11 mayo 2019

Fue leal a Felipe González y a Rodríguez Zapatero pero se enfrentó con Pedro Sánchez

Muere Alfredo Pérez Rubalcaba, ex ministro, estratega histórico del PSOE y su enlace con medios de comunicación

Hechos

Fue noticia el 11 de mayo de 2019.

Lecturas

Con fama de ‘conspirador nato’ en las luchas internas del PSOE: apoyó a D. Felipe González, a D. Joaquín Almunia y a D. José Luis Rodríguez Zapatero, al que acabaría desbancando. Venció a Dña. Carme Chacón en el congreso de 2012, apoyó a D. Eduardo Madina frente a D. Pedro Sánchez en las primarias de 2014. Asesoró a D. Pedro Sánchez en el periodo 2014-2015 para acabar colaborando en la conspiración contra él en el periodo 2016-2017 en el que respaldó a Dña. Susana Díaz. Con el retornó de D. Pedro Sánchez al poder, perdió su influencia y fue apartado de sus cargos en el periódico EL PAÍS. 

En las batallas del PSOE en Madrid también jugó un papel importante apoyando a D. Joaquín Leguina frente a los guerristas. Respaldó a D. Rafael Simancas ideando la campaña para victimizarle con ‘el tamayazo’ y luego respaldó a D. Ángel Gabilondo liderando la operación para destruir a D. Tomás Gómez, otro de sus grandes enemigos internos, aunque acabara aliándose con él en 2016 en su intento de ofensiva común contra D. Pedro Sánchez. 

11 Mayo 2019

Un hombre de Estado al servicio de España

Pedro Sánchez Castejón

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Luchador por la libertad, Alfredo Pérez Rubalcaba contribuyó a forjar un país moderno, europeo y democrático desde todos los puestos que ocupó

Es difícil despedirse de Alfredo Pérez Rubalcaba. Lo ha sido todo para el Partido Socialista Obrero Español, al que entregó lo mejor de su vida, pero también para España. Su figura —y, ahora, su recuerdo— trascienden las siglas de cualquier formación y son parte ya de la memoria democrática de nuestro país. Es miembro del admirable grupo de personas que, con solo evocar su nombre, nos permite reconocer toda una era de logros y progreso. Con él en distintos puestos de responsabilidad, España cambió para siempre y su legado es tan profundo que solo el paso del tiempo podrá hacerle verdadera justicia y rendirle el homenaje que merece. Hoy llora la familia socialista, pero también el país en su conjunto. Rubalcaba era un hombre de Estado, y como tal se va: admirado y homenajeado por España, sin distinciones ni matices ideológicos.

Su biografía se entrelaza con la lucha por las libertades y con la consolidación de la democracia. Aunque había nacido en Cantabria en 1951, su infancia y juventud estuvieron ligadas a Madrid, ciudad a la que se había trasladado con sus padres siendo apenas un niño. Se afilió al PSOE en 1974, todavía en plena dictadura. Su capacidad de sacrificio y esfuerzo —era también un consumado atleta—, su talento y su reconocido instinto político le llevaron pronto a destacar. Y comenzó así una vida entera de servicio a España desde una militancia que jamás le impidió alcanzar acuerdos y tejer consensos.

Con el regreso de la democracia, España afrontaba el reto de progresar social y económicamente. Queríamos parecernos a los países más avanzados de las entonces Comunidades Europeas un auténtico anhelo tras la larga noche del franquismo. Y para ello era fundamental situar a España en niveles de desarrollo educativo similares a los de Francia, Alemania o Reino Unido. Nuestro país sufría niveles de analfabetismo intolerables, y el número de estudiantes de educación secundaria y superior eran impropios del país que queríamos ser. Con apenas 35 años, en 1986, Alfredo Pérez Rubalcaba asumió la Secretaría de Estado de Educación, y en 1992 se convirtió en ministro de Educación y Ciencia de Felipe González. Su labor fue clave para conseguir uno de los logros que más nos enorgullecen como socialistas, pero, sobre todo, como españoles: la universalización de la educación pública y la reforma del sistema educativo.

España avanzó en cinco años lo que otros países habían tardado décadas en conseguir. Ese fue uno de los grandes logros de Alfredo, y sin duda, y el que más destacaba él mismo cuando se le preguntaba por su trayectoria política.

