19 abril 1990

Carlos Sanjuán y Alfonso Guerra aupan a Manuel Chaves como sustituto

Los ‘guerristas’ del PSOE andaluz culminan la liquidicación política de Rodríguez de la Borbolla impidiéndole que se presente a reelección

Hechos

La ejecutiva del PSOE-Andaluz confirmó que el candidato del partido a la presidencia de la Junta de Andalucía en las elecciones autonómicas de ese año sería D. Manuel Chaves.

Lecturas

MANUEL CHAVES, HOMBRE DE UGT, NUEVO CANDIDATO

manuel_chaves_1994 D. Manuel Chaves, ministro de Trabajo será el próximo candidato del PSOE a la Presidencia de la Junta de Andalucía (y presumible ganador visto el arraigo del PSOE en esa comunidad). El hasta ahora presidente andaluz, D. José Rodríguez de la Borbolla, ha visto como el aparato del PSOE andaluz controlado por el ‘guerrista’ D. Carlos Sanjuán, con el visto bueno del a dirección nacional que controla D. Alfonso Guerra, han puesto fin a su carrera política.

18 Abril 1990

La prueba del nueve

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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Lo más preocupante del proceso que ha culminado con la eliminación de José Rodríguez de la Borbolla como candidato socialista a la presidencia de la Junta de Andalucía es la incapacidad de quienes así lo han decidido para explicarlo públicamente. Quizá existan razones internas, pero una argurrientación que se avergüenza de sí misma y sólo es utilizable intramuros no es tal argumentación. Justamente la no necesidad de razones hacia afuera es la característica principal del modelo de poder actualmente imperante en el seno del partido socialista: eso que ha dado en llamarse guerrismo y que si ha servido para garantizar la unidad del partido en años en que ello era un valor apreciable en sí mismo, ha bloqueado, simultáneamente, la posibilidad de renovación interna mediante el surgimiento de alternativas políticas con una base propia.La defenestración, sin explicaciones hasta ahora, de Borbolla no es lo más significativo que ha pasado estos años en el PSOE, pero sí un ejemplo rotundo de algunos de los desastrosos efectos de ese diseño incluso para los intereses de los socialistas. Las encuestas dan una considerable ventaja a Borbolla sobre Chaves. Éste no da la sensación de sentirse motivado para ir de candidato, y la oposición no puede dejar de utilizar electoralmente esa falta de entusiasmo. Ello agravará las dificultades de los socialistas para mantener su mayoría absoluta en Andalucía, en un momento en que tal objetivo es considerado vital para superar la crisis de credibilidad suscitada por el escándalo Juan Guerra. Y tras la desconcertante opción, difícilmente se saldará un retroceso electoral en esa comunidad sin grave quebranto interno.

Ex dirigente de UGT, Chaves ha sido, por otro lado, un elemento decisivo en la recomposición de las relaciones del Ejecutivo con los sindicatos, determinantes a su vez para la política de consenso social que constituye el eje de la estrategia socialista de aquí a 1993. La salida de Chaves obliga a González a recomponer el Gobierno en un momento por él considerado inoportuno, y podría comprometer el éxito de la segunda fase de la concertación. Pues bien: ésas y otras razones de interés para el PSOE y su proyecto político han sido ignoradas en aras del mantenimiento de lo que, de acúerdo con el modelo imperante, se considera «principio de autoridad».

Nadie sabe cuál fue el agravio original, aquel que motivó la enemiga de Alfonso Guerra contra el presidente de la Junta. Pero nadie ignora que la pretensión de este último de dotarse de una plataforma de poder no sometida a la influencia de aquél fue el desencadenante del acoso que culminó con el aislamiento de Borbolla en el IV Congreso del PSOE andaluz, en marzo de 1988. Desde entonces, el presidente lo era en precario. Por ello, argumentar a estas alturas que la sustitución de Borbolla era una exigencia del partido, en riesgo de desintegración a causa del rechazo suscitado por su figura, constituye una falacia: es el modelo de organización elegido el que hace que cualquier cuestionamiento de la línea de mando comprometa a la vez la coherencia del partido. Y, por otra parte, en un régimen parlamentario consolidado -otra cosa fue en las primeras elecciones de la transición- los candidatos a cargos representativos de relieve no lo son únicamente del partido que los avala, sino del electorado.

La crisis del guerrismo se manifiesta en que sus principales portaestandartes han dejado de creer en ellos mismos, en su discurso. Ello se ha traducido en la acentuación de sus rasgos autoritarios: a mayor descreimiento de la fantasmagoría de los descamisados -convertida en mueca de la realidad-, mayor necesidad de afirmación de autoridad. Aun a riesgo de arramblar con lo que sea, incluido el interés inmediato del partido que dirigen. De ahí que, por las especiales circunstancias del caso, la decisión de liquidar por la vía rápida a Rodríguez de la Borbolla se haya convertido en la prueba del nueve del carácter anacrónico del guerrismo.