16 abril 1985

Referente para los abogados defensores de los aceiteros acusados

Muere el Dr. Antonio Muro Fernández-Cavada, cabecilla ‘negacionista’ de la teoría de atribuir al aceite de colza el Síndrome Tóxico de 1981

Hechos

El 16 de abril de 1985 fue noticia el fallecimiento Dr. Antonio Muro Fernández-Cavada.

06 Febrero 1983

La 'locura' del doctor Muro

Jesús de las Heras

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Nadie creyó al doctor Muro cuando comenzó a trabajar sobre una hipótesis no oficial en el caso del síndrome tóxico. Ahora, casi dos años después, sus investigaciones empiezan a ser oficialmente tenidas en cuenta

Casi dos años después de una intoxicación masiva a la que el Gobierno anterior se resistió a determinar como una catástrofe, el Gobierno actual ha dado sus primeras muestras de interés por una hipótesis de investigación hasta ahora descalificada desde los estamentos oficiales del poder: la del doctor Antonio Muro. Su trabajo establece que el fabricante y vehículo del tóxico fue un cultivo concreto y determinado de tomates recogidos y puestos a la venta desde el 20 de abril de 1981 al 10 de junio del mismo año, después de ser tratado con un nematicida de fabricación extranjera. Muro matiza que el producto con el trataron las plantas pudiera no ser el nematicida objeto de su investigación, pero sí otro similar, primhermano. Pone un ejemplo: si se tratara de la aspirina, no sería conveniente decir que es la aspirina en tanto no existiera la certe.za de qué aspirina se trata, porque hay mu,chas marcas.Según su investigación, el nematicida, tras su transformación por la planta del tomate, se convierte en un nuevo producto setecientas veces más tóxico que aquél. Esto explicaría por qué se pudo derivar una incidencia tóxica tan elevada con pequeñísimas dosis. Otra característica de este nuevo producto es su calidad de antifermento, lo cual explicaría por qué los efectos cambiantes de la intoxicación permanecen durante tanto tiempo (como persiste la conversión en vinagre de un tonel de vino al que se le añada una cucharada de vinagre y en el que se siga añadiendo vino). Estas dos características son indispensables para entender por qué, en opinión de Antonio Muro, el llamado síndrome tóxico tiene un cuadro clínico sistémico (la enfermedad se trasloca a distintos puntos del organismo humano). El doctor Muro señaló este carácter de la enfermedad al principio de la, misma, pero las autoridades sanítarias no lo reconocieron hasta varios meses después. Igualmente advirtió del carácter fermentativo, todavía no reconocido. Afirma que la persistencia y evolución del envenenamiento no se puede explicar sin este carácter fermentativo, ni se puede explicar dicha evolución por el efecto de un tóxico de acción molar, como las anilinas, sino por un tóxico de acción inhibidora de un enzima concreto que es la acetilcolinesterasa.

Un ‘conocido’ de Producción Agraria

El proceso de transformación del presunto tóxico original (el nematicida) es explicado en este trabajo partiendo de la base de que las plantas son «el más perfecto laboratorio de sínt esis de alcaloides». La planta del tomate habría transformado el nematicida por anabolismo, es decir, por el proceso de máxima asimilación,metabólica. Mientras que mediante la metabolización catabólica los organismos eliminan aquellas substancias ingeridas que le estorban, por el proceso de biosíntesis del vegetal las substancias son transformadas e integradas en su organismo. En el caso del mencionado nematicida, la planta del tomate lo asimiló y transformó. El proceso de este nematicida en su relación con plantas solináceas (tomates, pimientos) está parcialmente estudiado a nivel internacional. Los resultados constan en publicaciones científicas integradas en bancos de datos computerizados, a las que cualquier empresa u organismo que posea un terminal electrónico conectado a dicho banco puede te ner acceso en cuestión de minutos. Tales datos muestran que este proceso produce metabolitos has ta setecientas veces más tóxicos que el producto original y se detectan otros aún desconocidos por dichos estudios y sobre los que ha obtenido más información el doctor Muro.

