3 agosto 1999

Concha García Campoy es reemplazada en 'La Brújula' por Javier Algarra y trasladada a los fines de semana

Los nuevos dueños de ONDA CERO suprimen ‘La Radio de Julia’ de Julia Otero y lo reemplazan por ‘A toda radio’ de Marta Robles

Hechos

El presidente de ONDA CERO, D. Javier Gimeno anunció el 3.08.1999 que suprimía el programa ‘La Radio de Julia’ de Dña. Julia Otero. También se decidió el reemplazo en ‘La Brújula’ de Dña. Concha García Campoy por D. Javier Algarra.

Lecturas

El 3 de agosto de 1999 el Consejo de Administración de Onda Cero presidido por Javier Gimeno de Priede decide revocar el contrato de Julia Otero Pérez como conductora del programa ‘La Radio de Julia’ un año antes de su finalización (año que la cadena deberá seguir pagándole). La decisión ha sido tomado por Telefónica Media en un proceso en el que influyó la posición de Pedro Antonio Martín Marín, secretario de Estado de Comunicación. Ante su cese Otero es respaldada en prensa por Eduardo Haro Tecglen y Manuel Vázquez Montalbán en El País y por Alfonso Ussía Muñoz Seca en La Razón. En contra de Otero se posicionan Alfonso Ussía Muñoz Seca (ABC), Jaime Campmany Díez de Revenga (Época) y Antonio Burgos Belinchón (El Mundo). El nuevo programa de tarde de Onda Cero en sustitución de ‘La Radio de Julia’ será ‘A Toda Radio’ presentado por Marta Robles.

El nuevo protrama ‘A Toda Radio’ contará entre sus colaboradores con Dña. Bibiana Fernández, Dña. Victoria Prego (EL MUNDO), Dña. Marina Castaño, D. Assumpta Serna, Dña. María Eugenia Yagüe, D. Carlos Tena, D. Charles Powell, D. Carlos Pumares y D. Juan Adriansens.

EL RESPONSABLE DEL CESE

JavierGimeno D. Javier Gimeno de Priede, el nuevo presidente de ONDA CERO, fue el encargado de despedir a Dña. Julia Otero.

OTROS CAMBIOS DE TELEFÓNICA EN ONDA CERO:

– Concha García Campoy apartada de ‘La Brújula’ y reemplazada por Javier Algarra

brujula_campoy_algarra Dña. Concha García Campoy – considerada progresista – es reemplazada como directora de ‘La Brújula’ por D. Javier Algarra, más vinculado al centro-derecha. La periodista pasará a los fines de semana de ONDA CERO. El Sr. Algarra debería intentar superar a ‘Hora 25’ de D. Carlos Llamas (SER) y ‘La Linterna’ de D. Luis Herrero (COPE).

– ‘El Penalty’ de José Joaquín Brotons suprimido y reemplazado – de momento – por ‘¡Ya te Digo!’

brotons_arus D. José Joaquín Brotons y su programa deportivo ‘El Penalty’  de ONDA CERO fue igualmente suprimido. Será reemplazado ‘¡Ya te digo!’, un espacio de humor de la mano de D. Alfonso Arús, que competirá en franja con D. José María García (COPE) y D. José Ramón de la Morena (SER).

La cadena de radio ONDA CERO fue adquirida por Telefónica – compañía presidida por D. Juan Villalonga – a principios de 1999, con el apoyo del Gobierno del Partido Popular. Los nuevos gestores encabezados por D. Javier Gimeno de Priede y D. Juan José Nieto optaron por hacer cambios en casitoda la parrilla al acabar la temporada. El programa de más audiencia de la cadena, ‘Protagonistas’ de D. Luis del Olmo, que era el segundo programa más escuchado de las mañanas, detrás del ‘Hoy por Hoy’ de D. Iñaki Gabilondo de la SER, seguiría en su sitio. Pero no tendría esa misma suerte el programa ‘La Radio de Julia’ de Dña. Julia Otero, a pesar de que era hasta ese momento líder de la franja de la tarde de la cadena ONDA CERO, la única franja en la que la cadena ONDA CERO superaba a la Cadena SER

ACUSACIONES AL GOBIERNO:

martin_marin En una entrevista en TV3 D. José María García, amigo personal del presidente de Telefónica, D. Juan Villalonga, aseguró que la supresión del programa ‘La Radio de Julia’ había sido solicitada por el entonces Secretario de Estado de Comunicación del Gobierno del PP, D. Pedro Antonio Martín Marín.

 

04 Agosto 1999

Julia Otero

Ángel Sánchez

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Los nuevos dueños de la emisora Onda Cero (es decir, la Telefónica de Juan Villalonga, el hombre aupado al cargo de presidente de la compañía por su íntimo amigo José María Aznar) han fulminado el programa vespertino de la periodista afincada en Catalunya desde niña Julia Otero (Monforte, Lugo, 6-5-1960). «Esta profesión es así –decía Julia en 1989, en pleno éxito televisivo de su espacio de entrevistas La luna –. Estás en la ola y nunca sabes si vas de marea alta o marea baja». Ahora, a Onda Otero le ha tocado la marea baja, porque ha cambiado el viento en Onda Cero. «No se puede ser mujer, emigrante, obrero o pobre y no ser de izquierdas o progresista», confesó Julia en 1996, cuatro meses después de la llegada del PP al Gobierno. «Yo no olvido mi origen –añadió–. Soy hija de la inmigración gallega».

¿Cómo iban a consentir Villalonga y los suyos el talante crítico y progre de La radio de Julia, el programa, para colmo, líder en su franja horaria, hecho desde Barcelona y por una señora que se atrevió a proclamar desde los micrófonos (junio de 1996) que asumía felizmente su «maternidad en solitario» por la ilusión de tener un hijo?

