19 abril 1967

La FDP le forzó a renunciar tras el escándalo Spiegel

Muere Konrad Adenauer, primer canciller de la República Federal de Alemania cuatro años después de su retirada forzosa

Hechos

El 19.04.1967 falleció Konrad Adenauer.

Lecturas

El ex canciller de la República Federal Alemana, Konrad Adenauer, ha muerto este 19 de abril de 1967 a los 91 años de edad. El fallecimiento del estadista se produjo como consecuencia de una afección gripal.

Procedente de una familia de la alta burguesía renana, Adenauer fue alcalde de Colonia desde 1917 a 1933 cuando la llegada de los nazis al poder acabó con la democracia parlamentaria alemana.

En los oscuros años del régimen hitleriano, Adenauer padeció persecuciones e incluso fue encarcelado, el 20 de julio de 1944.

Tras la liberación, era uno de los pocos dirigentes políticos alemanes con un pasado limpio de complicidades con el nazismo, y a su cargo quedó la reconstrucción de la antigua democracia cristiana del país.

Sin embargo, los británicos no confiaron nunca en él, y le destituyeron de su cargo de alcalde de Colonia, que había vuelto a ocupar en 1945.

En 1953 su partido, la CDU (Unión Cristiano Demócrata, de ideología democristiana), pasó a ser la fuerza hegemónica de Alemania frente a los socialdemócratas de la SPD como su principal oposición.

Convertido en jefe de gobierno, Adenauer fue desde ese momento el hombre de la reconstrucción, del aparato industrial, de la reinserción de Alemania Federal en Europa, y el gerente de la prosperidad recobrada. Abandonó la política en 1963.

20 Abril 1967

Der Alte

José María de Areilza

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«El viejo». Con este remoquete familiar y cariñoso era designado en Alemania occidental Conrado Adenauer, que acaba de morir. Erguido, arrogante, con un cierto hieratismo impenetrable, ironía fácil y autoritarismo espontáneo, el gran político renano desaparece de la escena europea cuando era casi un superviviente de sí mismo, un legendario testimonio de la época desgarrada, turbulenta y trágica en que asumió el mundo de la República Federal, renacida entre el escombro, la miseria y la ceniza. Suya es en grado eminente la gloria de haber modelado el Estado vacilante que salía de la oscuridad y del terror hasta convertirlo en la gran potencia económica y militar que hoy es la República de Bonn, capital elegida por él, con su voto decisivo entre varias ciudades.

En las horas confusas de la posguerra inmediata, con Alemania dividida en cuatro zonas de ocupación extranjera, Adenauer tuvo la fortuna de tropezar en la Alcaldía de Colonia, que ejercía con un malhumorado militar británico que lo destituyó. Fue ese eslabón misterioso que forja la cadena del destino humano. Sin quehacer administrativo se vio empujado a interesare en los angustiosos problemas generales, en la incipiente organización política, en los primeros pasos de la democracia cristiana rediviva. Cuando ya para muchos era tan sólo un anciano respetable que se había mantenido con firme dignidad ante las coacciones de la dictadura hitleriana que lo persiguió y encarceló, se iniciaba realmente su gran trayectoria vital, entre los setenta y los noventa años.

Creo que era su paisano Max Weber el que definió las tres cualidades determinantes del político: la pasión, el sentido de la responsabilidad y el golpe de vista. Si Adenauer las poseía todas cabe acentuar su certero instinto para utilizar astutamente las circunstancias en favor de su gran pasión: Alemania. La recogía deshecha, humillada, derrotada, con una atroz imagen de su pueblo en la mente de millones de seres que la propaganda aliada había difundido a escala universal. Su sentido de responsabilidad comprendió en seguida que solamente una pública aceptación de errores y culpas haría viable la rehabilitación de su patria. Así comenzó por sentar las bases de un limpio juego democrático con socialdemócratas y liberales como principales antagonistas, Parlamento abierto y, dentro de las limitaciones impuestas por el ocupante, Prensa libre. Su olfato político le permitió adivinar muy pronto que la guerra fría, iniciada ya en Europa, hacía inevitable la ruptura de las cuatro zonas y su aglutinación en dos: la de los tres aliados occidentales y la de la Unión Soviética. Pero de ahí a convertirse en la zona occidental del país, y el país en Estado, no había más que un corto trecho. Adenauer fue el experto piloto que condujo la frágil navecilla inicial, con infinita paciencia y tenacidad al puerto de Bonn.