Según sus datos, el producto fitosanitario con el que fueron tratadas las citadas plantas está fabricado por una multinacional. Este producto estaba registrado en la Dirección General de Producción Agraria para ser experimentado en España. Se había utilizado en nuestro país en plantaciones de tabaco entre los años 1978 al 1981. Otra experimentación se hizo en una plantación de pimientos en el mes de julio de 1981. Posiblemente, estos pimientos hayan causado algunos casos del envenenamiento masivo. Es otra línea de investigación no seguida, aunque el doctor Muro ha detectado varios casos de enfermos presuntamente afectados por esta causa.

También, en agosto y septiembre de 1981, se utilizó en unos campos de puerros en un municipio de Toledo. El doctor Muro lo descubrió cuando faltaban escasas semanas para que fuesen sacados al mercado e informó al entonces secretario de Estado para el Consumo, José Enrique Martínez Genique, quien consiguió que la producción de puerros del aludido huerto, (valorados en unos. doce millones de pesetas) no fuese comercializada.. Martínez Genique fue cesado poco después y tras manifestar a EL PAIS que la toxicidad del aceite no se había producido en el proceso de refino, como por entonces se apuntaba desde determinados sectores oficiales que esperaban encontrar en la clave del refino la explicación a por qué el circuito de aceite de Levante no causó afectados, pese a que también se distrubyó en él aceite de colza desnaturalizado.

Martínez Genique informó sobre el huerto de puerros a los ministros de Agricultura, Lamo de Espinosa, y Comercio, García Díez. Estos pidieron información a la jefatura agronómica de Toledo y respondieron a Martínez Genique que no existía tal huerto. Martínez Genique llamó a Muro y le dijo que lo había dejado en ridículo. Muro le dió entonces los datos exactos de la localización del huerto. Muro, con algunos colaboradores, visitó cada semana los citados campos de puerros. Temían que fuesen puestos a la venta. Hacían fotos de los puerros, que permanecían en el huerto. Pasó el tiempo y los puerros se pudrieron.

Otra experimentación autorizada se llevó a cabo con el mismo producto en limoneros, en diciembre de 1981 y la primavera de 1982.

Oídos sordos para informes constantes

La bibliografía internacional sobre el señalado nematicida no ha sido consultada -o tenida en cuenta- por los responsables de la investigación científica del síndrome tóxico, pero sí fue consultada y estimada, hace tiempo, por algunas personas ajenas al equipo colaborador del citado médico y que hoy ocupan altos cargos en la Administación central. Tales personas han manifestado su interés en que esta investigación sea seguida hasta el final con respaldo oficial.

Cuando aquellas personas, a nivel privado, detectaron la citada bibliografía, empezaron a dudar de la locura del doctor Muro. Alguna de esas personas estableció contacto con el médico y conoció el plantemiento y desarrollo de su hipótesis. Esta persona ha manifestado que, probablemente, no se ha hecho jamás en España una encuesta epidemiológica tan amplia. Una cosa le quedó clara: en aquel trabajo había suficiente coherencia como para tomar en serio su alerta sobre la peligrosa incidencia de determinados productos en el sector alimentario español.

Estas consideraciones fueron hechas llegar a varios ministros y altos cargos del Gobierno de UCD y a altos dirigentes socialistas cuando el PSOE era oposición política. El PSOE siguió cargando su esfuerzo de presión únicamente en torno al aceite. Sin embargo, el aviso sirvió para que, en el segundo pleno de la colza, Ciriaco de Vicente no pronunciase la palabra aceite pese a sus resistencias a la hipótesis de Muro.

