2 febrero 1998

Muere el marqués de Villaverde Cristobal Martínez Bordiú, yerno de Franco y padre de todos sus nietos

Hechos

El 5.02.1998 la prensa informó del fallecimiento del Dr. Cristobal Martínez Bordiu.

05 Febrero 1998

El Yernísimo

Javier Tusell

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Si alguien interesado en el marqués de Villaverde busca datos sobre él, se puede encontrar con la sorpresa de no encontrar otra referencia que la que proporciona el índice de una reciente biografía francesa de Francisco Franco. Allí se indica simplemente: «Véase Carmen Franco Polo». Estas cuatro palabras, en realidad, resumen lo que de verdad para la historia española de la época fue el personaje. Lo más probable es que no hubiera adquirido relevancia alguna de no ser por la boda celebrada en abril de 1950.Pero si uno repasa las imágenes de aquel acontecimiento, «parecen más bien formidables, con el novio vestido de caballero de la Orden Militar del Santo Sepulcro y la prensa describiéndole ajetreado, aunque bien es verdad -como aparece en el artículo de Marichu de la Mora en la revista Semana– que más por las llamadas telefónicas invitándole a cacerías que por otra cosa. Esa pretenciosidad, su carácter bronco y, sobre todo, su situación en la pequeña corte de El Pardo condenaban al marqués de Villaverde a convertirse en una figura arquetípica de un régimen como el de Franco, destinado a ser soslayado como espinoso incordio por los adictos y convertirse en motivo de regocijo para los disidentes.

Es casi imposible que esa imagen se borre porque se acuñó tempranamente y sus rasgos se acentúan a medida que el analista se acerca a las fuentes inmediatas. El primo hermano de Franco, autor de un diario simplón pero de efectos devastadores, empieza sus referencias al marqués indignándose porque en los mentideros de Madrid se le acuse de hacer negocios poco claros con las Vespas. La indignación le dura no muchas páginas, porque pronto empiezan a menudear las críticas al personaje. Aparece a continuación censurado «por su afición a la ruleta y al bacarrá» e incluso por la sensación de poca reverencia por el entonces amo de España: resulta que en el verano le tenía hasta las tres y media sin comer practicando el esquí acuático. Debía de ser el único español capaz de hacer algo parecido. Pero la alusión más cruel del primo de Franco aparece en el diario tomada de labios del confesor del dictador, el padre Bulart. Al parecer, Carmen Franco «dijo que procuraba tener amigas que no fueran señoras muy agraciadas físicamente tal vez ante el temor de que no se vaya a enamorar de alguna su marido». Bulart despachaba al marqués diciendo que «cada año está más frívolo».

Pero esta imagen del marqués no procede tan sólo de esta especie de ayuda de cámara aficionado a los cotilleos, sino que se puede encontrar también en persona tan sesuda como López Rodó. La boda de su hija con don Alfonso de Borbón situó al marqués en un primer plano de la vida social y política. Algunos de sus comentarios, entonces, bordearon lo insensato, porque no tenía empacho en colocar a su hija y a su yerno como herederos de la Corona si faltaba don Juan Carlos. Las grescas con otros médicos en el momento de Ias sucesivas enfermedades de Franco -de las que hay también constancia escrita- acentuaron el esperpento.

El género necrológico siempre busca lo positivo de quienes han desaparecido. El marqués no intervino mucho en política, aunque cuando lo hizo en los setenta actuó en la extrema derecha. Algo bueno tuvo su actuación, y es que fue catastrófica para él mismo y sus ideas. En mayo de 1976 presentó su candidatura para un puesto vitalicio en el Consejo Nacional con el apoyo de los más fascistas entre los fascistas. Apeló al recuerdo de su suegro y al deber de conciencia de los votantes. Pese a haber sido el yernísimo, le votaron tan sólo 25. Casi triplicó sus votos un chusquero de la política llamado Adolfo Suárez. Un mes después empezó la transición como presidente del Gobierno.

05 Febrero 1998

Marqués, yerno, cirujano y «playboy»

Jaime Peñafiel

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Anoche fallecía en Madrid el doctor Cristóbal Martínez Bordiu, marqués de Villaverde, quien el pasado viernes había ingresado en la UVI del hospital Ruber Internacional de Madrid, a consecuencia de un cuadro neurológico agudo de hemorragia cerebral.

Cristóbal Martínez Bordiu nació en una finca de Jaén y tenía 75 años. Era uno de los cuatro hijos habidos en el matrimonio de los condes de Arjillo, del linaje del Papa Pedro Luna y que, aunque no tenían tantos títulos como la duquesa de Alba, sí los suficientes para dotar a cada uno de ellos de una nobleza: el condado de Morata de Jalón para Andrés, el mayor; las baronías de Gotor e Illescas para José María y Tomás y el marquesado de Villaverde para Cristóbal. Este, a los 23 años, se doctoraba brillantemente en Medicina.

