haber un momento en el que el candidato se refería a la “prensa corrupta” o “prensa deshonesta” y era entonces cuando los asistentes se volvían hacia la zona reservada para los periodistas y les abucheaban. El candidato republicano convirtió su pelea con la prensa en una derivada más de la oposición al establishment: que las grandes cabeceras o el multimillonario Warren Buffett abominasen del magnate neoyorquino era el mejor sello de garantía antisistema, la señal de que iba a sacudir a las élites
La victoria de Trump el pasado 8 de noviembre certificó la pérdida de influencia de los medios en la opinión pública: no importó que la prensa en bloque le rechazara en sus editoriales por su discurso racista, ni tampoco el rosario de desmanes que sacaron a relucir, desde el famoso vídeo sexista de 2005, en el que se pavoneaba de poder abusar de mujeres (obtenido en exclusiva por The Washington Post), o la historia de The New York Times sobre cómo el rico constructor esquivó el pago de impuestos federales durante años. Él mismo lo confirmó y se jactó de ello.
Trump sigue manteniendo ahora que hay una campaña orquestada de la prensa. Este martes, retransmitió en directo por su cuenta de Twitter el enfado con The New York Times: anunció que había cancelado un encuentro con el “fracasado” periódico argumentando que le habían cambiado los términos de la cita (el rotativo lo negó y dijo que exigía poder hacer una entrevista no confidencial). Acto seguido dijo que quizá se retomaba la reunión, aunque el periódico “continúa cubriéndome de forma imprecisa y con un tono desagradable”. Un par de horas después informó de que acudiría finalmente a la sede del rotativo. Una vez allí, Trump dijo: “Siento un enorme respeto por The New York Times”. Puro Trump.
En la sede del periódico, el presidente electo se quejó de nuevo del tratamiento recibido: “el más duro”, dijo, según el Times, que no solo no mantuvo el encuentro en off the record, sino que lo relató en directo en su web. “Si no lo leyera, viviría 20 años más”, bromeó. “Podrías decir que The Washington Post también ha sido malo conmigo, pero al menos de vez en cuando hacían algún artículo positivo sobre mí”, añadió el magnate.
Pero con el Post también se las vio. Durante la campaña, cargó contra su propietario, Jeff Bezos (fundador de Amazon). “Usa The Washington Post para el poder, para que los políticos en Washington no pongan a Amazon los impuestos que deberían ponerle”, dijo. Sus ataques, en ocasiones, han llegado a poner en cuestión su concepto de la libertad de prensa. Llegó a decir que, si ganaba las elecciones, modificaría las leyes sobre el libelo para poder denunciar a medios como el Times y el Post, por lo que consideraba que era una cobertura injusta.
Intereses empresariales
“Antes de las elecciones ya era bien sabido que tengo intereses y propiedades en todo el mundo, solo los medios corruptos hacen de esto algo serio”, dijo el lunes por la noche, en respuesta a todas las informaciones sobre los conflictos de intereses del empresario como nuevo presidente. Esa tarde, según recogieron varios medios, tuvo una reunión a puerta cerrada donde se quejó duramente del tratamiento de varias cadenas de televisión, entre ellas la CNN y la NBC.
El problema del conflicto de intereses que puede suponer tener en la Casa Blanca a un comandante en jefe con intereses en tantos países se empezó a vislumbrar en las reuniones que mantiene ya como presidente electo. Entre los dos encuentros institucionales, se citó con los empresarios indios que construyen un proyecto suyo en Bombay, o en el hecho de que su hija, involucrada en el imperio, participase en la reunión con el primer ministro japonés, Shinzo Abe. “Si por algunos fuera, yo no podría ver ni a mi hija”, se quejó el martes. El Trump presidente electo es fiel al Trump candidato.
«EL GOBIERNO DEBE GARANTIZAR EL EJERCICIO DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES»
«La campaña terminó y ahora estamos en un momento distinto, en el que el nuevo gobierno tiene que garantizar el ejercicio de los derechos fundamentales», señala Edison Lanza, relator especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), tiene potestad para EE UU y todas las américas.
La Relatoría Especial ha destacado la importancia central que tiene la prensa en una sociedad democrática «y eso parece claro en un país como Estados Unidos», cuya Constitución en su primera enmienda refuerza la protección al trabajo de los periodistas, el debate público y los discursos encaminados a la protección de los derechos humanos en general, afirma Lanza. «Que estas garantías no sean desmontadas es importante para Estados Unidos y, por reflejo, para el resto del mundo», añade.