23 abril 2017

Con su muerte Fernando Suárez y Antonio Carro son los únicos ex ministro franquista que siguen vivos

Muere José Utrera Molina, ex ministro franquista y ex Secretario General del Movimiento que mantuvo siempre su fidelidad a Franco

Hechos

El 23 de abril de 2017 falleció D. José Utrera Molina.

23 Abril 2017

Ortodoxo ministro de Franco

Joaquín Bardavío

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Por edad no luchó en la Guerra Civil española. Pero como si lo hubiera hecho. Tenía la beligerancia política de la Falange remangada, verbo bien timbrado y colorista con trazos poéticos y tono arengario. Licenciado en Derecho, no sería por ese camino por el que desarrollaría su vida, sino por el de la política, dentro de la ortodoxia del Movimiento Nacional, con devoción por el Generalísimo y con el recuerdo de su venerado maestro, José Antonio Primo de Rivera, quien fue fusilado cuando él tenía 10 años, y de quien recitaba con frecuencia frases o párrafos de sus discursos u obra escrita.

José Utrera Molina, nacido en 1926, fue siempre lineal en sus ideas y ascendente en su carrera desde simple militante falangista hasta la cúspide ministerial. Paso a paso. Al terminar sus estudios en la Facultad de Derecho de Granada, distrito universitario entonces de su Málaga natal, se inició de inmediato en el Frente de Juventudes de su ciudad. A los 28 años fue nombrado subjefe provincial del Movimiento de su provincia, cargo de relieve en la época, que consiguió por sus aptitudes para la organización y el mando y por su entusiasta dedicación a su causa política. Era en 1952 y el primer peldaño de su ascenso.

Desempeñó su puesto con eficacia y fue premiado cuatro años después con el Gobierno Civil de Ciudad Real, destino que adjuntaba la Jefatura Provincial del Movimiento. Ascendió al mismo destino en Burgos en 1962, donde estuvo breve tiempo porque le nombraron para un Gobierno de primera magnitud, Sevilla, donde desempeñaría el cargo durante siete años. Y de allí dio el salto a la política nacional, por designación de otro falangista menos expresivo: el abogado del Estado Licinio de la Fuente, quien en octubre de 1969, fue nombrado ministro de Trabajo y se llevó de subsecretario a Utrera. Entonces el subsecretario era el número dos del departamento.

En junio de 1973 el vicepresidente Carrero Blanco fue ascendido a presidente del Gobierno. Era la primera vez que Franco separó los poderes estatal y gubernamental. Y Carrero nombró a Utrera Molina ministro de la Vivienda. Muy posiblemente lo hizo en un intento de equilibrar un equipo más bien tecnócrata. Un falangista tradicional le venía bien y lo eligió por su capacidad, por sus ideas, y por su carácter extrovertido.

Asesinado Carrero y extrañamente promocionado a presidente el responsable último de su seguridad, el ministro de la Gobernación Arias Navarro, éste nombró a Utrera ministro secretario general del Movimiento, el cargo político por excelencia dentro del régimen. Había llegado al cenit de su carrera. Y a su Gólgota. El hombre que desde jovencillo se afilió al Frente de Juventudes de Falange, al llegar a su cumbre sufrió como nunca antes en su carrera política. El presidente Arias comenzó su mandato a bandazos. Cuando se le ocurrió una apertura, lanzó un discurso que se llamó «el espíritu del 12 de febrero» en alusión a esa fecha de 1974. Utrera se opuso a esa posibilidad aperturista y, refiriéndose a él, Girón dice en su libro Si la memoria no me falla, que «se convirtió en el objeto del despotismo del ex ministro de Gobernación… Era el destinatario de las iras de Carlos Arias Navarro, que veía en el Movimiento Nacional el mayor escollo para la política de entrega que se proponía…». Y añade: «Utrera solicitó mi ayuda…vivo en la permanente humillación, ya no sé que hacer».

La ayuda de Girón fue un tanto envenenada, porque publicó en el diario Arriba un artículo contra la titubeante política de Arias que sería conocido como «el gironazo» por el enorme impacto que causó. Reivindicaba los más estrictos valores ideológicos del Movimiento, pero nada le dijo a Utrera de su publicación, que se produjo en connivencia con el director del diario, sin conocimiento del ministro, quien quedó desairado, puesto que en última instancia él era el responsable de la cadena de periódicos del Movimiento.

Finalmente Arias se arrepintió de la tentación aperturista. Pero la había tomado con Utrera y el 4 de marzo de 1975 lo sustituyó por Fernando Herrero Tejedor. La cumbre de su carrera le duró unos 14 meses. Tanto esfuerzo durante tantos años, para acabar despeñado desde la cima por la ciclotimia primero y el devenir caótico después, del presidente Arias. En su libro de memorias, Sin cambiar de bandera, José Utrera abunda en la teoría de que el presidente Carrero no hubiera sido obstáculo en la posterior transición política. Cuenta que la hija de Franco, Carmen, le dijo que «meses después de su toma de posesión, el almirante tuvo una audiencia con el entonces príncipe de España, quien le pidió que si se producía el fallecimiento de Franco, esperaba de su lealtad la presentación de su renuncia. Carrero accedió. Lo que Franco consideró atado y bien atado, de hecho quedó roto», se queja con amargura Utrera.