La aportación de Alfredo a España no dejó de crecer con el paso del tiempo, hasta hacer de él la figura que hoy despedimos con dolor, pero también con sincero y justo reconocimiento. Su labor como portavoz parlamentario durante el primer Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero fue brillante, y su capacidad oratoria era reconocida a un lado y a otro del hemiciclo. Como político y servidor público, Alfredo lo tenía todo, y en él convergían fondo y forma, talento y esfuerzo.

Sin embargo, donde la figura de Alfredo consolida su talla histórica es en su labor como ministro del Interior y vicepresidente durante el Gobierno que finalmente, y tras muchos años de sufrimiento y esfuerzo colectivo, puso fin a la pesadilla del terrorismo de ETA. La banda terrorista era otra de las grandes rémoras que arrastrábamos desde la dictadura, y su actividad criminal nos impedía decir sin matices que la historia democrática de España era una historia de éxito sin paliativos. La derrota del terrorismo exigió de él lo mejor de su enorme capacidad de trabajo y talento político, y también puso a prueba su grandeza y su templanza emocional. Su vida es la de un hombre que decide entregar su vida al servicio público y sacrificar muchas cosas —como sabe bien su mujer, Pilar Goya— para construir un mundo mejor. Con esas precisas palabras: un mundo mejor.

El socialismo español llora al compañero que fue su secretario general entre 2012 y 2014, pero lo hace junto a España entera, el país moderno, europeo y en paz que él tanto contribuyó a forjar allí desde donde estuvo. Como socialista, siento dolor. Como español, admiración, agradecimiento y orgullo. Descanse en paz.

11 Mayo 2019

Si todos fueran como él

Antonio Caño

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Los historiadores repasarán con detalle las muchas contribuciones que Rubalcaba ha hecho a su nación, siempre con discreción y aplomo, como trabajan los sabios

Sabido es que la vida no es justa y que la gloria no siempre ni exclusivamente es el destino de los mejores. Alfredo Pérez Rubalcaba fue el mejor político de su generación, el socialista más lúcido, un patriota sin la soberbia y la charlatanería de otros y, si le hubieran dejado, hubiera evitado mucho de los males que hoy padecemos. España perdió la oportunidad de tener al mejor presidente del Gobierno desde Felipe González.

Rubalcaba ha alcanzado, no obstante, la gloria del reconocimiento mayoritario y, por lo general, sincero, en los dos bandos. Estoy convencido de que, al escuchar la noticia de su muerte, miles de españoles han pensado: si todos fueran como él… De poder hacerlo, evitaría hoy los elogios, como los frenó en seco tras dejar la jefatura de su partido con aquella frase genial de que “en España se entierra muy bien”. Como buen político, sabía cuánta hipocresía rodea su oficio, conocía de sobra —y hasta la comprendía y la perdonaba— la satisfacción oculta de algunos que en aquel momento le despedían apesadumbrados.

Confío en que los historiadores repasarán con detalle las muchas contribuciones que Rubalcaba ha hecho a su nación, siempre con discreción y aplomo, como trabajan los sabios. Dos brillan de forma rutilante: el fin de ETA y la abdicación del rey Juan Carlos. Por cualquiera de ellas hubiera merecido un espacio en el panteón de personajes ilustres, si es que en España hubiera tal cosa. Pero de ninguna de ellas presumió nunca en público. Su modestia solo era comparable con su inteligencia, virtudes ambas que hoy siento que mueren con él.

Personalmente, tuve el honor de gozar de su instinto y su sentido común cada martes de 12 a 2 en las reuniones del Comité Editorial de EL PAÍS, del que formó parte hasta que dejé la dirección del periódico. Confieso ahora cuánto me influyó Rubalcaba en la toma de decisiones, sin que él lo supiera y sin que lo pretendiera jamás. Decía lo que pensaba de las cosas con la única intención de que el periódico contribuyese de la mejor manera posible a la convivencia, la moderación y el progreso, sus únicas metas. Se resistía numantinamente a cualquier invitación a escribir y solo me pidió un favor —como me consta que hizo a algunos de mis antecesores—: publicar un pequeño comentario sobre la final de los 100 metros libres de las Olimpiadas. Fue un gran deportista en su juventud y disfrutó del deporte durante toda su vida.

