8 agosto 2012

Muere el actor Félix Ángel Sancho Gracia

Hechos

El 8.08.2012 falleció D. Félix Ángel Sancho Gracia

09 Agosto 2012

La puta vida, amigo Sancho

Elena Valenciano

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Muy fuerte ha tenido que ser la muerte para poder contigo si es que ha podido y no has sido tú el que la ha dejado pasar, consciente de que a esa vida tuya, imponente, le habían puesto ya muchas barreras.

La vida, amigo Sancho, a la que más amaste y a la que supiste exprimir con la sabiduría de los hombres buenos y poderosos, nos regaló tu amistad, tu voz y tu presencia avasalladora y… la creímos inmortal. Te conocí tarde pero encontramos mil historias comunes. La más increíble fue la coincidencia por un querido lugar en el Uruguay, un balneario chiquito, familiar y detenido en el tiempo que se llama Playa Verde y que sólo conocemos unos poquísimos privilegiados. Te encantó que, la noche del verano que nos conocimos, contáramos cosas de «allá». Luego, fue Mondariz -organizaste para nosotros una noche romántica-sorpresa, digna de las estrellas de Hollywod – y más noches: Altea, Sevilla, El Puerto… sitios bonitos y compartidos : las historias de la gente (era lo que más te interesaba) y los teatros, la política, las mujeres, los personajes famosos y las mejores anécdotas que narrabas como nadie, entre grandes risotadas o bien lágrimas y el gesto siempre mejor escogido -pedazo de actor-.

Te seguimos por los escenarios como quiénes siguen a los grandes toreros para apurarte al máximo y disfrutar a fondo de ti en la escena y fuera de ella. En esas giras de noches con madrugada, me impresionó ver lo que te querían y buscaban los actores y actrices más jóvenes. Te lo preguntaban todo y estaban siempre pendientes de tu voz. ¡Tu voz, amigo Sancho! Esa ya no nos la arrebata nadie. Nos la quedamos para siempre y la escucharemos más ahora que vamos a verte menos… Cosas de la bella y puta vida, maestro.

09 Agosto 2012

La fuerza del bandolero melancólico

Juan Cruz

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En 2005 superó un cáncer, y desde entonces Sancho Gracia recibió esa indeseable visita del mal todas las veces que éste quiso hacerse presente para probar la voluntad de supervivencia de este bandolero melancólico.

Entretanto, desafió cada una de esas imposturas de la enfermedad haciendo teatro, cine, ideando proyectos, rompiendo el tabú de su presencia haciendo a cabeza descubierta los papeles que otros hubieran rechazado por el pudor de saberse calvos.

No hubo desafío que no aceptara. Le dijeron que tenía que hacer La marcha verde, con su viejo amigo Álvaro de Luna, cuando su cuerpo enfermo podía poco, y lo convenció José Luis García Sánchez, el director, diciéndole que si no se atrevía buscaría en seguida a otro para el papel. Y allí estuvo, haciendo cine de risa y aventuras.

Le propusieron (o él propuso, él era el mejor productor de sí mismo, con la ayuda de su amigo Celestino) hacer una gira con Miguel Narros, con aquella simbólica Cena de los generales en la que Sancho haría la burla de Franco, que fue el dictador que marcó el camino del exilio, en una de cuyas puntas inició su vida, en Uruguay. Uruguay y español, y viceversa; entendió las dos orillas de la manera que no la entiende este país, sabiendo que son puntas de la misma mesa, y en medio tragedias y risas cabalgan juntas.

Con aquella enfermedad repetitiva y cabrona a cuestas, paseaba por despachos de los que dicen No su voluntad de llevar a la pantalla pequeña le gesta de los libertadores americanos, y arañó promesas y alguna realidad que él agrandaba como si tuviera una lupa para lo bueno y un desdén para lo malo.