El doctor Muro ha informado repetidamente de su trabajo, y según evolucionaba en él, a las autoridades competentes. Los datos básicos respecto al presunto agente causal, vehículo transmisor y bases clínicas y epidérniológicas, constan, al menos, en tres informes oficiales, como son: ante la comisión mixta parlamentaria de investigación del síndrome tóxico, en enero de 1982; ante la comisión científica en el CSIC, en febrero de 1982, y en su declaración judicial ante el fiscal general de la Audiencia Nacional, los días 10, 11 y 12 de marzo del mismo año. Hasta ahora, ninguna de estas informaciones ha merecido, por parte de los responsables de la investigación clínico-cíentífica, la calificación de «suficientemente científica» para haber investigado a fondo tal hipótesis.

A primeros de noviembre de 1981, el embajador de España en Roma envió un telegrama cifrado al ministro español de Asuntos Exteriores, José Pedro Pérez Llorca, en el que le sugería que se interesara por la investigación del doctor Muro. Pérez Llorca remitió el mensaje al ministro de Agricultura, Jaime Lamo de Espinosa, quien lo remitió al de Sanidad. El embajador de España en Roma conoció en esta ciudad a varios colaboradores del doctor Muro desplazados a la capital italiana para realizar unos estudios en la FAO .con relación al envenenamiento masivo.

El delegado provincial de Salud, de Madrid, doctor Antonio Urbistondo, en unas declaraciones públicas recientes afirma que «el trabajo epidemiológico del doctor Muro es muy grande, no sólo en cantidad, sino en calidad, sin ser menor su estudio clínico».

La prueba del Instituto Nacional de Toxicología

Al margen de estos informes, y previamente a los mismos, el doctor Muro practicó una serie de trabajos a los quetampoco se prestó apoyo. Cabe destacar, entre otros, sus primeros análisis en laboratorio con el producto presuntamente causante de la intoxicación, que demuestran el error de la reciente afirmación del doctor Angel Pestaña, coordinador de las investigaciones del CSIC en este tema, sobre el resultado negativo de las pruebas realizadas por el Instituto Nacional de Toxicología a petición del doctor Muro. «A los cobayas que les dieron tomate no les pasó nada», ha dicho el doctor Pestaña. Pero el resultado fue positivo, pues a los cobayas que les dieron tomate no les pasó nada, en efecto, porque eran tomates normales. Sin embargo, murieron dos, cobayas, aunque este dato no lo debía conocer Pestaña.

El doctor Muro, en la primera decena de julio de 1981, pidió al mencionado instituo una prueba doble ciego, considerada de máximo rigor: un informe testigo del resultado experimental, sobre la administración en cobayas de determinados productos identificados en clave. El doctor Muro proporcionó al instituto tres tarros, dos tomates y dos pimientos. El instituto desconocía el contenido de los tarros, así como la procedencia de los citados frutos. Sólo uno de los tarros (el T) contenía, en estado original, el producto fitosanitario investigado por Muro. Los tomates eran distintos a la variedad y las partidas presuntamente tóxicas; los pimientos aportados a la prueba sí habían sido tratados con el producto fitosantiario en cuestión y fueron recogidos por el doctor Muro directamente, y días antes, en la plantación donde se cultivaban y desde la que se pusieron a la venta (esta hipótesis contempla la posibilidad de que estos pimientos justificarían la aparición de algún extraño caso de afectados en fechas posteriores al período congiderado como de tiempo de la intoxicación).

El citado instituto -dependiente del Ministerio de Justicia y máxima autoridad forense en esta competencia- realizó la prueba y emitió su informe dos meses y medio después Í el 21 de septiembre. El cobaya al que se le administró por ingesta el producto del tarro T murió a los seis días y el cobaya al que se le dió a comer pimiento murió a los dos días. El informe anatomopatológico señala que el cuadro es similar en ambos casos. Reseña un cuadro de afectaciones pulmonares «incluso con anormal presencia de eosinófilos». En opinión del doctor Muro, reproduce la afectación pulmonar de la primera fase dé la intoxicación. .

Este médico solicitó del instituto una explicación de por qué no se había hecho un informe anatomopatollógico separado de cada, cobaya y por qué no se había hecho informe anatomopatólogo de otros órganos que también deberían haber resultado afectados. Se le contestó que lo habían considerado suficiente y que el centro estaba sobrecargado de trabajo oficial y no podían dedicar más atención a una petición privada. El instituto le ofrecía el material para que continuase la investigación en otros centros. Muro consultó en otros laboratorios y no encontró apoyo, por lo que decidió que el material siguiera en el instituto.

