23 mayo 2005
En el homenaje al Holocausto se mantuvo la corona de flores con la bandera de Catalunya pero Carod y Maragall retiraron la que tenía la bandera de España
Maragalladas: Críticas a Pasqüal Maragall y a Carod Rovira por un viaje a Israel en el que posaron con coronas de espinas y retiraron la bandera española en los homenajes a víctimas del holocausto

Hechos
Fue noticia el 23 de mayo de 2005.


23 Mayo 2005
Disparates en cadena
Es una pena que la gira de Maragall a Oriente Próximo se haya visto salpicada por algunos embarazosos incidentes durante la etapa en Israel que desprestigian el nombre de Cataluña y el de España. No se trata de desdeñar los acuerdos logrados, pero sí de reseñar que son algo más que una simple anécdota esos disparatados incidentes en los que se ha visto envuelto el presidente de la Generalitat con la inefable colaboración del líder de Esquerra, Carod Rovira. Maragall sostiene que han sido explotados por quienes quieren impedir la España plural. Aunque así fuese, ello no justifica las meteduras de pata ni impide censurar tales gestos ni criticar los fallos de planificación por parte de la presidencia de la Generalitat.
El lío de las banderas en los actos ante la tumba de Rabin en Tel Aviv y las víctimas del Holocausto en Jerusalén nunca debió ocurrir. Es inexplicable que la Generalitat y la propia Embajada española no organizaran como es debido, y con todos los símbolos constitucionales, los distintos actos de este viaje oficial. El embajador Mirapeix deberá ofrecer las explicaciones que, muy justamente, le ha pedido el ministro de Exteriores, Moratinos, sobre la retirada en el último minuto de una cinta con los colores españoles en la ofrenda en la Ciudad Santa al tratarse de un acto de Estado. No es tampoco admisible la actitud de Carod de no sumarse al homenaje al asesinado ex primer ministro israelí por no ondear la senyera. Constituye un desaire a la figura de un líder extranjero en su propio país que no justifica ningún detalle simbólico como la presencia o no de la bandera catalana. El episodio de la sesión fotográfica a la luz pública, en la que Carod y el consejero de Economía, Castells, adornaron sus cabezas con sendas coronas de espinas mientras Maragall tomaba fotos, entra dentro de la categoría de las torpezas impropias de la dignidad institucional que debe acompañar al presidente de la Generalitat y puede herir sentimientos religiosos de muchos ciudadanos. Tampoco parece diplomáticamente una acción muy hábil, justo cuando Maragall visita Israel, que Esquerra solicite a la UE la suspensión del acuerdo de cooperación científica con Israel.
Es difícil encadenar más disparates en menos tiempo. Maragall debería ser mucho más prudente en sus viajes al exterior. Lo fue en sus giras cuando era alcalde y recababa los votos para la candidatura olímpica de Barcelona. No le falta, pues, experiencia. No es un ciudadano privado, sino el máximo exponente de un Gobierno autonómico. Muchos de los errores son fácilmente subsanables, pero si no los enmienda hará un flaco favor a su Gobierno, a sí mismo y a los intereses de Cataluña y, a la postre, de España.