Con mayor o menor fortuna en sus experiencias en la radio y en la televisión, Julia Otero siempre ha actuado como una profesional seria y rigurosa desde sus comienzos en Radio Miramar en Barcelona. La máquina electoral del aznarismo necesita otro tipo de profesionales menos rigurosos y menos serios.

04 Agosto 1999

JULIA OTERO

Eduardo Haro Tecglen

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Julia Otero hacía un gran programa, con la máxima audiencia; la Telefónica compró ONDA CERO, y la ha echado con todo su equipo. En cualquier momento aparecerán en otra emisora de las que van quedando libres. En otro país habría subastas. Pero éste es raro. Los méritos son distintos, lo cual no quiere decir que ni en los más demócratas -¿cuáles serán?- estén libres todos los periodistas.

La falsa guerra de Kosovo ha puesto a algunos en la calle en el mundo occidental. El equipo de Julia, de ‘La radio de Julia’ (se llamaba, con su ingenua soberbia), era crítico. Quiere decir que, entre otras cosas que encontraba mal, habría acciones del Gobierno, o del Occidente armado y rico, o de alguna persona: quizá del traslado a lo civil de pasiones religiosas. Podían no coincidir con los de Telefónica, que sí coincide con el Gobierno, la Iglesia, el Occidente feliz; y que se extiende por todos los medios conocidos y por conocer -el futuro imaginable no la agarrará desprevenida: ni tampoco inadvertida- y los configura. Estas empresas que acaparan medios y pagan medieros cuando su objetivo parece ser otro no tienen profesionalidad periodística ni les importa: esa profesionalidad consiste, hoy, en unas aperturas, unas pluralidades, unas voces que no formen coro: sus lectores o sus oyentes tienen un sentido de la pluralidad que les permite reconocer que ésa es una forma de libertad, y que ellos son libres aunque no compartan todo. Precisamente el hecho de no compartir todo puede hacer feliz a un espectador o lector, porque se ve a sí mismo como un hombre libre y porque nadie le fuerza a pensar: se le dan opciones. Hace ya tiempo que se descubrió en muchos países que esa forma, o ese modelo, resulta más comercial que los otros. Pero no creo que el interés de la Telefónica esté en ganar dinero con radios, televisiones o periodistas, sino en otro tipo de inversiones que forman parte más concreta de su carácter de empresa, incluso de las omniempresas o globales o multivocacionales de esta etapa dura del capitalismo. Quizá piense que estos medios que adquiere le son totalmente indiferentes en materia de ganancias o pérdidas, pero que pueden dar otras satisfacciones: a otras personas, a otros poderes que les pueden dar satisfacciones a ellos. Es, también, una totalización. Regalos espirituales, regalos inmateriales. Puede ser un regalo quitar de encima de alguien la voz libre de Julia Otero, y puede que, sin tanta urgencia -la despidieron una hora antes de su programa del lunes- larguen a otros colaboradores.

Eduardo Haro Tecglen

06 Agosto 1999

LÍO EN LA RADIO

Alfonso Ussía

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Un grupo de escritores y periodistas, algunos de ellos brillantes e inteligentes, ha elaborado un comunicado de apoyo a Julia Otero titulado «En defensa de ‘La Radio de Julia’ y de la libertad de expresión». El encabezamiento invita a no pasar de ahí y a renunciar a su lectura. Si no me equivoco, con el programa radiofónico «La Radio de Julia» ha sucedido lo mismo que con otros menos apoyados. Sencillamente, que no interesa a los nuevos propietarios de una cadena de radio. Nada que ver con la libertad de expresión. Se deduce del título del comunicado de apoyo a Julia Otero que prescindir de ella equivale a herir la libertad de expresión. Una bobada mayúscula. Julia Otero cuenta con muchos partidarios y otros tantos detractores, y tan legitimados están los gustos de unos como de los otros. No creo que el espíritu del comunicado sea la defensa de un puesto de trabajo perdido injustamente. El mercado es así, y a Julia Otero no le faltarán ofertas para seguir enarbolando el gallardete de la «libertad de expresión». Las grandes figuras de la radio -y Julia Otero lo es como continuadora directa del estilo de Encarna Sánchez-, no tienen, como sus colaboradores, el derecho de permanencia obligada en las empresas por las que son contratadas. Que los profesionales cercanos a Julia Otero lamenten la supresión de su programa en una cadena de radio es lógico. Que lo manifiesten mediante un escrito, comprensible. Pero que metan en el saco de su tristeza a la libertad de expresión, me parece más que sospechoso. Creo que la sustituirá Marta Robles, que es otra estupenda profesional. Según los firmantes, Marta Robles no garantiza la libertad de expresión. Sectarismo puro con tintes -más bien machacones- ideológicos.

Ninguna figura de la radio es víctima de nadie, excepto de sí misma. No queda Julia Otero en la indigencia. Ha trabajado a su manera, con ahínco y provecho, y se merece cuanto ha obtenido. Se lo ha ganado día a día. Pero esa victoria no le concede el derecho a no ser despachada. Julia Otero no es un dogma, por mucho que guste del dogmatismo. Tampoco lo son los grandes indiscutibles, como Luis del Olmo, Iñaki Gabilondo o Carlos Herrera. Por otra parte, no se puede decir que Julia Otero haya sido un modelo de equilibrio ideológico. A Julia le gusta -y yo la aplaudo por ello- formar parte de una trinchera política. Lo ha reconocido muchas veces y se le han escapado pedorretas inaceptables. Así es la radio, inmediata y traicionera. «Me pregunto cómo una persona tan inteligente como usted puede pertenecer al Partido Popular», le soltó una tarde de reflejos atrofiados a un político del partido más votado de España. O sea, que de victimita, nada.

El mes de agosto es, en las cadenas de radio y televisión, el de los sustos y las sorpresas. En un mercado libre, nadie tiene su puesto fijo. Los gestores de ONDA CERO el mismo derecho de prescindir de Julia Otero que otros para contratarla. Pero la libertad de expresión no se siente ni ridículamente herida por prescindir de su colaboración. Eso son pamplinas.