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La misma prueba fue llevada a cabo en paralelo (en los mismos días, con los mismos productos) en el Centro Nacional de Alimentación y Nutrición, de Majadahonda, el centro de investigación alimentaria más completo del país. Los resultados fueron semejantes, pero, no se expidió informe oficial del centro, sino una nota.

Una pequeña producción de tomates

Los tomates tóxicos, según Muro, fueron una partida de relativamente pocos kilos (menos de 3.000), probablemente cultivados por un solo hortelano en un solo huerto. El hortelano trataría las tomateras con el señalado producto fitosanitario. Recogió la cosecha durante varias semanas y la llevó a subastar en varias ocasiones, según es habitual.

Desde cada subasta se produjo la distribución de los tomates a distintas provincias, siguiendo el sistema usual. La red de distribución comercial de tomates se basa en una serie de puntos intermedios (lonjas, mercados, almacenes) entre los puntos de subasta y de venta. Los tomates que salen de cada subasta, cuando llegan a los puntos de venta, están muy mezclados, de tal forma que, en una caja de pocos kilos, sólo irán unos cuántos tomates de la misma partida. Un ama de casa que comprara un kilo de tales tomates, quizá sólo llevase en su bolsa uno de los tomates presuntamente tóxicos. El doctor Muro, según se observa en la documentación sobre esta parte de su trabajo, ha reconstruido este itinerario por el proceso inverso al que hipotéticamente se produjo la intoxicación. Desde las casas de los afectados ha buscado el punto de venta donde fueron comprados los tomates consumidos en esa vivienda en las fechas en que los miembros de la familia cayeron enfermos. Desde tal punto de venta ha llegado a los almacenes y mercados intermedios, transportistas y subastadores, etcétera, hasta el supuesto punto de origen, si bien le falta este dato. En su documentación constan la identidad, domicilio, comercio, matrículas, etcétera, de, la mayoría de las personas de esta ruta, que expertos del negocio le señalaron como «imposible» de reconstruir.

El doctor Muro y su equipo de colaboradores no han llegado a realizar su encuesta en algunas provincias afectadas por insuficiencia de tiempo. No obstante, creen conocer la alhóndiga de donde partieron los tomates. Falta saber el huerto. El doctor Muro está seguro de que, a partir de ahí, la reconstrucción directa -no inversa, como ha hecho él- del itinerario comercial corresponderá con el señalado en su trabajo y demostrará su hipótesis. Los tomates a los que se refire son de una variedad de buena calidad y además barata denominada luci, de semilla holandesa superada por otras, en los últimos diez años, razón por la que su precio ha descendido., Se cultivaron a cielo raso (no en invernadero), se destinaron al comercio interior (no a la exportación) y se vendieron para comer al natural (no han sido envasados comercialmente). Sobre esta última característica, matiza dos puntos: unos pocos de estos tomates fueron embotellados como conserva por una familia, y, al parecer, otra mínima cantidad, menos de mil botes, por una empresa pública conservera.

Alrededor de la ensalada

Al margen de esta recons trucción epidemiológica, el doctor Muro basa su seguridad en el hecho de que también considera correcta su explicación del proceso de la enfermedad, alguno de cuyos síntomas -la alteración del sueño- ha explicado en este periódico. Partió de que esta enfermedad tenía una transmisión por vía digestiva y que se trataba de «algo nuevo», tanto si era de orden microbiológico como de cualquier otro origen. En principio pensó que el agente debía ser distinto a las bacterias, los virus y las riquettsías, dadas las diferencias que los síntomas aportaban con respecto a lo científicamente sabido sobre ellos. En el caso de ser de origen biológico, tenía efect os imposibles de atribuir a los seres vivos pató genos conocidos. En este sentido y «para trabajar sobre algo concre to» bautizó al desconocido agente. Lo llamó laborella porque el descubrimiento de la enfermedad lo hizo el día 2 de mayo, a la vista del parte, hospitalario del día 1, fiesta del Trabajo. En dicho parte aparecían cuatro hermanos ingresados con neumonía. El doctor Muro pensó que resultaba difícil que cuatro hermanos contrajeran al mismo tiempo una neumonía. Estimó que se trataría de una enfermedad distinta, quizá nueva, y que había que establecer la alerta. En efecto, en otros centros hospitalarios corroboraron ingresos, en días anteriores, de otras personas con la misma calificación médica.