Ciertamente, no se movió un ápice de sus ideas juveniles y de madurez. En su citado libro, escrito en 1989, se pregunta: «¿Pero qué clase de libertad es ésta? ¿Quién puede justificar en su nombre el desenfreno, el atentado permanente a la intimidad, la ofensa a la dignidad de la persona, la ridiculización de los valores religiosos, el insulto a la bandera, el menosprecio a nuestra historia?». Y un poco más adelante concluía: «He respetado a mis verdaderos adversarios, a los que no guardo rencor alguno, en la misma medida en que he sentido un metafísico y, tal vez cansado desdén, por aquellos que fueron ayer correligionarios y cambiaron sin pudor y por utilidad fidelidades y creencias».

Hijo predilecto de Málaga y Medalla de Oro de su provincia, ambas distinciones le fueron retiradas por la Diputación Provincial gobernada por el PSOE, invocando la Ley de Memoria Histórica propiciada por el presidente Zapatero. El Ayuntamiento de Sevilla, también con mayoría socialista, le retiró asimismo su condición de hijo adoptivo y la avenida que llevaba su nombre. Afortunadamente, ni el fin del franquismo ni la pérdida de esos honores provinciales, le amargaron la vida que vivió plenamente en familia con sus ocho hijos, diecinueve nietos y un biznieto.

Casi un año después de la muerte de Franco, como es sabido en las Cortes se presentó la Ley de Reforma Política pergeñada por Torcuato Fernández-Miranda. Supondría el volteo radical de una dictadura a una democracia de sufragio universal. Fue votada afirmativamente por mayoría aplastante en las Cortes. Se acuñó entonces el patriótico concepto del harakiri de las Cortes franquistas para facilitar la transición. Cuando Utrera oía la alusión a ese harakiri, espetaba orgullosamente: «¡Yo no me lo hice! ¡Yo voté que no!». Podría decirse con propiedad, aun en el abuso del tópico, que murió con las botas puestas. Aquellas botas altas que, de uniformidad falangista, llevó con orgullo en su juventud como jefe de centuria.

José Utrera Molina, político, nació en Málaga el 12 de abril de 1926 y murió en Nerja (Málaga) el 22 de abril de 2017.

23 Abril 2017

“¡Caudillo, a tus órdenes! ¡Arriba España!”

Julián Casanova

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Utrera Molina, opositor ultrarreaccionario a los tecnócratas del Opus, estableció una relación filial con un dictador senil

José Utrera Molina era, a comienzos de los setenta, cuando la dictadura agonizaba, un hombre de orden, preocupado por el futuro, por la sucesión de Franco y por garantizar la continuidad del régimen tras su muerte. En el verano de 1974, justo en el momento en que Franco se recuperaba de una grave enfermedad, Utrera Molina le advirtió sobre la amenaza liberal que avanzaba por España. Franco le tranquilizó: “No olvide que, en último término, el ejército defenderá su victoria».

Utrera, nacido en Málaga el 12 de abril de 1926, no había combatido en la guerra, pero vivió la victoria, saboreó sus mieles, la imposición sobre los vencidos, y fue uno de los más fieles servidores de la dictadura, falangista de línea dura hasta el final, con importantes puestos políticos, aunque no fue ministro hasta junio de 1973, con el primer y único Gobierno que presidió Luis Carrero Blanco. En realidad, en esos años finales de la dictadura, Utrera estableció con Franco, envejecido y en acelerado declive físico, una relación filial.

El asesinato del almirante en diciembre de ese año, del hombre que podía dar continuidad a la dictadura, aceleró su crisis interna. Unos días después, Franco eligió como presidente de gobierno a Carlos Arias Navarro. Anunció su Gobierno el 23 de enero de 1974. Eliminó a López Rodó y a los tecnócratas, poniendo punto final a más de quince años de presencia del Opus Dei al frente de los principales ministerios, y contó con hombres ultrarreaccionarios de procedencia falangista, encabezados por Utrera, que pasó de la cartera de Vivienda a secretario general del Movimiento. Ocupó ese cargo hasta marzo de 1975, cuando Arias remodeló su Gobierno y prescindió de él.

En aquellos tres años finales del franquismo los conflictos se extendieron por todas las grandes ciudades, fábricas y universidades, y se radicalizaron por la intervención represiva de los cuerpos policiales, cuyos disparos dejaban a menudo muertos y heridos en las huelgas y manifestaciones. Frente a ese desafío abierto y al incremento del terrorismo, la respuesta de las autoridades franquistas fue siempre la represión y una confianza inquebrantable en las fuerzas armadas para controlar la situación.

La ejecución a garrote vil del anarquista catalán Salvador Puig Antich, en marzo de 1974, marcó el momento culminante de esas políticas de violencia por parte de la dictadura. Pero hay muchas más formas de medirlas. Los datos de los procedimientos incoados por el Tribunal de Orden Público, creado en 1963, prueban claramente esa escalada de la represión: en los tres años finales de esa jurisdicción (1974-1976) se tramitaron 13.010 casos, casi el 60% del total de sus 12 años de funcionamiento.

Utrera representaba muy bien a ese régimen, que encarceló, torturó y asesinó hasta el final. Siempre en primera línea, acumulando poder, enemigo inquebrantable primero del comunismo y después de la democracia. Al contrario que muchos de sus compañeros de viaje, nunca se desvinculó de esa historia de autoritarismo y persecución. Se lo había prometido a Franco unos meses antes de su muerte: estaría siempre a sus órdenes y mantendría su legado.

Julián Casanova