12 febrero 1962

Pese a estar fuera de la Ejecutiva era el mayor referente de la formación

Muere exiliado en México Indalecio Prieto Tuero, líder del PSOE desde las muertes de Besteiro y Largo Caballero

Hechos

El 12 de febrero de 1962 falleció D. Indalecio Prieto Tuero.

Lecturas

D. Indalecio Prieto Tuero falleció este 12 de febrero de 1962 en la Ciudad de México. Miembro destacado del PSOE, era el verdadero líder indiscutible del partido desde el fin de la Guerra Civil. Ningún otro dirigente podía disputarle el liderazgo, fallecidos ya D. Julián Besterio, D. Francisco Largo Caballero y Dr. Juan Negrín (este último tras ser expulsado por el propio Sr. Prieto). Aunque la gestión del partido como primer secretario la lleva D. Rodolfo Llopis, esta no dejaba de estar supeditado al liderazgo del Sr. Prieto.

Ya durante la Dictadura del General Primo de Rivera se enfrentó al Sr. Largo Caballero por su oposición a colaborar con aquel régimen frente a este que, como líder de UGT consideraba práctico hacerlo para lograr influencia.

En lo que si coincidieron los Sres. Prieto y Largo Caballero fue en aliarse con los republicanos burgueses en el ‘Pacto de San Sebastián’ (para lo que se unieron para apartar a D. Julián Besteiro, contrario a aquella alianza). Al proclamarse la II República el Sr. Prieto ocupó los ministerios de Hacienda, Marina y Aire en la conjunción republicano-socialista.

Durante la Guerra Civil formó parte del Gobierno del Frente Popular como ministro de Defensa Nacional / Guerra, cargo del que fue destituido por el Dr. Negrín que le acusó de ser demasiado anti-comunista.

Tras su destitución se exilió en México desde donde reorganizó el PSOE y uno de sus primeros pasos fue expulsar al Dr. Negrín, el Sr. Álvarez del Vayo y sus seguidores a los que acusó de filocomunistas.

Prieto Tuero vs Aznar Zubigaray.

Con motivo de la muerte del líder del PSOE Indalecio Prieto Tuero en México Manuel Aznar Zubigaray publica un artículo sobre él. El periódico de los socialistas exiliados en Francia, Le Socialiste, recuerda el artículo ‘Un Perillán’ con el que Prieto Tuero se refería en términos muy negativos a toda la trayectoria de Aznar Zubigaray

22 Febrero 1962

Le gustaba España

LE SOCIALISTE

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La enfermedad le asaltaba al corazón con más frecuencia y con creciente intensidad; y él, Indalecio Prieto, cada vez que sobrevivía a uno de los asaltos, en vez de guardar un reposo preventivo, se afanaba por aumentar más aún el ritmo de su actividad, aunque así abreviara el plazo para el ataque siguiente. Presintiendo que éste pudiera ser el último, quería que no se le quedara por decir algo que había meditado o que le sugería la actualidad que él atisbaba con avidez. Y, así, llegaban sus artículos y sus cartas con escritura a veces vacilante, pero con un contenido vigoroso y lúcido, como el de todos sus tiempos.

Era frecuente recibir algún inesperado artículo suyo con ruego de que, por su repentina actualidad, se publicara antes que el recibido el día anterior. Y pronunciaba discursos y hacía largos viajes contra el parecer de sus médicos. Era admirable aquella apasionada actividad estimulada trágicamente bajo la amenaza de una muerte por sorpresa. Y todo, en el desinterés de una vida que conscientemente se extinguía mirando hacia una España que no guardaba ya ninguna promesa para su existencia personal.

Pero él guardaba de ella un inmenso tesoro de innumerables e inteligibles recuerdos que ilustraban su intenso pasado. A veces le gustaba sacarlos a luz con quienes por coeternidad, por antigua convivencia o por afinidad de gustos, le ayudaban a exaltarlos. Y describía lugares y escenas, y aun tarareaba aires de viejas zarzuelas en los que enredaba las más curiosas anécdotas.

Le gustaba España. Parece innecesario decir esto que, además, suena a poco decir; pero lo decimos por contraposición a ese ‘no nos gustaba España’ que suele decirse con insistencia estúpida en discursos altamente oficiales. Suele decirse para justificar aquel alzamiento militar sangriento, ruinoso y desespañolizante, que se buscó ayudas extranjeras a las cuales tampoco les gustaba España. Por lo mismo que a Prieto le gustaba España, quería depurarla en su propio ser, eliminando de ella la miseria, la injusticia y la ignorancia, para verla amada y servida por cada uno de los españoles. Le gustaba España con amor. También a esos que la disfrutan a mano armada les gusta España, pero no con amor, sino con codicia, como al os ganaderos les gusta el ganado.

También esos disfrutadores de España que tanto le vituperaron en vida, se ha sumado ahora al universal homenaje que al gran desaparecido se le ha tributado en su muerte. Le han hecho naturalmente, a su manera. Y así, a Indalecio Prieto, para su mayor gloria de español – sobre todo de español – no le ha saltado el honor de que, a las nueve de la noche del día 18 de febrero de 1962, los actuales ocupantes de España hayan celebrado su muerte dedicándose un cuarto de hora de soeces denuestos por la Radio Nacional del Caudillo. ¡Del Caudillo!