Nadie regala nada, y con esto pretendo dejar claro que Julia Otero ha alcanzado un lugar de privilegio en la radio española a fuerza de trabajo y profesionalidad. De ahí a exigir la clamorosa y unánime aceptación de su estilo y métodos media un largo trecho y un hondo barranco. Como colaborador de Luis del Olmo en diferentes empresas, estoy legitimado para lamentar que una determinada cadena radiofónica prescinda de su programa, pero no para clamar al cielo adjudicándole la propiedad de la libertad de expresión.

Cuando fui expulsado de la COPE por criticar a un obispo, lo acepté y comprendí. No me consideré una víctima de la censura. Mi libertad de colaborador no prevalecía sobre la libertad de los empresarios. Yo hice uso de la mía y ellos de la suya. Así de sencillo. Julia Otero deja su programa en ONDA CERO. Pues no pasa nada.

Alfonso Ussía

07 Agosto 1999

Julia

Luis García Montero

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Los periódicos y los programas de radio acaban pareciéndose a un paisaje. Hay cosas que nos acompañan en la vida, que forman parte de nuestra realidad hasta convertirse en una manía o en una costumbre. Somos una frontera andante, ciudadanos de nuestra marca de café, de nuestro gel de baño, de nuestra música, de las palabras que utilizamos para saludar al portero o a la vecina que comparte el ascensor, del orden o el desorden de nuestra mesa de trabajo, del tamaño y la flexibilidad de nuestra almohada. Casi todas estas compañías, limitan con nosotros en calidad de muebles, cuadros mudos para pasar por delante, estanterías que nos observan mientras dormimos la siesta, picos de mesa baja que buscamos con las rodillas para arañarnos. Los periódicos y los programas de radio son una costumbre, pero como están vivos, como respiran con la dinámica de los semáforos y las puestas de sol, se parecen a un paisaje. Caminamos por los titulares, por las fotografías, por las opiniones, por los nombres y los silencios. Cada paseante tiene sus recorridos. A mí me gusta recorrer temprano las páginas de EL PAÍS, subo las grandes avenidas de la información general y me detengo a fumarme un cigarro en las calles solitarias de Justo Navarro, Juan José Millás o Eduardo Haro Tecglen. Por la tarde, me gustaba también pasear por La Radio de Julia, cruzando sus barrios y sus jardines hasta llegar a esa inteligentísima y democrática plaza de las discusiones que se llamaba El Gabinete. Los emperadores de Telefónica no se han conformado con sablearme en las tarifas urbanas (para las conferencias hace tiempo que huí a otra compañía). Ahora me roban uno de mis paisajes preferidos. Los nuevos responsables de Onda Cero aprovechan la nocturnidad informativa de agosto para acabar con La Radio de Julia. Aunque llevaba años como líder de audiencia en su geografía horaria, afirman que el programa era demasiado intelectual, elitista. ¿Qué es un intelectual? Cada uno tiene su definición, igual que su recorrido por los paisajes de la prensa, y yo opino que un intelectual es hoy el ciudadano capaz de comprender las semejanzas que existen entre Jesús Gil, los emperadores de Telefónica y sus políticos. La conmoción provocada por Gil, la caza y captura de sus concejales, no se debe a sus inaceptables juegos mafiosos o a su demagogia populista, porque nuestra política está llena de especuladores y demagogos. El problema es que Jesús Gil no guarda las formas, no utiliza la máscara, el teatro de la política, y evidencia sin maquillaje los verdaderos colmillos de nuestra derecha universal. La dictadura del dinero intenta transformar los medios de comunicación en gabinetes de prensa. Los periodistas independientes, los intelectuales comprometidos, luchaban antes contra el poder político. Ahora es mucho menos peligroso criticar a un ministro que esforzarse por distinguir la información objetiva, la opinión libre y los intereses ideológicos de la empresa. La Radio de Julia era un programa libre, un hueco intelectual, una plaza solitaria, con opiniones incómodas para el teatro del poder. Ahora sólo es un hermoso recuerdo, por culpa de un vértigo más grave que la simple intransigencia de un partido.

07 Agosto 1999

"Agostidad" y Julia Otero

Manuel Trallero

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Según una encuesta, la opinión pública española tiene a los periodistas en una pésima consideración. De entre diez profesiones dedicadas a servir al prójimo, la de periodista ocupa el penúltimo lugar, seguida tan sólo por los militares, que ocupan el último puesto; mientras que a la cabeza están los médicos y los maestros. A mí, la verdad, esta mala prensa de la prensa, y valga la redundancia, no me extraña en absoluto, conozco a muchos periodistas.

Unas de las cosas más bestias que han pasado en este país completamente inadvertidas han sido unas declaraciones de la señora Maria Àngels Feliu, la farmacéutica de Olot, que sufrió un largo y penoso secuestro, la cual afirmó sin mover un solo músculo de la cara que el sufrimiento que habían provocado los comentarios aparecidos en los medios de comunicación habían sido mayores que los causados por el prolongado cautiverio, para añadir que qué suerte había tenido del apoyo moral que le había brindado la Guardia Civil. ¡Toma castaña!

Ustedes podrán argumentar, con toda la razón del mundo, que una experiencia traumática como la sufrida por la señora Feliu puede explicar ese estado de ánimo, pero también coincidirán conmigo en que no deja de ser significativo que estas palabras no hayan merecido el menor comentario del Collegi de Periodistes, del sindicato.

