22 noviembre 2000

El veterano periodista acusa al Gobierno Aznar de aceptar, en material cultural, las directrices del diario EL PAÍS

Luis Mª Anson (LA RAZÓN) denuncia desde EL CULTURAL que la política cultural española está sometida al Grupo PRISA y culpa a la ministra Pilar del Castillo (PP)

Hechos

El 22.11.2000 la revista EL CULTURAL, distribuida por el diario EL MUNDO, reprodujo un artículo de D Luis María Anson (también presidente del diario LA RAZÓN) titulado ‘La Política Cultural española. 25 años de desastre’.

Lecturas

Durante su etapa de director de ABC D. Luis María Anson presumió siempre de su defensa de la cultura y de lo que más se vanagloriaba era de que apoyaba a todos los artistas independientemente de su ideología. Hasta algunos de sus enemigos, como el Sr. Alpuente, reconocían que, a la vez que el Sr. Anson era muy sectario hablando de cuestiones políticas (siempre a favor de la derecha y en contra de la izquierda) en las páginas de cultura (literatura, cine, teatro) se elogiaba sin problema en no pocas ocasiones a intelectuales de izquierda. Uno de los mayores orgullos del Sr. Anson fue conseguir que D. Rafael Alberti escribiera en ‘su ABC’.

El mayor símbolo de esa etapa fue la revista EL CULTURAL que era un suplemento ansoniano de ABC aunque en la práctica funcionaba como una publicación independiente dirigida por él. Cuando el Sr. Anson marchó del ABC y fundó LA RAZÓN se llevó a EL CULTURAL por él y, durante un año, EL CULTURAL pasó a ser un suplemento de LA RAZÓN con él al frente de ambas publicaciones. Pero pronto comprendió que no había liquidez suficiente (y menos cuando su principal socio era un grupo tan endeudado como el Grupo Zeta) para sostener una publicación tan cara (por lo caro que cobraban los escritores en comparación con los periodistas), por lo que el Sr. Anson tuvo que separar empresarialmente a LA RAZÓN de EL CULTURAL. ¿Y dónde encontró a un editor para EL CULTURAL? En la competencia: D. Pedro J. Ramírez, que aceptó ante la sorpresa de muchos – con el necesario visto bueno de D. Alfonso de Salas – que Unidad Editorial editara EL CULTURAL que seguiría dirigida por D. Luis María Anson que, de manera simultánea a dirigir un suplemento que se repartía con EL MUNDO seguía al frente de un periódico que competía directamente con él: LA RAZÓN.

El 22 de noviembre de 2000 D. Luis María Anson inauguraba esa nueva etapa de EL CULTURAL de una manera muy oportuna: cargando contra el Grupo PRISA de D. Jesús Polanco y D. Juan Luis Cebrián. En un amplio artículo el Sr. Anson aseguraba que la cultura española estaba sometida al Grupo PRISA. Aquel artículo publicado a toda página fue anunciado desde las páginas editoriales de EL MUNDO. Y también era reproducido al día siguiente en el diario LA RAZÓN:

La política cultural de EL PAÍS que consistía y consiste en aborrecer cualquier manifestación de lo que sus dirigentes consideran la derecha y en elogiar hasta la náusea a “los nuestros”. Podría parecer que “los nuestros” son la izquierda. Grave error. El sectarismo excluyente de EL PAÍS sólo considera como “los nuestros” a una parte menor de la izquierda, la que ha aceptado, genuflexa, salvo contadas excepciones, las directrices del periódico.

El diario de Polanco nada tiene que ver ya con las ideologías. Se ha convertido en un negocio, sólo en un negocio, que ha comercializado la cultura, al margen de la calidad. Es bueno lo que vende, lo que permite ganar dinero. La izquierda, la mayoría de la izquierda, bramó de ira durante el felipismo contra la política áptera de González y la degradación de la cultura profunda. La izquierda auténtica y los independientes padecieron el verbo asnal de cierta clase política, la palabra yacente y entumecida, la cultura deshabitada. La verdad es que, durante algunos años, no existieron otros escritores, otros pintores, otros músicos, otros intelectuales que aquellos a los que EL PAÍS otorgaba sus bendiciones. Era una dictadura catedralicia e insomne.

Quedaba claro que una de las cosas que más unía a los Sres. Anson y Ramírez era su animadversión del Grupo PRISA.