Con el mismo entusiasmo que quebró finalmente la muerte tan temida, Sancho quiso poner en pie una serie con cuentos de fútbol a partir de una antología que había hecho Jorge Valdano para la editorial Alfaguara. Con Valdano estuvo en la barra del bar del Bernabeu, su estadio, buscando fórmulas para poner en pie un homenaje a su otra pasión, el fútbol. La otra pasión no eran exactamente el cine o la escena, su otra pasión eran la amistad, la familia, el pasado, la madre, Mondariz (o la madre Mondariz).

Entre todos los actores que ha habido, quizá Sancho Gracia es el que mejor representaba la fidelidad a un modelo, el del tipo fuerte, grande y grandioso, de voz potente y de zancadas largas, a pie o a caballo, pero detrás de esa estatura y de esa voz y de esas zancadas había un bandolero tierno y hasta melancólico que se alimentaba de lo que decían los otros con una avidez extraordinaria. Así aprendió de Margarita Xirgú en Uruguay, en el exilio sureño de la gran actriz. Y aprendió igual de Di Stéfano, oyéndolo, que de Rafael Azcona, de Adolfo Suárez o de Javier Pradera. A Suárez le debía que hubiera entendido Curro Jiménez, una serie que él leyó como una reivindicación de la lucha del pobre contra el rico; y a Javier Pradera lo adoraba por la inteligencia, por la capacidad de decir en cuatro trazos las cosas más complejas. Y por la ternura; Pradera era un tipo que le daba abrazos en silencio, y él daba abrazos que hacían ruido. Pero eran sus abrazos.

¿Y de Azcona? Un día lo junté a él con José Luis García Sánchez y con su compañero Juan Luis Galiardo, a quien él había sustituido después de un célebre incidente de Juan Luis con Charlton Heston en las nieves de Finlandia. Iban a hablar de Sancho, para un libro sobre éste. Azcona y él y José Luis guardaban silencio, y quien hablaba, eso siempre ocurría, fue su sello, era Galiardo. El azar trágico se ha llevado ahora a los dos, al silencioso y al facundo, a dos actores que fueron emblema de la capacidad que, en este país, tienen los actores de ser mejores que la sociedad que los mira. Y de Azcona aprendía Sancho a deletrear lo mejor del oficio: el respeto por el papel, la pasión de decirlo creyéndoselo; esa fue la gran victoria de Vittorio Gassman, ese fue la estrategia de supervivencia del entusiasmo en un tipo como Marcello Mastroiani. Así fue Paco Rabal. Esos fueron los abrevaderos estéticos profundos del tipo que dijo adiós anoche.

Para llegar a eso, para estar a su altura del respeto al texto y para llegar a la simbiosis con el personaje, Sancho Gracia estudió mucho, pero sobre todo estudió miradas. En primer lugar, la del director. Este hombre que procedía a partes iguales de Uruguay y del Rastro, de ambos lugares venían sus familias, creía que sin director, sin una mano que pusiera en orden los afectos que se incluyen en una película o en una obra de teatro, no hay trabajo que valga. Recuerdo el último día en que lo vi exactamente feliz, sin que en su rostro moldeado por la calva que le sobrevino varias veces, hablaba de su director, Olivares, y de Entrelobos, del chico protagonista y de los lobos incluso, con una reverencia que sin duda iba a dar de sí la emocionante película que luego vimos.

Él estaba rodando en la sierra de Córdoba, allá arriba, y bajó para comer en un patio andaluz donde los dueños le tenían un lugar secreto, donde él entraba dando portazos amables, como si fuera Curro entrando en la casa de los ricos para llevarse con delicadeza lo mejor que hubiera dentro. Él lo decía, aún era Curro, y Curro ahora, sin embargo, dijo un día, son esos tipos de guante blanco que roban de veras, pero a los pobres.