Rubalcaba no era precisamente un ingenuo. Conocía los trucos y las trampas del poder como nadie y sabía hacer política con el campo embarrado si era necesario. Pero sus ambiciones nunca fueron superiores a su pudor y su ética. Por eso prefirió acabar su vida como profesor universitario, profesión de la que disfrutaba casi tanto como de la política.

Nuestra amistad no es antigua. De hecho, no nos conocíamos personalmente antes de empezar a trabajar juntos. Pero desde entonces, las circunstancias nos unieron más de lo que en un principio esperábamos. Nos juntábamos mientras estuve en España y hablábamos en los últimos meses por teléfono con cierta frecuencia, de fútbol un rato –también compartíamos colores- y de política sobre todo. Hasta el último día, el juicio de Alfredo fue desapasionado y certero. Mi frustración por su falta de púlpito era mucho mayor que la suya.

Al poco de llegar a Washington, murió el senador John McCain, el último reducto de nobleza de la política norteamericana. Pese a todas las diferencias ideológicas entre ambos, algo similar puede decirse hoy de Alfredo Pérez Rubalcaba, que nunca compartió esta política de asesores de imagen, Twitter, consignas, simplezas y lugares comunes, sino aquella arcaica, ingrata y apasionante oportunidad de servir a tu país.

11 Mayo 2019

Rubalcaba, una vida al servicio de España

EL MUNDO (Director: Francisco Rosell)

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EN TIEMPOS atribulados en los que la falta de cooperación y el amateurismo copan la vida pública de nuestro país, la figura de Alfredo Pérez Rubalcaba, fallecido ayer a los 67 años tras varios días de lucha después de sufrir un ictus, quedará esculpida como la de un servidor público que sobresalió por su astucia, inteligencia y prudencia. Fue un político profesional, en el sentido noble de la expresión. Un estadista, buen conocedor de la política de Estado, capaz de muñir acuerdos con el PP en asuntos estratégicos para nuestro país. De hecho, su colaboración tanto a la hora de dar respuesta al desafío secesionista como en los trámites para facilitar la abdicación de Juan Carlos I, dos de sus servicios prestados durante el mandato de Mariano Rajoy, permitieron fraguar algunos de los últimos grandes consensos de la política española.

Rubalcaba se erigió en pieza destacada de los gobiernos de Felipe González y de José Luis Rodríguez Zapatero. Ejerció de portavoz y de vicepresidente, y ocupó carteras clave como las de Educación e Interior. Redactó la primera Ley de Ciencia que tuvo España tras el restablecimiento de la democracia y desarrolló un papel destacado en la aprobación de las diferentes normas socialistas en materia de enseñanza, como la muy controvertida Logse. En todo momento acreditó no solo su brillantez oratoria –especialmente destacada fue su respuesta al Plan Ibarretxe y su intervención parlamentaria para refutar el «derecho a decidir» delante de los políticos secesionistas–, sino una habilidad negociadora que le llevó a tejer un intenso vínculo con contrincantes del PSOE. Rajoy considera que «ha sido una de las personalidades más importantes de la reciente historia de España y como tal merece ser honrado y reconocido. Fue un hombre de Estado y un adversario digno de respeto y admiración». Por su parte, Ana Pastor facilitó la instalación de la capilla ardiente del político socialista en el Congreso. Una decisión reservada para ex presidentes del Gobierno y de la Cámara, y padres de la Constitución, que muestra la trascendencia histórica de su figura.

Pero una ejecutoria política de cuatro décadas no está exenta de sombras. Se prestó a ser portavoz de un Gobierno que encubrió los GAL y la retahíla de escándalos que precipitaron el ocaso del felipismo, incluida la falsa detención en Laos del ex director general de la Guardia Civil, Luis Roldán. Ya durante el mandato de Zapatero, Rubalcaba se empeñó en negar las revelaciones de EL MUNDO sobre el caso Faisán, el chivatazo que evitó la caída de la red de extorsión de ETA. Y no dudó en usar la jornada de reflexión tras el atentado del 11-M en beneficio de partido.

En todo caso, a lo largo de su trayectoria destacó como un baluarte de la socialdemocracia clásica, lo que contrasta con la vaporosidad del proyecto de Pedro Sánchez –su sucesor al frente de la Secretaría General del PSOE– y con una clase política lastrada por su visión cortoplacista. La solidez de su acreditado sentido de Estado le llevó a mantener incólumes sus posiciones de centralidad, incluida una idea de España cimentada sobre una concepción federalista ajena a ambigüedades en lo referente a la unidad territorial y la defensa del marco constitucional. Tras ser arrollado por la protesta del 15-M, Rubalcaba regresó a la universidad para dar clases. Pero nunca abdicó de su vocación política. Leal a la nación, refractario a veleidades ideológicas y garante de moderación institucional.