El 2.12.2000 D. Luis María Anson atacaba otra vez al Grupo PRISA bajo la misma acusación, tener sometida a la Cultura e incluso al Ministerio de Cultura, desde la portada del diario LA RAZÓN con el titular “El ministerio de Cultura le baila el agua a EL PAÍS” con la imagen de la ministra de Cultura del PP, Dña. Pilar del Castillo a la que el diario LA RAZÓN atacaría durante todo su mandato e incluso durante un tiempo después de cesar.

titularcultural2El presidente de LA RAZÓN, D. Luis María Anson, volvería al ataque con el tema del sometimiento cultural al Grupo PRISA un mes después, pero esta vez usando su propio periódico: publicó en portada una imagen de la ministra de Cultura del Gobierno del PP, Dña. Pilar del Castillo, y la acusó de estar ‘bailándole el agua’ al periódico EL PAÍS, principal medio del Grupo PRISA.

22 Noviembre 2000

Política cultural española. 25 años de desastre

Luis María Anson

El Cultural

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La política cultural de EL PAÍS que consistía y consiste en aborrecer cualquier manifestación de lo que sus dirigentes consideran la derecha y en elogiar hasta la náusea a “los nuestros”. Podría parecer que “los nuestros” son la izquierda. Grave error. El sectarismo excluyente de EL PAÍS sólo considera como “los nuestros” a una parte menor de la izquierda, la que ha aceptado, genuflexa, salvo contadas excepciones, las directrices del periódico.

Gracias a la iniciativa privada y a la genialidad de algunos de nuestros artistas, España vive hoy el esplendor de la cultura, desembarazada desde 1975 de las cenizas de la dictadura. Algunas entidades financieras, determinadas instituciones, no pocas fundaciones, varios grupos minoritarios independientes, impulsaron el renacimiento cultural en nuestra nación. El clima de libertad ha permitido, además, que la expresión artística haya superado el rebuzno dictatorial, las espaldas serviciales, los años inhóspitos.

Tras el reconocimiento de la situación admirable, incluso embravecida, de nuestra cultura, hoy, habrá que denunciar de inmediato que lo mucho conseguido en estos veinticinco años de libertad se ha hecho a pesar de la política cultural de los distintos Gobiernos de la democracia. El éxtasis artístico que nos sacude no puede oscurecer la realidad. La política cultural española ha sido un desastre sin paliativos a lo largo del último cuarto del siglo que ahoradeclina.

Adolfo Suárez, un político sagaz que tantos servicios rindió a la convivencia española y a la causa de la libertad, no se enteró nunca del significado profundo de la cultura. La política cultural de sus Gobiernos, salvo alguna excepción notable, no pasó de la serie audiovisual Curro Jiménez y del gesto novicio de postrarse de hinojos ante los intelectuales del exilio, lo mismo ante los de calidad, que ante los tórpidos y yertos.

Felipe González sí se dio cuenta de que España es una de las cinco potencias culturales del mundo e intentó la operación De Gaulle con el nombramiento de Malraux. Pero Semprún no era Malraux y, antes de ser designado, ya se había producido la absorción del ministro por el habilísimo Jesús de Polanco. González se sometió a la política cultural de EL PAÍS que consistía y consiste en aborrecer cualquier manifestación de lo que sus dirigentes consideran la derecha y en elogiar hasta la náusea a “los nuestros”. Podría parecer que “los nuestros” son la izquierda. Grave error. El sectarismo excluyente de EL PAÍS sólo considera como “los nuestros” a una parte menor de la izquierda, la que ha aceptado, genuflexa, salvo contadas excepciones, las directrices del periódico. Aún más. El diario de Polanco nada tiene que ver ya con las ideologías. Se ha convertido en un negocio, sólo en un negocio, que ha comercializado la cultura, al margen de la calidad. Es bueno lo que vende, lo que permite ganar dinero. La izquierda, la mayoría de la izquierda, bramó de ira durante el felipismo contra la política áptera de González y la degradación de la cultura profunda. La izquierda auténtica y los independientes padecieron el verbo asnal de cierta clase política, la palabra yacente y entumecida, la cultura deshabitada. La verdad es que, durante algunos años, no existieron otros escritores, otros pintores, otros músicos, otros intelectuales que aquellos a los que EL PAÍS otorgaba sus bendiciones. Era una dictadura catedralicia e insomne.

Frente a todo ello se alzó EL CULTURAL. El reconocimiento del mérito allí donde se produjera, sin tener en cuenta las ideologías políticas, la exclusión del sectarismo y de las fobias personales, la denuncia de las campañas de silencio, el rechazo a la crítica desalmada y tórpida, la valoración justa de los creadores al margen del amiguismo, movilizaron a los sectores más vivos, más auténticos y originales de la vida cultural española en torno a esta publicación. EL PAÍS perdió la aduana de la cultura. Fue una victoria insólita, todavía sin cicatrizar.