Todavía no tenía la República Federal en septiembre de 1949, al ser nombrado Adenauer jefe de Gobierno, soberanía plena ni, por consiguiente, Ministerio de Asuntos Exteriores. El canciller, temeroso de una nueva aventura militarista, no quería oír hablar de una Wehrmacht resucitada. Así lo declaró públicamente a la Prensa norteamericana: «Solamente aceptaría la presencia de un contingente militar en una Ejército federal de Europa». Pero en esa actitud sabía mucho de sibilina malicia. El sabía que la reconstrucción alemana tenía, junto a la ayuda norteamericana, dos grandes ventajas: la mano de obra de la zona de ocupación soviética que se refugiaba en masa en Occidente y el no tener presupuesto militar alguno, lo cual era una superioridad financiera extraordinaria sobre todos sus vecinos. «El viejo» no tuvo sino que esperar. La invasión de Corea del Sur al año siguiente empujó a Washington a dar la luz verde al rearme alemán. Fracasada la Comunidad Europea de Defensa, en la que iba a integrarse el nuevo Ejército alemán, se retrasó hasta 1955, el ingreso de la Alemania de Adenauer en la Alianza Atlántica. Muy pronto sería, después de los Estados Unidos, su núcleo militar más importante.

La década de 1952 a 1962 fue la del apogeo del canciller. Su prestigio no era sólo dominante en Alemania, sino en toda Europa y muy especialmente en Estados Unidos. Foster Dulles era ya secretario de Estado, apoyándose en el monopolio atómico para su doctrina de la represalia masiva. Adenauer fue su leal aliado en Europa, su mejor soporte militar, su más estable Gobierno amigo. No se le ocultaban al avispado germano las contrapartidas dolorosas e inevitables que el rearme y el partnership americano llevaba consigo. Por ejemplo, la imposibilidad de negociar en ese contexto la reunificación de su pais. Pero político realista, prefirió una Alemania unida, coexistente, desgajada del Occidente temeroso de aquellos años. Fue seguramente esta una de sus grandes preocupaciones íntimas.

Otro de los merecimientos del canciller, que lo sitúan con puesto relevante en la Historia, en su contribución decisiva al europeísmo. Su condición de renano próximo a Francia; su arraigada formación católica; su fino humanismo literario, le hicieron comprender que la reconciliación franco-alemana era la clave del arco de la unidad del Continente. La paz en el Rhin era su idea dominante. Otro fronterizo ilustre, Robert Schumann, nacido en Luxemburgo, francés de nacionalidad, iba a ser el interlocutor ideal que facilitaría la construcción de los cimientos. En mayo de 1950. Schumann propuso en París ante el asombro de muchos, que Francia y Alemania pusieran en común las industria del hierro y del carbón bajo una alta autoridad. Adenauer dio su conformidad en el acto, desde Bonn. La C. E. C. A. había nacido y detrás de ella vendrían, años después, el Euratom y el Mercado Común.

Cuando De Gaulle volvió al Poder en 1958, Adenauer – que lo había visitado varias veces en su ostracismo de Colombey – se plegó con habilidad a la nueva orientación de su política europea, aun a riesgo de frialdad con Washington. No tenía realmente entera libertad de juego. La paz en el Rhin y la protección atómica eran, ambas, igualmente indispensables en su trayectoria. Para subrayar con un gesto espectacular su propósito amistoso con Francia firmó, en 1963, el Tratado de cooperación entre los dos países que era como una solemne culminación de su obra. Si entraron en su cálculo las escasas probabilidades de que De Gaulle siguieron adelante el proceso de integración Europa, tal como el canciller lo deseaba, seguramente predominó en él la convicción de que, en todo caso, la reconciliación total franco-germana era un elemento positivo para el futuro del Viejo Mundo. Algún testigo presencial del acontecimiento me refería en París la radiante expresión de alegría que el presidente alemán reflejaba en esa ocasión.

Su histórica misión estaba cumplida. Al ceder la jefatura a Erhard no era sólo un imperativo biológio lo que le empujaba a hacerlo, sino también el reconocimiento de que los planteamientos de la Europa de 1949 habían cambiado sustancialmente. El fin de la guerra fría, el monopolio atómico compartido por Rusia, el deshielo del bloque soviético modificaban el tema de la reunificación. Al canciller, tan realista y pragmático, que estableció relaciones con Moscú y logró reconciliarse con el Estado de Israel, no le podía pasar inadvertido el nuevo clima de Europa y del mundo.

Adenauer ha entrado en la Historia con mayúscula. Su figura es comparable a la de Bismark, el federador; a la de Hindemburg, que aglutinó también a su patria tras una derrota. No era como aquellos prusianos, ni luterano, sino renano y católico y moderado y civil. Ambicionaba mucho para su pueblo y para Europa. Pero supo dosificar con prudencia lo que era posible. Creo que fue Víctor Hugo el que decía que el secreto de un estadista está en saber cuánto porvenir se puede introducir en el presente.

José María de Areilza