Empieza a ejercer en la sección de Patología General del hospital San José y Santa Adela de Madrid. Más tarde se especializa en cirugía torácica, en la que adquiere cierto renombre, sobre todo a partir de su boda con Carmen Franco Polo, la muy amadísima y única hija del general Franco, jefe del Estado español desde 1939 a 1975 en que muere.

La boda, el 10 de abril de 1950, en el palacio de El Pardo, residencia del Generalísimo, es el acontecimiento no sólo del año sino del decenio. Más de 800 invitados vieron a Nenuca, que así llamaban familiarmente a la novia, dirigirse al altar del brazo de su padre que actuó de padrino. Como suele ser preceptivo, el novio, con vistoso uniforme -plumas, botas y demás parafernalia- de caballero del Santo Sepulcro, daba el suyo a la condesa de Arjillo, su madre, que actuó de madrina.

La ceremonia fue oficiada por el arzobispo de Madrid-Alcalá, doctor Eijo y Garay.

«Mi padre quiso pegar un braguetazo y vivir lo mejor posible. En esto fue consecuente con su educación de señorito andaluz», confesaría su hijo Cristóbal en una entrevista en Interviú.

Su figura siempre fue polémica, ya que se le acusaba de abusar de su muy privilegiada situación como yernísimo del general. Sin embargo, esto es lo que opinaba Francisco Franco Salgado-Aráujo, primo y secretario de Franco: «Es una de las pocas personas, o mejor dicho, el único, que no da coba al suegro, ni le concede demasiada importancia. Hace lo que le da la real gana. Le guste o no a su suegro. No cabe duda de que es el amo».

El 21 de octubre de 1954 la prensa argentina se hace eco de un supuesto negocio del marqués de Villaverde con la famosa moto Vespa. «Eso son chismes y habladurías de las que no se deben hacer caso», le puntualiza Franco a su primo y secretario.

Aunque, según el padre Bulart, capellán del general, la marquesa de Villaverde siempre sufría por las frivolidades y falta de consideración de su marido tanto hacia ella como hacia sus padres, el matrimonio de Nenuca y Cristóbal no pudo ser más prolífico. En 13 años, en un palacio de El Pardo convertido en paritorio, nacieron nada menos que siete hijos: el 26 de febrero de 1951, María del Carmen; el 19 de noviembre de 1952, María de la O; el 9 de diciembre de 1954, Francis, el primer nieto varón del general y al que, para perpetuar la dinastía, le alteran el orden natural de sus apellidos; el 6 de julio de 1956, nace otra niña, María del Mar; el 10 de febrero de 1958, Cristóbal; el 16 de septiembre de 1962, María Aránzazu, y el 8 de julio de 1964, Jaime.

Como médico cirujano del corazón y gran amigo y admirador del doctor Christiaan Barnard, Villaverde se atrevió incluso, en 1968, a realizar un trasplante cardíaco, el primero que se intentaba en España. El paciente sólo sobrevivió 24 horas.

(En una visita a España, el doctor Barnard haría, al lado de su amigo, esta broma: «Yo soy un cirujano que quiere ser playboy y él un playboy que quiere ser cirujano»).

Durante las enfermedades del suegro -sólo sufrió dos y de la segunda murió- el doctor Martínez Bordiú tuvo actuaciones polémicas que llegaron a enfrentarle con el médico de cabecera del general, el doctor Vicente Gil, a quien despidió; y también con otros doctores del «equipo habitual».

El marqués fue autor en el transcurso de aquella larga agonía en La Paz de unas polémicas fotografías del dictador que acabaron en las manos del autor de este artículo, y cuya publicación causó un gran impacto emocional por la crudeza de las imágenes.

El 28 de octubre de 1975, en un acto en el Consejo Nacional, se oyó la voz de una mujer que, desde la tribuna pública, gritó: «España es de Franco y el heredero de Franco es su yerno Cristóbal». Fuese como fuese, el doctor decidió, el 25 de mayo de 1976, presentarse para cubrir la vacante dejada por el general Tomás García Rebull, en el grupo de los 40 de Ayete (consejeros vitalicios) del Consejo Nacional del Movimiento. Los otros dos componentes de la terna eran Carlos Pinilla y Adolfo Suárez. Para pedir el voto al resto de los consejeros Villaverde envió, a cada uno de ellos, un telegrama redactado en los siguientes términos: «En nombre del caudillo Franco te pido tu voto para mi candidatura. Espero que cumplas con tu deber de conciencia». Aunque Pinilla se retiró para no restarle votos, el resultado fue el siguiente: Suárez, 66 votos; Villaverde, 25.