En aquella ocasión, hace un año, en ese restaurante de Córdoba, en medio de un calor de agosto cuyo sofoco se aliviaba con el frescor del patio andaluz, pidió salmorejo, jamón bien cortado, manzanilla fina, o vino de Jerez. Siempre quedaba para otra ocasión, siempre habría otra ocasión, siempre habría caballos que montar, proyectos que realizar, conversaciones por venir. Y siempre había una pregunta: ¿cómo está Javier Pradera? Luego te preguntaba por otras cosas, de este periódico (por el que se desvivía), de la vida española, de Adolfo Suárez, cuya ausencia fue para él otra herida. Pero siempre preguntaba por Pradera. Si lo observabas bien, si lo escuchabas, sabías por qué: por lo mismo que le llevaba a admirar a Azcona, por lo que quiso a Margarita Xirgu, por lo que quería a Di Stéfano: porque con dos palabras labraban un gesto, compendiaban el conocimiento. Y él quería ser eso, un gesto en escena, una risa a tiempo, una desrisa… Una desrisa, al final.

Lo vi en su casa, cuando ya Sancho veía que el acoso terminal de las enfermedades sucesivas no lo iba a dejar otra vez subir al estribo. Entonces estaba sin afeitar, me recordó a su amigo Onetti, su compatriota, o a su otro compatriota, Benedetti, que al final del trayecto decidieron que no afeitarse era su mínima protesta contra las imposturas que hay que tomar en la vida para decirle que no estás de acuerdo con ella.

Era feliz con su familia; la discreción con la que te hablaba de los hijos producía una emoción muy honda, porque administraba ese amor (que era también amor promocional, cómo no, él también era un productor, y un buen colega) con cuentagotas, tan solo para que supieras que él estaba atento, que él no iba por una carretera y los suyos iban por otra. Que él había regalado ya los caballos. Y era feliz en Mondariz, allí estaba el recuerdo presente de su madre, de su familia, de la raíz que se quebró cuando la madre se tuvo que ir a Uruguay, en pos del padre. Felisín, él mismo se llamaba Felisín, que es como lo llamaba su gran amigo Paco Rabal, su mentor, su maestro, así lo llamaron sus amigos. Felisín feliz, amigo de todo el mundo. En la última entrevista que le hice aquí hablamos de fútbol y otras golferías. Y él dijo allí, sobre el carácter de un forofo, que lo fue: “Yo ahora ya sólo soy forofo de mis amigos”. Doy fe de que este bandolero melancólico vivía para los otros, con las manos abiertas.

10 Agosto 2012

El 'bandolero' más querido de España

Rafael Esteban

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«Estuvo tres temporadas seguidas, pero no han dejado de ponerla nunca. Y en todo el mundo. Creo que no queda ningún país al que venderla. Caló en el público porque estaba muy bien hecha», respondía Sancho Gracia con pocas pero precisas palabras cuando se le preguntaba por Curro Jiménez. Y es que mentar el nombre del actor madrileño, fallecido la noche del miércoles en una clínica de la capital tras una complicación del cáncer de pulmón que padecía desde hace 10 años, traslada automáticamente a millones de españoles aún, 36 años después del inicio de su emisión, a Sierra Morena para ver al propio Gracia, Álvaro de Luna y José Sancho de largas patillas montados a caballo con un trabuco en la mano.

Aunque Gracia era bastante más que el bandolero más querido de España. Su carrera artística empezó mucho antes y muy lejos, en Uruguay, país al que se había trasladado en 1947 cuando, una vez fallecido su padre, su madre volvió a casarse. Allí, pocos años después, un anuncio en un periódico le llevó al Conservatorio de Montevideo donde nada menos que Margarita Xirgú era maestra de interpretación. Enseguida la legendaria actriz le acogió y dio clases durante tres años; también fue ella quien le hizo debutar con El sueño de una noche de verano en 1957. A la obra de Shakespeare siguieron otros grandes de la escena, entre los que figuraban Lope (Peribáñez y el comendador de Ocaña) o Lorca, de quien representó Bodas de sangre.

Poco después Gracia volvió a España con la esperanza de hacer carrera en su tierra. Pero eso no hizo que olvidara sus años en Uruguay y las enseñanzas de Xirgú, de quien dijo años después que le proporcionó una de las mejores lecciones -no sólo escénica, sino sobre todo vital- como fue la de «ayuda a los demás y ellos te ayudarán a ti». Y con ese máxima en la cabeza se embarcó en 1962, con muchas dudas de si hacía lo acertado, en una nueva aventura que le aportó incontables satisfacciones.

