22 marzo 1956

Muere Eduardo Lonardi, el general que derribó a Perón como presidente de Argentina y pero que tuvo que ceder el mando a Pedro Eugenio Aramburu por ser considerado ‘blando’

Hechos

Eduardo Lonardi falleció el 22 de marzo de 1956

Lecturas

La Revolución Libertadora fue en 1955. 

Cuatro meses después de su renuncia a la presidencia de la nación ha muerto el general Eduardo Lonardi, jefe la llamada Revolución Libertadora que derrocó a Perón de la presidencia de Argentina.

Desde que asumió el poder el 23 de septiembre de 1955, una semana después del golpe militar, Lonardi proclamó una política ‘sin vencedores ni vencidos’. Apenas pudo mantener la promesa en sus cincuenta días de gobierno. Se lo impidió el ‘sector gorila’ de las fuerzas armadas, que finalmente le obligó a renunciar, siendo reemplazado por Pedro Eugenio Aramburu, convertido en nuevo dictador del país.

Aun sin la presencia física de su líder, el peronismo iba a subsistir. Era el patrimonio iba a subsistir. Era el patrimonio de los trabajadores. Perón seguirá estando presente en la política nacional.

Volverá a haber elecciones en Argentina en 1958.

El Análisis

Demasiado conciliador para ser dictador

JF Lamata

En marzo de 1956, Eduardo Lonardi se despidió del mundo y, con él, se cerró uno de esos capítulos breves pero intensos de la política argentina. Lonardi no fue un presidente convencional: llegó a la Casa Rosada no por las urnas, sino al frente de la “Revolución Libertadora” que en 1955 derrocó a Juan Domingo Perón. Su lema —“ni vencedores ni vencidos”— parecía más propio de un conciliador que de un caudillo militar, y eso, en un país acostumbrado a los bandos irreconciliables, ya era casi una herejía.

Pero el tiempo de Lonardi en el poder fue tan fugaz como su moderación. Apenas 50 días después de asumir, sus intentos de tender puentes con el peronismo chocaron con el núcleo duro de la Junta Militar, que prefería dinamitar todos los puentes antes que repararlos. Su política de “vamos a calmar las aguas” no encajaba con quienes querían una purga a fondo del aparato peronista. Así, en noviembre de 1955, Pedro Eugenio Aramburu le pidió —en el idioma universal de los golpes palaciegos— que dejara el sillón presidencial.

Tras su salida, Lonardi se retiró sin estridencias, pero quedó como la rara avis de la política argentina: un general golpista que, paradójicamente, quería paz. Murió apenas unos meses después, enfermo y apartado, mientras el país seguía enredado en sus viejas pasiones y odios. Hoy, su figura es recordada como una nota a pie de página de la historia: breve, conciliadora y completamente fuera de sintonía con el clima de época. Quizá por eso su paso por el poder dejó más preguntas que respuestas… y más de un “¿y si lo hubieran dejado?” flotando en el aire.

J. F. Lamata