El periodismo vive en este país todavía subido en la nube, en la misma nube que llegó con la transición y los primeros años de la democracia, cuando los medios de comunicación tuvieron un papel, a la vez que decisivo, a todas luces excesivo. El endiosamiento, el paulatino alejamiento de la realidad y el gremialismo de la profesión son indescriptibles; la capacidad de autocrítica es casi inexistente. La cosa en ocasiones adquiere ribetes cómicos que rayan el ridículo más espantoso cuando, por ejemplo, bajo la defensa del sagrado derecho de expresión lo único que se esconde son los intereses personales más materiales y prosaicos, alejados de cualquier posible idealismo. Como le oí decir en cierta ocasión a Josep Cuní, de la misma forma que los políticos son responsables de la política que se hace en este país, los periodistas también lo son de la prensa. Y yo añadiría que, a la vista de lo que está sucediendo, la cosa no está como para tirar cohetes de alegría. El último capítulo de este serial esperpéntico lo ha protagonizado la señora Julia Otero, a quien la empresa para la cual trabajaba ha decidido, por los motivos que ella sabrá, no contar más con sus servicios. Acto seguido, la señora Julia Otero ha sido noticia -¿desde cuándo las cuitas de los periodistas son noticia?- y no ha dejado de aparecer en todos los periódicos que tengo a mano, convirtiéndose su cese, despido o recesión de contrato en un tema recurrente, en una verdadera serpiente de verano.

Ya pueden quemarme vivo en la hoguera o tenderme al sol para que se me coman poco a poco las hormigas, porque no consigo entender a qué demonios viene tanto escándalo y tanto aspaviento. En un país como éste, en que tantos y tantos españolitos se han quedado de la noche a la mañana sin trabajo, en que los han puesto tan ricamente de patitas en la calle y les han dicho aquello tan bonito de espabílate como puedas, el notición de la señora Otero constituye cuando menos un flagrante agravio comparativo con los miles de ciudadanos que han vuelto de vacaciones y se han encontrado con que la empresa para la que trabajaban ya no existía. Eso sí que es «agostidad», como no se cansa de repetir estos días doña Julia.

Por lo visto, esta historia de la libre empresa y la economía de mercado nos parece a todos de mil periquetes, nos hace muchísima gracia cuando el viento va a favor, cuando todo nos va de cara. Ahora, en cuanto las cosas se tuercen, todos, por lo visto, nos reconvertimos a la planificación soviética y queremos la seguridad del funcionario o la canonjía vitalicia de cuando todavía se practicaba sobre la faz de la Tierra el derecho de pernada. A nosotros, que no nos toque nadie ni un pelo.

Estoy hasta el mismísimo gorro de las estrellas, las estrellitas y sus cuentos de la lágrima. No me dan ninguna pena. Lo siento.

08 Agosto 1999

El fichaje

Jaime Campmany

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Si por un jayán de terco empuje llamado Vieri ha pagado el Inter de Milán siete mil millones de pesetas, y Lorenzo Sanz se ha traído a un sujeto llamado Anelka al Real Madrid mediante un fichaje de cinco mil seiscientos millones, no sé yo por qué la Ser, pongo por ejemplo, no puede fichar a Julia Otero por otro tanto, precisamente ahora en que Onda Cero le ha concedido la libertad. «La radio de Julia» debería tener el mismo o aproximado valor al de los goles de Anelka. Hay muchas maneras de meter goles. Jesús Gil, verbigracia, quería que los aficionados colchoneros bajaran al campo para meter los goles con los cuernos. Hay políticos que meten goles a su propio equipo, porque también en la política funciona el sistema de las primas y de los maletines.

El mundo de la comunicación debería adoptar abiertamente el sistema de fichajes, que ahora funciona sólo de una manera tímida y larvada. El sistema laboral del fichaje es, desde luego, una consecuencia del capitalismo. Pero una consecuencia «justa y benéfica», como iban a ser los españoles por mandato de la Constitución de la República de 1931. Claro está que los grandes profesionales sólo podrían ser fichados por los grandes medios, y es lógico que Radio Socuéllamos no pueda fichar, por ejemplo, a Alfonso Ussía. Ésa sería una manera de que todos supiéramos lo que ganan los profesionales de la comunicación sin esperar a que Rubalcaba publique la lista de los plumíferos que cobraban de fondos reservados. O sea, la transparencia. Estamos en la época de la transparencia, pero las transparencias sólo se evidencian en la pasarela. Tampoco es que yo me queje por eso.

Detrás de un tránsfuga siempre hay un fichaje, y si quieren ustedes «casi siempre» para no caer en la injusticia de las generalizaciones. Cuando Felipe González fichó a Baltasar Garzón para que diera el salto de la Justicia a la política, que es lo mismo que pasar del ajedrez al boxeo, nos quedamos sin conocer en qué consistía el fichaje, si era un fichaje mediante precio, recompensa o promesa, o «gratis et amore», «honoris causa» o «vanitas vanitatis». Si el sistema de fichaje libre se impusiera en la vida política, Julio Anguita podría fichar, por ejemplo, a Aleix Vidal Quadras, ahora que el PP lo tiene en el vestuario de Europa, Manuel Chaves podría fichar a Celita Villalobos, y Jesús Gil y Gil podría quedarse por fin con Joaquín Almunia a cambio de Juninho.

El trasiego de jugadores de fútbol o de famosos de la comunicación, lejos de empobrecer la libertad de expresión o la libertad de sistemas de juego, la enriquece. Cuando Felipe González se empeñó en que echaran a Pedro Jota Ramírez de la dirección de «Diario 16», no sospechaba él hasta qué punto estaba enriqueciendo la libertad de expresión, y lo mismo sucedió cuando Polanco compró Antena-3 Radio para cerrarla y dejar sin micrófono al equipo de Antonio Herrero, José María García, Martín Ferrand, Jiménez Losantos y Luis Herrero. En política, ese trasiego tampoco resultaría nocivo, porque los nuevos fichajes servirían de equilibrio de las viejas glorias, se renovarían los sistemas y terminarían todos los partidos (políticos, se entiende) por jugar el partido de ida en el centro reformista y el de vuelta en el centro-izquierda.

