7 noviembre 1936

El Consejo de Defensa firmó el traslado de todos los presos de Madrid, en teoría a Valencia, pero en lugar de eso fueron trasladados a Paracuellos y asesinados

Guerra Civil: Masacre en Paracuellos del Jarama a manos de tropas del Frente Popular dependientes de Santiago Carrillo (PCE)

Hechos

  • Entre el 7 de noviembre y el 3 de diciembre de 1936 fueron asesinados en sucesivas sacas en una cifra que fue como mínima de 2.500 personas.

Lecturas

El Consejería de la Junta de Defensa de Madrid firmó el traslado de los presos vinculados al bando de derechas de las prisiones Cárcel Modelo de Madrid, de Porlier de Madrid, de San Antón de Madrid y de Ventas de Madrid, en teoría para ser trasladados a prisiones de Valencia al igual que el Gobierno de la II República se había trasladado a Valencia, pero en lugar de eso, aquellos presos fueron trasladados de manera sucesiva a Paracuellos del Jarama donde fueron asesinados.

VÍCTIMAS MÁS CÉLEBRES DE LA MATANZA DE PARACUELLOS

El humorista y dramaturgo D. Pedro Muñoz Seca [pariente del escritor D. Alfonso Ussía Muñoz Seca], conocido por su ideología de derechas y su catolicismo ha sido una de las víctimas más célebres de Paracuellos del Jarama. Entre sus obras de teatro más famosas se encuentran ‘La Venganza de Don Mendo’ o ‘Anacleto se Divorcia’, comedia esta última para ridiculizar la ley del divorcio.

 D. Manuel Delgado Barreto, destacado periodista de derechas que había dirigido, entre otros el periódico LA ACCIÓN durante la restauración y el periódico LA NACIÓN, que pasó de ser considerado el diario oficial durante la dictadura del General Primo de Rivera, a ser uno de los principales periódicos de oposición a la izquierda durante la II República.

 D. Ramón «Monchín» Triana, que había jugado en el Atlético de Madrid y el Real Madrid, perteneciente a una familia cristiana de Madrid, fue también asesinado junto a sus dos hermanos en las sacas de Paracuellos.

 D. Federico Salmón, ministro en los gobiernos de la República, pero su condición de republicano no le salvó la vida, era militante de la CEDA, organización derechista, que lo hacía merecedor de la muerte a ojos de los milicianos comunistas.

 También miembros de la familia de militares Milans del Bosch, cuyo padre, el General Joaquín Milans del Bosch había sido asesinado en Madrid ante el cementerio del Este, figuraba entre las víctimas de Paracuellos.

D. Ricardo de la Cierva Codorníu [D. Ricardo de la Cierva Hoces], abogado conservador que trabajaba para la embajada noruega. Su amigo, el embajador, fue quien denunció el 11 de noviembre de 1936 al consejero D. Santiago Carrillo que las matanzas que se estaban produciendo.

Otras víctimas de las sacas de Paracuellos del Jarama fueron D. Jesús Cánovas del Castillo, político agrarista, el futbolista,  D. Mateo García de los Reyes, almirante retirado, primer comandante del arma submarina y Ministro de Marina durante la dictadura de Primo de Rivera y D, Hernando Fitz-James Stuart y Falcó, tío de la duquesa de Alba, y medallista olímpico con el equipo español de polo en los Juegos Olímpicos de Amberes 1920 o D. Noberto López de Valdemoro, tío del Sr. Bertín Osborne junto a otros ocho miembros de su familia. Además 105 sacerdotes, declarados beatos por El Vaticano y un total 281 religiosos entre los asesinados en Paracuellos.

LOS SEÑALADOS POR LA MATANZA

 El líder comunista, D. Santiago Carrillo, fundador de las Juventudes Socialistas Unificadas, era el Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa, cargo desde el cual había asumido el control de todos los prisioneros situados en cárceles de Madrid. Él aseguró no conocer las existencias de la matanza de Paracuellos del Jarama hasta el día 11 de noviembre, que se lo comunicó el embajador de Noruega, pese a lo cuál no impidió que estas se siguieran sucediendo hasta el 3 de diciembre.

 Segundo Serrano Poncela, como segundo de D. Santiago Carrillo fue el encargado de ‘supervisar’ los traslados de las cárceles. Su firma figura en los mismos. En diciembre de 1936 el Sr. Carrillo lo reveló de sus funciones trasladándole a él la responsabilidad de lo ocurrido.

Memorias

Santiago Carrillo

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El problema más serio con el que nos encontramos en Madrid fue la presencia en la cárcel Modelo de en torno 2.000 profesionales del Ejército, encarcelados desde los primeros días por haber participado en la sublevación o por no haberse presentado a las llamadas del Gobierno. Si el enemigo conseguía llegar a la cárcel y liberarlos podía organizar con ellos, según decían los expertos, dos nuevos cuerpos de Ejército, lo qeu habría sido una auténtica catástrofe militar para la República.