Llevado de este planteamiento, el doctor Muro declaró a la Prensa que «tenía cercado» el posible agente causal. En un pie de foto, Diario 16 sustituyó la palabra cercado, que incluía en los textos de su información, por la palabra aislado, término que tiene un valor específico y riguroso en el lenguaje científico. Esta jugarreta de los duendes de la imprenta sirvió de base o pretexto para que se le definiera como un loco de atar cuando se opuso a la tesis oficial del origen vírico (el bichito) y de la transmisión por contagio oral.

Muro pensó que el agente causal tendría que llegar al organismo humano a través de productos de consumo común, pero del que estuvieran excluidos, al menos, los niños muy pequeños, ya que no había afectados de esa edad. En este sentido supuso que podría tratarse de la ensalada de verduras. Al margen del cuadro clínico de la enfermedad, para el que dedicaba otros interrogantes, buscó epidemiológicamente los elementos comunes y diferenciadores: aquellos factores que explicaran por qué caían enfermos unos y otros no en la misma familia, en el mismo bloque de viviendas, en el mismo barrio, en la misma ciudad, en la misma provincia, en el mismo país. Un mismo y determinado producto tendría que ser el portador del agente de la enfermedad.

Fue por entonces cuando creyó que aquel ente desconocido estuviera en las lechugas o en las cebolletas. Reconoce haber cometido el error de expresar públicamente su confianza en tal posibilidad, pues en muchos sectores se interpretó como una afirmación de certeza. Su hipótesis contemplaba también la necesidad de que cualquier hecho anómalo del que se tuviera noticia en orden a cultivos y animales fuera objeto de especial atención. Su lógica entendía que si se trataba de una enfermedad nueva de transmisión digestiva probablemente algo podría haber ocurrido también en otros seres vivos. Se dedicó a investigar en esta dirección y detectó la muerte extraña de perros en familias de afectados por la neumonía atípica. También le llegaron informes -actualmente investigados por la autoridad judicial- sobre la inhabitual ausencia de determinadas aves en un determinado pueblo. La cerrada tesis oficial de la neumonía atípica, el hermetismo oficial, aquellas informaciones junto a otros rumores, deformaciones de algunas declaraciones -como en el caso de las fresas- generaron todo tipo de temores que culminaron incluso con matanzas de perros y pájaros.

En la última decena de mayo, en los hospitales se seguía atendiendo con mascarilla a los enfermos, pero el doctor Muro, como otros muchos médicos, ya se inclinaba a pensar que la enfermedad era una intoxicación de origen alimentario en vez de una infección. En este sentido estableció un sistema de descarte de posibilidades. Así, principalmente centrado en la ensalada de verduras más común (lechuga, pimiento, cebolla, tomate, aceite, vinagre y sal) y en otros determinados alimentos, también comunes y diferenciadores, investigó en primer lugar sobre lechugas y cebolletas, posteriormente sobre magdalenas, café, variantes y berenjenas de Almagro; seguidamente sobre el aceite; después sobre el vinagre, pimientos y tomates. En la línea abierta sobre los pimientos, en el verano de 1981, encontró unos datos que lo llevaron a tomar definitivamente la investigación sobre los tomates.