En la Administración de Justicia podríamos aplicar el mismo sistema de fichajes bajo el lema «libertad y telángana». El Tribunal Superior de Justicia de Extremadura, pongo por ejemplo no intencionado, podría pujar por el fichaje de Enrique Bacigalupo, y la Sala de lo Contencioso del Tribunal Supremo haría una oferta para contar con el juego de Clemente Auger. Y ya el ideal de la libertad total, la libertad de expresión, la libertad de auto, la libertad de juego, la libertad de legislación, la libertad autonómica y la libertad de ejecución, sería la del trasiego continuo entre la política, la Justicia, las Autonomías, el fútbol y la comunicación. Y además, la Banca.

09 Agosto 1999

JULIA

Manuel Vázquez Montalbán

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En el nuevo orden internacional, si se puede bombardear cualquier lugar del mundo según designio del poder globalizado, ¿por qué no pueden los intelectuales orgánicos de Telefónica cesar a Julia Otero y aniquilar el programa de más audiencia radiofónica de la tarde? Yo era asiduo oyente del programa, necesitado, entre otras, de las raciones de talento crítico de Manuel Delgado o de Carlos Boyero, dos incorrectos en el contexto de un programa cultural y políticamente incorrecto en el que hasta los de derechas eran inteligentes y las izquierdas no parecían pasadas ni por la parrilla ni por la tercera vía. Se acusa al programa Las tardes de Julia de ser elitista y, sin embargo, ganaba la batalla de la audiencia a todos los demás programas que no pretendían ser elitistas. El carácter peyorativo de la palabra elitista no procede, pues, de su significación supuestamente minoritaria, sino de su cualidad de parecer diferente sin ser minoritario.Bastaba escuchar las intervenciones de los radioyentes para descubrir el excelente nivel del programa y su condición de no menos excelente síntoma de que se podía hacer una radio inteligente porque los radioyentes no son tontos. Si se destruye un programa victorioso en audiencias en tiempos en que la ley del mercado guía la ética y la estética es que el establishment de vez en cuando se saca la máscara utilitarista y enseña sus finalidades ideológicas. Los divinizadores del mercado no respetan el veredicto de la audiencia cuando no se ajusta a su filosofía del mundo, del demonio y de la carne.

Cautiva y desarmada la profesión periodística, más cerca del pensamiento débil que de la Crítica del programa de Gotha, el golpe de estado radiofónico de ONDA CERO va a entretener tres o cuatro días la curiosidad general, un tanto perpleja ante el coste del fichaje de Anelka y alertada sobre la posibilidad de que las dimensiones del pene del conde Lequio fueron un efecto especial de Spielberg. Cualquier día se van a ocupar todos los objetivos del poder político-económico y el consumidor de medios de comunicación será repetidamente violado, cada vez que le retiren una propuesta mediática en la que había confiado. Lo de ONDA CERO parece una limpieza étnica, pero dudo que la OTAN bombardee Telefónica.

Manuel Vázquez Montalbán

06 Agosto 1999

Tórrida agostidad

Aleix Vidal-Quadras

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Hace unos pocos años, en una celebrada entrevista televisiva a una de las más famosas estrellas de nuestro tenis, Julia Otero, admirada por los innumerables sacrificios de todo orden que le comportaba el mantenerse en perfecta forma, le formuló a la extraordinaria campeona la pregunta siguiente: “Debes seguir una dieta estricta, no puedes probar el alcohol, has de acostarte a una hora prudente y levantarte temprano, dedicas todos los días un tiempo considerable al ejercicio físico y al entreno a la vista, vamos a ver ¿cómo te las arreglas para soportar una vida tan monegasca?”

Como es natural, el lapsus dio la vuelta a España y le proporcionó a su atractiva protagonista un incremento a su atractiva protagonista un incremento notable a sus ya muy grandes y justamente merecidas fama y reputación. Hay que tener una personalidad maravillosamente singular y unas dotes comunicativas fuera de lo común para sobrevivir a la confsión ante millones de espectadores del elegante Principado de los Grimaldi con un austero convento impregnado de ayunos y silencios contemplativos.

La razón esgrimida por los nuevos propietarios de ONDA CERO para despedir sin contemplaciones a Julia ha sido que su programa de tarde era ‘demasiado intelectual y elitista’. Francamente, no veo ninguna necesidad de añadir al atropello el recochineo más vil. Si se toma la decisión de suprimir un espacio atiborrado de publicidad y líder en su franja horaria, resulta superfluo recrearse en la suerte sádica. Todos los excesos, sobre todo los excesos cuando se tiene la sartén por el mango, se pagan a la larga. Al tiempo.

Yo he tenido la suerte de ser entrevistado unas cuentas vees – no todas las que hubiera deseado – por Julia Otero. Mi experiencia personal con ella es que no puedes bajar la guardia ni en un momento porque, hallazcos léxicos aparte, es tan lista, tan intuitiva, tan aguda, tan dulcemente malvada, que si te descuidas te ensarta con una sonrisa deslumbrante y un mohín embriagador. Me confieso rendido admirador de Julia como mujer y como periodista. Como mujer, porque rezuma un encanto suave e intenso que le atrapa como el sonido de la flanta de un faquir como periodista porque ha creado una escuela yun estilo que la han hecho insustituible e inimitable.

La lucha de titanes para hacerse con los instrumentos de creación de opinión entre el Imperio Oscuro y la Confederación Galáctica es de lo más estruendo y entretenido. Julia ha sido la víctima no del todo inocente del último choque de las flotas estelares y no creo que esté demasiado sorprendida en su fuero interno.

En cualquier caso, los dos formidables contendientes que surcan la inmensidad cósmida a chupinazo láser limpio no deben olvidar un pequeño detalle: que, además del altavoz, hay que disponer de un buen mensaje. Porque si no es así, cuántas más frecuencias se dominen peor. Ya lo ha dicho Julia en la tórrida, agostidad que nos consume; la neutralidad no es suficiente. EN efecto, aquí hay que mojarse o respetarse a uno mismo. Torturante elección.