11 Mayo 2019

Rubalcaba, un rival admirable

Mariano Rajoy

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Fue un hombre indispensable para el PSOE en las épocas más duras de su reciente historia y fue un hombre de Estado en los momentos más decisivos que pasó España en los últimos años

“A nosotros lo que nos falta es un Rubalcaba”. Esa sentencia, que en bastantes ocasiones he escuchado a militantes del PP en momentos de dificultad, merece ser rescatada en homenaje a Alfredo Pérez Rubalcaba, como prueba de la admiración sincera que llegó a despertar entre sus adversarios y como reconocimiento de su valía personal más allá de nuestras diferencias políticas.

Alfredo Pérez Rubalcaba ha sido una de las personalidades más importantes de la reciente historia de España y como tal merece ser honrado y reconocido. No llegó a ser presidente de Gobierno pero, hasta su retirada de la política, fue una persona decisiva en los distintos Ejecutivos socialistas y también en las labores de oposición. Inteligente, hábil negociador e implacable dialéctico, era un rival temible: brillante y afilado como un bisturí, pero sincero a la hora de negociar y todo lo leal que se puede ser entre contrincantes políticos.

Discrepamos en casi todo a lo largo de muchos años, y nos atizamos muy duro en el Parlamento y en debates electorales, pero a pesar de nuestras profundas diferencias ideológicas compartimos bastantes experiencias en común: ambos desempeñamos las carteras de Educación, de Presidencia y de Interior. Ambos fuimos también vicepresidentes de Gobierno y portavoces del ejecutivo. Cada uno desde los distintos lugares donde nos fueron situando los españoles con sus votos, cumplimos la misión de gobernar o de controlar al ejecutivo con respeto y responsabilidad. Por eso hoy quiero despedirle no como a un rival, sino como al compañero en una dedicación compartida por nuestro país.

Fue un hombre indispensable para el PSOE en las épocas más duras de su reciente historia y fue un hombre de Estado en los momentos más decisivos que pasó España en los últimos años. Su última e importante aportación a la democracia española fue su contribución al feliz resultado del proceso de abdicación del rey Juan Carlos y la proclamación de don Felipe. Aquellas semanas, casi las últimas de su trayectoria política, pudimos disfrutar del mejor Rubalcaba, inteligente, discreto y prudente, sabedor de la enorme importancia del asunto que estaba en juego y comprometido con su éxito.

Con su marcha, la vida pública española perdió quilates de brillantez; Alfredo Pérez Rubalcaba respondía a un modelo de político ahora en desuso: ni vivía obsesionado por la imagen, ni se perdía por un regate cortoplacista. Sabía mirar más allá del próximo cuarto de hora y contaba con un discurso sólido que merecía ser escuchado porque destacaba por encima de consignas publicitarias y eslóganes ramplones; un discurso que se basaba en la racionalidad y en los argumentos, no en la búsqueda de un enemigo artificial contra el que legitimarse. Tal vez por ello fue un adversario admirable, que nos obligó a dar lo mejor de nosotros en cada momento.

Hoy comparto con muchos españoles un sentimiento de pérdida por quien fue un referente de la política española durante tantos años de entrega a sus ideas y a la vida pública. Y quiero recordar también con respeto y admiración a la persona discreta y afable que siempre encontré detrás del personaje del duro Rubalcaba con el que tanto tuve que batallar a lo largo de mi vida política. Descanse en paz.

11 Mayo 2019

Las plañideras de El País lloran la muerte de un Rubalcaba al que echaron como agua sucia

Roberto Marban - Juan Velarde

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El periódico, lejos de presumir de haber contado con tan ilustre consejero, oculta hábilmente la presencia del socialista

ay que echarle mucho papo al asunto y no ponerte a la par rojo de la vergüenza. El País, tanto en su edición escrita como en la digital, se ha lanzado a glosar y a elogiar a Alfredo Pérez Rubalcaba, fallecido en el mediodía del 10 de mayo de 2019 tras no superar un ictus.