Filósofos, dramaturgos, músicos, científicos, poetas, ensayistas, novelistas, directores de cine, de teatro y de ópera, pintores, escultores, arquitectos creyeron que la política de Aznar iba a ser la de EL CULTURAL y le abrieron un margen de confianza, hoy ya agotado. El balance de la gestión del actual presidente es tan positivo en las políticas económica, social, internacional, antiterrorista, que, si decide presentarse de nuevo, renovaría la mayoría absoluta en las elecciones generales. Pero, en las tertulias literarias y en los cenáculos artísticos, en los centros de estudio y en los grupos donde se vive la cultura real y se mueven los hombres y mujeres de prestigio y de altura se habla ya abiertamente contra el Gobierno. La ligereza, la improvisación, el todo vale, la ausencia de discernimiento para saber quiénes son los valores de importancia, han cuestionado la política cultural, tan enanizada y sorda, del Partido Popular, con la sola duda de qué harán los nuevos equipos nombrados este año. Ha renacido el papanatismo ante EL PAÍS, árbol a la vez del bien y del mal para los dirigentes populares. ¡Qué error rendirse ante un sector limitado de la izquierda intelectual, ante la maniobra camuflada de una operación que es ya sólo comercial! Hay que saber discernir quiénes son los verdaderos valores, estén donde estén, y abrir los espacios culturales a todos. El Prado, el Reina Sofía, el Teatro Real, el Instituto Cervantes son algunas muestras del fracaso de una política cultural deshuesada y exangöe. La basura audiovisual, postrada la pequeña pantalla ante el becerro de oro de la audiencia, ha convertido además a la otra cultura, la esencialmente popular, en un estercolero que apesta a todos.

Lo que afirmo en este artículo es lo que se dice en los círculos culturales más serios de la vida española. Pero la situación está bien enmascarada porque la iniciativa privada, las instituciones particulares, los dineros de bancos y cajas nos han situado en un momento de esplendor, a pesar de la política cultural de los sucesivos Gobiernos de la democracia. Los éxitos internacionales de nuestros poetas y novelistas, de nuestros pintores y escultores, de nuestros cantantes de ópera y nuestros directores de cine y, sobre todo las manifestaciones culturales que han convertido a Madrid y Barcelona, a Valencia, a Bilbao, a Sevilla, en capitales europeas de la expresión artística, disimulan los perfiles del desastre de la política cultural que, desde hace veinticinco años, padecemos.

Luis María Anson

12 Diciembre 2003

EL GRAN DESASTRE DE LA CULTURA OFICIAL

Luis María Anson

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Pilar del Castillo es una mujer simpática e inteligente. Su gestión al frente de Educación ha sido valerosa y positiva, a pesar de las sombras. No quiero calumniarla diciendo que ha acertado en la política cultural. Sin duda ha derrochado buena voluntad. Sin duda, no ha regateado esfuerzos. Pero la verdad es que se ha sumado con eficacia al desastre de la política cultural oficial que padecemos desde hace 25 años. El miércoles pasado Pilar del Castillo se organizó una cena para cantar las glorias de su gestión cultural. La presencia en ella de ciertos representantes de la cultura resultó clamorosa. ¡Qué espectáculo! La cultura está en otra parte, es otra cosa. Voy a reiterar en esta ‘canela fina’ lo que he explicado en muy varias ocasiones sin temor a que Pilar del Castillo me haga caso.

Gracias a la iniciativa privada y a la genialidad de algunos de nuestras artistas, España vive hoy el renacimiento de su cultura, desembarazada desde 1975 de las cenizas de la dictadura. Algunas entidades financieras, determinadas instituciones, no pocas fundaciones, varios grupos minoritarios independientes, impulsaron el esplendor cultural en nuestra nación. El clima de libertad ha permitido, además, que la expresión artística haya superado el rebuzno dictatorial, las espaldas serviciales, los años inhóspitos.

Tras el reconocimiento de la situación admirable, incluso embravecida, de nuestra cultura, hoy, habrá que denunciar de inmediato que lo mucho conseguido en estos largos años de libertad se ha hecho a pesar de la política cultural de los distintos Gobiernos de la democracia. El éxtasis artístico que nos sacude no puede oscurecer la realidad. La política cultural española ha sido un desastre sin paliativo a lo largo del último cuarto de siglo.

Adolfo Suárez, un político sagaz, que tantos servicios rindió a la convivencia española y a la causa de la libertad, no se enteró nunca del significado profundo de las culturas. La política cultural de sus Gobiernos, salvo alguna excepción notable, no pasó de la serie audiovisual Curro Jiménez y del gesto novicio de postrarse de hinojos ante los intelectuales del exilio, lo mismo ante los de calidad que ante los tórpidos y yertos.