Aleix Vidal-Quadras

09 Agosto 1999

Pilatos

Antonio Gala

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¿Cómo es posible que, en un régimen de mercado, una empresa de radio eche por tierra su programa estelar? ¿Qué tiene que suceder para provocar tal terremoto? ¿Una cuestión ideológica hoy en día? ¿Una cuestión de mejora imposible? ¿O una cuestión de agradecimiento? El programa de Julia Otero tenía demasiado crédito como para pasar inadvertido. Alguien, otorgador de favores, ha sugerido que le molestaba. Como empecemos así, vamos dados. Que la derecha se justifique sin lavarse las manos. Y ya.

13 Agosto 1999

¿Quién teme a la voz de Julia?

Enrique Gil Calvo

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Muy inseguros tienen que estar en La Moncloa sobre su futura chance electoral para decidirse a confiscar por sorpresa, contra toda lógica empresarial, el programa vespertino de mayor prestigio y audiencia, La radio de Julia, agostando su continuidad de cuajo. Y lo hacen emboscados además en una maraña de circunstancias agravantes (desde utilizar como tapadera un antiguo monopolio hasta incurrir en la ya célebre agostidad denunciada por su víctima) que hacen todavía más difícil de excusar tan injusta indignidad. Este ucase no sólo busca acallar una de las voces más respetadas de nuestra radio, sino que además ofende y humilla a sus plurales colaboradores (entre los que me honraba en contarme), perjudica gravemente el inmediato futuro profesional de su equipo de confianza y, lo que cívicamente resulta peor todavía, lesiona los derechos de los oyentes que cada tarde optaban por sintonizar La radio de Julia, creyéndola más suya que nuestra. Pues bien, estos oyentes se equivocaban: al parecer, La radio de Julia no era de ellos, ni de Julia, mucho menos, sino del poder que la confiscó creyendo así enmudecerla.

El desmán se inscribe así en una larga tradición censora, cuyo más triste ejemplo pretérito fue la voladura del Madrid, víctima de la Ley de Prensa de Fraga Iribarne. Pero, claro, los actuales epígonos posfranquistas no podían actuar manu militari, así que jugaron al estilo Gil y Gil, firmando talones privatizados para que presten el mismo papel que antaño surtían los fulminantes decretos-ley. Todo ello confiando en que nuestro agostado clima político, que tolera con divertida indulgencia las más cínicas extorsiones, hiciese oídos sordos saboreando sin rechistar tan burdo atropello. Después de todo, y vistos los precedentes de esta gente, ¿qué otra cosa se podía esperar de ellos?

La metodología del régimen de Aznar ha sido siempre la misma, pudiéndose denominar como enfeudamiento furtivo. Para no dar la cara defendiendo su auténtica estrategia (pues su mezquina rapacidad la hace difícilmente presentable en sociedad), adopta una táctica dúplice o farisaica, que en público se finge de una formalidad escrupulosa (a veces vestida según la moda del centrismo reformista), mientras bajo cuerda actúa por persona interpuesta: ya sea ésta una persona física, como lo son los fiscales indomables que se confabulan con la defensa de Pinochet, o ya sea jurídica, como tantas empresas públicas ahora desamortizadas, que parecen perseguir sus propios intereses privados, pero que en realidad actúan como vasallas del poder político a mayor gloria de su señor Aznar.

Y a este enfeudamiento de unas instituciones que debieran ser independientes lo llamo furtivo no sólo porque nunca es reconocido como tal, sino, sobre todo, porque se utiliza como un protector escudo de camuflaje a fin de sortear la democrática accountability sin tener que rendir cuentas ante la opinión pública, el Parlamento o el Poder Judicial. Así es como Aznar dispone de una especie de clandestina caja B o de para-poder en la sombra, que le permite financiar a los condottieri que hacen el trabajo sucio en los servicios paralelos de La Moncloa. Lo cual no sólo huele a corrupción (por cuanto implica confundir lo público con lo privado, según sucedía también en el feudalismo), sino que es de un antiliberalismo que espanta.

En el caso que nos ocupa, el avasallamiento de Onda Cero (hecho, como casi siempre, por la misma compañía feudataria que libró la guerra digital en beneficio de Aznar) se ha producido buscando hacer con impunidad un descarado tongo electoral. Como era una cadena políticamente no alineada, la escuchaban los votantes indecisos, independientes o no comprometidos, que quizá no habían elegido aún por quién votar: de ahí que su audiencia interesase particularmente a la voracidad de los estrategas de La Moncloa, que, controlando Onda Cero, esperan inclinar a su favor a muchos de esos votantes indecisos.

Pero además, como La radio de Julia era un programa de verdad independiente y pluralista, en Génova se le tenía más prevención que a otros, pues su carácter imparcial y no partidario le dotaba de mayor credibilidad. De ahí que, por miedo a su capacidad de formar opinión, se haya optado por hacer callar la voz de Julia (tachándola de intelectual y elitista, pese a su liderazgo de audiencia), lo que revela su temor a que sólo acepten votarles los oyentes más crédulos, acríticos y desinformados. Pues, como les sucedió a nuestros primeros padres con el árbol del bien y del mal, probar los frutos de La radio de Julia llevaba a los oyentes a perder su inocencia, adquiriendo el poder de conocer y pensar por sí mismos: lo que puede significar negarse a votar a Aznar.

Lo peor es que, cuando se avasalla a las voces libres, se distorsiona el proceso de formación de la opinión pública, que es la institución central de la democracia liberal: lo que queda es un mero mosaico enfrentado de opiniones serviles, vasallas y domesticadas, que sólo sirven para decir amén a la voz de sus amos. Y así no hay libertad de expresión ni primacía de la sociedad civil, sino sólo sumisión de súbditos ante el temor que inspiran los poderosos con capacidad de avasallar, que buscan eliminar todo lo que no pueden comprar. Pero esto no sólo implica la perversión del civismo, sino que además desnaturaliza también la ética del trabajo periodístico, corrompiendo o violando los derechos profesionales de quienes han adoptado este oficio.

