30 junio 1996
"Un polaco en la Corte del Rey Juan Carlos"
Manuel Vázquez Montalbán publica un libro para alimentar el tópico victimista de que en Madrid llaman ‘polacos’ a los catalanes
Hechos
En junio de 1996 D. Manuel Vázquez Montalbán publica el libro Un polaco en la Corte del Rey Juan Carlos.
02 Julio 1996
Un polaco en Madrid
Manuel Vázquez Montalbán acaba de publicar una crónica de la vida política madrileña al filo de la «segunda transición», la que para algunos observadores habrá de producirse con el acceso del Partido Popular al poder. La crónica enhebra una larga serie de entrevistas en las que la opinión del entrevistador ocupa ocasionalmente casi tanto espacio como la de los entrevistados. Una licencia literaria sin duda admisible en el caso de un notable escritor, pero que no dejará de sorprender a unos lectores un tanto sorprendidos ya por la rotundidad y la falta de mesura de buena parte de los juicios políticos del novelista y periodista barcelonés.
Más allá del contenido de una crónica cuya crítica no quiero abordar, llama la atención el interés de Vázquez Montalbán por consagrar el término polaco como adjetivo despectivo aplicado a los catalanes en la vida madrileña. Insiste una y otra vez el cronista en este propósito, pensando acaso que la insistencia puede resultar al fin el argumento de autoridad, junto a la escueta cita de un diccionario de la jerga española, que termine consagrando su hallazgo político-literario. Entre los entrevistados que ahora mismo recuerdo, solamente uno, el rey Juan Carlos, se carcajea de un epíteto que confiesa no haber oído nunca con esa intención. Vázquez Montalbán,acaso molesto con la incomprensión real, se refiere de inmediato a la formación castrense del Monarca como explicación para tamaño desconocimiento.
Por mucha que sea la insistencia de Vázquez Montalbán respecto a la supuesta obviedad del uso del término polaco como modo de referirse en el resto de España, y en Madrid en particular, a los naturales de Cataluña, pienso que hay unos hechos incontrovertibles a este respecto que no pueden ser borrados a golpes de machacona repetición. El término polaco ha sido utilizado en la vida pública española del pasado sin conexión alguna con la vida catalana. Al pronto, recuerdo vagamente la existencia de viejas banderías en nuestro mundo teatral protagonizadas por «chorizos y polacos»; con mayor claridad me viene a la memoria el sobrenombre de polacos para los integrantes de una fracción del moderantismo español de mediados del siglo pasado agrupada en torno al conde de San Luis; una calificación sin duda conectada con los orígenes genuinamente polacos de aquel curioso personaje que debió de ser José Luis Sartorius. Y es posible también -aunque en este caso el adjetivo polaco se emplea en su sentido más preciso, percibir el eco de polacos y mamelucos en las evocaciones del levantamiento del 2 de mayo de 1808 contra unas tropas napoleónicas entre las que figuraban soldados de procedencia polaca y egipcia.
Desde finales del siglo XlX a la guerra civil de 1936, la vida española ha conocido significativas tensiones entre las complejas actitudes politicas de signo catalanista y las correspondientes a otros sectores y grupos de opinión de la vida española. Aunque por razones profesionales he tenido un contacto relativamente intenso con la literatura doctrinal y periodística relacionada con esas tensiones, jamás me he topado con el adjetivo polaco en referencia a los catalanes en general o a los nacionalistas catalanes en particular. Deduzco de lo anterior que, en la medida que pueda ser cierta la utilización del término polaco con la intención subrayada por Vázquez Montalbán, la misma debe ser en extremo reciente. De hecho la primera vez que yo he oído emplear con esta intención el adjetivo en cuestión fue en una película de Makinavaja. Y canfieso que entonces entendí su uso en forma muy distinta a como lo hace Vázquez Montalbán en su libro. En esa película, todo daba a entender que la calificación de polaco con intención despectiva hacia lo catalán formaba parte de una «venganza charnega» en relación al uso del catalán como lengua de prestigio.
He hecho algunas averiguaciones informales entre expertos en cuestiones lingüisticas que además de confirmar mis impresiones anteriores me señalan el avance del térmnino polaco, en el sentido empleado por Vázquez Montalbán, en algunos ambientes marginales y chelis de la vida madrileña de los últimos años. Parece que el término ha alcanzado un cierto arraigo en algunas ambientes ultras de la afición futbolistica. Alguien me ha apuntado incluso la utilización del término en coincidencia can la llegada a Madrid de auténticos palacos en el momento del hundimiento del régimen comunista. Puede decirse en este sentido que la ocurrencia de Vázquez Montalbán no descansa en el vacío. Se trata, sin embargo, de una exageración con unos efectos, y esto me parece que es lo realmente importante, que van mucho más allá del ámbito de la creación literaria.
El hallazgo del novelista tiende a profundizar gratuita e irresponsablemente el foso que de empeñarnos, podría llegar a separar la vida catalana de la del resto de España. No creo que el escritor barcelonés sea hombre de convicciones nacionalistas catalanas, aunque la socialización en el leninismo-estalinismo hace prudente dejar siempre abiertas las puertas en materia de nacionalidades. He pensado incluso que la insistencia en su condición de polaco resulte una forma singular de afirmación de una catalanidad cuyo paradójico ámbito de ejercicio no sería Cataluña sino Madrid. Pero me preocupa en todo caso la posibilidad de que el resultado neto de la ocurrencia pudiera ser la contribución al desarrollo de un clima de agravios y enemistades que tan funcional suele resultar para unos discursos nacionalistas preocupados siempre por el amoroso cultivo del enfrentamiento en la materia de su especialidad. Hacer de Madrid una ciudad hostil a la periferia española, particularmente a la vida vasca o catala- na es una injusticia, una manipulación y, salvadas las pretensiones nacionalistas de signo más radical, un lamentable error.