Aquel descalabro le apartó de la política. Los años y la muerte del suegro le alejaron de la frivolidad y de la vida social en la que fue una figura indiscutible aunque discutida a lo largo de más de 25 años.

Su mayor frustración fue posiblemente la de no haber logrado cambiar el curso de la Historia, convirtiendo a su hija María del Carmen en Reina de España por matrimonio con Alfonso de Borbón Dampierre.

La operación se fraguó en septiembre de 1971, cuando Martínez Bordiú era invitado a un congreso médico en Estocolmo, donde estaba casualmente de embajador el duque de Cádiz, que invitó al marqués y a su esposa a hospedarse en la embajada. «¿Le importa que venga también mi hija María del Carmen?», preguntó el marqués.

¿Qué ocurrió entre aquellos muros de la representación diplomática? «Cuando nos encontramos, Alfonso manifestó su intención de mantener relaciones conmigo… aunque tuvo poca participación en este noviazgo», declaró la ex duquesa bajo juramento al Tribunal de la Rota, cuando éste incoaba su proceso de nulidad. «No sólo mi padre sino todo el mundo estaba loco de alegría».

No era para menos: la niña se casaba con el remoto recambio, pero recambio al fin. Todo se frustraría en unos pocos años.

06 Febrero 1998

Apocalipsis nunca

Eduardo Haro Tecglen

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Me paso en mi pantalla personal un par de imágenes del marqués de Villaverde. Pepe Domínguín le abofeteó en La Companza porque se puso pesado con María Rosa Salgado (Bautizábamos a alguien, no sé si a Lucia o a Miguel); el bar de Pepito Carleton en Marbella… Lances de señorito. Pero la valiosa cinta fue de todos: la de los días en que Franco moría y él quería salvarle. El viejecillo apenas respiraba. Entre el brazo de Santa Teresa, el manto de la Virgen del Pilar, algún catéter, alguna mascarilla, Villaverde estaba desesperado y quería para el tiempo. Peleaba, mandaba, despedía, lloraba. Se hacía hombre. Todos los médicos quieren para el tiempo de sus enfermos cuando se les van. El doctor Bordiú quería además parar la historia.

Dentro de toda la farsa, aquella lucha agónica tenía una cierta grandeza. Todos hemos tenido esos momentos de pasión por las cuales hemos querido sacar afuera al moribundo, a veces ya muerto; Bordiú trataba de salvar Occidente, que se despeñaba allí.

Franco no murió de ninguna enfermedad, aunque las tuviera todas sino de consunción. Muertes terribles; se les ve agotar disminuir, se les ve agotar, disminuir, desvanecerse; puede tenerse la sensación, en casos como éste de que van a abrirse abismos en la tierra, el cielo va a tronar y aparecerá en el cielo el número de la bestia anunciado el Apocalipsis: desbordan la anécdota del simple viejecito que se muere, inauguran el fin del mundo que, por cierto, no termina nunca. El que iba a morir había anunciado muchas veces que él era lo único que separaba a los suyos – a toda España, pensaba él, y más: a toda la cristiandad – y se había hecho consigna: o Franco o el comunismo se decía. Fue lo que inclinó a muchas personas hacia el comunismo. Mejor, a veces, el demonio que Dios.

Pero no pasó nada. La familia se llevó las sosas mercedes del rey, el dinero de la herencia y a veces, por distracción, algo que no era suyo, como el diario de Azaña. Fueron generalmente discretos: otros entraron en las revistas del corazón; matrimoniaron, se divorciaron, murieron. Villaverde no sobrepaso su clase social, ni la redujo: no hubo caos para él. Ha muerto de su propia muerte: no conoció el Apocalipsis. Se le fe como su suegro, como Franco, de las manos.

Eduardo Haro Tecglen

07 Febrero 1998

Villaverde

Francisco Umbral

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El marqués de Villaverde, que ahora ha fallecido, fue, a lo largo de los cincuenta y primeros sesenta, el señor más feliz y brillante de España, el que todos envidiábamos, el que mejor se afeitaba el bigote, las patillas, y más salía en las fotos con los famosos españoles y extranjeros, artistas de cine, Ava Gardner, fascistas europeos, Ava Gardner, Luis Miguel Dominguín, Ava Gardner y en este plan.