En este sentido, resulta muy posible que la brutal defenestración de Julia Otero sea un aviso a navegantes, pues parece fácil y barato cargarse a una mujer indefensa (en tanto que libre e independiente) para dar ejemplo con ella sin tener que tocar a otros profesionales masculinos más relacionados y, por lo tanto, mejor defendidos. Bien, pues si es así, no saben con quién se han topado, pues Julia Otero, por libre y por independiente, es mucho más fuerte que todos los serviles vasallos que creen haberla agostado. Y o mucho me equivoco o el tiempo demostrará su abultado error de cálculo.

Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

20 Agosto 1999

Otros eclipses mediáticos

Josep Cuní

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LOS PERIODISTAS hemos pasado a ser responsables de muchos de los males que afectan a la sociedad

El pasado día 7 y en estas mismas páginas, Manuel Trallero me atribuía haber dicho que «de la misma forma que los políticos son responsables de la política que se hace en este país, los periodistas también lo son de la prensa». Rescatar hoy la referencia no es por sentirme citado en vano. Al contrario, asumo la frase aún en el supuesto de que no fuera propia. Tampoco está en mi ánimo polemizar con un polemista profesional, a quien aprecio y agradezco la mención, aunque le sirva de aval para una segunda parte del artículo que no comparto. Que se considerara motivo informativo el cese de Julia Otero. A pesar de la claridad con la que los manuales exponen qué es noticia, cualquier periodista sabe de su complejidad práctica y la duda que le alberga en múltiples ocasiones. Y cuántas son las veces en las que dos colegas divergen sobre la importancia de un acontecimiento para darle mayor o menor realce, con el riesgo incluido de dejarlo de lado. Nada de lo ocurrido a mi amiga Julia invitaba a la vacilación. Sólo la forma y el momento con el que se ha descartado su continuidad ya convierte la rescisión del contrato en noticia. Si se le añade que fue ella quien consiguió para la cadena el liderazgo de tarde en la radio española, la incertidumbre se reduce considerablemente. Su solvencia profesional y su popularidad personal son valor añadido. Y aun respetando el fondo de la decisión, basado supuestamente en la libre empresa, consideraciones de elitismo e intelectualidad como factores negativos de un programa de radio, como se argumentó, le otorgan al despido el marchamo de noticia. Y todo ello sin menoscabo de la importancia y el realce que deberían tener los casos de desahucio laboral que se dan al retorno de vacaciones, como lamenta Trallero. Pero sin olvidar que, en el caso que nos ocupa, se está cuestionando uno de los pilares que sustentan a todos los medios de comunicación en una democracia. Privados incluidos, por supuesto. Su responsabilidad en la contribución de ayudar a formar la sociedad.

Más allá de lo que algún lector podría considerar defensa de colega y derivación hacia un debategremialista, la situación global expuesta merece alguna acotación de carácter general.

A partir de la consolidación de la democracia, los periodistas hemos pasado a ser responsables de muchos de los males que afectan a la sociedad. La misma sociedad que nos acusa, pero que acude a nosotros y confía en nuestro trabajo como transmisores de puntuales problemas que le atañen. Denuncia que el mismo afectado se apresta a considerar noticiable más por la esperanza de una rápida solución gracias a nuestra supuesta influencia o presión ejercida desde los medios que para contribuir a fortalecerlos en ellos mismos. Nada que objetar. Éste es el juego, así sus reglas y paradójicas sus consecuencias. Y una vez pasado todo por el tamiz de los siempre subjetivos gustos personales, nos sentimos más identificados con uno u otro medio o con éste o aquel profesional, a quienes calificamos y evaluamos con criterios que pretendemos racionales cuando simplemente son emocionales.

En el ámbito audiovisual, estos factores han contribuido a fomentar una imagen de referencia, personalizada en algunos nombres propios a los que se engloba en un firmamento donde conviven astros y asteroides, planetas y satélites. Cuando a uno de estos objetivos se le tilda de estrella, se le proyecta a un universo reducido en el que el nivel de exigencia por parte de la empresa y la audiencia son muy altos. Tanto, que cada vez son más las estrellas fugaces y menos las estáticas. Es por la dificultad de mantenerse en la dura lucha diaria y por la frivolidad con la que algunos se enfrentan a ella. Pero esto no le consta al gran público ni cuaja entre la mayoría de aspirantes, obnubilados por el falso oropel de la popularidad de unos pocos que no siempre son los más sólidos. Curiosamente, los auspiciados y destruidos con la ayuda inestimable de sus propios directivos y colegas.

29 Agosto 1999

La radio que no es nuestra

Almudena Grandes

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El final del verano siempre significa un nuevo comienzo. Eso predican al menos las grandes compañías comerciales, que han convertido septiembre en el mes de las ofertas a largo plazo. Éste es el momento ideal para emprender cualquier cosa, un oficio por correspondencia, un curso de idiomas o una enciclopedia en fascículos. Mientras sombrillas y bañadores destiñen en nuestra memoria, nos apuntamos a un gimnasio, nos matriculamos en una autoescuela o nos proponemos ir al cine sin falta una vez a la semana. Son fórmulas más o menos torpes, pero eficaces para maquillar la terca condición de la realidad. Lo cierto es que el final del verano significa solamente un final. Más allá está la rutina de todos los días, que no puede volver a comenzar porque ha sobrevivido en buen estado al paréntesis de las vacaciones.

Para mí, sin embargo, el adverbio «siempre» no significa este año exactamente lo mismo que el año pasado. En la rutina del tiempo que me espera a la vuelta de la esquina falta una pieza importante, que alterará el ritmo de algunos días laborables. Ya no saldré de casa a media tarde para intervenir en un programa de radio dirigido por Julia Otero que ha sido también un poco mío durante seis años enteros, de septiembre a septiembre. Ese programa ya no existe, porque la realidad es terca, y la gente temible siempre resulta ser verdaderamente de temer, y sobrevive en buen estado entre cualquier clase de paréntesis.