15 Febrero 1962

Muerte de Indalecio Prieto

Manuel Aznar Zubigaray

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Al filo de los ochenta años ha muerto en Méjico. Estamos sospechando que algún lector joven, de los que andan por sus “veintes” y aun por sus ‘treinta’, nos va a preguntar: “Y este señor Prieto, ¿quién era?”. Explicarle ahora, en nuestra columna editorial, “quién era este señor Prieto” nos parece casi imposible. La hora de la muerte es siempre honda y grave. Todos los respetos son pocos para el cuerpo presente en el trance funeral.

Indalecio Prieto, como verbo y representación de una política, había dejado de existir hace mucho tiempo. Mucho. Vivía la envoltura carnal de su personalidad. Nada más. Se sobrevivía a sí mismo. Probablemente ninguno de los socialistas jóvenes se interesaba de veras por los residuos de ideas, y por las escorias de interpretaciones sentimentales que representaba este viejo combatiente refugiado en el dulce valle mejicano de Cuernavaca, camino de Temisco y de Cuautia.

El mismo Prieto escribió una vez, aludiendo a los grupos más representativos de la segunda República española: “Nosotros somos un montón de escombros”. Pero después de haber lanzado esa sentencia, concluyente como la mejor inscripción mortuoria, no tuvo la resignación indispensable para recogerse humildemente en su rincón, que es lo que corresponde en los ‘escombros’, sino que luchó por el prevalecimiento de sus doctrinas y de sus tácticas en la vida pública de España. Esta ha sido la paradoja; éste el drama de una parte de la emigración política española. Indalecio Prieto, pese a su anhelo de actualidad, era un hombre de ‘reloj parado’ y de ‘calendario muerto’; la aguja horaria y la del minutero se le habían quedado inmóviles; las hojas del almanaque, yertas. Cuando un español de seso equilibrado se ponía a pensar que ciertos núcleos republicanos en el exilio, repertorio de seres de otro tiempo, aspiraban a representar ilusiones políticas de las nuevas y jóvenes generaciones, no podía menos de sonreír con un punto de tristeza; porque, sea cual sea la posición política de un grupo de compatriotas nuestros, piensen de este modo o de aquel otro, queremos verles como expresión de realidades vivas, y no como espejo de recuerdos exangües.

Algunas veces hemos imaginado cuál habría sido el abrumador desencanto de Prieto si las circunstancias le hubieran permitido cruzar la frontera y pisar tierra española. “¿Quién es este señor Prieto?”, diría muy posiblemente, un joven socialista de Irún o de Pasajes de San Juan.

La perdurable confusión de nostalgias y de realidades en la conciencia de algunos núcleos de la emigración política ha sido, durante los últimos veinte años, desastrosa para los propios intereses que esa emigración quería defender. De ahí su inanidad y su monumental fracaso. Y de ahí también la desembocadura en las campañas injuriosas, en el panfletista calumnioso, en la pobre invectiva agraviante, como si en el agraviar, en el alumniar, en el injuriar quisieran resarcirse de sus propias equivocaciones. En realidad, continuaban incurriendo en los increíbles errores políticos que habían cometido durante los años de vigencia republicana. Las nuevas generaciones lo comprendieron muy pronto. Y se dieron a buscar para su satisfacción y para sus empresas vitales algo más que ‘un montón de escombros’.

En el orden de la economía y del trabajo, la mayor y la mejor parte de nuestra emigración política superó rencores, olvidó ideas de desquite, renunció al espíritu de 1936: su obra en América en un preclaro honor español.

En el orden político pudieron los emigrados hacer mucho y muy bueno por la Patria común. En más de una ocasión hemos admirado a los fascistas italianos expatriados, patriotas ante todo, y servidores lealísimos de la Italia permanente. Pero, ¿cómo pedir otro tanto a los hombres – muchos de ellos de indudable buena fe – que se cegaron hasta el punto de acompasar sus horas según relojes parados y sus días según calendarios resecos?

La misericordia de Dios habrá iluminado seguramente los últimos días o las últimas horas de Indalecio Prieto. Así sea. En lo político fue un atroz calamidad para nuestro país. Con él desaparece, pese a todos los sentimentalismos superficiales, el último enemigo notorio, terco e inútil de una España nacional, seria, nueva; o mejor dicho, el último representante ostentible de una política que no ha querido o no ha podido entender nada de la España que estamos viviendo.

Paz a su alma.

Manuel Aznar Zubigaray

01 Marzo 1962

PRIETO Y UN PERILLÁN

LE SOCIALISTE

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En LA VANGUARDIA Española de Barcelona, su director y embajador del Caudillo, don Manuel Aznar, ha dedicado a Indalecio Prieto un amplio editorial en el que supone que algún lector joven le preguntará: “¿Y este señor Prieto, quién era?

No creemos que se le pregunte a él. En cambio – ¡lo que son las cosas! – para saber quién es don Manuel Aznar, el supuesto joven habría de leer aquel artículo de Indalecio Prieto publicado en EL SOCIALISTA y titulado ‘Ficha de un perillán’, que es un modelo de retrato escrito. ¡Cuán parecido está, don Manuel!