La carrera artística de Gracia en España comenzó con Calígula, dirijida por José Tamayo. A la obra de Camus le siguieron otras tres producciones de tomo y lomo ese mismo año como fueron Divinas palabras, El caballero de Olmedo y Los intereses creados a la vez que debutaba en el cine con Pampa salvaje, de Hugo Fregonese. Todo esos trabajos le reafirmaron en lo acertado del regreso a España, por lo que, decidió quedarse. Además, en 1963 se estrenó en televisión, aunque al principio tuviera que hacer pequeños y no demasiado numerosos papeles que, poco a poco, fueron aumentando hasta convertirse en una cara habitual de sus espacios escénicos, desde la famosa Novela, adaptación para la pequeña pantalla de grandes títulos de la literatura, al no menos célebre Estudio 1. En este último participó en uno de los más grandes éxitos de la televisión nacional, Doce hombres sin piedad, la obra dirigida por el recientemente fallecido Gustavo Pérez Puig, en la que compartió reparto con Ismael Merlo, Pedro Bódalo o José María Rodero, a los que Gracia llamó toda su vida «maestros».

Su carrera teatral continuó con autores como Robert ‘Maughn (El sirviente) o un joven Harold Pinter (La colección), futuro Premio Nobel de Literatura, al contrario de la cinematográfica donde la mayoría de las películas de entonces no fueran grandes títulos. Mas bien comedietas insulsas, spaghettiswestern y de época, pero que le permitieron a Gracia trabajar con Rachel Welch (Cien rifles) Charlton Heston (Marco Antonio y Cleopatra) entre otros grandes nombres del cine internacional. Hasta que llegó Curro.

A partir de ahí sí se dedicó más a la televisión y el cine, aunque en teatro hizo el Tenorio (Zorrilla), Panorama desde el puente (Miller). Goya (Alfonso Plou) o Combate de negro con perros (Koltès). En la primera intervino en Los desastres de la guerra -dirigida por Mario Camús, el mismo de gran número de capítulos de Curro Jiménez- fue el asesino Jarabo en La huella del crimen (Bardem), el uruguayo que viene a España de Tango (Miguel Hermoso), de nuevo Calígula (Eloy de la Iglesia) o El último maquis, serie de la que dirigió tres capítulos con su verdadero nombre de Félix Sancho Gracia. En cine trabajó con Enrique Urbizu (Cachito y La caja 507), Adolfo Aristaráin en Martín (Hache), Carlos Carrera (El crimen del Padre Amaro) o Álex de la Iglesia (La comunidad, 800 balas y Balada triste de trompeta), entre otros directores.

Sus últimos trabajos fueron sus últimas grandes alegrías. En septiembre de 2009 consiguió estrenar después de muchos años de pelea La cena de los generales, una comedia de José Luis Alonso de Santos situada en el Madrid de los días siguientes al final de la Guerra Civil en la que interpretaba a un maître rojo que tiene que preparar todo para el banquete con el que Franco quiere celebrar la victoria con sus conmilitones.

Dos años después se embarcó en el muy personal proyecto de Versos bandoleros y canciones escondidas. Dirigido como el anterior por Narros Gracia, recorrió su vida a través de un recital de versos, cantaba boleros y tangos con el que se despidió de los espectadores. Aunque él no lo pensara así, pues en su cabeza bullían nuevos y viejos proyectos, como el de una serie sobre los libertadores americanos que al final no consiguió ver. A quien sí consiguió ver como actor fue a Rodolfo Sancho, uno de los tres hijos que tuvo con la uruguaya Noelia Aguirre, con quien se casó teniendo como padrino a Adolfo Suárez. De ese país fue Agregado Cultural Honorario en España, y en su tierra recibió la Medalla de Oro de las Bellas Artes.

Félix Ángel Sancho Gracia, actor, nació en Madrid el 27 de septiembre de 1936 y murió en la misma ciudad el 8 de agosto de 2012.