Felipe González sí se dio cuenta de que España es una de las cinco potencias culturales del mundo e intento la operación De Gaulle con el nombramiento de Malraux. Pero Semprún no era Malraux y, ante de ser designado, ya se había producido la absorción del ministro por el habilísimo Jesús de Polanco. González se sometió a la política cultural de EL PAÍS que constituía y consiste en aborrecer cualquier manifestación de lo que sus dirigentes consideran la derecha y elogiar hasta la náusea a los nuestros. Podría parecer que ‘los nuestros’ son la izquierda. Grave error. El sectarismo excluyente de EL PAÍS sólo considera como ‘los nuestros’ a una parte menor de la izquierda, la que ha aceptado, genuflexa, salvo excepciones, las directrices del periódico. Aún más. El diario de Polanco poco tiene que ver ya con las ideologías. Se ha convertido en un negocio, sólo en un negocio, que ha comercializado la cultura, al margen de la calidad. Es bueno lo que vende, lo que permite ganar dinero. Lo demás resulta deleznable. La izquierda, la mayoría de la izquierda, bramó de ira durante el felipismo contra la política áptera de González y la degradación de la cultura profunda. La izquierda auténtica y los independientes padecieron el verbo asnal de cierta clase política, la palabra yacente y entumecida, la cultura deshabitada. La verdad es que, durante algunos años, no existiteron otros escritores, otros pintores, otros músicos, otros intelectuales, que aquellos a los que EL PAÍS otorgaba sus bendiciones. Era una dictadura catedralicia e insomne.

Frente a todo ello se alzó EL CULTURAL, dirigido por Blanca Berasátegui, así como una serie de publicaciones y grupos independientes. El reconocimiento del mérito allí donde se produjera, sin tener en cuenta las ideologías políticas, la exclusión del sectarismo y de las fobias personales, la denuncia de las campañas de silencio, el rechazo a la crítica desalmada y torpe, la valoración justa de los creadores al margen del amiguismo, movilizaron a los sectores más vivos, más auténtico y originales de la vida cultural española en torno a esas publicaciones. EL PAÍS perdió la aduana de la cultura. Fue una victoria insólita, todavía sin cicatrizar.

Filósofos, dramaturgos, músicos, científicos, poetas, ensayistas, novelistas, directores de cine, de teatro y de ópera, pintores, escultores, arquitectos creyeron en 1996 que la política de Aznar iba a ser la de EL CULTURAL y le abrieron un margen de confianza, que se agostó en poco tiempo. El balance de la gestión del actual presidente es positivo en la política económica social, internacional, antiterrorista. Pero en las tertulias literarias y en los cenáculos artísticos, en los centros de estudio y en los grupos donde se vive la cultura real y se mueven los hombres y las mujeres de prestigio y de altura se habla abiertamente contra el Gobierno. La ligereza, la improvisación, el todo vale, la ausencia de discernimiento para saber quiénes son los valores de importancia, han cuestionado la política cultural, tan enanizada y sorda, del Partido Popular. Ha renacido el papanatismo ante EL PAÍS, árbol a la vez del bien y del mal para muchos dirigentes populares de la cultura. ¡Qué error rendirse ante un sector limitado de la izquierda intelectual, ante la maniobra camuflada de una operación que es ya sólo comercial! Hay que saber discernir quiénes son los verdaderos valores, estén donde estén, y abrir los espacios culturales a todos. El Prado, el Reina Sofía, el Teatro Real, el Instituto Cervantes son, aunque son claroscuros, algunas de las muestras del fracaso de una política cultural deshuesada y exangüe. El escándalo del Premio Cervantes convertido en una farsa puesto que de los diez miembros del Jurado siete son elegidos a dedo por el Gobierno, ha colmado la estupefacción de nuestra república de las letras.

Lo que afirmo en este artículo es lo que se dice en los círculos culturales más serios de la vida española. Pero la situación está bien enmascarada porque la iniciativa privada, las instituciones particulares, los dineros de bancos y cajas nos han situado en un momento de esplendor, a pesar de la política cultural de los sucesivos Gobiernos de la democracia. Los éxitos internacionales de nuestros poetas y novelistas, de nuestros pintores y escultores, de nuestros cantantes de ópera y nuestros directores de cine y, sobre todo, las manifestaciones culturales que han convertido a Madrid y Barcelona, a Valencia a Bilbao, a Sevilla, en capitales europeas de la expresión artística, disimulan los perfiles del desastre de la política cultural que padecemos.

Luis María Anson