15 agosto 2007

Fue senador en las cortes constituyentes

Muere el sacerdote activista Lluís María Xirinacs Damians, símbolo para los independentistas radicales catalanes, condenado en 2004 por declararse ‘amigo de ETA’

Hechos

El 15 de agosto de 2007 se conoció la noticia del fallecimiento de D. Lluís Mª. Xirinacs.

Lecturas

El sacerdote Sr. Xirinacs Damians fue elegido senador en las cortes constituyentes. Ya entonces escandalizó su postura comprensiva hacia ETA, aunque entonces no se abrió ningún proceso judicial contra él.

Fue candidato a la presidencia de la Generalitat en 1980 al frente de un partido personal de ideología radical pero obtuvo un fracaso absoluto al no lograr ni un sólo escaño. Desde entonces desapareció de la vida pública hasta que recuperó notoriedad en 2004 por motivo de su juicio por hacer apología de ETA.

15 Agosto 2007

Uno de los 'padres constituyentes'

Bonifacio de la Cuadra

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En la trayectoria humana y política del ex sacerdote Lluís María Xirinacs, fallecido la semana pasada en Ogassa (Girona), a los 75 años, el hecho más relevante es seguramente su participación en la elaboración de la Constitución de 1978, como senador por Barcelona elegido masivamente el 15-J de 1977.

Sin embargo, los escasos elogios recibidos con ocasión de su muerte por aquel enamorado de los Països Catalans han suscitado la típica reacción amarillista, que ha tildado a Xirinacs de «trastornado» y ha pretendido vincularlo con la violencia etarra, dejando de lado toda su contribución democrática, paciente y pacífica, al proceso constituyente.

Quienes tuvimos la suerte de levantar acta, día a día, de la constancia enmendante de Xirinacs -en línea con otros senadores minoritarios, como Juan María Bandrés o Heribert Barrera- y de su respeto a las reglas democráticas para defender propuestas progresistas, dignas y valientes, estamos en condiciones de aportar a los muy jóvenes o recordar a los desmemoriados algunos testimonios de la conducta parlamentaria de aquel senador.

Lo de menos es que la gran mayoría de las enmiendas de Xirinacs fueran rechazadas. Enriquecieron, en todo caso, el debate constitucional.

Así, Xirinacs, con Bandrés, planteó una abolición de la pena de muerte absoluta, sin excepciones para tiempos de guerra, como la que figura en el artículo 15 de la Constitución. Igualmente pidió que la Constitución no mencionara a la Iglesia católica y que dijera: «La escuela será laica». Xirinacs propuso constitucionalizar la «República federal» y, en unión con Bandrés, pidió un referéndum específico sobre la Monarquía. Xirinacs no tuvo pelos en la lengua para defender sus ideas y sus enmiendas.

En el debate constituyente sobre la iniciativa popular, en el que, desde posiciones contestatarias, propició una mayor participación directa del pueblo -como hizo Manuel Fraga, desde posiciones derechistas-, Xirinacs reprochó a los grandes partidos: «Tienen miedo al pueblo y lo quieren amordazar». Y lo explicó con claridad: «Después de 40 años de prohibición de la democracia representativa, en la que los protagonistas son los partidos, tan importantes, e incluso, a mi juicio, imprescindibles, han salido de sus jaulas como fieras hambrientas por causa del prolongado ayuno».

El socialista Ramón Sáinz de Varanda replicó a Xirinacs -de quien destacó su «posición pacifista y democrática»- que sus tesis coincidían con las fascistas. Xirinacs, entonces, con gran mansedumbre, pero dolido, según dijo, argumentó: «… Creo que no soy fascista. Creo que es muy distinta la democracia de base que el fascismo, que es una democracia de altura, que es una aristocracia».

Ahora que ha muerto aquel luchador por las libertades y aquel pacífico senador constituyente, candidato al Premio Nobel de la Paz, dejémosle al menos descansar en paz.