El problema que tiene el diario de PRISA, dirigido por Soledad Gallego-Díaz, es que mucho llorar ahora a moco tendido por el que fuera líder del PSOE y prácticamente el hombre fuerte en la época de José Luis Rodríguez Zapatero, ocupando el cargo de ministro de Interior, pero se olvida por parte de los actuales dirigentes que Rubalcaba fue echado como agua sucia del consejo editorial de El País.

Sí, el 11 de junio de 2018, cuando Rubalcaba estaba a punto de cumplir los dos años en ese puesto, era ‘decapitado’ del mismo por una Soledad Gallego-Díaz que vino a quitar todo aquello que había construido Antonio Caño durante sus pocos años al frente del rotativo.

De hecho, en la extensa crónica biográfica que hacen de Rubalcaba, hay que irse varios párrafos abajo para, casi al final, encontrar una breve referencia a su paso por el consejo editorial de El País

Rubalcaba fue invitado a ese consejo por Jose Manuel Calvo y Antonio Caño, junto con estos otros integrantes: Ignacio TorreblancaFrancisco González Basterra, el desaparecido Joaquin Prieto y Lluís Bassets

La diferencia es que Alfredo Pérez Rubalcaba no cobraba, iba de gratis a asesorar y era muy discreto. Sin embargo, sin mediar palabra alguna, Gallego-Díaz le echo de muy malas formas, sin ni siquiera llamarle ya que el cese le fue notificado a través de Manuel Mirat, el CEO y presidente del diario

Ese consejo o comité editorial se reúne ahora todos los martes para debatir la línea que tiene que seguir El País y es presidido ahora por la directora del periódico junto con la responsable de la parcela de opinión, Máriam Martínez-Bascuñán, que sustituyó al también purgado Torreblanca, al que incluso la propia Gallego-Díaz llegó a puentear clavando un editorial prosanchista en el periódico

12 Mayo 2019

Doctor Alfredo y Míster Rubalcaba

Eduardo Inda

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Me caía francamente bien Rubalcaba. Lo conocí en los 90 pero empecé a intimar con él entrados los dosmiles. Nuestra relación se intensificó a raíz de un encuentro en el Ministerio del Interior en junio de 2006. Me invitó la tarde en que comenzaba la Copa del Mundo de Alemania. Lo que iba a ser una hora de charla se convirtieron en tres por mor de nuestra común afición: el fútbol en general y el Madrid en particular. «¿Por qué no te quedas y vemos el partido inaugural del Mundial?», me planteó al concluir nuestro tête-à-tête. He de decir que, aunque discrepáramos en lo ideológico, conmigo siempre fue encantador. Intuyo que se enfadó hará cosa de un mes cuando en La Sexta Noche recordé que el Gobierno de Zapatero refrendó en su puesto e incluso condecoró al comisario Villarejo. Rubalcaba eran dos almas en un ADN de tío listo donde los haya. Por un lado estaba el Doctor Alfredo con sentido de Estado que comprendía mejor que nadie la alternancia, la necesidad de un bipartidismo sólido al estilo de las democracias que mejor funcionan como la estadounidense, la británica o la alemana. Un tipo proclive a los grandes consensos, respetuoso con el adversario e impecable en las formas institucionales. Por otro, nos topamos con ese Mister Rubalcaba que no dudó en propiciar el chivatazo del Bar Faisán para salvar el diálogo con una banda terrorista ETA que terminaría, cierto es, anunciando el fin de los tiros, las bombas y los secuestros. Una maquiavélica forma de entender la política que pulveriza cualquier fundamento ético, estético y legal. El mismo Mister Rubalcaba que diseminó por Madrid la falsa tesis de los terroristas suicidas el 11-M y que contribuyó con su agitprop a acorralar las sedes del PP en plena jornada de reflexión. Como portavoz del Gobierno fue el mejor que recuerdo ex aequo con Josep Piqué. Lo cual no impidió que de su boca salieran lindezas como que el terrorismo de los GAL era «un invento de El Mundo» o ese mcarhtysta «veo todo lo que haces y oigo todo lo que dices» que espetó a Carlos Floriano en el Congreso. Luces y sombras de un personaje al que, al menos, hay que reconocerle nivelazo. Alfredo es uno de los últimos de Filipinas de una clase política con la que sí se demuestra aquello de que «cualquier tiempo pasado fue mejor».

