29 septiembre 1936

Era el último descendiente directo del carlismo

Muere el líder del carlismo en España, Alfonso Carlos de Borbón Austria-Este, que había dado un apoyo decisivo al alzamiento militar contra la II República

Hechos

El 29 de septiembre de 1936 muere D. Alfonso Carlos de Borbón Austria-Este.

Lecturas

D. Alfonso Carlos de Borbón participó activamente en los preparativos de la sublevación militar que dio comienzo a la guerra civil española, presidiendo una junta suprema militar que proporcionó un gran número de armas a los sublevados. Ha muerto este 29 de septiembre de 1936, tras ser atropellado por un camión militar. Era el pretendiente a la corona carlista desde la muerte de D. Jaime de Borbón y Borbón-Parma en 1931. 

¿QUIÉN LIDERARÁ AHORA EL CARLISMO?

¿Quién liderará ahora el carlismo y la Comunión Tradicionalista? Varios de sus líderes han sido ejecutados por los milicianos del Frente Popular, por lo que de momento su única pretensión es ayudar al resto de las derechas a ganar la guerra civil, pero la duda es, una vez este conflicto acabe ¿quién los liderará?

La muerte de D. Alfonso Carlos de Borbón significa el fin de la línea dinástica directa de los carlistas, al morir sin descendencia. De acuerdo con el auto acordado de 1713, los derechos habrían correspondido al exiliado Rey Alfonso XIII, al ser descendiente agnado de Francisco de Paula de Borbón, hermano menor de Carlos María Isidro de Borbón.  Pero quien aspira a asumir el rol de líder del carlismo es Francisco Javier de Borbón-Parma, sobrino del fallecido Jaime de Borbón y Borbón-Parma. Estará al frente del carlismo hasta su muerte en 1977. 

El Análisis

El carlismo ante su encrucijada histórica

JF Lamata

En plena tormenta de la Guerra Civil Española, ha fallecido en Viena, a los 82 años, Alfonso Carlos de Borbón Austria-Este, último pretendiente directo de la línea carlista iniciada en 1833 por su tío Don Carlos María Isidro. Con su desaparición se cierra un capítulo crucial de la historia del tradicionalismo español, cuya legitimidad dinástica, durante un siglo, ha orbitado en torno a la descendencia masculina directa de los primeros carlistas. Viejo combatiente de la tercera guerra carlista, Alfonso Carlos asumió el trono de la Comunión Tradicionalista tras la muerte de Don Jaime, aportando continuidad simbólica a una causa que, aunque sin opción real al trono, mantenía estructura, militancia y doctrina. Su fallecimiento coincide con el momento en que los carlistas, sobre todo en Navarra, han pasado de la política a la acción armada, comprometiéndose de forma decidida con el alzamiento militar contra el Frente Popular.

La pregunta que se impone es inevitable: ¿y ahora qué? Sin heredero directo e incuestionado, el futuro del carlismo parece entrar en una fase incierta. Francisco Javier de Borbón-Parma, nombrado por el propio Alfonso Carlos como regente en 1936 poco antes de morir, se perfila como posible sucesor, pero su reconocimiento dista de ser unánime, especialmente entre quienes consideran que sólo la línea española directa puede ostentar la legitimidad carlista. Además, la Comunión Tradicionalista, que ha aportado alzados, requetés y mártires al campo nacional, debe ahora lidiar con una realidad nueva: comparte trinchera con falangistas, monárquicos alfonsinos, conservadores católicos y militares africanistas, cuya visión de España difiere —y mucho— del modelo foral, católico e integrista que los carlistas siguen defendiendo.

Mientras dure la guerra, esta alianza coyuntural podrá mantenerse sobre el odio común al marxismo y al secularismo republicano. Pero el día de la victoria —si llega— planteará tensiones de fondo: ¿aceptará el carlismo una posible restauración alfonsina? ¿Tolerará un régimen de inspiración fascista o tecnocrática? ¿O buscará mantener su independencia política e ideológica en una España transformada? La muerte de Alfonso Carlos, aunque esperada por su edad, deja un vacío que no es sólo dinástico: es la oportunidad o el riesgo del fin del carlismo como fuerza política autónoma. Su futuro dependerá de si, en medio de la guerra, es capaz de preservar su identidad sin quedar diluido en la amalgama del bloque nacional.