15 Diciembre 1984

Juego limpio para el síndrome del aceite tóxico

Ángel Pestaña / José Ramón Rico Campo / Gertrudis de la Fuente

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Las recientes manifestaciones del doctor Frontela relativas a sus investigaciones particulares sobre las causas del síndrome tóxico resuenan sobre las del matrimonio Martínez-Clavera, a la par que, inevitablemente, nos introducen en el túnel del tiempo con las ensaladas del doctor Muro. La escandalosa acogida de estas manifestaciones en ciertos medios de comunicación muestra expresivamente la enorme dimensión de la herida, aún abierta tras los casi cuatro años transcurridos desde el comienzo de esta trágica intoxicación masiva.En ella se entrecruzan no sólo el sufrimiento de miles de personas y hogares asolados por la enfermedad sino también la gravedad de los grandes intereses y responsabilidades en juego, los desaciertos por parte de la Administración a la hora de afrontar las consecuencias de esta intoxicación y la misma bisoñez de la comunidad científica, con escasa capacitación en temas de salud pública.

Todos estos problemas o insuficiencias no justifican, sin embargo, el vilipendio público del que están siendo víctimas instituciones, médicos e investigadores implicados en el estudio del síndrome tóxico. Tampoco los afectados ni el gran público se merecen la ansiedad y expectativas que inevitablemente generan las audacias de ciertos medios de comunicación.

Como contribución al derecho ciudadano a la información y en defensa de la ciencia y de la imagen de los científicos, hacemos las siguientes reflexiones.

El pensamiento científico, base de la cultura y forma de vida de las sociedades contemporáneas, se fundamenta en el método científico y en el honesto respeto a sus principios, que se inician con la formulación de hipótesis razonables de trabajo que tengan en cuenta el nivel actual del conocimiento sobre el tema. La verificación de la hipótesis constituye el nudo gordiano de la actividad científica, que exige un riguroso plan de experimentación.

Evaluación y escrutinio

Finalmente, tanto los métodos utilizados como los resultados alcanzados deben ser validados por el concienzudo escrutinio de otros investigadores de reconocida solvencia; esto se realizaba antiguamente en el seno de las academias y ahora tiene lugar preferentemente en los comités de ‘ expertos, editores de las revistas especializadas o en las instituciones que financian la investigación.

Ninguno de estos criterios ha sido cumplido en los casos sensacionalistas de la ya larga historia periodística del síndrome del aceite tóxico. Las ideas y datos recopilados por Muro, incriminando a tomates y pesticidas organofosforados, fueron meticulosamente examinados, hasta donde su hermetismo lo permitía, por el comité de expertos de la Organización Mundial de la Salud, en marzo de 1983. Este comité, que incluía científicos tan prestigiosos como los doctores Heath (del Center for Disease Control, de Estados Unidos), Aldridge (del Medical Research Council, del Reino Unido, especialista mundial en organofósfórados) y Terraccini (consultor del European Medical Research Council), no encontró fundamento alguno que sustentara las alegaciones del señor Muro.

No obstante, el comité apremió al mencionado a que condensara sus estudios en la forma convencional de las publicaciones científicas. Año y medio después el trabajo ha aparecido finalmente publicado, conjuntamente con el de Martínez-Clavera, donde seguramente le correspondía: el semanario Lib, cuyo prestigio no reside precisamente en el rigor científico de sus criterios editoriales.

El informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de marzo de 1983 estableció en sus conclusiones la existencia de una fuerte correlación entre la ingesta de algunos de los aceites de cocina de venta ambulante y la enfermedad conocida inicialmente como neumonía atípica, proponiendo la denominación de síndrome del aceite tóxico, con la que se la conoce en todos los medios científicos. Esta conclusión, basada en encuestas epidemiológicas y estudios caso-control que abarcaban a un 10% aproximado de los afectados, carece de contenido dogmático yes revisable, como cualquier afirmación de carácter científico. Por eso los argumentos de los señores Martínez y Clavera -contratados como técnicos en informática para la comisión clínica del Plan Nacional del Síndrome Tóxico fueron analizados por el comité de expertos de la OM S en su reunión de junio de 1984, sin encontrar en ellos motivo alguno para cambiar las conclusiones de la reunión anterior.