Uno de aquellos días, los franquistas llegaron a 200 metros de la cárcel Modelo. Y en la junta acordamos que era necesario evacuar a los militares presos, a todo riesgo; si perdíamos veinticuatro horas más podían ser liberados, con el fortalecimiento evidente del potencial franquista que iban a derivarse de ello. Impedirlo era esencial para la defensa de Madrid e incluso para todo el curso de la guerra. El problema más difícil era el de su custodia ; las fuerzas de que se disponía para ello eran más bien escasas; las brechas que teníamos en el frente y por las que las reservas movilizables. Al final el mando militar destinó algunas fuerzas para ecoltar el convoy.

Tardamos varios días en saber que habían sido interceptados y ejecutados pero nunca llegamos a saber por quién y en aquel momento ni supimos dónde. En los al rededores de Madrid merodeaban miles de incontrolados, con armas; muchos de ellos provenientes del territorio tomado por los franquistas antes de llegar a la capital, que habían perdido familiares y amigos por la represión y que se hallaban animados de un odio cerval. En las carreteras había controles, que no obedecían ni a la Junta ni al Gobierno. Y frente a gentes así las fuerzas de escolta hubieran debido librar batalla para proteger a los presos; al a vista de lo sucedido puedo imaginar que ni por su número, ni sobre todo por su moral, estaban dispuestos a dar su vida para defender la de los que iban custodiando.

Tuve las primeras noticias del suceso por el embajador de Finlandia, que vino a mi consejería a protestar. Era un nazi y unos años después publicó un libro en Berlín donde reconoce que cuando me visitó yo no sabía nada del asunto. Pero en ese momento él tampoco pudo darme una información precisa. La verdad es que yo he empezado a oír hablar de Paracuellos bastantes años más tarde.

Después de esa visita lo que hicimos fue suspender la evacuación de un grupo que aún quedaba. Pero la verdad es que en ese momento no pudimos meternos en ninguna indagación; los agobiantes problemas de la defensa de la capital nos tenían cogidos por el cuello a todos; la desorganización y el caos existentes eran aun muy grandes y la preocupación por salvar Madrid era prioritaria sobre cualquier otra consideración. En todo caso si alguien estaba en condiciones de abrir una investigación era el Gobierno y no la junta.

En el frente caían diariamente miles de hombres. Cuando uno está alejado en el tiempo y en la distancia de la guerra cabe la posibilidad de una reflexión puramente humana, dolida por la desaparición de vidas, sin diferenciar el campo en que caen.

Pero cuando tú estás inmerso en esa guerra, convencido de que defiendes una causa justa, no sientes la pérdida de vidas del enemigo como sientes la de tus correligionarios, no; desgraciadamente para que venzan los tuyos tienen que caer los otros. Es el sinsentido de todas las guerras y desgraciadamente seguirá siéndolo mientras haya guerras. No trato de justificarme ni de buscar atenuantes. La Junta de Defensa nos encontramos en una situación difícilmente controlable y no conseguimos controlarla. Logramos eso sí que durante dos años y medio Madrid fuer el símbolo mundial de resistencia antifascista.

He leído en algunas publicaciones que en Paracuellos se habían producido antes y después otras ejecuciones. Antes yo no me ocupé nunca del orden público o de tareas de seguridad; después de mi dimisión de la junta, a mediados de diciembre, cuando los frentes de la ciudad se habían estabilizado, tampoco.

A 48 horas de la instalación de la Junta, en Madrid se había logrado un relativo control de la situación. Finalizaron los paseos, las detenciones indiscriminadas y los controles de los incontrolados. Esto acontecía dentro del casco de la ciudad, donde la junta ejercía su autoridad. Fuera, desgraciadamente no sucedía lo mismo. En las salidas, la junta carecía de autoridad y el Gobierno, también. Varios miembros de la junta, entre los cuales Antonio Mije y yo mismo fuimos interceptados e impedidos de viajar a Valencia cuando por acuerdo de la junta íbamos a entrevistarnos con el Gobierno. A Pablo Yagüe, representante de la UGT en la Junta, le hieren gravemente un grupo de incontrolados a la salida de Madrid.
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He leído literatura pro franquita sobre lo sucedido en noviembre del 36, aunque la mayor parte de los testimonios vienen de personas detenidas y torturadas antes de ser fusiladas, pro lo que no esp osible atribuir valor de su testimonio, me he preguntado si alguna de las policáis de grupo pudo instalarse en las proximidades de Madrid, aprovechando el vacío de poder que en ellas se prolongó bastante tiempo. Pero si existió algo así no tuvo relación de ningún genero con la Consejería de Orden Público.

En ésta se formó un consejo que presidía Serrano Poncela, integrado por un representante de cada una de las organizaciones gubernamentales, consejo que decidía quien pasaba a disposición de los Tribunales Populares y quién debía ser puesto en libertad. El criterio era que las gentes de derecha que no tuvieran acusaciones de participación en la quinta columna y estuvieran en edad militar fueran enviadas a batallones de fortificación. Es imposible que los arrestos o las libertades los decidiera el representante de un solo partido. Yo, que había depositado mi confianza en Serrano Poncela, no participé ni en una sola de las reuniones de dicho consejo y, que recuerde, incluso no concoía personalmente a la mayor parte de los que lo componían, designados por sus organizaciones. (208-211)

08 Enero 1977

¿QUIÉN MATÓ A MUÑOZ SECA?

