9 octubre 1958

Deja un mundo dividido por la Guerra Fría

Muere el Papa Pío XII tras un pontificado marcado por la Segunda Guerra Mundial y la destrucción de Italia

Hechos

El 9.10.1958 falleció el Papa Pío XII.

Lecturas

Pío XII era papa desde 1939. 

Pío XII, el Papa Pacelli, ha muerto este 9 de octubre de 1958 en Castelgandolfo, residencia de retiro pontificio, a lo 82 años.

Nacido en Roma, de familia perteneciente a la alta nobleza, con una larga tradición de servicio a la iglesia, Eugenio Pacelli se ordenó sacerdote en 1899, cuando contaba 23 años. Nuncio en Baviera y después en Berlín, le fue otorgado el capelo cardenalicio en 1939, pocos meses antes de ocupar, tras la muerte de Pío XI, el solio pontificio.

Entonces llevaba ya casi diez años como secretario de estado del Vaticano, lo que le permitía tener una gran experiencia en los complejos entresijos de la curia.

Hombre de vastísima cultura, tanto sagrada como profana, Pío XII, que nunca había participado directamente en los asuntos pastorales específicos antes de ocupar el trono de San Pedro, le dio sin embargo un gran impulso evangelizador a la iglesia, como queda demostrado en varias de sus encíclicas, y principalmente en la llamada ‘Evangeli praecona’, de 1951, sobre el espíritu misionero.

De sus obras encíclicas se destacan ‘Summi pontificate’ y ‘Saeculo exeunte’, que es una udra condena del marxismo, así como ‘Sempiternum rex’ que trata del misterio de la encarnación, y ‘Humani generi’, contra el desviacionismo teológico. Uno de los actos más controvertidos de los casi 20 años de su pontificado fue la firma del concordato con España (1953).

El nuevo Papa será nombrado en octubre de 1958. 

El Análisis

Pío XII: entre la diplomacia del silencio y el deber de la memoria

JF Lamata

Con la muerte de Pío XII, fallece no solo un Papa, sino una figura central de uno de los periodos más dramáticos de la historia contemporánea. Su pontificado estuvo marcado por la Segunda Guerra Mundial, por la Shoá y por la redefinición del lugar de la Iglesia en un mundo dividido entre totalitarismos y democracias tambaleantes. De carácter reservado y formación diplomática, el Papa Eugenio Pacelli —como cardenal y como pontífice— trabajó incansablemente, aunque discretamente, por la paz, ofreciendo su mediación en vano y moviendo hilos silenciosos para proteger a perseguidos, incluidos judíos. No cabe duda de que su papel, más que heroico, fue prudente, casi temeroso, pero no por ello exento de valor.

Sin embargo, sobre su figura planean sombras difíciles de ignorar. Como Secretario de Estado bajo Pío XI, Pacelli firmó acuerdos con el régimen nazi, en un momento en que una parte importante del mundo católico veía en el fascismo un mal menor frente al comunismo. Aunque el Vaticano no podía prever en 1933 el horror que vendría, sí resulta hoy incómodo el grado de condescendencia con que miró no solo al Tercer Reich, sino también al régimen de Mussolini, con quien compartía vecindad y acuerdos. La diplomacia vaticana, reacia al conflicto abierto, confió en contener el mal desde dentro, sin comprender del todo su naturaleza. Es justo reconocer, no obstante, que tras la guerra el Vaticano jugó un papel clave en la reconstrucción moral de Italia, apoyando la naciente democracia a través del partido Demócrata Cristiano de De Gasperi.

Lo que cuesta justificar no es tanto el silencio de entonces —que podría explicarse por prudencia— como la voluntad posterior de reescribir la historia. Presentar a la Iglesia como víctima primordial del nazismo o al Papa como su gran antagonista desvirtúa el necesario ejercicio de memoria. La tragedia del siglo XX exige de todas las instituciones, incluida la Iglesia, un esfuerzo de verdad. El poder del nazismo fue posible gracias a muchas formas de complicidad, activa o pasiva, y el Vaticano, como otros tantos actores, también estuvo allí. Reconocerlo no debilita a la Iglesia, al contrario: la hace más humana, más creíble, y quizás más santa.

J. F. Lamata