12 Mayo 2019

El epitafio de Rubalcaba: "España merece un Gobierno que le mienta"

Federico Jiménez Losantos

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icen que en España se observa la norma social de «no hablar mal de los muertos», incluso de los políticos. Será si son de Derechas, porque hace cuarenta y tres años que murió Franco, jefe militar y político de la media España que ganó la guerra civil que le había declarado la otra media y sus hijos políticos siguen empeñados en asaltar su tumba y aventar sus cenizas, tras elevar a categoría de ley la condena de sus cuatro décadas en el Poder.

De hecho, la Izquierda impuso, sin lucha, al PP de Rajoy y al C´s de Rivera una Ley de Memoria Histórica que, pese a que lo deslegitimaba, firmó Juan Carlos I. Esa Ley que ordena lo que debemos recordar cuenta ahora con una Comisión de la Verdad que Orwell creyó metáfora de Stalin y Pedro Sánchez ha convertido en comisariado ideológico-administrativo capaz de multar y prohibir cualquier libro y encarcelar a cualquier autor que defienda o abrigue la sospecha de que el Gobierno del Frente Popular de la II República en Julio de 1936 era ilegítimo y criminal. Si esto no es hablar mal de los muertos -de los miles de asesinados en Paracuellos, por ejemplo-, que venga Dios y lo vea… siempre que no lo traiga Bergoglio.

El héroe de la jornada de reflexión del 13M

Mariano Rajoy, que sigue sin explicar por qué no dimitió para impedir que Sánchez llegase al Poder junto a comunistas y separatistas, se ha apresurado a glosar las virtudes del finado Alfredo Pérez Rubalcaba, el que, manipulando la masacre del 11M, convirtió la Jornada de Reflexión del 13M de 2004 en abyecto acto electoral contra el Gobierno Aznar; el que cercó, con la ayuda del imperio Prisa, dentro del que ha muerto como consejero editorial, las sedes del PP; y el que encerró al candidato Rajoy en Génova 13, desde la que pidió gemebundo auxilio ya de noche. Nada de eso ha querido recordar Rajoy, y pocos han evocado la frase de Rubalcaba en aquel día infame, que, desmentida como toda afirmación de su autor, podría servirle de epitafio: «España se merece un Gobierno que le mienta». No todos los españoles, pero sí muchos, más que suficientes para merecerlo.

Depreciada como están la palabra «estadista» y el concepto «hombre de Estado», es lógico que se apliquen a cualquier difunto o simplemente jubilado de la política. Pero, dejando aparte la valoración personal, que es asunto de familia, allegados y allegadas -la más famosa, también difunta-, conviene recordar brevemente cómo ha perjudicado Rubalcaba a lo largo de su carrera los intereses del Estado y de la Nación. Llegó con un centón de penenes a la cátedra, sin afrontar las oposiciones de la generación anterior, exactamente igual que la LOPJ de 1985 enterró a Montesquieu y con él a los jueces de la meritocracia franquista y ucedista, para sustituirlos por los de carné socialista o comunista.

Los grandes servicios del «estadista»

Como Secretario de Estado y Ministro de Educación, Rubalcaba fue uno de los grandes artífices de la LOGSE, engendro pedagógico que ha destrozado la enseñanza pública. Ministro de la Presidencia del Gobierno del GAL y trujamán de la infame campaña guerracivilista del dóberman en 1993, se fingió luego estadista y, con Aznar en el Poder, pactó la Ley de Partidos y hasta redactó el preámbulo contra el PNV, que, desde el instante en que la firmó, fue traicionada por el PSOE. Se reenganchó al poder zapaterino gracias a su fechoría del 13M y a la ayuda de PRISA, a la que ha servido hasta el final; y en la primera legislatura de ZP hizo lo contrario de lo que ahora se le adjudica: resucitó a la ETA para pactar con el partido que la heredó y creó un Frente Popular-Separatista para expulsar de la política a la media España de Derechas y liquidar el régimen constitucional de 1978. Fracasó como líder de partido, y no por jugar limpio en las primarias contra su otrora íntima Carmen Chacón, sino porque en el PSOE reinaba el dicho «Rubalcaba, si te vuelves, te la clava». Las urnas lo obligaron a dimitir.