La radio de Julia, y ahora lo puedo decir sin parecer sospechosa de nada, excepto de náufraga sentimental, que es exactamente como me siento, era un excelente programa de radio. Abocado a las tardes de las amas de casa y los opositores reincidentes -por si todavía no se habían dado cuenta, ninguna emisora española ha confiado jamás a una mujer el primer programa de la mañana, que suele considerarse como el más prestigioso e importante-, sus cuatro horas de duración rehuían los concursos, la exégesis de la prensa rosa, los vademécum domésticos, y esos flagrantes atentados contra la intimidad de los más desfavorecidos que suelen bautizarse como «historias de interés humano» para albergar secciones de opinión y crítica, trufadas con algunos de los más saludables, originales y divertidos espacios de humor de la radio española. Era un programa serio, que trataba de temas serios -también de política- y en el que los colaboradores expresaban su opinión sin cortapisas de ningún tipo. Como esta última afirmación merece un subrayado, voy a subrayarla: sin cortapisas de ningún tipo. Ya sé que suena a mortalmente aburrido, pero lo cierto es que fuimos los líderes de audiencia imbatibles de la tarde durante seis años enteros. Esto ya ni siquiera necesita subrayado.

Y en éstas, como la condición de la realidad es terca, Telefónica compró Onda Cero. Y, por supuesto, sacó sus conclusiones. La gente temible siempre es de temer, y, por eso, antes de nada, nos fumigaron sin contemplaciones. La audiencia no es lo único importante, dijeron, y tenían sus razones para hacerlo. Un programa situado en la cumbre del éxito, con más ofertas publicitarias de las que puede sostener, no tiene por qué ser rentable. Desde luego. Sobre todo si una empresa ha comprado una cadena de radio para transmitir la imagen de la realidad que le interesa a sus dirigentes, y no la que hombres y mujeres libres contemplan a su alrededor con sus propios ojos. Desde ese punto de vista, nosotros no éramos rentables. Y a mucha honra.

Ahora, todo este ruinoso equipo está en la calle, y ahí va a seguir como mínimo un año entero porque -Al Capone no lo habría hecho mejor- Telefónica se ha cuidado de cargarse La radio de Julia en pleno agosto, cuando ya está cerrada la programación de otoño de todas las cadenas. Pero nosotros no hemos perdido más que ustedes, fueran o no oyentes del programa. Se ha extinguido un espacio de opinión en libertad, y quedaban pocos. Por eso, cuando recorran el dial y escuchen exactamente lo mismo en todas las emisoras, cambien de compañía telefónica. Ese consuelo, al menos, no se lo va a quitar nadie.

09 Septiembre 1999

Julia Otero pierde la hora

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Al planificar su parrilla para la nueva temporada, Onda Cero decidió no renovar el programa de Julia Otero, excelente profesional, y sustituirlo por otro de Marta Robles, profesional de no menor excelencia. Otero reaccionó ayer afirmando que Telefónica, la nueva propietaria de la cadena de radio, pretende «otorgar favores a sus amigos». Es un reproche infantil: ¿conoce a algún empresario que se oponga a quienes coinciden con su proyecto profesional y apoye a los que no sintonizan con él? Otra cosa sería si acusara a Telefónica de haber instrumentado una operación política a las órdenes del Gobierno. Pero la propia Otero ha aclarado que «el Gobierno del PP está dividido» sobre su caso, hasta el punto de que cuenta nada menos que con el apoyo del vicepresidente primero, Alvarez Cascos. Así que la decisión no es política, sino empresarial. Julia Otero ha hecho coincidir su diatriba con la presentación de la nueva programación de Onda Cero. Ese sí que es un gesto de muy escasa elegancia.

El Análisis

UN ENTRENADOR ELIGE A SU PLANTILLA

JF Lamata

Nunca he entendido muy bien la furia rabiosa de la derecha mediática hacia Dña. Julia Otero. El despido de Dña. Julia Otero podía considerarse un despido político, puesto que el programa ‘La Radio de Julia’ era líder de audiencia de su franja, ergo el aparentemente único motivo para suprimir su espacio es que su línea editorial personal era diferente a la de los nuevos dueños. Y, ya que saco el tema… ¿dónde estuvieron los antiguos miembros de la AEPI? ¿Por qué EL MUNDO o ABC que tanto denunciaron otros cambios en programas radiofónicos durante el Gobierno de D. Felipe González no salieron en apoyo de la Sra. Otero, ante su despedido? No sólo no lo criticaron, sino que lo apoyaron.

Pero, cuidado, la incoherencia de la derecha mediática  no tiene que llevar a aplaudir el victimismo de la izquierda mediática en el caso de la Sra. Otero. Las reglas son las que son, el entrenador elige su plantilla. Los nuevos propietarios de ONDA CERO tenían derecho a elegir la programación que le diera la gana, como en su día reemplazaron a otra persona para situarla  a ella en esa franja. Que los directivos de ONDA CERO lo hicieran por que consideraran que le venía mejor a la cadena, que lo hicieran a petición del Gobierno del PP o que lo hicieran porque se habían despertado mal ese día y les dio la gana es, en el fondo, secundario. Era su derecho y lo ejercieron.

La función de un ‘Presidente de ONDA CERO’ consiste en elegir la plantilla y el Sr. Gimeno de Priede escogió para las tardes a Dña. Marta Robles, a quien, dicho sea de paso la izquierda mediática machacó todo lo que pudo y se regodeó ante sus malos datos de audiencia cuando sólo intentó realizar un programa de radio lo mejor que pudo. Se mire por donde se mire, ni izquierda ni derecha tienen mucho que aplaudir en aquel episodio.

Al menos la Sra. Otero podría disfrutar de un desquite. La misma cadena que la había largado le pediría que volviera años después.

J. F. Lamata