19 Agosto 2007

EL MÁRTIR DE LOS DELIRIOS

Roger Jiménez

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Su alargada figura de movimientos lentos se hizo famosa frente a los muros de la hoy desmantelada cárcel Modelo. Diariamente, de sol a sol, se le podía encontrar sentado en el suelo o en una silla de tijera, o bien paseando rodeado de incondicionales o curiosos, atraídos por aquel joven sacerdote de modales pausados que durante 12 horas diarias, a lo largo de año y medio, montó guardia en el exterior de la prisión en silenciosa demanda de amnistía para los presos políticos. Aquellas acciones en los días que siguieron a la muerte de Franco le valieron el sobrenombre de captaire de la pau, «mendigo de la paz».

Aclamado ya entonces por sus posturas antifranquistas, ahora que ha muerto, Lluís Maria Xirinacs se ha convertido en una especie de mártir del independentismo catalán, elevado a los altares en un concurrido funeral y despedido entre senyeras, cánticos de Els Segadors y gritos de «¡Independència!». Un entierro oficiado en la polémica por la presencia de la plana mayor de la clase política catalana en los primeros bancos del sepelio, donde se bendecía al hombre que llegó a declararse amigo de ETA.

De «desprecio manifiesto» a las víctimas del terrorismo e «insulto» a los catalanes han calificado Ciutadans y el PP la asistencia de Josep Lluís Carod Rovira, presidente en funciones de la Generalitat, conmocionado por el suicidio del ex sacerdote. No faltó tampoco Oriol Pujol, quizás futuro aspirante al Govern, y aunque no estuvo Jordi Pujol, padre de Oriol, el ex president alabó durante la semana a Xirinacs describiéndolo así: «Un profeta que parte de los peligros y de los errores, y también de los pecados y debilidades. Se podría decir que nos ha fustigado durante muchos años y que con su muerte también nos fustiga».

Cierto es que antes de derivar hacia estas posturas extremistas, Xirinacs se forjó como un hombre comprometido con la lucha pacífica contra el franquismo. Su incansable presencia ante las puertas de la cárcel Modelo de Barcelona es un ejemplo de ello.

Xirinacs acababa de finalizar una huelga de hambre en el monasterio de Montserrat junto a un grupo de intelectuales y políticos. Comprobó que los ayunos no resolvían nada y decidió plantarse ante la Modelo desde las nueve de la mañana, como un oficinista puntual, enfundado en su anorak y bufanda en invierno, en camisa de manga corta en verano.

La policía trataba de alejarle, pero sus órdenes eran amablemente desatendidas. De vez en cuando, se lo llevaban en un coche patrulla y lo abandonaban en un descampado pero, invariablemente, volvía tras una larga caminata para proseguir su estoica vigilia. En una ocasión, lo dejaron en un vertedero próximo a la Zona Franca, y no regresó. Preocupados, los responsables de la Brigada Social ordenaron que lo buscaran, y lo encontraron en el mismo lugar, sumido en sus meditaciones. «Si me consideráis basura, no tenéis por qué molestaros por mí», les dijo antes de regresar a su puesto en la calle Entença, donde se reencontró con sus adeptos: antiguos escultistas, mujeres de mediana edad en busca de consejo espiritual, jubilados, parados, algún político… El sindicalista Marcelino Camacho se acercó a saludarlo, igual que la princesa Irene de Borbón-Parma, hermana de Carlos Hugo, aspirante carlista al trono de España.

No deja de ser una paradoja que el hombre que siempre estaba acompañado y llegó al Senado arropado con 600.000 votos haya muerto en la más completa soledad en una zona boscosa de Ogassa, en la comarca gerundense del Ripollés, poco después de cumplir 75 años.

El texto que dejó en su despacho de la institución que presidía, la Fundación Randa, estaba fechado el 6 de agosto, día de su nacimiento, y era muy explícito: «En pleno uso de mis facultades me voy porque quiero terminar mis días en la soledad y el silencio. Si deseáis hacerme feliz no me busquéis. Si alguien me encuentra le ruego que, esté yo como esté, no quiera perturbar mi soledad y mi silencio. ¡Gracias!».