Como ministro del Interior de ZP, protagonizó un escándalo tras otro a través de su policía favorito, JAG, presente en la comida de las cloacas (con Garzón, Delgado, Villarejo y «El Gordo») y en la instrucción delictiva del Caso Gurtel. Pero quizás lo que retrata mejor la falta de escrúpulos de Rubalcaba, amén del 13M, es el Caso Faisán, llamada telefónica a la ETA para evitar que la policía detuviera al comando que cobraba el «impuesto revolucionario» ¡para no estropear un encuentro de ZP con Josu Jon Imaz!

Su integración, a la distancia justa para no aparecer como jefe, en las cloacas del Estado se acreditó al recibir tres horas a Fernández Díaz como ministro cesante de Interior para darle las líneas maestras de la política que debía seguir con la ETA: la misma. Uno soltó a De Juana y otro a Bolinaga. Por supuesto, Villarejo y El Gordo siguieron mandando en Interior y el PP se quedó con las mismas cloacas que manipularon las pruebas del 11M y le negaron la victoria electoral en 2004. En 2011, les daba exactamente igual.

También se celebra el papel de Rubalcaba en la abdicación de Juan Carlos, cuando no podía hacer otra cosa, con Felipe detrás, que unirse al apaño de Gallardón, Rajoy, Torres Dulce y Spottorno, hombre de PRISA como él mismo. Se olvida que suscribió el «cortafuegos» de la infanta Cristina y Urdangarín, que ha hecho a la Corona más daño que Corina. Todo se olvida cuando el que tiene que recordar pierde voluntariamente la memoria, como le pasa a la derecha idiotizada y al periodismo cretinoide.

Una nación sin memoria no tiene futuro

Lo peor de la canonización de Rubalcaba como algo distinto de Pedro Sánchez, cuando éste es tan heredero suyo como de ZP, y observa el mismo sectarismo a que la Izquierda viene sometiendo a España, es que dentro de dos semanas corremos el peligro de cosechar en las urnas el triunfo póstumo de Rubalcaba y Tierno Galván, dos impostores a los que la empresa de Pompas Fúnebres de la Izquierda, con la clásica escolta de plañideras maricomplejines y meapilas piadosos, han logrado convertir en símbolos oficiales de una España en la que sólo tiene futuro el que olvide el pasado, siempre que sea verdad y favorezca a la Derecha. De perjudicarla, deberá recordarse cada día, hasta el del Juicio Final, que instruirá Garzón.

Si las urnas, porque los partidos no parecen capaces de hacerlo, no lo remedian, el entierro del gran artífice mediático y político de ese 11M que parecen olvidar algunas de sus víctimas, tan grotesco como el de Tierno y tan de partido como el de Isaías Carrasco, nos acerca al entierro de cualquier alternativa de derechas a la liquidación del régimen constitucional. O sea, a una oposición sin suficiente respaldo popular y con la nación a la intemperie. Y como una nación sin memoria no tiene futuro, a ese abismo nos asomamos. En el fondo, será un tributo a Rubalcaba, el hombre que siempre fingió lo que no era; el que, cuando dijo «España se merece un Gobierno que no le mienta», quería decir exactamente lo contrario, siempre que el que mintiera fueran él o su partido. Y nadie con memoria podrá decir que Pedro Sánchez Cum Fraude no es un dignísimo sucesor.

12 Mayo 2019

La química del Estado

Julio Somoano

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26 de marzo de 2014. Palacio de la Zarzuela, despacho del rey Juan Carlos I.

— Alfredo, te he pedido que vinieses hoy, justo horas después del entierro de Adolfo, porque quiero compartir contigo la decisión que he tomado. Siento que mi tiempo ya se ha terminado y voy a abdicar en los próximos meses.

— La verdad es que todo esto coincide muy mal con mis planes, señor. Yo pensaba dejar la política ya, que va siendo hora…

— Estamos los dos de salida, pero nuestra intención aquí es llevar a cabo una sucesión lo más tranquila posible y que no despierte viejas tentaciones… Y ya sabes que las Cortes deben aprobar esa abdicación con una amplia mayoría.

— Lo entiendo, señor. Yo me comprometo a fijar la postura de mi partido para que vote a favor de esa ley de abdicación y a mantenerme al frente de mi partido hasta que haya pasado todo.

— Por cierto, Alfredo, discreción total. Ya te puedes imaginar si se sabe…

Y así lo hizo. No filtró ni una palabra de la conversación, el Congreso de los Diputados aprobó la Ley de Abdicación con el 85% del apoyo, y ni un voto socialista negativo. Y Alfredo Pérez Rubalcaba no se retiró hasta que Felipe VI no subió al trono.