Alfonso Paso

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Hay un recuerdo imborrable que me viene ahora al corazón porque de la mente no se ha separado jamás. Mi padre intentó por todos los medios salvar a Pedro Muñoz Seca, que estaba internado en la cárcel de San Antón, de Madrid. Mi padre publicó un artículo en el recién aparecido Diario por entonces, al término de la guerra MADRID. El artículo se titula ‘Con Muñoz Seca en la cárcel de San Antón’ y mi padre relata el dramático encuentro que tuvo allí con nuestro gran autor cómico. Venía de intentar una entrevista con Marcelino Domingo y con el propio Martínez Barrios, pero las cosas estaban graves para la República. Al fin, un poeta comunista llamado Pedro Luis de Gálvez consiguió un permiso para que mi padre visitar a a Muñoz Seca en la cárcel de San Antón. Ya he contado como acompañé a mi padre y como salí conturbado y lleno de miedo de pensar que algo así pudiera sucederle al autor de mis días; Pedro Luis de Gálvez, a quien mi padre apodaba ‘el Capitán Saltatumbas’ iba con un pistolón pegado a la cintura y se había dado un par de visitas con un pistolón pegado a la cintura y se había dado un par de visitas por mi casa al tanto de una obra dramática que quería estrena y que pretendía que mi padre le arreglase.

Estábamos en la cocina de Apodaca mi madre, mi hermana Juana y yo, comienzo puré de lentejas con pan frito. Entró el Capitán Saltatumba preguntando por mi padre y como quiera que don Antonio no estaba se sentó a hacer tertulia y al mirar tan menguado alimento. Mi hermana masticaba ruidosamente el pan frito y de pronto, Pedro Luis de Gálvez sacó el pistolón, apuntó a mi hermana y dijo:

– Como sigas haciendo ese ruido, te mato.

Juana se quedó helada y yo me llevé a Pedro Luis Gálvez al despacho de mi padre para evitar mayores males.

Enterado mi padre de lo ocurrado cuando vino, y habiendo abandonado la casa el Saltatumbas, tuvo una violenta escena con él a la que puso fin, meloso y bajuno, el tal Pedro Luis de Gálvez, diciendo:

– No te pongas así, Antonio, que te voy a dejar ver a Pedro

Aprovechó mi padre la ocasión  y con este antecedentes llegamos a la cárcel de San Antón en octubre de 1936, sin que pueda precisar la fecha exacta. Yo ví a don Pedro tranquilo, irónico, mientras que el otro Pedro, Luis de Gálvez, ordenaba a los milicianos:

– A este que no me lo toque nadie. A Muñoz Seca no lo mata nadie más que yo.

Muñoz Seca protestaba:

– Es un honor, Pedrito, es un honor:

Mi padre habló largamente con don Pedro. Se quejaba el autor cómico de su úlcero de estómago y suplicó a mi padre que no le abandonasen nunca en la cuestión de las medicinas. Como el frío se echaba encima le pidió también unos calcetines de lana caso que por otra parte había pedido ya a su familia. Mi padre le mostró los que lleaba puestos y le dijo:

– ¿Te abrigan estos?

– Un poco más.

Mi padre se quitó los calcetines y se los entregó allí mismo bajo la supervisión del Saltatumbas con el que se encaró diciendo:

– Si algo le pasa a Muñoz Seca tu tendrás la culpa y lo pagarás muy caro. La República no puede permitirse estas cosas.

Pedro Luis de Gálvez fantocheó delante de los dos autores. No sé cuantas cosas dijo. Lo que sí es bien cierto y esto lo tengo grabado en la mente es que dijo que la República contaba bien poco y que eran los comunistas los encargados de sentar la justicia a partir de aquel momento.

– Si quieres que Muñoz Seca siga vivo habla con Orden Público y con Carrillo que es quien lleva todo esto.

Mi padre, viejo, republicano, a la salida de aquel emocionante encuentro llamó desde mi casa a Diego Martínez Barrios. Me parece que le estoy oyendo hablar.

– Si eres inteligente, Diego, si lo somos, no podemos permitir que un escritor esté en la cárcel. Eso mancha a la República.

Cuando colgó el teléfono aseguró a mi madre, conmigo delante, que Martínez Barrios iba a hablar con Carrillo. La cosa no se me ha olvidado y nunca porque yo asociaba eln ombre de Carrillo a un vecino de la casa y mi padre me tuvo que sacar del error. Repito textualmente sus frases:

– Ese es capaz de todo con tal de hundir a la República, pero si Diego quiere…

Días después de lo que estoy narrando comunicaron a mi padre la muerte de Muñoz Seca. Santiago Carrillo Solares se acordará, seguramente, de un viejo republicano que quiso romper su carnet, de número muy bajo, en la calle Mayor, delante de Unión Republicana, por la muerte de Muñoz Seca, de la cual es responsable, mientras no se demuestre lo contrario, el Carrillo Solares a quien hay que aplicar la acusación por delito tipificado de genocidio y atentados contra la Humanidad.

Alfonso Paso