Sólo una partida

El argumento de que la curva de incidencia de la enfermedad empezó a decaer días antes de que se anunciara a los medios de comunicación los riesgos asociados al consumo de determinados tipos de aceite no sólo no quita peso a la hipótesis del aceite tóxico sino que la refuerza. Efectivamente, la noción del aceite tóxico implica sólo a una determinada partida, distribuida en unas determinadas coordenadas espaciotemporales.

Nadie puede pensar que los millones de litros de aceite comestible fraudulento y clandestino, consumidos durante años por amplias masas de población, sean los responsables de la intoxicación masiva de mayo de 1981. La incidencia de nuevos casos pudo disminuir a primeros de junio de 1981, como consecuencia de la campaña en los medios de comunicación, tal como sostenían las autoridades sanitarias. Pero es más probable que la progresión de la epidemia se detuviera por agotamiento de la partida tóxica o por su destrucción apresurada.

Ahora el doctor Frontela anuncia a bombo y platillo la intoxicación de animales experimentales con hortalizas previamente tratadas con nematocidas y organofosforados. La cuestión no es muy nueva, puesto que ya en julio-agosto de 1981 el doctor Muro decía haber intoxicado a un cobaya alimentado con un pimiento recogido de una huerta presuntamente tratada con alguno de los nematocidas ahora implicados. Sin embargo, a intervención del doctor Frontela, quien aúna el prestigio social de la cátedra con la notoriedad pública que le han valido sus peritaciones forenses en determinados homicidios, sitúa la cuestión de, los pesticidas organofosfórados en la cima de la noticia periodística sobre el síndrome tóxico.

No es ésta la primera vez que el doctor Frontela hace manifestaciones públicas en relación con esta trágica intoxicación. Recordemos que en agosto de 1981 armó un considerable revuelo periodístico con su pintoresca teoría de que el síndrome tóxico era producido por metales pesados extraídos de las sartenes durante la fritura. En aquella ocasión la correcta actuación de la comisión clínica. permitió zanjar rápidamente el asunto por el sencillo expediente de someter su hipótesis a una prueba ciega.

La pretensión de explicar la etiología del síndrome tóxico sobre la base de los organofosforados parece, cuanto menos, atrevida, a la luz de los conocimientos actuales sobre la enfermedad que se pretende explicar y el agente implicado. Efectivamente, existe un consenso unánime entre los especialistas, en el sentido de que el síndrome tóxico constituye una entidad clínica nueva que no puede explicarse con agentes patógenos bien conocidos, como es el caso de los compuestos organofosforados.

Los experimentos del doctor Frontela no demuestran nada que no se supiera ya: que los compuestos organofosforados son tóxicos para los animales experimentales, que su uso entraña un riesgo potencial para la salud y que, consecuentemente, deben ser objeto de una regulación adecuada. Fuera de eso no hay nada más que fabulación y propaganda.

Estos y otros casos de utilización abusiva de los medios de comunicación en temas de salud deberían ser objeto de una atención especial por parte de los colegios profesionales, de cara a proteger a todos, enfermos y público en general, de este tipo de intoxicación informativa.

Ángel Pestaña es director del Instituto de Investigaciones Biomédicas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Gertrudis de la Fuente es profesora de investigación en la misma institución. José Ramón Ricoy es director del hospital Primero de Octubre de Madrid.

23 Diciembre 1984

Defensa del Doctor Muro

Juan Raúl Sanz Jiménez

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Defensa del Doctor Muro.

Con referencia a la columna de ABC del miércoles 5-XII-84 sobre ‘El Síndrome y la colza’ me veo en la obligación moral de realizar las siguientes puntualizaciones:

1ª – Imaginamos se refería al ‘Síndrome Tóxico’.

2ª – La teoría contestaría es la alternativa y real, no pudiendo reaparecer, ya que se mantiene desde junio de 1981.