Mirando hacia el pasado, se tiene a veces la impresión de que en las crisis españolas generadas por el problema nacional ha podido llegar a ser más perturbador el papel de los aficionados que el de los genuinos nacionalistas. Es lástima que un escritor del talento y la valía de Vázquez Montalbán, acaso por el deseo de patentar un dudoso hallazgo literario pudiera terminar resultando animador y jaleador de un clima de recelos e incomprensiones que a ningún demócrata de este país puede beneficiar.
09 Julio 1996
El polaco y el catedrático a distancia
¿Puede un catedrático de Teoría del Estado de la Universidad a Distancia comentar un libro que no ha leído? No hay legislación sobre el asunto pero puede, como lo demuestra el catedrático De Blas Guerrero en su artículo publicado en EL PAÍS de 2 de julio con el título Un polaco en Madrid. Que el catedrático de la Universidad a Dístancia no ha leido mi libro Un polaco en la Corte del Rey Juan Carlos se pone de manifiesto así en las primeras líneas de su artículo como en la tesis que pretende fundamentar en su globalidad. Mi libro no es un libro convencional de entrevistas como él sostiene y porque no lo es queda plenamente justificado que mis opiniones, discutibles como las de cualquiera, tengan tanto valor operativo, que no de cambio, como las de mis ilustres y no tan ilustres pero siempre interesantísimos entrevistados.
Que no ha leído el libro lo demuestra el que se pase una parte del artículo tratando de encontrar el origen de la palabra polaco aplicada a gentes de habla catalana cuando el origen está cabalmente explicado en las primeras páginas del libro y avalado por miles de reclutas de habla catalana que han sido calificados como polacos en los cuarteles. Que no ha leído el libro lo demuestra que la ironización sobre el término polaco opera casi como un pretexto para el título, para la falsificación literaria de mi persona-personaje y como punto de partida y de cierre en el circulo viciado que conduce del pacto Pujol-González al pacto Pujol-Aznar. En el resto del libro apenas se insiste sobre polaquidades o polonesas y ni siquiera la cuestión de las nacionalidades centrífugas es la que domina a lo largo de más de 500 páginas; tampoco sostengo la obviedad sobre el empleo de la palabra polaco en España que me atribuye el catedrático a distancia.
Discutible el que alguien pueda comentar lo que no ha leído o ha leído en diagonal o conoce complementariamente a través de informaciones periodísticas, pero cabría considerarlo un ejercicio bastante frecuente en la picaresca intelectual. Más grave en cambio me parece la siguiente duda. ¿Puede un catedrático de Teoría del Estado de Universidad a Distancia no entender lo que lee? Sí puede. Lo sigue demostrando en su artículo el señor De Blas Guerrero porque es evidente que al menos ha leído las páginas que hacen referencia a mi encuentro con el Rey publicadas en El País Semanal y es que no se ha enterado de nada. «…Vázquez Montalbán, acaso molesto por la incomprensión real, se refiere de inmediato a la formación castrense del Monarca como explicación para tamaño desconocimiento». Como el señor catedrático de la Teoría del Estado de la Universidad a Distancia no ha leído o ha leido poco el libro, desconoce precisamente el origen castrense de la palabra polaco, pero es que además no sabe leer y no entiende que yo en mi encuentro con el Rey digo precisamente lo contrario de lo que me atribuye el dístanciable catedrático: que sin duda en un clima como en el de las academias militares, destinado a formar oficiales e incluso a príncipes, es posible no se empleara la palabra polaco.
¿Reúne otros peligros nuestro catedrático, aparte de que comenta lo que no ha leido o lo que no ha entendido? Sí. El de una cierta zafiedad ídeologista cuando trata de atribuirme veleidades leninistas y estalinistas como prueba de mis inmersiones en la cuestión de las nacionalidades, sin que venga demasiado a cuento en el contexto de su artículo y sin que lo pueda sustentar en ningún conocimiento real de mis posiciones: «…no creo que el escritor barcelonés sea un hombre de convicciones nacionalistas catalanas, aunque la socialización del leninismo-estalinismo hace prudente dejar siempre abiertas las puertas en materia de nacionalidades». Si ni siquiera está enterado el tan repetidamente citado teórico del Estado y universitario a distancia de mis convicciones nacionalistas catalanas ¿a qué santo meterme a continuación en el peor de los infiernos postcomunistas? ¿Es una guinda del articulo o es la razón de haber sido escrito?
Respeto todos los desconocimientos que el señor De Blas Guerrero tenga sobre mi persona u otra, pero es del género ya cómico que me califique de aficionado en materia de las relaciones entre España y las nacionalidades, a mis años, y con la cantidad de escritura que me respalda sobre esta materia, en un proceso de aclaración de mi condición xarnego-polaca. Como que se asuste ante mi contribución a acentuar 1os recelos e incomprensiones entre el centro y sus periferias, cuando mi libro va exactamente en la dirección contraria, teniendo De Blas Guerrero a su inmediato alrededor tanto factor de susto a lo largo de estos tres últimos años y siendo verdadero factor de susto el que un catedrático de Teoria del Estado de la Universidad a Distancia no sepa que no sabe casi nada de lo que está hablando.