Fue su último servicio como hombre de Estado. Y así lo sigue reconociendo Juan Carlos I, cuyo aprecio por él ya se demostraba en gestos insólitos como mandarle sus borradores del mensaje de Navidad de 2012 y 2013 al entonces líder de la oposición para pedir aportaciones.

Este político químicamente puro se había ganado su fama a pulso durante más de tres décadas, ocupando todos los escalafones de la Administración: desde la dirección de un gabinete técnico hasta el Ministerio de la Presidencia con González y vuelta a empezar con Zapatero, que comenzó dándole por desahuciado.

Siempre eligió al candidato perdedor de su partido: Almunia en vez de Borrell, Bono en vez de Zapatero, Madina en vez de Sánchez, Susana Díaz en vez de Sánchez… Pero esa miopía crónica para escoger al ganador la suplía con capacidades que le hacían único. La primera, la de la persuasión. Destacados rivales suyos me han confesado cómo Rubalcaba les convenció por teléfono de decisiones que iban en su contra, susurrando con su voz de «monje mansurrón», como la definía Baltasar Garzón. En las distancias cortas cautivaba. Te explicaba su verdad, mientras te miraba fijamente a los ojos y te iba metiendo en su marco mental cual serpiente Kaa: «Lo ves, ¿no?… Lo ves, ¿no?».

También brillaba por su capacidad de trabajo. Dormía cuatro horas y apenas comía. Podía pasarse todo el día con un sándwich y un termo de café. Sólo paraba dos horas para ver los partidos del Madrid («su verdadero sueño habría sido presidir ese equipo», dice uno de sus amigos) y unos días de agosto para pasear por su playa asturiana de Toranda.

Y así se convirtió en el señor Lobo de la política española. González decía con una sonrisa que Alfredo era experto en crear problemas para luego solucionarlos, pero sus aptitudes para la fontanería, la persuasión y la comunicación fueron decisivas en la aprobación de la LOGSE, la crisis del 11 al 14-M, el Estatut de Cataluña y, sobre todo, el fin de ETA. Despedimos a un campeón de 100 metros lisos reconvertido en un político maratoniano que sobrevivió a todos sus presidentes. Despedimos a un hombre de Estado.

Julio Somoano

14 Mayo 2019

Lo que se va

Félix de Azua

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Veo la desaparición de Rubalcaba con la penosa emoción que me produce el derrumbe de la aguja de Notre Dame

En una carta a Paul Engelmann, un inesperado Wittgenstein calderoniano le decía que nuestra vida es un sueño, sí, pero que en algunos momentos decisivos nos despertamos y podemos llegar a saber que estamos dormidos. Es una vuelta de tuerca al sueño de Segismundo. El despertar no llega con la muerte sino que acontece en vida, pero sólo en momentos supremos y a pocas personas. Por lo que sigue en la carta, yo creo que Wittgenstein se refería a sí mismo y a otros pensadores de igual calibre intelectual, como Schopenhauer, capaces de recibir en forma de luz instantánea la visión de nuestra existencia en tanto que delirio onírico. Un estado similar a la muerte, pero con imágenes que no podemos variar porque varían ellas solas. Así que, a diferencia del dolor, que es lo ajustado a los vivos, vivimos la muerte ajena (jamás la propia) como un suceso cargado de sentido a pesar de su trivialidad.

Por eso muchos hablamos ahora de Rubalcaba como en un sueño: fue un hombre inteligente y con estudios superiores, uno de aquellos socialistas íntegros que tenían una idea firme de cuál era la sociedad por la que luchaban. De ahí su destacado empeño para acabar con los asesinos vascos. Nunca habría consentido a Otegi. El siguiente sueño de los socialistas vivos, en cambio, han sido dirigentes sin usanza laboral, sin estudios, sin entereza moral, sin una idea de sociedad. Jefes solipsistas, frívolos e incapaces de despertar para constatar que están dormidos. Yo veo la desaparición de Rubalcaba con la penosa emoción que me produce el derrumbe de la aguja de Notre Dame. Desaparece algo irrepetible. La próxima aguja no será de madera, ni la construirá Viollet. Será el resultado de una lucha entre codicias y empresas. Será, posiblemente, virtual.