Aunque una primera versión de los mossos d’esquadra apuntaba que se había ahorcado, el testimonio de Josep Rovira, el hombre que halló el cadáver, recogido por el semanario El nou 9, lo desmiente. Rovira paseaba por la zona el pasado sábado 17 cuando divisó un hombre tendido en el suelo. En principio pensó que se trataba de un excursionista dormido, pero volvió al lugar horas más tarde y el cuerpo seguía allí. Alertó entonces a los vecinos de San Joan de Abadeses y se acercó con ellos al claro del bosque. No hubo ahorcamiento. Xirinacs, quien sufría un cáncer terminal, yacía muerto en el suelo y rodeado de bolsas de plástico que él mismo habría colgado en las ramas de los árboles, quizás con el propósito de llamar la atención sobre su presencia. Tal vez, ingirió un cóctel de fármacos.

De lo que no hay dudas es de que fue una muerte voluntaria, un suicidio que parece haber incomodado a muchos y que ha tenido escasa repercusión en importantes medios catalanes. La Vanguardia, por ejemplo, sólo dio media columna el día que supo su fallecimiento y cubrió su funeral con un breve.

El factor suicidio cometido por un ex sacerdote puede tener su influencia, pero esta sordina política y mediática a su trágica desaparición es interpretada en los reducidos círculos próximos a Xirinacs como un reflejo del creciente distanciamiento de los grupos políticos, especialmente de los grandes.

En otro escrito, fechado el mismo 6 de agosto y considerado su testamento, deja muy clara su repugnancia hacia aquéllos a los que en los últimos años de su vida trataba sin remilgos de «traidores». Escrito en catalán, como la nota anterior, se titula Acto de soberanía, y ésta es la versión traducida: «He vivido esclavizado 75 años en unos Países Catalanes ocupados por España, por Francia (y por Italia) desde hace siglos. He vivido luchando contra esta esclavitud todos los años de mi vida adulta. Una nación esclava, como un individuo esclavo, es una vergüenza de la humanidad y del universo. Pero una nación nunca será libre si sus hijos no quieren arriesgar sus vidas en su liberación y defensa. Amigos, aceptadme este final absolutamente victorioso de mi contienda por repuntar la cobardía de nuestros líderes, masificadores del pueblo. Hoy mi nación se convierte en soberana absoluta en mí. Ellos han perdido un esclavo, ella es un poco más libre, porque yo estoy con vosotros, ¡amigos!».

Desde su juventud, Xirinacs se había manifestado a favor de la independencia de Cataluña y había practicado siempre la resistencia no violenta al franquismo. El sacerdote que acabaría ensalzando el terrorismo incluso llegó a ser candidato al Nobel de la Paz en 1975, 76 y 77.

Fue encarcelado dos veces durante la dictadura y, una vez más en 2005, por orden de la Audiencia Nacional bajo la acusación de apología del terrorismo por haberse identificado públicamente con ETA. Las presiones políticas, la edad del ex sacerdote y su delicado estado de salud determinaron que sólo permaneciera unas horas en prisión.

A Xirinacs lo habían detenido cuando fue a renovar el DNI. Estaba en busca y captura por el discurso pronunciado en un acto celebrado en el Fossar de les Moreres -la misma plaza donde se despidió su cadáver entre vítores- el 11 de septiembre de 2002, durante la celebración de la Diada de Cataluña.