3ª – Aun no ha podido demostrar nadie, ni dentro ni fuera de nuestras fronteras que el aceite de colza desnaturalizado sea la causa-efecto de esta enfermedad, Watergate nacional.

4ª – El pesticida es un nematicida. Figura en el sumario.

5ª – Esta teoría no ha podido ser rechazada por cuanto ha sido censurada su exposición, en tanto si existen estudios serios en Alemania y Unión Sudafricana que avalan y confirman su peligrosidad prohibiendo su empleo en solanáceas comestibles. Hace unos días el prestigioso profesor Frontela obtiene las mismas conclusiones.

6º – De algo nuevo se trata, pues la enfermedad es nueva, al menos para los españoles.

En resumen, la verdad prevalecería sobre los Intereses de otros Estados, y la vergüenza y escarnio de muchas de nuestras instituciones, ‘comunidad científica’, políticos… compensarían la carcajada internacional. Tal vez así se hiciera justicia a un hombre amordazado, perseguido y calumniado, el doctor Muro, al que no parece proteger nuestro artículo 20 de la Constitución. Todavía hoy permanece suspendido de sus funciones.

Juan Raúl Sanz Jiménez

19 Enero 1985

En defensa del doctor Muro

Hermano del Dr. Muro

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Me dirijo a usted en relación con el artículo publicado como editorial en el diario del domingo 23 de diciembre de 1984. Soy hermano del doctor Antonio Muro y Fernández-Cavada, al que menciona usted en dicho artículo. No quiero entrar en las causas del retraso del proceso a los encausados en el sumario de la colza, ya que no soy quién para juzgar esos extremos, sino únicamente deseo puntualizarle sobre la personalidad de mi hermano, el cual, como me imagino conoce, padece en estos momentos una enfermedad incurable.Mi hermano, que fue el primero en apuntar como causa del envenenamiento masivo el aceite adulterado, abandonó dicha tesis el 20 de junio de 1981, al comprobar, por la sintomatología y evolución de los enfermos, que no podría tratarse nunca de la ingestión de anilinas ni anílidas, pero tampoco quiero entrar en esta discusión, pues, aunque mi formación es eminentemente técnica, no es el lugar para hacerlo. Desde que el 1 de mayo de 1981 vio a los primeros afectados en el Hospital del Rey con el síndrome no ha tenido el descanso mínimo necesario para su salud, trabajando sábados y domingos, durmiendo escasamente seis horas diarias, e incluso sus vacaciones estivales las dedicó por entero al estudio de sus posibles causas.

Indica usted que parece probado que el aceite importado ha sido el vehículo único o principal de la intoxicación; creo que ante una afirmación de esa índole, para la que seguramente tiene usted datos muy concretos, debería usted aportar estos últimos al sumario correspondiente, al que tal vez le falten. Mi hermano, por su parte, ha entregado al mismo todos sus estudios y conclusiones.

Es totalmente inadmisible que se ampare en el editorial de su periódico para indicar que «las entrevistas» ahora conocidas, entre el doctor Muro, uno de los defensores de la teoría favorable a los aceiteros acusados, y el encausado Salomó arrojan alguna luz sobre el carácter extracientífico de la operación»; más abajo, y en el mismo párrafo, indica que es «demasiado dinero para pensar que todos los movimientos responden a una inocente pasión científica».

Por favor, cuando tenga que dirigirse o incluya el nombre de mi hermano en su periódico, trátelo con el mínimo respeto que merece un profesional insobornable, y que, para desgracia de muchos, a pesar de la incomprensión, de las zancadillas y de las difamaciones, seguirá luchando por la verdad de las causas del síndrome tóxico mientras le quede vida, por el bien de los enfermos sobre todo, por su rigor científico y por la integridad de conducta que fueron norma de toda su vida profesional.

Que conste que si me he molestado a pesar del mucho trabajo que tengo en ponerle estas líneas es por el dolor que siento en estos malos momentos por los que pasamos y porque, le repito, sus afirmaciones sobre mi hermano no son verdad, no son correctas y carecen de las más mínima honestidad