21 Mayo 2005
Un problema llamado Carod
«NADA grave si fuera una cosa personal, pero ERC es quien sostiene al Gobierno de España». Así terminaba ayer el editorial de ABC que se hacía eco del boicot de Josep Lluís Carod-Rovira en un acto de homenaje a Isaac Rabin en Israel porque no aparecía por allí la bandera de Cataluña. Premonitorio, aunque previsible, comentario a lo que sucedió en la segunda jornada del viaje de la delegación de la Generalitat a Oriente Próximo, pues en la ofrenda floral en el Museo del Holocausto de Jerusalén se quitó la bandera española de una corona y se dejó la senyera. Es decir, la pataleta de la víspera ha tenido sus frutos y, en lo que queda de periplo, parece previsible que no aparezca ni una sola referencia a España.
La gravedad del disparatado episodio protagonizado por el aún más disparatado político reside, precisamente, en que allá por donde va trata de proclamar la independencia de Cataluña y difuminar hasta la nada la soberanía de España sobre todo el territorio nacional. Todo ello bajo la atenta mirada de Pasqual Maragall, que bordando el papel del Don Tancredo consiente el menosprecio a la bandera española, quizás más cautivo que nunca de la alianza con los independentistas a la que ha fiado su permanencia en el poder. La imagen de la portada de ABC -con el presidente de la Generalitat fotografiando a Carod con una corona de espinas entre risas y chacotas que hieren la sensibilidad de los católicos- retrata el grado de responsabilidad de ambos políticos, convertidos en turistas poco respetuosos con las convicciones ajenas y alejados de su responsabilidad institucional.
El Gobierno, a través del cuerpo diplomático, no debería consentir que el aumento de la actividad exterior de las Comunidades -deseable y fructífero para el desarrollo de las autonomías- mute en una especie de ofensa explícita a lo que España es y significa, ni que comprometa su imagen en el exterior.
Y terminamos casi en el mismo lugar de ayer: el muñidor de la ofensa y el ninguneo a todo lo que huela a español es quien sostiene en el Parlamento al Ejecutivo de España. Quizá Rodríguez Zapatero pueda tolerar tanto oprobio, allá él con su extraordinario talante, pero el presidente del Gobierno y los ciudadanos no tienen por qué asistir al menosprecio constante de quien ya dio su talla moral en Perpiñán.


22 Mayo 2005
Piruetea el bufón
PARA definir con cierta exactitud a este irrisorio, grotesco y pintoresco personaje Carod-Rovira es necesario recurrir al insulto. Como yo no voy a utilizar ese recurso, me limitaré a afirmar que es un sujeto de difícil presentación. Vamos que resulta impresentable. Hay quien le llama «payaso», pero ese nombre no se compadece con su forma de hacer reír. El payaso es un ser tierno, entrañable, conmovedor y emocionante, que hace felices a los niños con bromas blancas e inocentes, bromas que no muestran crueldad, ni inquina ni falta de respeto, sino ingenuidad y humor inofensivo. Que más quisiera Carod-Rovira que ser un payaso.
No. A payaso no llega, y ni siquiera se acerca a «gracioso» de comedia mala de chistes gruesos. En todo caso, Carod-Rovira sería un hazmerreír bufonesco y ridículo, y encima, un bufón republicano en corte monárquica. En este punto podríamos dejar al personaje si no fuera porque sus bromas y sus veras tocan y hieren los más respetables sentimientos y las más sagradas creencias de los hombres. Como diría Rubén Darío, «piruetea el bufón», y sus piruetas de gilimursi son desdenes o chacotas de la bandera y de la patria, de la religión y hasta de la pasión de Jesús, como ha hecho ahora en Jerusalén choteándose de la corona de espinas, con Maragall asomado a la máquina de fotos pare perpetuar la gracia.
Piruetea el bufón y desde su primera pirueta después de su elevación al taburete socialista del tripartito, aquella de la visita a Perpiñán llevando a cuestas la presidencia de la Generalitat, no ha dejado pasar tres días seguidos sin cachondearse de ideas o símbolos que los españoles tenemos conservados en lugares de amor o de respeto profundos. O sea, para decirlo con la voz del pueblo, el bufón no ha cesado de tocarnos las narices, que igual podría decir los cataplines, los bemoles, los compañones o las arracadas. Seguramente, en esa actitud hay un componente de torpeza y alocamiento, pero también hay una parte de provocación adrede, un deseo de desdeñar y zaherir aquello que otros respetan o adoran.
Las bufonadas que ha montado en su viaje a Israel no merecerían el comentario de una sola línea si no supusieran desprecio y burla, por un lado a la bandera de España, y por otro a un símbolo de la pasión de Cristo. El bufón ha logrado asombrar a sus anfitriones al abandonar un acto porque no estaba allí la bandera catalana y sí la española. Para este pelagatos, la bandera catalana no es una bandera española. Más adelante consiguió que el embajador de España retirara la bandera española de otro acto para que este mamacallos permaneciera allí. Joder, con el embajador. Y todo ello bajo las carcajadas de Maragall, que ya estaría con la trompa jerosimilitana. Y bajo las risotadas del séquito con viaje pagado con la contribución de los laboriosos catalanes. Y toda esta desgracia la compensa el bufón con media docena de votos indignos, que manchan y envilecen a quien de ellos se aprovecha.