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«ETA NO TORTURA»

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«…Por si hay policías o fiscales, me declaro amigo de ETA y de Herri Batasuna…», había dicho. «Hay estilos, porque ETA, como está en guerra, mata, pero no arranca uñas. Yo he estado en prisión con gente de ETA con las uñas arrancadas. ETA mata pero no tortura. En cambio, Lasa y Zabala murieron torturados. ETA, cuando tira una bomba en un lugar que puede herir a gente que no son militares o que no estén relacionados con los opresores, avisa. ¿Sabéis lo que cuesta robar la dinamita, pagarla, transportarla, colocarla, y encima, cuando tienen todo a punto, avisa de que la desactiven? ¿Por qué hace esto? Lo hace porque aún conserva un poco de nobleza del estilo de Ginebra y la conserva porque los otros no la han maleado más. Por qué lleva la gente de ETA una vida de ratas, de escondidos, de cloacas, de perseguidos. No pueden tener novias, no pueden tener hijos, no pueden ir al cine, no pueden tener nada y, si a veces hieren a algún inocente, no es su voluntad».

Y lo decía un hombre que llegó a participar activamente en el alumbramiento de la Constitución. Xirinacs, que había salido elegido senador independiente por Barcelona, sin apoyos de partidos ni coaliciones, en las generales de 1977, llegó a presentar un centenar de enmiendas acerca de Cataluña.

En la memoria de aquel periodo se conserva algún episodio jocoso, como cuando acudió a la Generalitat para ver al presidente Tarradellas, quien tenía fama de estricto con la indumentaria de funcionarios y visitantes. Al ver el montaraz atuendo de Xirinacs, le espetó: «Veo que os vais de excursión. Cuando volváis, pasad a verme y hablaremos».

O una sesión en el Senado en la que Xirinacs tenía el uso de la palabra y un adormilado Camilo José Cela (senador por designación real) soltó una sonora ventosidad que paralizó la sesión por unos momentos. «Prosiga el mosén», dijo el escritor.

Xirinacs fue un referente en las movilizaciones populares que siguieron a la muerte de Franco. Como en la Marcha por La Libertad, que convocó en el verano de 1976 a un considerable número de jóvenes catalanes que se manifestaban al margen de los partidos políticos. Auspiciada por el movimiento progresista cristiano Pax Christi, tuvo como modelo a un joven sacerdote escolapio y defensor de la amnistía política, apellidado Xirinacs.

La Brigada de Investigación Social (BIS), que reemplazó en el franquismo a la antigua policía político-social, lo tenía fichado junto a un millar de desafectos al régimen. Entre los expedientes, además de los Jordi Pujol, Raimon Obiols, Solé Barberá, Manuel Sacristán, Antoni Gutiérrez Díaz, Salvador Espriu, Pere Portabella, Josep Benet y otros muchos más, fue rescatado de los archivos de Vía Layetana (sede de la Jefatura Superior de Policía) el de Xirinacs. En él figuran notas de este corte:

-Está considerado como sacerdote catalano-separatista.

-En febrero de 1966 se personó en la Brigada Social para interesarse por detenidos insultando a los funcionarios presentes.

-El 20 de marzo de 1966, durante una homilía pronunciada en la iglesia de Balsareny, manifestó que en España se vive oprimido.

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FAMILIA BURGUESA

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Pero la auténtica ficha de Xirinacs es mucho más profunda y contradictoria de lo que puedan reflejar unos datos dispersos en un burdo expediente policial. Nacido cuatro años antes del estallido de la Guerra Civil en una familia burguesa barcelonesa, su padre -abogado casado con una mujer adinerada- fue detenido en varias ocasiones durante el conflicto por ayudar al bando nacional con colectas y colaboración personal directa. «Durante toda la guerra fuimos perseguidos, oprimidos, entraban en nuestra casa cada dos por tres para registrarla, sufríamos los bombardeos y pasábamos mucha miseria, nuestra madre con cinco hijos y el padre en la cárcel», declaró Lluís Maria en una entrevista a Montserrat Roig (agosto de 1976). «De modo que deseábamos que ganara Franco, pero yo no entendía nada de lo que ocurría realmente…».

Fue su madre quien influyó en sus ideas religiosas, y también los Escolapios, donde estudió. A los 22 años se ordenó sacerdote y empezó a impartir clases en los Escolapios en medio de una crisis de adaptación a la vida que, según confesó, trataba de resolver con estudios orientalistas y retiros en la montaña.