Porque ahora estamos educados en una cultura numerosa y hay mucha gente para todo, muchos cantautores, muchos toreros que son el torero del siglo, muchas flamencas que son la flamenca del siglo, muchos futbolistas, muchos playboys que son el playboy del siglo, muchas princesas exiliadas que hacen pasarela por aquí a ver si se tumban un príncipe o, en su defecto, un macarrón italiano. Pero en la España de la larga posguerra era otra cosa. Como éramos pobres y autárquicos, sólo teníamos una folklórica para enseñar, Lola Flores, un torero, Luis Miguel (por eso hubo que sacrificar a Manolete), un ministro del Opus, López Bravo, un señor en Europa, Ullastres, una estrella de Hollywood, Ava, un camarero, Chicote, un columnista, Alfonso Sánchez, un rojo, Buero Vallejo, un héroe nacional, Millán Astray, un músico, Ataúlfo Argenta (nos duró poco), un pintor, Marceliano Santamaría, un bailarín, Antonio, una duquesa, la de Alba, un Estado, Franco, un actor, Fernán-Gómez, un castizo, el marqués de la Valdavia, y un pobre, Roberto Font.

Aquella España de células unipersonales era muy manejable, muy amena, muy controlable, y no hacía falta CESID ni nada, todos nos conocíamos y nos saludábamos por la Gran Vía levantando el brazo y entonando algún himno de la entrañable Cruzada. De modo que el marqués de Villaverde, el señor Martínez-Bordiú, era cirujano, noble, soltero y figura social y festiva. Había que invitarle a todo, no había otro, lo mismo a una cacería que a una apendicitis.

Las revistas del corazón no eran tantas como ahora ni tan gordas. Toda la movida social cabía en Semana, del académico Manuel Halcón, que se abría con «Bellezas españolas», siempre señoritas bien de Semana Santa, y seguía con un artículo de Fernández-Flórez, fino escritor antisoviético, más los mismos marujeos de ahora, sólo que con falda midi y chaqueta blanca en verano. En este paisaje nacional el marqués de Villaverde era la estrella, el playboy (falso americanismo: nunca ejerció de tal), el caballero español, el elegante y el simpático. Ahora vas a un cóctel y está lleno de simpáticos de la tele que te cuentan chistes políticos y la modelo que se han tirado anoche. Entonces sólo había que saludar a Villaverde, el luego yerno de Franco, el posible padre de la futura reina de España, rama borbónica mal avenida. Yo le hice una vez un audaz reportaje operando a un joven obrero a corazón abierto, y mientras operaba les decía chistes a las alumnas de la galería, que iban a aprender medicina. Contaba a los compañeros de quirófano bromas de la noche anterior, pero el joven albañil, porque era albañil, quedó como un reloj y con mucha moral para volver al andamio.

Ahora que ha desaparecido Villaverde sólo unos pocos comprendemos que con él se va la España de la célula única, de los personajes no repetidos, como ahora -que hay siete Julios Iglesias y quince Pantojas y 50.000 cantautores, todos rojos de Gobelas-. Sí, se va la España entrañable, el Madrid provinciano de las figuras únicas, de los hombres incunables, de los irrepetibles, del siempre los mismos, de Chicote al Abra y vuelta. Villaverde era el único que hacía safaris a Africa y traía chimpancés a todos los amigos. Ahora los safaris se llaman puentes y, en lugar de simpáticos chimpancés, la gente te trae el sida. O la democracia, que es peor.

10 Febrero 1998

Puntualizaciones

Carmen Martínez Bordiú

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En relación al artículo de Eduardo Haro Tecglen del viernes 6 de febrero, me siento en el deber de puntualizar lo que sigue:Me sorprende y me amarga que cualquier seudointelectual de ideas fijas, frente al dolor que representa la pérdida de un padre, le «rinda homenaje» con una anécdota estúpida y de ninguna importancia.

Me gustaría recordar que el doctor Martínez Bordiú ha salvado vidas y ya sólo por esto se sitúa seguramente en un plano superior al nuestro, y su memoria merecería mucho más respeto. Al mismo tiempo se aprovecha una vez más de un evento para menospreciar la persona de mi abuelo, de quien cada uno es libre de opinar políticamente, pero que fue durante 35 años jefe del Estado español y que como cualquier hombre cercano a su muerte merece respeto. Llamándolo por dos veces «viejecillo» en sentido claramente despreciativo, sólo demuestra que, 23 años después, muchos que presumen de demócratas y hablan de superar viejas heridas y enfrentamientos tienen todavía miedo y ganas de venganza. Querido director, me siento desolada por el hecho de que no haya en este artículo una sola línea que se pueda aceptar. Referente a las «sosas mercedes del Rey», es mi opinión personal que fue más bien lo contrario. También quiero recordar que el austero general, como todo el mundo sabe, no ha dejado un dinero que se pueda llamar malignamente herencia.

Y, para concluir, querría informar a su columnista de que el diario de Azaña, encontrado casualmente por mi madre entre viejos papeles de su padre, fue entregado de inmediato al Ministerio de Cultura.

P. D. Prefiero siempre, y cada vez más, Dios al demonio…-