Leyó a Jean Daniélou, el teólogo francés que evolucionó después a tesis conservadoras pero que entonces estaba considerado miembro de los sectores más avanzados en la Iglesia. No sería hasta la tercera edad cuando consiguió culminar los estudios de Filosofía, doctorándose por la Universidad de Barcelona.

De regreso a su juventud, en los Escolapios fue nombrado director de la residencia de Sant Antón, pero renunció a despachos y secretarias para intentar formar comunidades cristianas de base. Se dirigió a numerosas sedes episcopales, pero sólo lo escuchó Vicente Enrique y Tarancón, entonces obispo de Solsona.

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LOS SERMONES

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Xirinacs ejerció de vicario en la localidad minera de Balsareny durante tres años, pero un sermón en el que apoyaba el encierro de estudiantes e intelectuales en el convento barcelonés de los capuchinos de Sarriá (marzo de 1966) le valió la expulsión de la parroquia y una denuncia de las autoridades. De allí pasó a Sant Jaume de Frontanyà, un pequeño pueblo de vida rural, donde empezó a negarse a cobrar su sueldo de sacerdote, por lo que fue expulsado de la diócesis.

Hizo de todo para sobrevivir: confeccionó esteras de esparto, recolectó frutos, recibió ayudas, trabajó de contable en una escuela de Igualada y fue empleado de La Caixa en una de las sucursales de Barcelona.

Descubrió el marxismo en una pequeña comunidad y quedó muy impactado, como si hubiera visto por primera vez la luz. Pero no conseguía encajarlo con su idea de Cataluña: «La nacionalidad es algo muy profundo que ciertos escritos, como los leninistas, no llegan a entender. Creo que el capitalismo pisotea a las naciones, pero no estoy de acuerdo con la idea de Lenin cuando dice que el tema de las nacionalidades no es más que una reminiscencia feudal… Las nacionalidades comportan un estilo de vida más profundo, todavía, que el simplemente económico. Creo que Cataluña es mi nación pero el problema de la opresión económica que sufre el obrero ha de tener prioridad. Creo, también, que Cataluña está oprimida política y culturalmente, pero que es opresora económicamente».

Xirinacs siempre decía que su cristianismo no era muy «normal», puesto que más que en Cristo creía en Jesús de Nazaret, y que Dios fue esa figura, no al revés. Eran tiempos en que al heterodoxo Xirinacs no le renovaban las licencias para decir misa, y no encontraba editor para un libro de crítica global a la Biblia. «De acuerdo con la ley, tal vez deberían excomulgarme», comentaba.

Publicó varios libros: Secularització i cristianismo, Subjecte, Entro en el gran buit, Futur d’Esglesia y Diari de Pressó. En 1990 abandonó oficialmente el sacerdocio, aunque bastantes años atrás ya convivía con una discípula suya. Para él, con todo, la práctica del sexo no era de extrema necesidad. «Nadie se muere por mantenerse célibe», decía.

El estrellato de Xirinacs se fue apagando a medida que crecía la intensidad política y los partidos se afianzaban. Pero también había interés en desembarazarse de aquel personaje independiente que rechazaba unirse a disciplina alguna. Así, fue tildado de «visionario», «folclórico perturbado», «mesiánico» o «mitómano».

Algo de esto último podía anidar en el interior de Xirinacs, según una persona que lo trató intensamente en aquellos años.

Los menos veían en su persona al poeta que se flagelaba el alma en busca del perfecto perdón y la perfecta paz.

Sus últimos años transcurrieron en la semipenumbra. Promovió la fundación Randa-Xirinacs, dedicada a los estudios del modelo global y la dimensión comunitaria. El pasado junio, Xirinacs intervino en un taller para comentar un libro que estaba escribiendo. En él iba a dar a conocer su modelo filosófico.